Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
¿Qué
diferencia hay entre abrazarse para celebrar ganar una competición deportiva y abrazarse
para celebrar una cuarta mayoría absoluta? ¿Qué diferencia hay entre
contagiarse en una reunión de más de diez familiares o en una reunión de más de
diez colegas del partido? ¿Dónde es mejor contagiarse, en un bar, en el trabajo,
en el estadio deportivo o en casa? ¿Tiene más posibilidad de contraer el
coronavirus el "pichichi" de la Liga que el portero más goleado con el que nadie celebra?
Habrán
sospechado que las preguntas son absurdas, pero cotidianas, reales. Son
preguntas que surgen al hilo de lo que nos explican y de lo que vemos y no entendemos.
La
prensa ayer y hoy nos muestran la efusiones post electorales en el Partido Popular.
Celebrar un buen resultado con un mal ejemplo no parece muy de recibo, pero es
lo que han hecho y nos han repetido en cada telediario. Achuchones y más
achuchones cuya función es mostrar la unidad. Aquí nadie se choca los codos o
hace inclinaciones como el primer ministro holandés, temeroso de que el mediterráneo Sánchez le haga el abrazo
del oso comunitario.
Hemos
visto al ministro Illa repartiendo carpetas a todos los colegas, incluido el
presidente de gobierno. ¿Costaba tanto tener las carpetas repartidas y
convenientemente desinfectadas sin necesidad de que pasaran de mano por mano?
Probablemente no, pero hay que pensarlo. Y la mayor parte de lo que hacemos, no
lo pensamos; están automatizados los pequeños gestos. Y son los gestos pequeños
los de más riesgo.
La
mezcla constante de los niveles de la pandemia, de los biológicos a los
familiares, sigue siendo uno de los mayores absurdos en la comunicación. La
amistad, la familia, los clientes, etc. no son más que variables humanas.
"¡Pero, mírale!, con esa carita de ángel, ¿cómo me va a contagiar?"
Desgraciadamente, el coronavirus no tiene familia.
El
hecho de que el 40% de los contagios se estén produciendo en reuniones
familiares debería alertarnos y reaccionar ante una situación, por un lado, muy
compleja, pero por otro terriblemente clara.
El
descenso de la media de edad de ingresos en las UCI se interpreta precisamente
como un vuelco en la forma de producirse los contagios. Son las interacciones
sociales las que determinan las posibilidades de contagiarse. Así de claro. El
ambiente laboral está más controlado, hay un orden externo, sanciones incluso.
En el familiar, por el contrario, se tiende a la relajación y a tener una menor
presión externa. Es más sencillo organizar un entorno laboral seguro; es
bastante más complicado organizar un ambiente informal, como es el familiar o el
de las amistades. Son, por definición, ambientes poco normativos.
No
tiene nada de particular, entonces, que el segundo foco de contagios sean los
bares y lugares de ocio, donde precisamente lo que les caracteriza es la
ausencia de orden y las posibilidades de expansión. Da pena ver a los dueños o
encargados de las discotecas explicar que se va a mantener el orden y las
distancias en sus locales. El que va a una discoteca va precisamente a un
ambiente relajado, informal, de interacción intensa. Y luego regresan a sus
casas y al día siguiente a trabajar.
Queremos
que lo que se ha llamado la "nueva normalidad" (cada vez es más
complicado entender el término" o dejar de entenderlo utópicamente) se
parezca lo más posible a la "vieja normalidad". Vemos explicar una y
otra vez que la mascarilla da agobio y
calor, que es incómoda en la
playa, que solo la puedes retirar en el momento de la consumición (¡sí!).
Por lo
general, las epidemias han sido incómodas.
Contagiarse puede ser molesto y morirse bastante más molesto. Pero, sobre todo,
es molesto ser contagiado por la irresponsabilidad algunos.
La
diversión y la relajación es la contrapartida para el equilibrio de unos
entornos laborales cada vez más enrarecidos, presionados y angustiados por las
consecuencias para el futuro. Pero ¿es tan difícil entender que lo que hacemos
en los momentos de ocio— encuentros familiares, amigos, y un amplio y
apetecible etcétera— tiene la máxima repercusión en la economía y en el ámbito
laboral, que tanto nos preocupan? No creo que sea complicado entender que una
UCI abarrotada no distingue entre el que se ha contagiado en el trabajo o
celebrando una despedida de soltero, en un cumpleaños o en un funeral.
Los
nuevos confinamientos perimetrales, los cierres de edificios, barrios, pueblos,
comarcas, provincias o autonomías dependen del comportamiento individual y su
transmisión posterior a los grupos, que se van ampliando más y más. Un cafetito, una cervecita con los amigos, una charla a mascarilla bajada con un
familiar, vecino o desconocido, pueden ser el principio de un gran contagio. Y
así ocurre. Ahora el problema es que no hay "rastreadores", es decir,
que cuando te infectas, tardan mucho tiempo en detectar con quién has estado y
ha podido ser contagiado iniciando una nueva rama de contagios. Siempre hay algún
problema de carencia de algo, de poca financiación, antiguas crisis que
recortaron, etc. Pero todo eso es importante porque nuestra dejadez se traduce
en costes económicos y humanos, vidas y secuelas irrecuperables.
Quizá
nos hemos equivocado desde el punto de vista de la comunicación y en vez de
mostrar a los sanitarios aplaudiendo cada vez que un paciente vencía a la
enfermedad, se debería mostrar a los sanitarios llorando cada vez que alguno
fallece, mostrar los entierros o incineraciones. Pero había que restar
importancia y sembrar optimismo, "¡esta epidemia la vamos a vencer!",
¿pero quién? El estallido de algunos sanitarios viendo la conducta
irresponsable de muchos está justificado. Pero siempre habrá alguno que diga
"¡para eso le pagan!". Pues, sí, y muy mal, por cierto.
Leemos en el diario El País de hoy sobre los
casos en la Comunidad de Madrid:
El último foco, notificado este miércoles, se
produjo en cinco de las ocho personas que asistieron a una cena en un domicilio
particular de Madrid capital el pasado 4 de julio, lo que ha provocado el
seguimiento de 61 personas en Galicia, Castilla y León, País Vasco, Cataluña y
Andalucía, lugares a los que regresaron cinco de los contactos, tres de ellos
positivos.
De los 739 casos restantes no hay más
información oficial que proceden del “ámbito familiar principalmente” con la
que responde la Comunidad, que asegura que no notifican más “porque los brotes
son con más de tres casos fuera” del entorno domiciliario.*
Se está
gestando toda un género periodístico emocional que pondera lo mucho que
sufrimos cuando no nos abrazamos o achuchamos; otros van por la vía del trauma
infantil al no ser abrazados por sus yeyos
y viceversa. Como decían no hace mucho en la televisión, ahora se veía la tristeza
en sus ojos. Igualmente por la ausencia de visitas a los ancianos en las
residencias, etc. La variantes emocionales son múltiples.
Ya no
vemos tanto perro paseando desde que podemos salir sin ellos. El furor del amor
perruno hizo que los psicólogos veterinarios (o los veterinarios psicólogos,
que no lo tengo claro) advirtieran sobre los efectos posteriores cuando
regresaran a su "vieja normalidad", la del paseo a la esquina y
vuelta, que para muchos animales ha sido su rutina.
Cada
vez hay más personas con la mascarilla bajada y hablando por teléfono. Todo
tipo de variantes, desde el cigarrillo al deporte, de la alergia a la angustia,
con tal de no llevar puesta la mascarilla. Es preferible invertir tiempo en
estas ingeniosas formas de cubrir nuestra irresponsabilidad que en cumplir con
el objetivo. Han tenido —para vergüenza nacional— que explicar y fijar legalmente cómo hay
que llevarla puesta: ni en codos, ni garganta ni en la mano, sino cubriendo boca y
sobre el tabique nasal. Muchos, parece, no habían leído las instrucciones,
quizá por una letra demasiado pequeña.
Baleares
ha tenido que tomar medidas de cierre de locales de ocio que se habían tomado
como zona franca, por no decir salvaje. Las encuestas nacionales dan cada
vez más apoyo a la toma de medidas sancionadoras contra quienes no cumplen.
Mucha gente comienza a estar harta de los irresponsables, de tomar ellos
precauciones, cuando hay otros que alardean de incumplir la normas o te miran a
la cara con descaro. Esto se veía venir y lo advertimos. Pronto habrá
incidentes con las personas desesperadas por tener que cerrar al enfrentarse con
aquellos que son la causa de los cierres con su falta de compromiso y
responsabilidad.
Aquello
de "apelar a la ciudadanía", civilizadamente, va quedando atrás, ante
la actitud de muchos que no se sienten concernidos porque unos son "jóvenes
indestructibles", o porque el mundo les resulta indiferente, como venganza
existencial o porque son del "turismo de exceso" o del exceso
turístico. El daño —es importante entenderlo— afecta al conjunto y, por ello, a
los mismos irresponsables que pueden verse otra vez condenados a sacar a perros
y sobrinos recuperados y por los que sienten un amor renovado.
Los que
están ahora limitados a sus casas y a sus pueblos o barrios, maldita la gracia
que les hace. Las empresas, comercios, autónomos, etc. que se ven frenados en
seco necesitan de la responsabilidad de todos. Por ello, ¡menos abrazos
políticos, menos compartir carpetas sobre la mesa, menos celebrar los goles o el
premio del Euromillón, menos cumpleaños y despedidas, no sea que acaben
convertidos en funerales, que también, por cierto, son fuente frecuente de
contagios.
El caso
contado de la comida en Madrid y su posterior regreso a cuatro o cinco
comunidades autónomas con el virus dentro debería despertar el sentido común.
La contrición vale de poco. Y dudo, además, que la haya.
* Pablo
Linde e Isabel Valdés "El misterio de Madrid: por qué con tantos casos
tiene solo cuatro brotes" El País 16/07/2020
https://elpais.com/sociedad/2020-07-15/el-misterio-de-madrid-por-que-con-tantos-casos-tiene-solo-cuatro-brotes.html
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