Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las medidas tomadas por los británicos tienen cierto punto
de ironía, pero es su responsabilidad. No ha pensado mucho en sus ciudadanos
hasta que ha encontrado la medida adecuada para hacer ver que hace algo. La
exigencia de la cuarentena a los que regresan de España ha pillado con el
billete en la mano a innumerables turistas, según nos muestran las
televisiones, que venían para acá y se encontrarán al regreso con una
cuarentena de dos semanas para reponerse del verano español. Esto nos pasa por
confiados; se lo hemos puesto demasiado fácil y este es el resultado.
España necesitaba ser "amigable" no poniendo freno
a los británicos para que vinieran a hacer caja y salvar la temporada del sector
y todo lo relacionado, por lo que se recibía a los británicos con una sonrisa,
pese a sus cifras de contagios y muertes.
Y ahora se le ha puesto a Boris Johnson en
bandeja la ocasión de mostrarse como razonable y duro ante la pandemia o, si
se prefiere, ante España, una auténtica coartada que muestra, para variar,
el poco valor que concede a sus "colonias" veraniegas en España.
Según nos contaban en televisión, hasta hay un ministro británico que se ha
visto sorprendido en sus vacaciones en España y veremos si le toca pasar su
cuarentena o si, como aquel asesor de Johnson, se siente liberado por el cargo.
En plena crisis de las negociaciones sobre el Brexit, Johnson da muestra del peso de Gran Bretaña en el destino europeo. Nosotros, según ha dicho con mucho juicio, nuestra ministra no vamos a plantear represalias al Reino Unido porque esto no es un juego de cromos, aunque a veces lo parezca.
Euronews nos muestra las imágenes espeluznantes por lo festivas de la
llamada "Noche de los Balnearios", una celebración masiva en la que
los húngaros se "socializan" en remojo. El argumento, nos dicen, es que
ante el temor de que se produzcan medidas restrictivas más duras (no sabemos
muy bien cuáles), los jóvenes húngaros han decidido meterse en el agua y
disfrutar, como decía la famosa canción, "como si fuera esta noche la
última vez".
Y es que tanta medida restrictiva está teniendo un
"efecto llamada" o si se prefiere un plus de morbosidad. Da la
impresión que el peligro no asusta sino que atrae, hasta le da cierto encanto
nihilista al asunto de la cita, del contacto al azar, de no saber si tras la
sonrisa, la copa, el ligoteo, hay un
contagio. Es el espíritu de "mañana se acaba el mundo, aprovechemos".
De nuevo, la palabra "irresponsabilidad" necesita
ser ahondada. La irresponsabilidad es la ausencia de responsabilidades o su
incumplimiento. Ese riesgo que asumen, en Hungría, España o el Reino Unido, ¿lo
hacen por algo que vale la pena? Uno puede entender que se asuman ciertos
riesgo, pero ¿por esto? Debe valerles la pena puesto que se juegan las vidas propias
y de sus familiares y amigos, de todos los que están a su alrededor. Y eso es lo preocupante.
Para las personas que no comparten este planteamiento, les
resulta incomprensible y causa una profunda irritación. Más allá de ella, hay
que pensar en términos de decepción social, de pérdida de rumbo, de la
incapacidad del conjunto de entender una situación al no sentirse responsable
de lo que sus acciones provoquen en los demás, próximos o lejanos. Es una
extraña mezcla de contrarios, de individualismo y gregarismo, de la que no
consiguen escapar por falta de recursos mentales. Es la incapacidad de pensar
más allá de uno mismo y, especialmente, de la carencia de metas futuras más
allá del presente.
Hemos analizado la pérdida de sentido del pasado que se
produce en las últimas generaciones, pero no lo hemos hecho del nihilismo que
implica la falta de sentido del futuro, que es siempre presente, el momento, lo que se escapa. Más allá, la nada. No
es la primera generación que piensa de esta manera y tendremos que hablar de
los nuevos "felices 20", los del siglo XXI.
La medida británica les ha sido puesta en bandeja gracias a
las imágenes que salen cada día desde España. Creo que las imágenes son más
impactantes que el número de rebrotes en sí. Asusta más la causa que los
números, si bien estos son cada vez más preocupantes. En La Vanguardia leemos
sobre lo que ocurre en Cataluña:
Si la medida tomada por la
Generalitat pretendía acabar con las salidas de ocio nocturno en toda Catalunya
este pasado fin de semana, el resultado fue un fracaso. Las persianas de las
discotecas estuvieron bajadas pero los bares musicales mantuvieron su actividad
hasta pasadas las tres de la madrugada en prácticamente todo el litoral
catalán, excepto en Barcelona y Badalona, afectadas por el cierre de los bares
y restaurantes a las 12 de la noche, así como una docena de municipios de la
primera corona metropolitana sin playa, igual que Figueres y las poblaciones
leridenses de las comarcas de la Noguera y el Segrià.
En la capital catalana, la orden
de cerrar a medianoche fue ampliamente respetada por los locales, según el
Ayuntamiento de Barcelona. Un dispositivo conjunto de Mossos d’Esquadra y
Guardia Urbana fue recorriendo la ciudad para comprobar que, efectivamente,
estaban cumpliendo la normativa dictada. La jornada acabó sin ninguna denuncia
ni sanción en ese sentido. Pero eso no quiere decir que la noche de Barcelona
fuese como aquellas llenas de silencio y aceras vacías de la primavera
confinada. En las playas se podían ver a grupos que, a falta de bares, se
montaban la fiesta por su cuenta, impasibles ante la presencia en el paseo
marítimo de agentes de la Guardia Urbana, que no puso ninguna denuncia por
botellón, según fuentes municipales. Y no será porque no había. En la playa de
la Barceloneta, en el parque de las Tres Xemeneies, en el Poble Sec, en las
plazas de Gràcia...
Las grandes concentraciones de gente
bebiendo y socializando en la calle fueron una tónica la noche del sábado
también fuera de Barcelona. En Castelldefels, los bares musicales de la avenida
de los Banys hicieron su agosto, aunque muchos optaron por pasar la noche a su
aire en la playa. Algo similar pasó en Badalona, donde el botellón sigue siendo
una práctica habitual en las playas, como siempre lo ha sido.
Si los húngaros se ponen en remojo, el equivalente español
son esos botellones incontrolados y no sé si incontrolables. Lo malo es que el
"botellón" en sí no es lo malo, sino la actitud y el comportamiento.
Es la voluntad de incumplimiento, por usar un término de resonancias
nietzscheanas lo que destaca y, mucho me temo, será llevada a los escenarios
educativos y laborales al regreso de este verano. Va a ser una dura prueba
porque esto tiene enormes repercusiones y daños en muchos niveles, no solo el
de los del sector del ocio veraniego, los viajes, hostelería, etc. Cuando
llegue septiembre lo veremos.
Ya hemos señalado que no hay "oleadas" exteriores,
sino relajación de medidas, incumplimiento de protocolos. No hay más coronavirus, hay más irresponsables
pasándolo de uno a otros. Aquellos que tengan la suerte de no contagiarse, de
ser asintomáticos o de haberlo pasado, se sentirán como súper héroes, los que
vencieron al malvado Thanos del universo Marvel y sus planes ecológicos de reducir la vida al cincuenta por ciento. A diferencia de lo ocurrido
en cómics y filmes, los muertos no regresarán pasados unos pocos años. Cada
generación tiene sus referencias culturales y mucho me temo que este sentido
del apocalipsis con fecha de regreso está en la mente de algunos.
Es triste tener que vivir del ocio de los demás y no saber (o querer) controlar el ocio propio. Cuando este genera su propia economía ya no es un
derecho, sino una obligación para mantener un sector en marcha. Las noticias de
Cataluña generan cierto recelo al comprobar que se restringe el acceso y aforo
de ciertos locales mientras la Policía mira de lejos otros, como se nos señala.
Quizá están hartos, como los sanitarios, de que les aplaudan a las ocho y se
rían de ellos las otras veintitrés horas del día; quizá el espectáculo de la
irresponsabilidad continua sea demasiado deprimente. Quizá a falta de británicos, buenos son los nacionales...
Creo que el hecho de que este fenómeno se esté repitiendo
por todo el mundo no nos debe servir de consuelo. Nuestra preocupación viene,
sobre todo, por los efectos que estos comportamientos tienen sobre nuestra
enorme dependencia del turismo, es decir, de ofrecernos como "lugar
seguro". Otros no lo tienen, por lo que sus efectos económicos son
menores. Por eso las instituciones económicas veían que España se encontraría
entre los países más afectados.
Quizá sea más fácil transformar nuestro modelo económico que
cambiar las mentes de los hijos del sistema, los que él mismo produce. Hay lo que hay y se recoge lo que se siembra.
* "El cierre de discotecas en Catalunya se transforma
en fiestas sin control en las calles" La Vanguardia 27/07/2020
https://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20200727/482533532837/cierre-discotecas-catalunya-botellon-ocio-nocturno-barcelona-badalona-sitges.html
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