Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
COVID19 tiene sus misterios en el plano biológico y sus sorpresas en el social.
Como acontecimiento sistémico y global, la pandemia ha cambiado todos nuestros
hábitos directa o indirectamente. Al cambiar, se revelan nuestras carencias,
nuestras debilidades, al igual que la capacidad de resistencia. Otra cuestión
es la proporción entre defectos y virtudes, pero lo cierto es que debe ser
tomada como una ocasión de escudriñar en aquello que nos parece normal escondido tras lo cotidiano. Como
sabemos desde hace tiempo, el aislamiento ha mostrado cambios positivos en
personas y sectores que se han dado cuenta del tipo de vida que llevaban de
repente. Y no les ha gustado. El cambio de hábitos no siempre es malo.
La
Vanguardia nos habla de algunas cuestiones inesperadas encontradas en los
estudios al tratar de detectar cómo había afectado a los niños el parón.
Recordemos que una de las puntas de lanza para ganar de nuevo la calle fueron
los niños, en cuya defensa se iban rascando
horas y franjas horarias al confinamiento.
El
estudio comentado en el diario lleva por título ‘Seis semanas de confinamiento:
Efectos psicológicos en una muestra de niños de infantil y primaria’, y ha sido
presentado esta semana por las psicólogas especializadas en desarrollo
infantil, Marta Giménez-Dasí y Laura Quintanilla. Lo que inicialmente era el
seguimiento en dos escuelas de la Comunidad de Madrid sobre la cuestión del
acoso escolar decidió dar un giro aprovechando el parón y no desperdiciar las
observaciones recabando información en el confinamiento. Nos explican:
En pleno desarrollo del trabajo, llegó la
pandemia del coronavirus, los colegios cerraron sus puertas abruptamente el 11
de marzo y el proyecto se paralizó. Pero lo que parecía un contratiempo se
convirtió en una oportunidad para
analizar la respuesta emocional de los niños al confinamiento. Durante las
primeras semanas de la cuarentena, durante las que se instauraron las medidas
de prevención más rigurosas, incluida la prohibición expresa de salir de casa,
numerosos expertos alertaban de las consecuencias para la salud mental de los
niños del encierro.
Sin embargo, estas observaciones no
coincidían con la percepción de algunos padres sobre la reacción de sus hijos.
“Al cabo de unas semanas, comentando la situación con compañeros psicólogos y
otra gente del entorno, varios coincidíamos en apreciar que nuestros hijos estaban mucho mejor de lo
que esperábamos. Se mostraban felices de estar en casa, relajados. Así que
decidimos estudiarlo”, revela la psicóloga.*
Dos
cosas interesantes. El primero es la capacidad de adaptación del estudio para
acogerse a las nuevas circunstancias. No todo el mundo lo haría. En este caso,
además, ha servido para dejar en evidencia la voz de los expertos que, reclamados
una y otra vez por los medios, tienden a equivocarse en muchos casos, como
ocurre aquí. Afortunadamente, para eso están los trabajos experimentales o de
campo, para corregir la teoría o aclarar las expectativas.
Creo
que los resultados de este trabajo dicen muchas cosas en diversos niveles, más
allá de los puramente escolares, precisamente porque la escuela no es un sistema
aislado, sino profundamente conectado con muchos otros
aspectos de la vida social, familiar, laboral, etc.
¿Qué
detectó el estudio?
(...) el equipo de trabajo seleccionó las
variables más relevantes de la encuesta original y volvieron a preguntar a los
niños y a sus padres cómo se encontraban. Los resultados fueron reveladores. En
lo que respecta a los niveles de ansiedad, los niños y niñas de 6 años no
mostraron cambios significativos, pero en el tramo de edad entre los 8 y 10 años se aprecia una disminución “significativa” de los niveles de estrés.
Las investigadoras incluyeron en esta segunda
ola del estudio una pregunta abierta dirigida tanto a padres y madres como a
los niños para evaluar cualitativamente el estado psicológico de los pequeños.
Curiosamente, las respuestas de unos (los adultos) y otros (los niños) fueron
muy distintas. Por un lado, el 38% de los padres observaban en sus hijos
dificultades relacionadas con la regulación emocional (cambios de estados de
ánimo, apatía, más quejas) y el 20% apreciaban modificaciones en las pautas de
sueño o de alimentación. En general, el 64% de los padres de niños de Primaria
y el 55% de los padres de niños de Infantil percibían que sus hijos estaban
peor que antes de la cuarentena.
Por el contrario, la respuesta más frecuente de los niños fue que “estaban genial en
casa” (31%) o que “estaban genial en casa, pero a veces se aburrían” (25%).
Las emociones negativas fueron mencionadas con menos frecuencia: solo el 14%
decía echar de menos a sus amigos, el 9% echaba de menos ir al colegio y el 5%
admitía “estar nervioso”.*
¿Niños relajados y padres estresados? Una lectura con estos datos da la impresión que eran
los padres los que proyectaban su estrés sobre los niños. Su propia ansiedad
les hacía ver algo que los propios niños no confirmaban. Las diferencias de
percepción de la parada de la "vida corriente" (interesante expresión
que ya nos dice algo) entre niños y adultos tiene sentido. ¿Por qué iban a
percibir lo mismo?
Lo que
deja en evidencia el estudio es nuestra falsa percepción de la realidad
familiar. No es casual que los psicólogos y sociólogos expliquen cada
septiembre el aumento de la presentación de divorcios tras las vacaciones. "Los
divorcios son para el final del verano" (Crónica Global 19/08/2026),
"Septiembre, el mes de los divorcios: se piden un 30% más por culpa de las
vacaciones" (20 minutos 14/09/2007), "Los divorcios son para
septiembre (Finanzas), "Razones por las que los divorcios aumentan en
septiembre" (ABC 25/09/2016), "¿Por qué hay más divorcios tras las
vacaciones?" (Heraldo 12/07/2017)... son solo algunos de los titulares que
cada año nos llegan en la temporada. Otro tema recurrente es el del llamado
"síndrome de la vuelta al trabajo", que muchos psicólogos niegan,
pero que a algunos afectará. Ambos casos apuntan en una misma dirección, la
incomodidad de nuestras vidas en las que confluyen todos los conflictos, los
laborales, los familiares y los emocionales. Solo tenemos una vida, sobre la que
recae todo el peso, aunque nos parezcan escenarios distintos. Más allá del
tópico, nadie deja fuera los problemas y tensiones, salen por donde salen. Los
problemas de los adultos no son los problemas de los niños, pero son problemas porque las tensiones las
crean hasta los problemas imaginarios.
Lo que
el estudio muestra son esencialmente dos cosas, que la familia padece por el
régimen de vida supeditado a la vida laboral y que el niño también padece
ansiedad creada por la escuela, las presiones de las familias, el abuso de
actividades, etc.
Las
autoras del estudio acaban señalando:
Estas apreciaciones pueden resultar
sorprendentes si se tienen en consideración las prospecciones realizadas por
muchos expertos al inicio de la cuarentena. Pero lo cierto es que coinciden con
la percepción de otros psicólogos que han seguido haciendo terapias antes,
durante y después del confinamiento. “En la clínica hemos observado que a
algunas familias les ha sentado bien esta experiencia”, revela Amalia Gordóvil,
psicóloga familiar en el centro GRAT de Barcelona. “Algunos padres me comentan
que el hecho de haber parado este ritmo frenético de vida le ha ayudado a
conocer mejor la personalidad de sus hijos”, añade.
¿Tiene
que haber un desastre de este calibre para que las familias se conozcan, para
que haya un clima más relajado que evite el estado de estrés permanente en el
que vivimos? Quizá sí. No es lo deseable, pero es como el terremoto que deja al
descubierto valiosas ruinas. No deseamos los terremotos, pero si podemos obtener
algún beneficio, mejor que mejor.
¿Ha
sentado bien el parón del coronavirus? Parece que hay cierto temor a decirlo,
sobre todo por el gran sufrimiento acumulado por víctimas mortales, enfermos y
sus familias, por el desastre económico. Los niños no han tenido mucho reparo
en decir que la situación ha mejorado para ellos, por algo son niños. Para los
adultos, en cambio, ha sido un motivo más de preocupación; a las preocupaciones
laborales se les añade la preocupación por la falta de práctica en la
convivencia con sus propias familias, reducida al fin de semana y las
vacaciones, en muchos casos.
Por eso
no nos debe extrañar el comentario de Gordóvil sobre que "a algunas
familias les ha sentado bien esta experiencia". Hemos escuchado en estos
días muchas quejas de familias que decían estar estresadas por las condiciones
laborales, el confinamiento y, además, tener a los niños en casa. Los niños, en
cambio, parece que mayoritariamente han considerado esta experiencia como
positiva.
Tengo
una amiga con dos hijas menores de diez años. Cuando hablamos le pregunto qué
tal llevan el confinamiento y todas las veces me ha contestado "¡sorprendentemente
tranquilas!" Me imagino que no será así en todos los casos, pero muchos se
han adaptado al parón mucho mejor que sus padres.
Con los
resultados del estudio en las manos, señalando sus limitaciones por el tamaño
de los datos manejados, el artículo de La Vanguardia se cierra con un aviso:
Para Giménez-Dasí, esta medida supone una
llamada de atención al sistema educativo, que se percibe como uno de los
factores que contribuye a la ansiedad de los niños. “Si lo niños tuvieran una
motivación genuina al aprendizaje en la escuela esta medida no hubiese bajado
tanto”, argumenta. A los niños más mayores entre los evaluados (entre 8 y 10
años) les ha costado mucho centrarse en
las tareas escolares que les han mandado hacer en casa. Los niños más
pequeños tampoco querían volver al colegio, ni tan solo para ver a sus amigos.
Simplemente, se desconectaron del colegio.
“Esto es un problema que el sistema educativo
en España arrastra desde hace mucho tiempo. Durante la cuarentena se ha
demostrado su fragilidad”, aduce Giménez-Dasí. “Los niños de hoy en día no son
conformistas. Son críticos y reivindicativos, y cada vez llevan peor lo que hacen en el cole porque no les motiva”,
concluye.
Y este
sistema educativo va de la guardería a los doctorados, lo recorre como una
enfermedad de arriba abajo. Tenemos un enorme desafío por delante. Las
expectativas de un curso normal (para antes o después) se ven cada vez más
inciertas. El número de rebrotes crece y el verano no ha hecho más que empezar.
Un miembro contagiado es una familia confinada, cuarentena para todos. Un aula
con un contagio es cuarentena para todos, como está ocurriendo con empresas,
bloques enteros y barrios.
Para la
educación es un reto. Pero lo es también para las familias. Que los niños no
echen demasiado de menos las escuelas no es buen síntoma, efectivamente. Podemos preguntarnos por qué o no hacerlo y
seguir pensando que son cosas de niños, que ya se les pasará.
Hemos construido una sociedad del placer y no de la felicidad, con lo que compensamos nuestras frustraciones sociales a golpe de ocio, entretenimiento y gasto. La escuela, desgraciadamente, se ha convertido en mucho ocasiones en la rampa de entrada a ese mundo. Que los niños no sientan prisa en el regreso, que estén menos estresados de los previsto debería ser un aviso que no debemos perder de vista. No creo que lo hagamos.
No se trabaja sobre las vocaciones (¿cuánto tiempo hace que no escuchamos esta palabra?) ¿Para qué hacerlo cuando las probabilidades de trabajar en lo que nos gusta y satisface han quedado reducidas a mínimos? Deberíamos idealizar menos la escuela y ser más críticos para mejorarla, preguntarnos qué es realmente educar. Pero no se hace. Nos importa la formación de futuros trabajadores y ya no lo escondemos. Nos importa su rendimiento y que sean sustituibles, y el sistema lo planifica y produce. No es de extrañar que el grado de descontento, irritabilidad, desapego, etc. sea creciente. Es lo que caracteriza a nuestras sociedades cada vez más centradas en el beneficio. Por eso hay tanta tanta frustración en las aulas, del acoso al fracaso escolar. Evidentemente habrá que regresar a las aulas, pero se puede hacer de muchas maneras. Esperemos que también las familias en su conjunto haya aprendido algo de esta convivencia inesperada.
El valor del estudio está más allá de su muestra. Creo que poner sobre la mesa este tipo de problemas es valioso por sí mismo. Si ha salido de un trabajo de campo o de la observación crítica en el día a día de la escuela o cualquier otro nivel educativo, lo importante es no ignorarlo. La Pedagogía es un campo en el que es esencial el debate porque es donde se crea el molde de lo que seremos. Sobra tecnocracia y falta sensibilidad humanística.
La
pandemia, como dijimos al principio, deja al descubierto muchas cosas. Unas nos
gustan menos que otras, pero si las ignoramos, en la próxima oleada se
multiplicarán los problemas.
* Juan
Manuel García "¿Has notado a tus hijos menos estresados durante el
confinamiento? Un estudio explica el porqué" La Vanguardia 04/07/2020
https://www.lavanguardia.com/vivo/psicologia/20200704/482061482884/confinamiento-redujo-ansiedad-infantil.html
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