Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Pero es el segundo objetivo el más ambicioso. Erdogan se ve a sí mismo como el renovador del imperio otomano, para lo que necesita del prestigio interior y exterior que consigue con acciones como la islamización de Santa Sofía. Allí donde los demás ven un espacio turístico en estos tiempos de trivialidad, Erdogan, como el seguidor de la oración, ven un enorme símbolo de la reconstrucción islámica, una nueva toma simbólica de Constantinopla.
Recep
Tayyip Erdogan, el presidente turco, ha sido noticia en los tiempos del
COVID-19 gracias a dos noticias, la primera la islamización de la basílica de
Santa Sofía, una forma de absorción destructiva de su pasado y ahora las
medidas de control y censura de Internet, que es lo mismo que decir de su
población.
Cuando
se produjo el primer paso de celebración de la oración del viernes en Santa
Sofía, convertida en mezquita, se taparon los frescos y signos cristianos y
Erdogan tuvo una presencia activa en el rezo, seguido en el exterior por miles
de personas, que según nuestros perspicaces periodistas veraniegos, "no
mantenían las distancias de seguridad", una coletilla que mostraba la
profunda incomprensión de lo que ocurre en Turquía, tal como sucede con otras
partes del mundo. Tampoco mereció comentario la opinión recogida a un
asistente, aquello "era un signo de que el islam triunfaría
finalmente". Tampoco se preguntó nadie qué quería decir aquello, ni sobre
quién se estaba triunfando con aquella conversión del espacio religioso. A los
ojos de millones de seguidores de Erdogan, no solo en Turquía, que encabeza
ahora mismo la "internacional islamista" de los Hermanos Musulmanes,
Erdogan es un enviado, como otros, para ganar el espacio perdido por el Islam,
un héroe que le devolverá su esplendor y rendirá finalmente a los infieles a
mayor gloria de Dios, que así lo quiere.
Las
autoridades europeas, más conocedoras del sentido del gesto, manifestaron
rápidamente su idea de que aquello suponía definitivamente la renuncia de Turquía
a sus ideales de pertenencia a Europa, algo para lo que no hacían falta muchas
confirmaciones, pues es algo que Erdogan ha ido reiterando a través de
múltiples acciones. Es seguro que los planes de dios para el mundo, según
Erdogan, requerirán más tiempo, pero no se trata de eso, sino de dos objetivos,
el primero obviamente es convertirse en líder incuestionado de Turquía,
deshaciéndose de toda resistencia interior y perseguir en el exterior a los que
pudieran crearle problemas. Las purgas de gullenistas hace unos años le sirvieron
para desmantelar el poder judicial, la universidad, las empresas, etc.
deteniendo a miles de personas.
La Vanguardia 24/07/2020 |
Pero es el segundo objetivo el más ambicioso. Erdogan se ve a sí mismo como el renovador del imperio otomano, para lo que necesita del prestigio interior y exterior que consigue con acciones como la islamización de Santa Sofía. Allí donde los demás ven un espacio turístico en estos tiempos de trivialidad, Erdogan, como el seguidor de la oración, ven un enorme símbolo de la reconstrucción islámica, una nueva toma simbólica de Constantinopla.
Los
gestos constantes de desafío de Erdogan a la comunidad internacional (no solo a
occidente) están creando conflictos con Grecia, Chipre, con Egipto y con la
Comunidad Europea, especialmente tras sus maniobras en Libia apoyando a los
islamistas, algo que ha llevado a que el parlamento egipcio aprobara hace unos
días la posibilidad de intervención militar en el país vecino, un caos en parte
por el apoyo de Erdogan a un sector favorable.
Recordemos
que lo primero que hizo el derrocado presidente islamista egipcio, Mohamed
Morsi, cuando llegó al poder fue establecer intenso acuerdos comerciales con
los turcos de Erdogan. Los Hermanos Musulmanes y sus grupos afines forman una
internacional con diversas capas, una de ellas es precisamente la empresarial,
pues no dejan de favorecer a los suyos y entre ellos. El gobierno islamista egipcio
favoreció de inmediato a los amigos turcos. Estos, tras el derrocamiento, les
acogieron y les permitieron establecer en Turquía la base de operaciones contra
el gobierno egipcio, lo que supuso una serie de enfrentamientos verbales bastante
intensos entre Erdogan y el presidente y demás políticos egipcios, acusando a
Turquía de albergar y fomentar el terrorismo.
Recordemos
que fue en Turquía donde se produjo el secuestro, tortura y asesinato del
periodista saudí Kamal Khashoggi. Las informaciones salieron a la luz gracias a
los múltiples pinchazos y vigilancia que los turcos tenía del consulado saudí.
El asesinato de estado dejó en evidencia el poder de los medios de espionaje
turcos, al desvelar no solo las imágenes exteriores de la entrada de Khashoggi,
sino las grabaciones con el audio de las
torturas, facilitadas a los medios internacionales.
Nada se
mueve en Turquía sin que Erdogan lo sepa. El problema es que esto va a más. No
es solo la restricción a la libertad de expresión, sino el sistema de espionaje
sobre los propios ciudadanos. Erdogan no quiere cabos sueltos y todas estas
acciones son percibidas como signos de fuerza, que es el único camino al
liderazgo en ese contexto.
La
Vanguardia nos informa del nuevo paso dado para el control de los opositores:
El Parlamento turco aprobó ayer una polémica
ley que concede a las autoridades un mayor control sobre los usuarios de redes
sociales y les permite censurar contenidos. La enmienda, impulsada por el
partido del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, el Partido Justicia y
Desarrollo (AKP), fue aprobada con el apoyo de su aliado parlamentario, el
ultranacionalista Partido Movimiento Nacionalista (MHP).
La normativa obliga a las empresas de redes
sociales a designar a un representante y a mantener sus servidores en Turquía.
Además, deberán almacenar datos de los usuarios en el país euroasiático y se
establece un plazo de 48 horas para eliminar contenido que las autoridades
consideren “ofensivo”. En el caso de no cumplir con sus nuevas obligaciones
podrían enfrentarse a multas de entre 1.500 y un millón de dólares.
Los principales partidos de la oposición, así
como varias oenegés de derechos humanos y asociaciones de periodistas, se
opusieron a la reforma al considerarla “anticonstitucional” y advirtieron de
que la medida puede llevar a un mayor control y censura de la ciudadanía.
“Esta enmienda aumentará significativamente
los poderes del Gobierno para censurar contenido en la red y procesar a los
usuarios de redes sociales”, señaló en un comunicado Andrew Gardner, portavoz
de Amnistía Internacional en Turquía. “Es una clara violación del derecho a la
libertad de expresión en la red y contraviene el derecho y las normas
internacionales de derechos humanos”, agregó. Durante el debate parlamentario,
miles de usuarios publicaron mensajes en Twitter bajo la etiqueta “parad la ley
de censura”.*
Es en
el segundo párrafo donde se concentran las peligrosas medidas de Erdogan. El
hecho de que los servidores de internet tengan que estar dentro de las
fronteras da un poder nuevo al gobierno turco al ser una forma de presión y
control. No tiene más que conseguir una orden y entrar en ellos o, más
sencillo, cortar el suministro.
Recordemos
que durante la primavera árabe, el gobierno egipcio de Hosni Mubarak no tuvo
más que dar la orden a las compañías telefónicas para que se produjera un
apagón mediático completo en el país. De esta forma nadie podía comunicarse con
nadie, lo que tuvo el efecto indeseado de que la gente, privada de conexión, se
concentrara en la plaza de Tahrir. Se volvió a la comunicación humana, al
contacto, ante el corte de las comunicaciones. Como parte de la lógica
histórica del autoritarismo, el gobierno de Abdel Fattah al-Sisi ha estado
haciendo lo mismo para el control de los medios sociales, equiparando las
páginas de facebooks o los blogs a los medios tradicionales, que están sujetos
a una estructura triple de control, confluyendo en el Ministerio de
Información, auténtico órgano de vigilancia y represión.
Erdogan
—como al-Sisi y otros— necesitan deshacerse de las redes sociales ya que es
allí donde anida la disidencia. Todos los dictadores, autócratas y dirigentes
poco democráticos tienen como objetivo la reducción de poder de las redes,
anonimato, instantaneidad y coordinación, empeñándose en los contrario,
identificación de los participantes y vigilancia y corte de las comunicaciones
cuando sea necesario.
Las
excusas para hacerlo ya son las habituales:
El Gobierno argumenta que la ley es necesaria
porque las compañías tecnológicas no han tomado medidas contra actividades como
el acoso sexual, los juegos de azar ilegales, fraudes y apoyo al terrorismo. El
AKP ya había advertido antes de que pretendía introducir medidas legales para
mantener bajo control a plataformas como Twitter, Facebook y YouTube y
obligarlos a eliminar contenido so pena de asumir fuertes multas.
A principios de mes, Erdogan se mostró
enojado por unos tuits que se burlaban de su yerno y su hija y advirtió que
estas “plataformas inmorales” estarían “completamente prohibidas o
controladas”.*
Es
sorprendente (quizá no tanto) el paralelismo con el presidente egipcio Abdel
Fatah al-Sisi. Ambos compiten en el mundo islámico para mostrarse como
guardianes de las buenas costumbres, de ser los musulmanes perfectos y los máximos defensores de los valores familiares y
sociales. Esto se traduce en una actitud ultraconservadora, tradicionalista,
restrictiva frente a cualquier innovación. El feminismo, por ejemplo, es visto
como una amenaza occidental contra los valores de la familia y que busca
destruir la jerarquía del varón, puntal del patriarcado.
Los
medios del régimen dan información constante de cómo sus autoridades luchan en defensa de la virtud
frente a una invasión destructora de occidente, que usa las redes sociales y las
aplicaciones de moda. De esta forma, las aplicaciones se van cerrando o estigmatizando su uso.
En
estos días, la noticia en Egipto ha sido la detención de varias influencers de la red Tiktok por ir
contra los "valores morales familiares", una acusación que reside
como todas las de este tipo en un ideal de perfección familiar que es difícil
de sostener en un país con las cifras de acoso sexual entre las mayores del
mundo, que sigue teniendo el matrimonio infantil como un problema y en el que
hace apenas unos días ha sido detenido un hombre por haber asesinado a su
esposa e hijas para poder volver a casarse.
Creo
que hay algo más que la defensa de los valores: el impedir cualquier forma de liderazgo social que pueda
escapárse de las manos. El recuerdo de cómo empezó la Primavera Árabe en
Egipto, con la base juvenil, la "revolución de los jóvenes", creo que
tiene mucho peso. El gobierno egipcio quiere —como Erdogan— controlarlo todo,
que el foco social solo esté en la figura presidencial. Por eso teme tanto la
aparición, especialmente entre los jóvenes de figuras que puedan desviar el
discurso oficial sobre el comportamiento. De ahí, igualmente, el miedo a que en
las redes sociales pueda haber formas de atracción hacia la disidencia, en
especial aquellas que alejen de la obediencia promoviendo nuevas formas de
vida.
En el
artículo de Egyptian Streets sobre la condena a 20 años de las dos jóvenes
influencers de Tiktok podemos leer:
Egypt’s Minister of Interior Mahmoud Tawfik
reportedly issued ‘strict instructions’ to the Ministry of Interior’s General
Department for the Protection of Moral Values and Information Technology to
monitor social media accounts for any content that ‘harms or offends public
morals, family sanctity, the traditions of society or otherwise promotes
debauchery’, leading to a wave of arrests of these TikTok users.
Earlier in July, activists in Egypt launched a
digital campaign demanding the release of all women arrested on debauchery
charges using the hashtags #بعد_اذن_الاسرة_المصرية (If Egyptian Families Permit…) on Twitter and
Facebook, as well on an anonymous petition, to offer solidarity and make a
change to the current charges and laws that facilitate them.
All affected by debauchery and immorality
charges, Menna Abdel Aziz, Sherifa Refaat and her daughter Nora Hisham (known
as Sherry Hanem and Zomorroda, respectively), Manar Samy, Renad Emad, Hadeer El
Hady and Passant Mohamed are all still awaiting trial. **
Al
igual que en Turquía, el argumento de la defensa de la moralidad y de la
familia es una forma de hacerse con el discurso de los críticos islamistas, salafistas,
etc. Se trata de evitar que estos usen las críticas morales para minar la
confianza en los gobiernos acusándolos de ser inmorales, importar las perversas
modas de occidente, debilitar la familia, etc. Esto hace que los gobiernos,
para evitar que sus ciudadanos escuchen este tipo de críticas, tratan de
convertirse en ejemplares, atacando a los que apuestan por una vida diferente.
Son varios los pájaros que matan de un solo tiro. Acallan las críticas de los
tradicionalistas, se presentan como paladines de la fe y eliminan a los
disidentes o simplemente a aquellos que no se someten a las normas ciegas de
obediencia, en especial los jóvenes.
La
construcción de estas repúblicas islámicas dogmáticas, cada vez más plegadas
sobre sí mismas, es un problema serio de futuro, pues todo ello alienta esa
guerra soterrada que sigue presente en el que considera que el islam debe
gobernar sobre el mundo, como nos decía el entrevistado ante la basílica de
Santa Sofía, convertida oficialmente ese día en mezquita, con la presencia de
Erdogan.
No es
difícil dar el salto de ser un tradicionalista a convertirse en yihadista, de
hecho, así suele ocurrir. Cada vez se perciben más peligros en el mundo y los
otros son enemigos de la verdad y de Dios. La perfección necesita ser mostrada
y demostrada. Lo malo es que suele confirmarse mediante actos de fuerza, que
son celebrados por los seguidores. Ven en ello las señales del favor
divino. Erdogan llegó a afirmar tranquilamente que Cristóbal Colón vio minaretes
de mezquitas cuando avistó tierras americanas. ¿Por qué no?
Erdogan ha creado tres frentes: el sometimiento de Turquía
a mayor represión, el conflicto por los recursos energéticos con Chipre, Grecia
y Europa, y el conflicto de Libia que puede crear un nuevo desastre, mayor que
el ya existente, en la zona al internacionalizar abiertamente el conflicto. Con
todo ello espera el aumento de su prestigio y liderazgo entre los grupos
islamistas repartidos por el Mediterráneo. El objetivo no es otro que la
resurrección del imperio otomano en una versión moderna. Te empiezas
construyendo un palacio de emperador y luego necesitas un imperio.
La
excusa de defender la moral tradicional une a estos dos rivales, Erdogan y
al-Sisi, en su carrera por la virtud reconocida, ejemplar a los ojos de unas
sociedades en las que se presume de perfección, aunque se
practique cada día la represión, especialmente sobre las mujeres, pues estas son
las que llevan al desastre si no se les ata en corto.
*
"Erdogan aprueba una ley que le permitirá censurar las redes
sociales" La Vanguardia 30/07/2020
https://www.lavanguardia.com/internacional/20200730/482581459828/turquia-erdogan-censura-redes-sociales.html
** "Two TikTok Influencers Sentenced to Two Years in Prison for Violating
Family Principles" Egyptian Streets 27/07/2020
https://egyptianstreets.com/2020/07/27/two-tiktok-influencers-sentenced-to-two-years-in-prison-for-violating-family-principles/
***
"¿Por qué Erdogan asegura ahora que América fue descubierta por
musulmanes?" ABC
19/11/2014
https://www.abc.es/internacional/20141119/abci-erdogan-musulmanes-descubrimiento-america-201411181613.html
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