Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
negocio de la mentira ha crecido demasiado. Bulos, rumores, "fakes",
desinformación, etc. son términos relativos a las mentiras que circulan. Los
tiempos que vivimos son de espacios virtuales y globales, pura información, en
los que las mentiras están en su elemento y son rentables en diferentes
términos de beneficios, de los políticos a los económicos. La mentira, además,
es una moneda fácilmente difundida y muy rentable, ya que es barata de producir
y sus efectos pueden ser devastadores en cualquier sector, desde los
especulativos de la bolsa a la erosión de un líder político.
Su campo
más eficaz es, lógicamente, allí donde la gente se reúne e intercambia
información, las redes sociales. La posibilidad del anonimato, de esconderse en
lo más profundo de la red oscura o al amparo de las fronteras de países que
amablemente te alojan y protegen hace el resto para garantizar los buenos
resultados.
Pero
las mentiras son solo una parte. Por las redes circulas demasiados mensajes
negativos, entre los que se encuentran los llamados "mensajes de
odio". Los momentos que vivimos son especialmente peligrosos para este
tipo de contenidos informativos cuya función es alimentar la discriminación y
la violencia hacia grupos, países, personas, etc.
La idea
de "mensajes de odio", en estos tiempos, puede no estar tan clara,
teniendo en cuenta que se alienta la xenofobia institucionalmente o se retuitea
desde la presidencia de los Estados Unidos un vídeo en el que se proclama la
"supremacía blanca". Sin embargo, más allá de jueces y jurados,
existe desde hace mucho tiempo un mecanismo más directo y rápido, el boicot.
Puede
que las empresas tras la redes manifiesten que ellos no son responsables de lo
que otros escriben, dicen o muestran, puede que haya alguna ley que les dé la
razón, pero todo eso se desvanece ante el peso del boicot que no se basa en las
leyes en sí sino en el poder del "ahí te quedas". Y eso es lo que le
está pasando a Facebook, puesto en el ojo de huracán con los ríos revueltos de
la división partidista norteamericana.
La
Vanguardia nos explica lo que le están haciendo cada vez más grandes empresas
entre sus anunciantes:
A pesar de los esfuerzos de Facebook por
capear el temporal y convencer de que está haciendo lo posible por eliminar el
discurso de odio, el boicot contra la compañía no deja de crecer.
Al menos un tercio de los anunciantes de la
red social está considerando unirse a esa iniciativa. Este golpe sin
precedentes lo ha desvelado una encuesta de la World Federation of Advertisers, cuyos miembros invierten cerca de
100.000 millones en anuncios.
Este sondeo indica que una tercera parte de
los 58 principales anunciantes en Facebook están dispuestos a suspender sus
campañas, mientras que otro 40% se lo está planteando.
El goteo de empresas no ha cesado desde la
pasada semana. Día a día nuevos nombres se añaden. Microsoft, Ford o Adidas son
de las últimas incorporaciones. Starbucks y Unilever gastan más de 30 millones
al año en anuncios en esta plataforma.
Todas estas empresas han mostrado su
solidaridad con el lema de “frenar el odio con fines de lucro”, surgido por las
protestas contra el racismo provocada por la muerte de George Floyd.*
Cuanto
más crezcan los discursos de odio, más débil será la postura de Facebook, que
es el camino que recorren, la distribuidora involuntaria o, si se prefiere, por
omisión de estos mensajes que surgen desde sus usuarios o desde máquinas que les imitan.
La
confirmación de que las redes sociales son ágora paralelo con nuestras dobles
(o triples, etc.) identidades es que se han trasladado a ellas muchos
conflictos, pero especialmente que muchos de esos conflictos se manifiestan con
esta intensidad gracias a los privilegios que concede la virtualidad,
especialmente dos, el anonimato y la multiplicación de la información mediante
la difusión múltiple. Es decir, un usuario anónimo puede alcanzar a decenas de
miles de personas en apenas unos instantes. Es demasiado bonito como para desaprovecharlo.
Lo que
antes se mantenía en la sombra, en pequeñas reuniones en una vida doble en las
comunidades, ahora se manifiesta en todo su potencial destructivo y corruptor
expandiéndose sin límites, a la luz de las pantallas.
Y
límites es lo que le piden a Facebook y a otras redes. Twitter salvó la cara al
plantarse ante los mensajes embusteros o de odio del presidente Trump en su
plataforma. La red favorita para lanzar al mundo lo que se le pasa por la
cabeza presidencial, de insultos a amenazas pasando por insinuaciones infames,
se curó en salud y ha sido aplaudida por la mayoría (mundial) y rechazada por
aquellos que piensan que "la libertad es esto". Es curioso cómo los
hijos de aquellos que impedían la entrada a los votantes negros a los colegios
electorales, los sentaban en la parte trasera del autobús, etc. se han vuelto
tan celosos de la "libertad", palabra que suena obscena en su boca.
Son los mismos que toman las armas para ir a decir que no quieren ponerse
mascarilla y salen después a insultar a quien la lleva.
Pero el
problema de Facebook es de diversos órdenes. Los es, indudablemente de
"voluntad". La compañía ha mantenido cierta ambigüedad y se le
recrimina. Pero hay otros dos problemas, el de la definición de
"odio" en sí, pero sobre todo el de su detección y eliminación ya sea
mediante "revisores" o de forma automática. Las máquinas todavía no
son muy buenas en eso de leer entrelíneas o de identificar metáforas
contextuales, aunque avanzan mucho en este terreno. No deja de ser una ironía
que los avances en inteligencia artificial en el campo de la comprensión
lingüística se hagan a golpe de insultos, insinuaciones y metáforas hirientes.
La
cadena del boicot va de los usuarios a las empresas y de estas a Facebook. No
sabemos si va a funcionar el boicot. En cierto sentido, el que Facebook logre
eliminar unos mensajes o cuentas no es lo más importante. El odio no cesa, solo
los mensajes visibles en las redes. Es importante, sí, pero este odio lleva
muchos siglos así, variando su protagonismo, pero sobreviviendo siempre, a la
luz o a la sombra.
Muchas
veces me vuelven los recuerdos de cuando a principio de los noventa éramos unos
idealistas que veíamos en las redes una utopía ilustrada, la de la expansión y
el compartir de la cultura, la de romper las barreras materiales y poder
difundir todo aquello valioso que podía ser compartido.
Quizá
sea el destino de los idealistas ser castigados viendo cómo siguen avanzado en
paralelo lo mejor y lo peor. La utopía se convierte en distopía. El odio, la
intransigencia, etc. son algo más que mensajes. Salen de nuestras mentes y
aprovechan los menores resquicios, cualquier posibilidad de expresión. Por eso hay que educar en el rechazo al odio, en vez de tener cada uno los suyos. El odio se ha convertido en un poderoso motor de muchas maquinarias sociales. El interés de algunos no es erradicarlo, sino redirigirlo.
Ningún
boicot arrancará el odio. Solo lo alejará de nuestra vista por algún tiempo.
Está alojado en los corazones y mentes, en la educación familiar, en los libros
de texto, en las películas o en los discursos presidenciales o de cualquier
otro. El odio es el mismo, solo varía su influencia.
*
Francesc Peirón "Facebook trata de capear el boicot pero cada vez se suman
más empresas" la vanguardia 1/07/2020 https://www.lavanguardia.com/economia/20200701/482040933701/facebook-boicot-empresas-publicidad.html
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