viernes, 31 de julio de 2020

Ciencia contra mitos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En nuestra polifonía social, la voz de la Ciencia debería servir de algo, pero nuestras sociedades están en plena curva ascendente (se nos contagian las metáforas) y muy difícil de aplanar de la "creencia" y el "mito", en el sentido que el semiólogo francés Roland Barthes le dio en su obra bajo el título "Mitologías", una serie de relatos o narrativas que sustentan nuestro universo cultural, un tejido (texto) de líneas entrelazadas que dan consistencia humana a nuestra realidad. Esos hilos del tejido social pueden ser de diversa naturaleza, lanzándonos a diversas prácticas, creencias, modos de vida. Los mitos de la sociedad medieval no son los de la industrial o los de la postindustrial. Nuestros mitos son creencias autoalimentadas por nosotros mismos en nuestra construcción constante de la cultura, nuestro entorno.
La Ciencia es una voz múltiple, no dogmática, que ofrece la mejor explicación disponible sobre lo que experimentamos, sobre lo que nos rodea o sobre nosotros mismos. En los tiempos del coronavirus, en cambio, la voz de la Ciencia se ve acallada por los mitos fabricados para mantener ciertas creencias vivas en un movimiento de ajuste en esta competitiva carrera interpretativa de los fenómenos.
Es característico de la Ciencia la explicación prudente, con revisión y límite. En estos días ha habido múltiples artículos de científicos sobre los males de las respuestas rápidas, de los estudios sin las confirmaciones suficientes, de la prisa por publicar o llamar la atención. Todo esto repercute en varios aspectos. En primer lugar en la validez de los resultados, pero también en un nivel más profundo generando desconfianza, en la épica batalla por el control del conocimiento que lleva siglos librándose. La Ciencia se enfrenta al Dogma y a la creencia infundada. Muchos han provechado que los tempos y las respuestas de la Ciencia son diferentes para socavar su credibilidad, debilitar la confianza en ella.


Son tiempos de manipulación y de impulso de las mentiras, de las medias verdades, de las insinuaciones. Son tiempos en los que se aprovecha la necesidad de agarrarse a lo estable para enganchar a los carros de la duda a aquellos que tienen miedo o que, por el contrario, quieren ver confirmadas sus ideas, por extravagantes que puedan ser.
Como ocurrió con los que consideraban en SIDA como un castigo de Dios, algunos se presentan con aires firmes en los tiempos del COVID-19 creando teorías conspiratorias que justifiquen sus creencias o decisiones. Es lo que llamábamos las "guerras del coronavirus" frente a las guerra "contra el coronavirus" hace unos días en estos mismos escritos.
Hoy se avanza un poco más en esa lucha doble por encontrar la realidad del coronavirus, por un lado, y por tratar de cerrar los "mitos" que se han ido desarrollando sobre su aparición, su "creación", etc.
Con el titular "El virus de la Covid-19 lleva entre 40 y 70 años en los murciélagos", el diario La Vanguardia, publicado por la Agencia Sinc (Servicio de Información y Noticias Científicas), la agencia de noticias científicas de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, presenta un artículo firmado por Mónica G. Salomone, en el que podemos leer:

El origen del coronavirus SARS-CoV-2 sigue siendo uno de los secretos mejor guardados de la biología. Desvelarlo es importante para prevenir futuras oleadas de Covid-19 y también para acallar teorías conspiranoicas.
Se supo muy pronto al inicio de la pandemia que el nuevo coronavirus comparte más del 96% de su genoma con un coronavirus que infecta murciélagos. Ahora, un trabajo de un equipo internacional ha intentado reconstruir el árbol genealógico del SARS-CoV-2.
Los resultados del estudio se han publicado en el último número de la revista Nature Microbiology y determinan que el linaje de ambos coronavirus se separó hace entre 40 y 70 años. Esto significa que el SARS-CoV-2 lleva bastantes décadas circulando indetectado entre los murciélagos.
Eso “se ve claramente en nuestros análisis”, escriben en su artículo los autores, que además lanzan una advertencia: en ese tiempo se pueden haber diferenciado más linajes con los rasgos adecuados para infectar a los humanos.
Además, son virus con una alta capacidad de intercambiar material genético entre sí, lo que implica, según los autores, que “será difícil identificar virus con el potencial de causar brotes importantes en humanos antes de que estos emerjan”. Es necesario, por tanto, disponer de un “sistema de vigilancia de enfermedades humanas en tiempo real que rápidamente pueda identificar y clasificar patógenos”.
El nuevo análisis no apoya la hipótesis —aunque tampoco la descarta— de que el pangolín fuera un paso intermedio en el salto de murciélagos y humanos. Tampoco las serpientes. “La evidencia actual es consistente con que la evolución del virus en murciélagos haya dado lugar a [variantes] capaces de replicarse en el tracto respiratorio superior tanto del humano como del pangolín”, escriben los autores.* / **



Claro y directo. En estas líneas se nos habla del origen, se descartan las mentiras  "conspiranoicas", se advierte sobre futuros peligros y se reclaman medidas. Es un compendio integrado del valor descubridor, explicativo y socialmente preventivo de lo que debes ser la Ciencia.
La pregunta que surge es ahora es ¿servirá de algo? Nuestro gran problema, más allá del coronavirus, es ser capaces de asimilar las informaciones que la comunidad científica pone en nuestras manos y saber darles sentido práctico en la realidad. Nos explican, nos aconsejan sobre las medidas para frenar, pero luego somos nosotros, los que recibimos la información los que debemos tomar posiciones activas.
En Estados Unidos llevan años detectando el avance de las creencias infundadas frente al conocimiento científico, ante los avances de la Ciencia. El país más poderoso se dirige hacia el pasado de forma rápida por el crecimiento del mito frente a la luz orientadora de la Ciencia en nuestras actuaciones. Les ha bastado tener una infraestructura, aprender a manipular a través de las nuevas plazas públicas tecnológicas, una cadena televisiva que sirve de intermediara y amplifica los mitos o los fabrica directamente, para situar en la Casa Blanca a un ignorante y manipulador, a un presidente como Donald Trump, capaz de expulsar a los científicos que le contradicen mientras se fotografía con una Biblia en la mano frente a una iglesia que no pisa.


Los medios tienen una enorme responsabilidad en el avance de los mitos devoradores. Muchos repiten falsedades a sabiendas de que lo son pero que a la gente le gusta escucharlas. El daño es inmenso.
La reconstrucción del ADN de los murciélagos y su datación entre 40 y 70 años no evitará que sigan creyendo en los Estados Unidos que ha sido el Dr. Fauci quien lo creó —como veíamos hace unos días— o que salió de un laboratorio chino creado artificialmente, o que ha sido una maniobra de los demócratas para evitar la reelección de Trump. Los mitos son difíciles de erradicar por más que se intente.
Los políticos tienden a discutir en sus guerras del coronavirus. No se les escucha prácticamente decir nada sobre las informaciones que salen del ámbito científico. Actúan como filtros y los medios se centran en ellos en un porcentaje de tiempo mucho mayor. Tiene más seguidores discutir sobre el turismo que discutir sobre aspectos científicos y cómo destinar recursos humanos y económicos para lo que pueda llegar. Nos avisan, pero seguimos en nuestras guerras camufladas, en nuestras sordera crónicas y en nuestra falta de orientación de por dónde llegarán los nuevos problemas.


Con esta crisis, nos lamentamos de no haber aprendido de la anterior. Esperemos que esto no ocurra una y otra vez. Estar preparados es esencial para minimizar los efectos de lo que nos llega. Sin embargo, nos dejamos arrastrar por el griterío zafio que solo busca mantener vivo el espectáculo. Lo ocurrido estos días con las discusiones sobre si "existía" o no un comité científico o no es buen ejemplo de cómo hacer mal las cosas y enfocarlas peor.
Felicitamos expresamente a la autora del artículo, que ha sabido dar las dimensiones reales del avance científico y explicarlo con claridad, algo que no es frecuente. Es necesario filtrar las noticias con nuevos criterios de relevancia, algo que se ha perdido por el efecto perverso de las redes, en donde se diluye en flujos de intereses que las distorsionan. Lo más importante no es lo más leído, sino lo que todos deberían leer. Desgraciadamente, vivimos en un mundo del revés.



* Mónica G. Salomone "El virus de la Covid-19 lleva entre 40 y 70 años en los murciélagos" El País 30/07/2020 https://www.lavanguardia.com/natural/fauna-flora/20200730/482582721327/el-virus-de-la-covid-19-lleva-entre-40-y-70-anos-en-los-murcielagos.html
* * Mónica G. Salomé "El virus de la Covid-19 lleva entre 40 y 70 años en los murciélagos" Sinc  30/07/2020 https://www.agenciasinc.es/Autor/Monica-G.-Salomone

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