Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
gente cada vez se siente más preocupada por el COVID19, como muestran esas
encuestas diarias que La Vanguardia realiza entre sus lectores. Como no creo
que sean especialmente miedosos, que estén por encima de la media, su
preocupación puede ser extrapolable al conjunto de la sociedad.
Visto
lo visto, el panorama no está nada claro. Los contagios de niños en campamentos
de verano y en colonias, en campings supuestamente seguros y ventilados, no son
buenos presagios. La única forma de frenar la expansión es frenarnos nosotros, lo
que va a ser muy complicado.
Preocupante
es el sacrificio de los más de 90.000 visones en esa granja contaminada.
Empezaron los humanos, que contagiaron a los visones; los visones se contagiaron
entre ellos hasta que comenzaron a contagiar a los humanos de nuevo.
"¡Todas las hipótesis están abiertas!", dicen con toda normalidad en
la televisión al dar la noticia. La complementan diciendo que el propietario
será indemnizado por la compañía de Seguros. El destino de los visones no ha
variado, ya que estaba cantado desde que nacieron. Los pobres iban para
abrigos, pero se quedaron por el camino. No sé qué es peor. A ellos nadie les
indemniza ni siquiera se lamentan por su triste destino. 90.000 visones, uno detrás de otro, son muchos visones. Y muertos de una tacada, muy triste.
Los
contagios entre especies son muy mala señal. Hace tiempo que se dejó de hablar
de perros y gatos, me imagino que en prevención de que hubiera sacrificios
incontrolados de mascotas por miedo. Hay que ir muy tranquilos en esto. Se
supone que son animales los que nos contagiaron, de murciélagos y serpientes a
pangolines. Pero somos ahora nosotros los que contagiamos a los animales, que
nos devuelven la pelota.
Otra
historia, esta vez en La Vanguardia, nos habla de un falsificador de
certificados "coronavirus free" en Bangladesh. El sinvergüenza
criminal vendía los certificados a los inmigrantes rumbo a Italia. Nos cuentan:
Este emprendedor sanitario, reconvertido en
falsificador de certificados de coronavirus, se afeitó el mostacho y se embutió
una burka con la sana intención de cruzar la frontera fluvial de Bangladesh con
India. Provisto o no de test, el caso es que fue detectado.
La rocambolesca historia de Shahid, que
llevaba nueve días en busca y captura desde el precinto de sus centros –más
detalles, luego– solo es la punta del iceberg. Por lo que Italia –primer
destino europeo de la inmigración bengalí– decidió hace una semana vetar a
todos los pasajeros procedentes de Daca, hasta el 5 de octubre. La medida se
tomó después de que el 13% del pasaje bengalí de un vuelo de Qatar Airways
diera positivo. Unos, con fiebre.
Italia negó el desembarco de ciento sesenta y
cinco bengalíes, en Roma y Milán, y mandó el avión de vuelta. El asesor de
Sanidad del Lacio exclamó: “Hemos desactivado una bomba viral”.*
No
tengo vocación de juez, pero a mucha gente, por mucho menos, se la ha aplicado
la etiqueta y la pena por terrorismo. Lo de la "bomba viral" no es
una broma. Uno no sabe si la maldad humana tiene límite cuando lee sobre casos
así.
Cuando
nos cuentan sobre la situación en Bangladesh (¡hay tantos países sobre los que
no sabemos nada en estas circunstancias!), vemos todavía más claro su maldad.
No dan
de sí las historias para mucho optimismo, que hay que ser optimista a pesar de
todo, es decir, confiar en que prevalezca la sensatez y la responsabilidad, las
palabras de moda. El optimismo no es complacencia ni falsas esperanzas con las
que se especule. Esto va a costar mucho en dolor y lágrimas. Pero por encima
del dolor lógico está el de ver que la maldad no se frena, que por todas partes
surgen aprovechados. Probablemente no
tenían corazón antes y no va a empezar a tenerlo ahora. El virus es dañino, sí,
pero no tiene maldad.
Nos
dicen del personaje tras su detención:
“Es la venganza de la
naturaleza”, ha dicho su esposa, “venga a estafar gente y ahora no ha podido ni
despedirse de su padre”. Este murió, precisamente de la Covid-19, hace una
semana.
Aunque el sujeto solo tiene
estudios primarios, gracias a una estafa piramidal de cincuenta millones de
euros –y tres meses a la sombra–, Shahid ha montado dos hospitales, una
universidad “científica” y un diario. Hasta aparecía en tertulias televisivas
como experto internacional del partido gobernante.
Pero ni siquiera Mohamed es su
nombre real y ya daba indicios de transformismo cuando se hacía pasar por
teniente coronel o jefe de gabinete de la primera ministra. “Creíamos que se
había vuelto buena persona”, suspira su mujer. Tan buena que, de los diez mil
tests que cobró, solo se inventó el resultado de seis mil.
¡Vaya
personaje, el muy canalla! La idea de una "venganza de la naturaleza"
suena hasta como justicia poética si
la conectamos con la muerte de los pobres visones. La idea de
"venganza" o una muy próxima la sostienen muchos expertos. No le dan
un sentido moral sino que va tanto el cántaro a la fuente que al final, ya
sabemos. Muchos científicos ven esta y otras pandemias como el resultado del
estrés producido en la naturaleza a muchas especies al quedar reducidos sus
hábitats por la presencia humana. Al final, siempre tendremos la culpa, unas
veces por imprudencia y otras por maldad.
Lo malo
es que contra el falso Mohamed, una vida entera de maldad, no hay respuesta o
explicación. Simplemente, es malo. Y para eso llevamos unos milenios intentando encontrar vacuna. Muchos han perdido las esperanzas.
*
"Bangladesh detiene a un falsificador de certificados de coronavirus"
La Vanguardia 17/07/2020
https://www.lavanguardia.com/internacional/20200717/482340053284/mohamed-shahid-falficiados-certificados-coronavirus-bangladesh.html
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