Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
doctor Fauci está en el punto de mira de Trump y los suyos. El presidente
norteamericano es una máquina de difamación y de destrucción de reputaciones. Es
una de sus características más acusadas, una forma de violencia verbal cobarde
que actúa a través de las insinuaciones y los retuits ajenos que dicen lo que
le parece más adecuado repetir, señalando que no es él quien lo dice.
Después
del indulto a la persona que mintió en las investigaciones para encubrirle, su
compadre Roger Stone, uno de los mayores escándalos morales y legales de los
Estados Unidos, Trump se lanza al cuello de Fauci, algo que era cuestión de
tiempo. Hay que ser muy bellaco y estúpido, muy mala persona, para durar en el
amor de Trump. Para él no existe más que una virtud, la fidelidad, que en su
versión propia es un acto más de narcisismo: los demás deben amarle como él se ama a
sí mismo. La duda o divergencia, no hablemos ya de disentir, es considerado un
acto de alta traición merecedor de la muerte.
Su odio
descalificador lo han padecido de Merryl Streep ("una actriz
sobrevalorada") al difunto John McCain, pasando por "esa mujer de
Michigan" ("that woman from Michigan"), la gobernadora Gretchen
Whitmer, que seguía una política distinta y contra la que alentó a sus informales
milicias, que se presentaron armadas delante de su residencia.
En
Trump el punto de mira se transforma en punto de ira. Va más allá de la
maledicencia y busca la destrucción de las personas a través de este tipo de
prácticas de violencia verbal. Su ego no resiste la simple posibilidad de que
exista alguien que le lleve la contraria y se sienta a salvo. Es la táctica del
rico de nacimiento acostumbrado al servilismo de los que le rodean, figuras
babeantes y aduladoras.
Aunque
la táctica de Trump fue desviar hacia el vicepresidente Pence el frente contra
la pandemia, lo cierto es que pronto no soportó la segunda línea. Acostumbrado
a ser el centro, necesitó saltar al ruedo. Como otros gobiernos, los
políticos prefirieron dar el protagonismo a los expertos médicos, que solo
tienen un defecto, saber más que Donald Trump.
Desde
el inicio se vio que Fauci había desarrollado la estrategia imperturbable: no
llevar la contraria al presidente, pero decir lo que tenía que decir. Sabía que
dejar en público a Trump como un ignorante lo único que haría es causar su
propia sustitución a manos de gente más sumisa. Pero mantener cara de palo
antes las barbaridades de Trump en las ruedas de prensa tiene un límite. Cuando
le preguntaban, Fauci decía lo que pensaba como experto médico y las respuestas
cada vez le gustaban menos a Trump.
El desastre de los Estados Unidos, el
hundimiento de su imagen internacional, es ya un hecho. Como escribía no hace
mucho un articulista, los demás países ya no se ríen de nosotros, nos tienen
lástima.
El
diario El País recoge así los ataques de Trump al doctor Fauci:
Hace más de dos meses que Anthony Fauci, el
principal epidemiólogo del grupo de trabajo de la Casa Blanca sobre la crisis
del coronavirus, no reporta directamente a Donald Trump. La última vez que
Fauci vio en persona al presidente estadounidense fue el 2 de junio. Los
rumores del choque entre ambos se validaron este fin de semana, cuando la
Administración envió un memorando a algunos medios de comunicación en el que
alertaba de que varios funcionarios estaban “preocupados por la cantidad de
veces que el doctor Fauci se ha equivocado”.
El mandatario republicano no se hizo eco de
la publicación en Twitter, pero este lunes retuiteó varios mensajes que desacreditaban
a los científicos, diciendo que el Centro para el Control y la Prevención de
Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) y los doctores, “no todos, pero la
mayoría”, han mentido sobre la covid-19.
El texto, filtrado por funcionarios de la
Casa Blanca a algunos reporteros de medios como The Washington Post o la CNN,
calificaba de inexactas una serie de afirmaciones dichas por Fauci al inicio de
la pandemia. Por ejemplo, cuando minimizó en febrero la posibilidad de
propagación asintomática y aseguró que las personas no necesitaban hacer
grandes cambios en sus vidas. Sin embargo, el texto excluye la parte de la
declaración en la que advertía de que eso podía cambiar y que si se esparcía el
virus, podía obligar a la gente a hacer cosas para protegerse. También se
incluye en ese memorando una declaración de marzo, en la que el epidemiólogo
sostuvo que la gente “no debería ir caminando por ahí con mascarillas”, según
publica la NBC.
Es extremadamente inusual que la propia Casa
Blanca difunda un documento que desacredite la labor de un funcionario que
trabaja para la Administración como si se tratara de un rival político. La
distancia entre Trump y Fauci se agranda a medida que lo hace el número de
contagios.*
Quizá
hubiera que corregir la afirmación del último párrafo. La Casa Blanca de Trump
sí lo ha hecho con cada uno de los que han salido por la puerta de atrás. Los
ataques de Trump son especialmente virulentos contra aquellos que discrepan o
salen del equipo. No se puede resistir. También es cierto que muchos de los que
salen lo hacen dando explicaciones y mostrando el caos que es la corte del rey
Trump. Contra esos va toda la artillería descalificatoria, toda la maldad que
anida en él, que es mucha. De muchos presidentes se puede decir que han sido
"malos presidentes", de Trump se puede añadir que es "mala
persona".
El gran
misterio sigue siendo la atracción que causa. Quizá no nos asusta pensar que
una personalidad como la suya pueda sacar a la luz muchas otras similares,
despertando lo peor.
El caso
de Fauci, eso sí, tiene ciertos rasgos propios, pues la tensión que provocaría
su salida del equipo contra la pandemia dejaría a Trump en una situación mucho
más débil de lo que es ahora. Es cierto que el aumento del número de muertes y
contagios le debilita, pero esa debilidad Trump la intenta traspasar al propio
Fauci, como lo ha hecho anteriormente con la OMS o con otros países.
Trump
se ve a sí mismo como un regalo, un lujo, una bendición por lo que se debería
dar gracias cada día. Por eso, cada deserción o denuncia desata su ira y se
ponen en marcha todos los mecanismos para hundir a esas personas que se le
escapan del control. La descalificación tiene que ser rápida para evitar que lo
que digan no pueda ser tomado en serio. No creo que eso le funcione con el
doctor Fauci. De hecho, el propio Trump ha tratado de restar contundencia a sus
propias palabras. Pero otros miembros del equipo de Trump en la Casa Blanca han
mantenido los ataques. Es siempre la misma estrategia. Una vez señalada la
presa, la jauría se lanza, mientras el cazador Trump se sienta tranquilamente a
interpretar su papel de persona generosa.
Lo que
Fauci ha aguantado ha sido por algo. Sabía que era cuestión de tiempo que la
ira de Trump se desatara y su necesidad de buscar culpables.
En la CNN, las palabras de su corresponsal en la Casa Blanca, Jim Acosta, son claras: "Why not have the guts to trash Dr. Fauci with your own names?" La respuesta es clara: no sería Trump.
*
Antonia Laborde "La Casa Blanca se lanza a desacreditar a Anthony Fauci,
el epidemiólogo que le asesora" El País
14/07/2020
https://elpais.com/sociedad/2020-07-13/la-casa-blanca-se-lanza-a-desacreditar-a-anthony-fauci-el-epidemiologo-que-le-asesora.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.