Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay enfermedades a las que podemos enfrentarnos racionalmente, pero esta necesita de un esfuerzo mucho mayor. El hecho de que las personas puedan ser asintomáticas, estar enfermas pero exteriormente saludables, es un motivo de confusión interna. Estamos acostumbrados a ver síntomas. Las personas griposas suelen decir "¡no me beses, que estoy fatal!" o "¡no te acerques que te lo pego!". Nosotros mismos solemos reaccionar de igual manera cuando vemos claramente que alguien tiene una nariz rojiza y goteante, la voz gangosa o tiene marcas en la piel. Todos son síntomas perceptibles ante los cuales se desautomatizan nuestra costumbres afectivas y mantenemos las distancias. ¿Por qué nos mantenemos a distancia de alguien con síntomas visibles mientras que nos cuesta aceptar que puede estar enfermo alguien que no los manifiesta y alguien, además, con quien tenemos lazos afectivos?
El diario El País reproduce el vídeo de la nueva campaña
para la mentalización ante el coronavirus puesta en marcha por el Gobierno de
Canarias. Lo hace con el título "La impactante campaña de Canarias sobre
el virus: de soplar las velas en una celebración familiar a la UCI". El
uso del término "impactante" obedece a la idea de la propia campaña de hacernos ver como aberrante lo
que hasta el momento era una situación de normalidad.
La campaña trata de abrir una brecha en nuestras conciencias
separando el pasado del presente, es decir, mostrando la "vieja
normalidad", que es la que nos lleva al peligro. En esto se evidencia
claramente un cambio en la tendencia comunicativa, cambio necesario una vez que
se ha comprobado, como señalan todas las informaciones, que la gran mayoría de
los contagios se producen en entornos familiares y festivos.
Desde el punto de vista interpretativo, nos muestra con
claridad cómo el texto se lee desde el contexto. La campaña no crea un mensaje
explicativo específico sino que recurre a la efectividad de lo que todos hemos
vivido con anterioridad, un cumpleaños familiar, el abuelo cumple años. Nada "anormal"
hasta que se abre el último regalo, un respirador. La celebración acaba con el
pariente querido, el celebrado, en la UCI.
Hay algo en nuestro cerebro que se niega a considerar
"peligroso" algo que hemos hecho siempre y que es de carácter amable
y festivo, gestos de afecto. Pero es el problema de la manzana de Blancanieves
o de los caramelos envenenados, nadie desconfía de la golosina, de lo apetitoso
o de lo cotidiano. Es la trampa social, la trampa afectuosa. Lo que hemos hecho
siempre se vuelve peligroso, mortal. Y es muy difícil desmontar los hábitos,
todos los automatismos y costumbres personales y sociales. Hay también el
problema del recelo, la violencia de tener que mostrar distanciamiento ante
personas conocidas, queridas, algo difícil de entender desde la mente, ya que el
impulso social, del afecto es importante. Hay un conflicto entre atracción y
prevención mucho más fuerte de lo que se piensa. En muchos caso, vence la
confianza y es cuando llegan los problemas.
Hay enfermedades a las que podemos enfrentarnos racionalmente, pero esta necesita de un esfuerzo mucho mayor. El hecho de que las personas puedan ser asintomáticas, estar enfermas pero exteriormente saludables, es un motivo de confusión interna. Estamos acostumbrados a ver síntomas. Las personas griposas suelen decir "¡no me beses, que estoy fatal!" o "¡no te acerques que te lo pego!". Nosotros mismos solemos reaccionar de igual manera cuando vemos claramente que alguien tiene una nariz rojiza y goteante, la voz gangosa o tiene marcas en la piel. Todos son síntomas perceptibles ante los cuales se desautomatizan nuestra costumbres afectivas y mantenemos las distancias. ¿Por qué nos mantenemos a distancia de alguien con síntomas visibles mientras que nos cuesta aceptar que puede estar enfermo alguien que no los manifiesta y alguien, además, con quien tenemos lazos afectivos?
Ante lo perceptible como peligroso —síntomas visibles,
audibles, olfativos, etc.— reaccionamos, pero ante las personas asintomáticas,
nuestras alarmas no se ponen en marcha. Resulta más grave cuando estas personas son más próximas —familiares, amigos— a nosotros. Seguimos escuchando los involuntarios
cantos de sirena afectivos que nos arrastran al desastre. Si ha sido nuestra sociabilidad la
que nos ha hecho avanzar en la evolución, ahora las personas poco sociables, las
aisladas, son las que tienen ahora menores riesgos. No hace falta volverse antisocial, pero sí tratar de mostrar el afecto de otra manera, con otras formas más adecuadas. No es fácil.
El nuevo anuncio institucional canario incide en la
normalidad de lo que hacemos y vemos. Finalmente, lo hace en sus consecuencias. Aprovecha
el cariño mostrado en la celebración del cumpleaños del abuelo para que sean
más intensos los resultados: el abuelo en la UCI. En el fondo la idea es
sencilla y clara: infectamos a los que queremos. Cuanto mayores sean nuestras
muestras de afecto, más probable es el contagio.
* "La impactante campaña de Canarias sobre el virus: de
soplar las velas en una celebración familiar a la UCI" El País 23/07/2020
https://elpais.com/politica/2020/07/23/diario_de_espana/1595503847_315491.html
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