Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En
nuestra polifonía social, la voz de la Ciencia debería servir de algo, pero
nuestras sociedades están en plena curva ascendente (se nos contagian las
metáforas) y muy difícil de aplanar de la "creencia" y el
"mito", en el sentido que el semiólogo francés Roland Barthes le dio
en su obra bajo el título "Mitologías", una serie de relatos o
narrativas que sustentan nuestro universo cultural, un tejido (texto) de líneas
entrelazadas que dan consistencia humana a nuestra realidad. Esos hilos del
tejido social pueden ser de diversa naturaleza, lanzándonos a diversas
prácticas, creencias, modos de vida. Los mitos de la sociedad medieval no son
los de la industrial o los de la postindustrial. Nuestros mitos son creencias
autoalimentadas por nosotros mismos en nuestra construcción constante de la
cultura, nuestro entorno.
La
Ciencia es una voz múltiple, no dogmática, que ofrece la mejor explicación
disponible sobre lo que experimentamos, sobre lo que nos rodea o sobre nosotros
mismos. En los tiempos del coronavirus, en cambio, la voz de la Ciencia se ve
acallada por los mitos fabricados para mantener ciertas creencias vivas en un
movimiento de ajuste en esta competitiva carrera interpretativa de los
fenómenos.
Es
característico de la Ciencia la explicación prudente, con revisión y límite. En
estos días ha habido múltiples artículos de científicos sobre los males de las
respuestas rápidas, de los estudios sin las confirmaciones suficientes, de la
prisa por publicar o llamar la atención. Todo esto repercute en varios
aspectos. En primer lugar en la validez de los resultados, pero también en un
nivel más profundo generando desconfianza, en la épica batalla por el control
del conocimiento que lleva siglos librándose. La Ciencia se enfrenta al Dogma y
a la creencia infundada. Muchos han provechado que los tempos y las respuestas de la Ciencia son diferentes para socavar
su credibilidad, debilitar la confianza en ella.
Son
tiempos de manipulación y de impulso de las mentiras, de las medias verdades,
de las insinuaciones. Son tiempos en los que se aprovecha la necesidad de
agarrarse a lo estable para enganchar a los carros de la duda a aquellos que
tienen miedo o que, por el contrario, quieren ver confirmadas sus ideas, por
extravagantes que puedan ser.
Como
ocurrió con los que consideraban en SIDA como un castigo de Dios, algunos se presentan con aires firmes en los tiempos
del COVID-19 creando teorías conspiratorias que justifiquen sus creencias o
decisiones. Es lo que llamábamos las "guerras del coronavirus" frente
a las guerra "contra el coronavirus" hace unos días en estos mismos
escritos.
Hoy se
avanza un poco más en esa lucha doble por encontrar la realidad del
coronavirus, por un lado, y por tratar de cerrar los "mitos" que se
han ido desarrollando sobre su aparición, su "creación", etc.
Con el
titular "El virus de la Covid-19 lleva entre 40 y 70 años en los
murciélagos", el diario La Vanguardia, publicado por la Agencia Sinc (Servicio de Información y Noticias Científicas), la agencia de noticias científicas de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología,
presenta un artículo firmado por Mónica G. Salomone, en el que podemos leer:
El origen del coronavirus SARS-CoV-2 sigue
siendo uno de los secretos mejor guardados de la biología. Desvelarlo es
importante para prevenir futuras oleadas de Covid-19 y también para acallar
teorías conspiranoicas.
Se supo muy pronto al inicio de la pandemia
que el nuevo coronavirus comparte más del 96% de su genoma con un coronavirus
que infecta murciélagos. Ahora, un trabajo de un equipo internacional ha
intentado reconstruir el árbol genealógico del SARS-CoV-2.
Los resultados del estudio se han publicado
en el último número de la revista Nature
Microbiology y determinan que el linaje de ambos coronavirus se separó hace
entre 40 y 70 años. Esto significa que el SARS-CoV-2 lleva bastantes décadas
circulando indetectado entre los murciélagos.
Eso “se ve claramente en nuestros análisis”,
escriben en su artículo los autores, que además lanzan una advertencia: en ese
tiempo se pueden haber diferenciado más linajes con los rasgos adecuados para
infectar a los humanos.
Además, son virus con una alta capacidad de
intercambiar material genético entre sí, lo que implica, según los autores, que
“será difícil identificar virus con el potencial de causar brotes importantes
en humanos antes de que estos emerjan”. Es necesario, por tanto, disponer de un
“sistema de vigilancia de enfermedades humanas en tiempo real que rápidamente
pueda identificar y clasificar patógenos”.
El nuevo análisis no apoya la hipótesis
—aunque tampoco la descarta— de que el pangolín fuera un paso intermedio en el
salto de murciélagos y humanos. Tampoco las serpientes. “La evidencia actual es
consistente con que la evolución del virus en murciélagos haya dado lugar a
[variantes] capaces de replicarse en el tracto respiratorio superior tanto del
humano como del pangolín”, escriben los autores.* / **
Claro y
directo. En estas líneas se nos habla del origen, se descartan las mentiras "conspiranoicas", se advierte sobre
futuros peligros y se reclaman medidas. Es un compendio integrado del valor descubridor,
explicativo y socialmente preventivo de lo que debes ser la Ciencia.
La
pregunta que surge es ahora es ¿servirá de algo? Nuestro gran problema, más allá del
coronavirus, es ser capaces de asimilar las informaciones que la comunidad
científica pone en nuestras manos y saber darles sentido práctico en la
realidad. Nos explican, nos aconsejan sobre las medidas para frenar, pero luego
somos nosotros, los que recibimos la información los que debemos tomar
posiciones activas.
En Estados
Unidos llevan años detectando el avance de las creencias infundadas frente al
conocimiento científico, ante los avances de la Ciencia. El país más poderoso
se dirige hacia el pasado de forma rápida por el crecimiento del mito frente a
la luz orientadora de la Ciencia en nuestras actuaciones. Les ha bastado tener
una infraestructura, aprender a manipular a través de las nuevas plazas
públicas tecnológicas, una cadena televisiva que sirve de intermediara y
amplifica los mitos o los fabrica directamente, para situar en la Casa Blanca a
un ignorante y manipulador, a un presidente como Donald Trump, capaz de
expulsar a los científicos que le contradicen mientras se fotografía con una
Biblia en la mano frente a una iglesia que no pisa.
Los
medios tienen una enorme responsabilidad en el avance de los mitos devoradores.
Muchos repiten falsedades a sabiendas de que lo son pero que a la gente le
gusta escucharlas. El daño es inmenso.
La
reconstrucción del ADN de los murciélagos y su datación entre 40 y 70 años no evitará
que sigan creyendo en los Estados Unidos que ha sido el Dr. Fauci quien lo creó
—como veíamos hace unos días— o que salió de un laboratorio chino creado
artificialmente, o que ha sido una maniobra de los demócratas para evitar la
reelección de Trump. Los mitos son difíciles de erradicar por más que se
intente.
Los
políticos tienden a discutir en sus guerras del coronavirus. No se les escucha
prácticamente decir nada sobre las informaciones que salen del ámbito
científico. Actúan como filtros y los medios se centran en ellos en un porcentaje
de tiempo mucho mayor. Tiene más seguidores discutir sobre el turismo que
discutir sobre aspectos científicos y cómo destinar recursos humanos y económicos
para lo que pueda llegar. Nos avisan, pero seguimos en nuestras guerras
camufladas, en nuestras sordera crónicas y en nuestra falta de orientación de
por dónde llegarán los nuevos problemas.
Con
esta crisis, nos lamentamos de no haber aprendido de la anterior. Esperemos que
esto no ocurra una y otra vez. Estar preparados es esencial para minimizar los
efectos de lo que nos llega. Sin embargo, nos dejamos arrastrar por el griterío
zafio que solo busca mantener vivo el espectáculo. Lo ocurrido estos días con las discusiones sobre si "existía" o no un comité científico o no es buen ejemplo de cómo hacer mal las cosas y enfocarlas peor.
Felicitamos expresamente a la autora del artículo, que ha sabido dar las dimensiones reales
del avance científico y explicarlo con claridad, algo que no es frecuente. Es
necesario filtrar las noticias con nuevos criterios de relevancia, algo que se
ha perdido por el efecto perverso de las redes, en donde se diluye en flujos de intereses que las distorsionan. Lo más importante no
es lo más leído, sino lo que todos deberían leer. Desgraciadamente, vivimos en
un mundo del revés.
*
Mónica G. Salomone "El virus de la Covid-19 lleva entre 40 y 70 años en
los murciélagos" El País 30/07/2020
https://www.lavanguardia.com/natural/fauna-flora/20200730/482582721327/el-virus-de-la-covid-19-lleva-entre-40-y-70-anos-en-los-murcielagos.html
* * Mónica G. Salomé "El virus de la Covid-19 lleva entre 40 y 70 años en los murciélagos" Sinc 30/07/2020 https://www.agenciasinc.es/Autor/Monica-G.-Salomone
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