Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Los
errores de comunicación son difíciles de corregir porque las personas tienden a
quedarse con la versión más favorable, aquella que más les interesa para sus
fines. Uno de los mayores errores comunicativos desde su inicio en gran parte del
mundo fue su vínculo con la edad. Como en toda pandemia, el riesgo de excederse
en la alarma solo se puede comparar con el riesgo de infravalorarla. Desde el
inicio, una gran cantidad de mensajes institucionales y desde los medios ha
sido la fórmula comunicativa "sí, pero...".
Las
variantes del "sí, pero..." ha sido muchas. "Sí, es grave, pero
pasa en China", "Sí, es grave, pero afecta a las personas mayores con
patologías previas". Ha habido muchas otras variantes en lo que tenía un
claro objetivo, buscar un equilibrio entre el miedo y la esperanza o, si se
prefiere, entre la salud y la economía. Solo algunos gobiernos han apostado
abiertamente por la economía, aunque muchos otros lo han hecho sin decirlo
confiando en la pronta aparición de una vacuna, caso que no está a la vista, o
el especialmente ingenuo intento de confiar en la conciencia responsable de la
gente, como estamos viendo ahora.
Con
todo, el efecto más dañino está siendo el que se sentó al principio respecto a
los riesgos de edad. Al definir que eran los mayores de 65 años los que tenían
más riesgo de fallecimiento y que esto se producía por patologías previas, se
estaba convirtiendo al coronavirus en una hermanita de la caridad, algo que, si
lo pillabas, no te afectaba a menos que estuvieras en esos grupos de riesgo.
Tremendo error que se está pagando ahora con creces. El pensamiento de la
pandemia se ha reducido en una sociedad más bien egoísta en cómo me puede
afectar a mí y no se ha conseguido hacer entender que el éxito del virus no es
la muerte sino el contagio, la extensión. Que su mayor éxito y no su derrotita
es el asintomático, en donde el virus está en ti sin causarte daño,
convirtiéndote en agente transmisor. El coronavirus no es una
"enfermedad" (categoría cultural) forma parte del juego continuo de
la naturaleza, de todo ser vivo, por expandirse al máximo y para eso necesita
de ti como agente transmisor.
Los que
se ven asintomático o no se saben contagiados son el mayor éxito porque
difunden el virus en su entorno y, cuanto más amplio sea este, su éxito
reproductivo es mayor. Por eso el error comunicativo se centra en los grupos
con mayor resistencia y mayor movilidad y eso está claro dónde se encuentra
Con el
titular "El Govern ve “insostenible” la subida de los contagios entre
jóvenes en Lleida", La Vanguardia explica:
La Generalitat reconoció ayer que el contagio
en el Segrià se ha desbocado entre la población de entre 15 y 29 años. El
delegado del Govern en Lleida, Ramon Farré, ve “insostenible” el contagio que
se está produciendo entre los jóvenes de Lleida y comarca y, “sin ánimo de
criminalizar a nadie” hizo un llamamiento a la responsabilidad individual. “Las
condiciones de base de su salud en general son buenas, pero el aumento del
número de casos entre este segmento de edad es insostenible”, manifestó, aunque
sin concretar el porcentaje que representan en el total de casos.
El mismo dato fue valorado por la gerente de
la Regió Sanitària de Lleida, Divina Farreny, quien pidió a los jóvenes que
reduzcan la movilidad y la actividad social, “que amplíen la distancia física al
máximo”, que usen las mascarillas y se laven las manos con frecuencia. El
doctor Pere Godoy, responsable del área epidemiológica, manifestó que “el 70%
de los nuevos positivos son menores de 65 años, una buena noticia en cuanto a
la complicación clínica, pero también hay que estar alerta porque muchos son
asintomáticos y, por tanto, difíciles de detectar”.
El mensaje que las autoridades sanitarias han
dirigido específicamente a los jóvenes ha suscitado la polémica y son varios
los colectivos juveniles que han denunciado su “criminalización” social. El
paer en cap, Miquel Pueyo, negó cualquier intento de estigmatizar a los jóvenes
por parte de las autoridades “sino de apelar a la responsabilidad social de un
grupo ante unos datos preocupantes que no afectan solo a la salud de ellos,
sino de todos”.*
Me
viene a la memoria algo que escribí aquí mismo cuando se decretó el cierre de
la universidad. Daba cuenta de las conversaciones escuchadas en el transporte
público, en esa vida en directo que es el Metro. Contaba entonces cómo un grupo
de jóvenes señalaba que no sabía cómo iba
a estar si ver a los colegas y que por las tardes iría a reunirse con
ellos. Lo decía como el que se salta el castigo de no salir de casa. Una pobre
chica entrevistada ante la estación de la Ciudad Universitaria decía que esto
eran las vacaciones que no había tenido en navidades por tener que preparar
exámenes. Sus declaraciones se convirtieron en virales. En otra conversación
escuchada, otra joven decía que iba a aprovechar el parón para pillarse un apartamento en una ciudad de otra comunidad
y que luego se iría a las Fallas valencianas con su padre, como todos los años.
¿Había
alguna forma de hacer ver que el hecho de cerrar la universidad y otros centros
educativos no eran unas vacaciones, que no era el momento de salir a hacer lo
que no puedes hacer en periodo lectivo? Probablemente, sí. Pero es difícil
hacerlo si los mensajes que se envían en paralelo los convierte en
indestructibles ante sus propios ojos.
Por el
mismo motivo que muchas personas mayores decían dejar de ver las noticias que
les convertían en las próximas víctimas, dando por hecho que morirían porque
eran el grupo de máximo riesgo, el mensaje que se lanzaba a los más jóvenes era
el contrario. El lógico énfasis informativo puesto en el drama de la
residencias desplazaba el foco del extremo contrario. Los jóvenes parece que no
morían o no enfermaban. Las declaraciones de la edad de los fallecidos actuaban
como tranquilizante de aquellos que se convencía, día a día, que esto del
coronavirus no iba con ellos.
El mensaje
en La Vanguardia del doctor Pere Godoy incurre en el mismo problema de lectura.
Lo que dice es correcto, pero la cuestión no es esa, sino cómo es interpretado.
La frase citada —“el 70% de los nuevos positivos son menores de 65 años, una
buena noticia en cuanto a la complicación clínica, pero también hay que estar
alerta porque muchos son asintomáticos y, por tanto, difíciles de detectar”— es
absolutamente equívoca porque vuelve a poner el énfasis en que los jóvenes
tienen menos complicaciones, que solo tienen que estar un par de semanas en
casa si lo pillan. Ser "asintomático" se percibe además como un gran
beneficio ya que no te impide seguir disfrutando de esas maravillosas "vacaciones"
con los amigos ahora que nos podemos mover.
Lo
ocurrido en la localidad de Tuscaloosa, en Estados Unidos, es el ejemplo más
claro del funcionamiento mental en estos casos. La celebración de las
"Corona Party", en la que se invita a un contagiado y se crea un
"bote" que se llevará el primero que se contagie demuestra algo más
que estupidez. Más allá del hecho, hay que ir al estado mental que percibe de
esta manera al mundo.
Las
autoridades citadas ponen mucho énfasis en "no estigmatizar" a los
jóvenes. No es estigma, sino la propia
forma de pensar desde la edad. No vamos a descubrir aquí el fenómeno de la adolescencia
y su prolongación más de lo debido como seña de identidad grupal.
El
problema es —como señalamos en su momento— que no se trata de criminalizar (así
se ha hecho con los "inmigrantes", los "madrileños", ahora "los
de Lleida", los "españoles" en otros países, etc.). Se trata de
tomar las medidas comunicativas y de otro orden que sean efectivas.
El
diario El País, en su recuento diario de los rebrotes, titulaba ayer "El
mapa de los brotes de coronavirus: el 40% tiene su origen en encuentros
familiares"**.
A los epidemiólogos, apasionados con el conocimiento, les
interesa mucho cuál es el "primer caso", es decir, de donde vienen, para poder comprobar su extensión y dirigirse a las ramificaciones. Pero a efectos prácticos, cada contagio es el principio de su propia red de
contagios. Una vez que lo has cogido, lo importante es que no lo transmitas
más. Y eso, con los asintomáticos, es muy difícil.
Seguir
sosteniendo la idea de que es buena noticia que los jóvenes sean portadores del
coronavirus porque eso produce un menor acceso a los hospitales vía de ingreso
puede ser verdad, pero es una verdad
equívoca y sobre todo contraproducente.
Entre
el lenguaje elusivo de los políticos y el lenguaje de los técnicos, estamos
provocando cierta confusión. Las fusiones que hacen los medios de ambos
lenguajes tampoco suele ser la más adecuada. Lo ocurrido con el gráfico de
Antena3 distinguiendo entre "personas" e "inmigrantes" es
una metedura de pata que marcará a la cadena por años, por más que se hayan
disculpado sinceramente por la monstruosidad.
No se
trata de criminalizar a los jóvenes. Se trata de encontrar el lenguaje que
entiendan de forma clara. Y ese lenguaje debe ser muy preciso, encontrar los
resortes directos a la forma de pensar y de actuar para tratar de convencerlos
que el daño que pueden causar sin tomar medidas es grandes, que esas medidas
hay que mantenerlas más allá de la mirada de los demás, que deben vencer la
resistencia al espíritu de grupo, etc.
Los
medios, aburridos ya de no poder informar de lo que ha dejado de celebrarse —de
las procesiones y fallas pasando por los sanfermines— se han embarcado en una lírica
de las emociones, del abrazo perdido, del achuchón, del reencuentro familiar,
etc. mostrándonos imágenes de lo que no se debe hacer: emotivos reencuentros de
nietos con abuelos y de abuelos con nietos, de familiares que hacía veinte años
que no se veían pero ahora les ha entrado el sentimiento...
Cualquiera
que salga a la calle se dará cuenta de la dimensión del problema. No es
criminalización, sino una constatación que se puede hacer en cualquier centro
comercial o banco de parque. El problema va a ser cuando llegue septiembre y
octubre, fechas de vuelta a las aulas durante el tiempo que sea posible.
Preocupados por el esencial verano para mantener la economía, no lo percibimos
como potencial foco de intensos contagios que serán multiplicados porque las medidas
que se tomen solo afectarán a la parte controlada, mientras que dejará fuera
las formas de socialización o interacción. Se ha puesto tanto el énfasis en el
número de personas que se pueden reunir que es lo único que se mira, pensando
que menos de ese número es "seguro", tremendo error comunicativo que
se traduce en conductas que favorecen la extensión de los contagios.
Hay
demasiada preocupación política en la forma en que se "gestiona" la
pandemia, pero ninguna que permita aumento del número de es buena. Las habrá
más o menos populares, pero no cumplir las únicas medidas básicas —distancia
social, mascarilla, higiene— implica una elevación del riesgo y de los casos
realmente peligroso.
Lo que
ocurre en los Estados Unidos o Brasil o los lamentos por los experimentos
llevados a la práctica por epidemiólogos y políticos narcisistas que acaba
reconociendo en mayor o menor grado que se equivocaron, el principio tardío del
buen camino si son capaces de rectificar.
El mapa
de los brotes no se reduce por más que las autoridades redefinan "brotes",
"rebrotes", "focos", ahora "clúster" en un
intento de escapar de la realidad de la necesidad de reactivar el país. Pero la
reactivación sin conciencia social clara, sin responsabilidad personal firma,
sin medidas de choque para los irredentos individualistas, etc. es poco menos
que suicida. Si encima le echamos el condimento alimentario de la rivalidad
política, el plato se nos acaba de complicar.
No hace
falta "estigmatizar". Pero si hace falta ir banco por banco de
parque, chiringuito por chiringuito y fiesta por fiesta explicando a cada uno
los efectos de la irresponsabilidad, habrá que hacerlo. Entre otras cosas se
evitará lo que ya pasa y pasará más, la reconvención pública entre los que
exigen que se cumplan las normas y los que olímpicamente pasan de ellas.
Es
irritante ver tantas imágenes de cómo se vigilan que en las playas se mantengan
las distancias de seguridad intentando tranquilizar a los turistas que no
vienen y a los que están, y ver sin embargo cómo se incumplen esas distancias
en los parques, centros comerciales y demás lugares en los que se busca la
relajación para mantener el nivel de consumo.
El
aumento de brotes en núcleos familiares implica que alguien regresa —del
trabajo, del transporte o de la fiesta— y hace el bonito regalo del virus a
aquellos con los que comparte el mismo techo. En algunos trabajos hay control,
en otros no; el transporte es negocio y se relaja —dramáticas las imágenes del
parón de diez minutos en un vagón de metro lleno en Madrid—; la reunión social,
la celebración de fiestas, cumpleaños, etc. es el único que queda en nuestras
manos ante la incapacidad del control. Todo depende de ti, de cómo te lo tomes
y de lo que hagas.
Parece
que solo las imágenes de UCI llenas de jóvenes, algo no deseable, o los
contagios con efectos fatales que hayan podido causar en sus familias podrán
romper la inercia de la invulnerabilidad.
Los
errores de planteamiento, como hemos dicho, se pagan. Nadie estaba preparado
para esto, pero los errores de comunicación han sido constantes porque muy
pocos han querido asumir el coste de decir las cosas con claridad y
contundencia y muchos menos poner coto a la irresponsabilidad de algunos. La
irresponsabilidad es, además, contagiosa.
Los
ambientes laborales son controlables porque existe legislación y se pueden
exigir medidas. Están los sindicatos, que pueden ejercer la vigilancia sobre el
cumplimiento de las empresas y los compromisos de los trabajadores. Además, a
nadie le interesa perder el trabajo, que se cierre su empresa o enfermar. Por
el contrario, el ámbito familiar o privado carece de legislación al respecto
más allá de normas básicas y medidas de fuerza sobre la movilidad. Todo esto
está destinado a los humanos, no al coronavirus, al que le da igual si te
contagia tu padre, tu hijo, tu jefe o tu compañero de paddle.
La cifras de contagiados jóvenes y el aumento en el ámbito familiar no está separados. Tu contagiado tiene cara y eso en el ámbito familiar deja de ser anónimo. Muchos tendrán que vivir con el hecho de que se contagiaron en un grupo de amigos y lo llevaron a un grupo de familiares.
Desgraciadamente, no es ningún consuelo leer que esto está pasando en Estados Unidos, Argentina, Alemania, Reino Unido, entre otros, que no es "un problema de Lleida". Allí el problema es que se les acaban las UCI mientras los jóvenes de la zona siguen combatiendo el aburrimiento veraniego.
Mi visita semanal de los viernes al supermercado me permite ver que en la cola de las cajas sigue habiendo muchos jóvenes cargados de bebidas, pizzas y todo tipo de aperitivos y cenas. Son indicadores. No hay problema, reactivan el consumo. Habrá que dar las gracias.
Es el
momento de empezar a cambiar de nuevo el discurso, su lenguaje, tono y objetivo,
y apoyarse en medidas y datos que sean eficaces en hacer entender los riesgos propios y las consecuencias para los demás de su entorno.
*
"El Govern ve “insostenible” la subida de los contagios entre jóvenes en
Lleida" La Vanguardia 10/07/2020
https://www.lavanguardia.com/vida/20200710/482213535785/govern-insostenible-subida-contagios-entre-jovenes-lleida.html
**
"El mapa de los brotes de coronavirus: el 40% tiene su origen en
encuentros familiares" El País 10/07/2020
https://elpais.com/sociedad/2020-07-10/el-mapa-de-los-brotes-de-coronavirus-el-40-tiene-su-origen-en-encuentros-familiares.html
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