viernes, 8 de enero de 2021

Un mundo oscuro más allá de la salida de Trump

Joaquín Mª Aguirre (UCM)




A falta de menos de dos semanas del final oficial de su mandato, la prensa norteamericana recoge de forma unánime en grandes titulares las dos vías que le quedan a Trump: el impeachment y la enmienda 25, la que permite el relevo del presidente por el vicepresidente. La otra posibilidad es que siga como si nada, se vaya de rositas de la Casa Blanca y empiece a hacer lo que sabe, crear problemas, pero sin las responsabilidades del gobierno. Esta última posibilidad es la más peligrosa de todas.

Estos días pueden ser de infarto con un Trump haciendo demostraciones de fuerza, perdonando al sistema asegurando que "habrá paz". No sirve ya de mucho preguntarse "cómo se ha llegado a esto". Ya habrá tiempo, porque es necesario.

La pregunta acuciante ahora es "qué salida darle": ¿va a salir por la puerta grande, diciendo, como dice, que el suyo ha sido el "mejor primer mandato de la historia norteamericana", lo que lleva implícita la amenaza de una segunda legislatura?

 Conforme pasan las horas, los norteamericanos empiezan a despertar de la pesadilla vivida, el día que quedará grabado en sus memorias, el día en que el circo abandonó la carpa e hizo del Capitolio su pista central, dirigido por esa nueva versión del sombrerero loco, también conocido como Donald Trump.




El despertar no es agradable. Hay una sensación de pesadilla que se recuerda conforme van apareciendo nuevas imágenes de esta fantasía barroca de violencia. Las explicaciones que algunos medios recogen de los participantes son delirantes. Según algunos, todo ha sido una maniobra del movimiento "antifa", de extrema izquierda, para desprestigiarles. Otros sostienen que es "Our House", lo que les permite entrar en ella como Pedro por su casa, asaltarla y hacer todo tipo de demostraciones de fuerza.

No consiguen abandonar su propia locura, su sentido distorsionado de la realidad. Muchos deberían ser enviados a terapia, aunque dudo que sirva de algo. Pasadas las primeras horas se va viendo la locura colectiva inducida por la manipulación de los discursos de Trump, lanzándolos hacia el Capitolio.

Con todo, lo que más estupefacción ha causado ha sido la debilidad de la respuesta, la completa indefensión en que se encontraban los miembros elegidos mientras realizaban un acto capital como era la verificación, aceptación o rechazo, de los resultados electorales. Sorprende por dos aspectos: a) la facilidad de entrar; y b) el agravio comparativo con el dispositivo de defensa montando cuando se celebró en el mismo lugar la manifestación del Black Lives Matter, una declaración contra el racismo y la violencia policial, para la que se llamó a miles de efectivos, no solo de la Policía, sino que se autorizó un dispositivo que deja lo del Días de Reyes convertido en un juego de niños.



Las preguntas deben ser contestadas. Quizá la explicación esté delante de nuestras narices, quizá los cambios que Trump hizo hace una semanas en las Fuerzas de Seguridad y en Pentágono (ya lo comentamos aquí en su momento) tenían más sentido que el de la venganza contra aquellos que no le habían sido "fieles.". Estas cosas dependen muchos de quien las valore y parece que quienes tenía que hacerlo, que evitar que se produjera lo que se produjo, estaban a otra cosa, por decirlo así. También el presidente dijo estar muy ocupado para atender las preguntas sobre lo que estaba ocurriendo. El tiempo lo dirá y se podrá hablar entonces de negligencia (en el mejor de los casos) o de connivencia en el peor (aunque puede haber peores).



Las palabras incitadoras del presidente eran repetidas por uno de sus hijos, exaltando a los que habían ido a escuchar lo que querían oír, pero también por un impresentable Rudy Giuliani, monumento al cinismo, a la hipocresía política, un hombre en la oscuridad de todos los entramados.

Entre los participantes, los hay que se pasean con la pancarta clave, "Trump is my President", la madre de todas las pancartas, la garantía de futuro paralelo, alternativo. Parece que los republicanos empiezan a darse cuenta que les han robado el partido. Trump ya lo dice directamente y promete una nueva fuerza política con la que "regresar". El problema es que no se va a ir porque va contra su propia naturaleza. Lo que hará es seguir creciendo, ahondando en la paranoia colectiva y en su cesarismo congénito.




Los republicanos que han tenido el coraje de resistir, tienen ahora la obligación moral de levantar una bandera realista, política y abierta para regenerar la vida política. Si los demócratas son inteligentes, saben que no pueden polarizar la vida norteamericana con un abismo en medio, que lo que necesitan es un mecanismo para aislar a Trump, por muy iluso que pueda parecer. Se trata de salvar el sistema democrático, de aplicar medidas de higiene cuando el experimento Trump ha tenido los efectos vistos y los que quedan por ver, probablemente peores.

Trump, como hemos visto, se crece con la confrontación, es su alma energética. Se trata de extender ese estado irascible de Trump hasta unas masas iracundas, que solo él es capaz de calmar, como si de una jauría de perros peligrosos se tratara. Trump no tiene otra estrategia más que esta, la creación de esa masa reactiva que le permita seguir chantajeando desde el exterior del sistema, creciendo continuamente, sembrando el desconcierto, la confusión, alentada por las fuerzas en la sombra que buscan la destrucción del sistema.

Me ha preocupado escuchar en el canal español de la ultraderecha populista a los que preconizan el paso más allá de los límites del sistema con absoluta normalidad. La declaración explícita de que el sistema no tiene nada para ellos, que por esa vía no obtendrán nada que valga la pena, que cubra sus objetivos. Se callaba, por supuesto, cuál era la otra vía. Pero no hacía falta. Lo hemos visto en el Capitolio.




No se trata de ganar unas elecciones, sino de conseguir el suficiente poder como para acabar con el poder, es decir, con el sistema. Como hicieron los antieuropeos en el Parlamento Europeo, romper las cosas desde dentro, obstruir, desprestigiar, descalificar el sistema mismo.

Trump es la herramienta para dinamitar el sistema. Ya lo han hecho con el Partido Republicano, dinamitado desde dentro. Con cargarse el Partido Republicano se sientan ya las bases de la destrucción del bipartidismo, fundamento de la vida política y de su estabilidad. La estrategia es fraccionar, dividir, deslegitimar. "Our House" y "Trump is my President" son las manifestaciones de ese mundo invertido al que se apuntan los detritos del sistema, organizados, convertidos en legión. No hay que dejar que roben las palabras ni las ideas, las banderas, los principios, los discursos... Es el argumento con el que les mueven "sois los patriotas", "sois los cristianos", "sois el pueblo"... Son las palabras las que mueven el mundo, las que organizan las mentes... y también lo contrario.

Hace muchos años escribimos aquí sobre el Dr. Mabuse, el personaje cinematográfico del gran maestro Fritz Lang con el que quiso representar el ascenso del nazismo en la Alemania de entreguerras. Mabuse preconizaba la creación del caos. Había que destruirlo todo para después reconstruir ese orden nuevo, el orden sin regreso. Trump accedió por la vía del poder, directamente a la presidencia y esta tiene sus límites. Pero los que están detrás de él no los tienen. Ahora va a acceder a otro tipo de poder, al margen de las instituciones; es el poder destructivo que se libera con un tuit o con un vídeo, con unas palabras dichas. Con las palabras, "¡Id al Congreso!", "¡os han robado!" o rodead la residencia de la gobernadora, como hicieron en Michigan, ha desatado el caos, cinco muertes.

Lo hemos dicho, esto es el final de la primera temporada. Los que debaten si sacar a Trump por el impeachment o por la 25ª enmienda puede que tengan pronto alguna tercera vía que los propios hechos le abran. Trump ha desbordado a aquellos que esperaban controlarle en el inicio y sus conexiones con sus fieles pueden mostrar todavía muchas sorpresas.



Por lo pronto —¡faltaría más!—, frente a las condenas de todo el mundo y las burlas de sus rivales mundiales, a Trump le ha salido un defensor, el señor de la "gripecita", el amigo Jair Bolsonaro, incendiario de la Amazonía, enviado por un dios despistado a salvar el mundo y a ser apóstol del mesías Trump. Ha dicho que todo esto es lógico porque nadie puede dudar del robo de las elecciones, del fraude. Mucho me temo que en Brasil pronto el discurso del "robo electoral", puesto en marcha en cuanto vean que bajan las encuestas.

Es algo más que una docena de días lo que está en juego. Trump ha sembrado el miedo, que era su objetivo, mantener en alto la espada amenazante, destruir el partido republicano para construir el propio sobre las cenizas y no malgastar esos muchos millones de votos. El problema es algo más que cómo quitárselo de encima. El problema real es qué hacer para que no arrastre al caos al país.

Lo veremos pronto.









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