Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Uno de los aspectos básicos en la lucha contra una pandemia
es la forma de transmisión. No basta con conocer las características propias
del coronavirus, en este caso. Es más importante, en el corto plazo, saber cómo
circula, cómo se transmite. Desde el punto de vista de la salud y del control
es la parte práctica.
Mientras unos luchan por comprender el funcionamiento
interno, el que nos lleve a la consecución de una vacuna, otros tienen la tarea
de detectar esas formas en las que se desplaza y que son las que deben conocer
de forma esencial las poblaciones para tomar medidas que frenen la expansión.
Hay normas generales, nunca se parte de cero. Lo que se ha
hecho en otras ocasiones suele ser el punto de partida. Pero desde ahí, es
necesaria investigación sobre la forma de expansión. ¿Qué forma o formas de
desplazamiento tiene el virus? Suele ser un tema controvertido. Recordemos la
cuestión del SIDA. La creencia en la única transmisión sexual no solo sirvió
para estigmatizar a la comunidad homosexual, sino que hizo que muchos contrajeran
la enfermedad por creerse a salvo. Hubo que demostrar la demás vías,
especialmente la de las transfusiones de sangre, para que se pudieran controlar
los casos. Detectar esta vía de transmisión cambió los protocolos de la
donación y del uso de las transfusiones.
Con el COVID-19 son muchas las informaciones y las polémicas
sobre la transmisión y el contagio. Los protocolos de distancia, mascarilla e
higiene, por molestos que sean son de sentido común y funcionan de forma
general previniendo diversas formas de contagio. Si el virus permanece en las
superficies, la limpieza puede prevenir; si lo hace por el aire o en gotas
exhaladas, la mascarilla, la distancia y la higiene constante funcionan, evitar
tocarse zonas de la cara, etc.
A veces nos desgastamos en bizantinas discusiones sin sentido
sobre si 2 metros, 1,5 o 1 metro. Son discusiones que se asemejan a regateos
para conseguir meter más gente en una terraza, una discoteca o un aula. Cuanta
más distancia, mejor. Es obvio. Lo mismo ocurre con las personas, si 5, 10 o 20.
Si deben ser de la misma familia, del pueblo o, supongo que se llegará a ello,
si los apellidos deben empezar con la misma letra. Las preguntas hacen dudar de
la capacidad de abstracción de algunos o de su malicia buscando respuestas. El
tener que publicar oficialmente que la mascarilla debe cubrir la boca y tapar
la nariz, no llevarse en la garganta, la mano, el codo o el bolsillo, etc. es
causa de bochorno.
Ha habido una importante lucha en la comunidad de los
estudiosos de la transmisión sobre la cuestión del aire, es decir, de la transmisión
aérea. En el diario El País leemos la entrevista con Lidia Morawska, una
especialista en el aire, de la Universidad de Queensland que ha conseguido
convencer a la OMS que amplíe las posibilidades de transmisión:
“La ciencia es fácil, pero
aconsejar al público es mucho más complicado”, asegura la científica Lidia
Morawska, una de las más activas en su campo en el esfuerzo de conseguir
mejorar esos consejos para la población. Morawska (1952, Polonia) se refiere a
la Organización Mundial de la Salud (OMS), que la semana pasada terminó por
darle la razón a regañadientes en una polémica científica que lleva abierta
desde marzo y que todavía no se ha cerrado. Para ella, una de las mayores
expertas mundiales en cómo afecta a la salud la calidad del aire, ya estaba
claro en las primeras semanas de pandemia que el nuevo coronavirus se
contagiaba por vía aérea. De momento, la OMS solo ha dado su brazo a torcer
parcialmente, al admitir que ese modo de infección “no se puede descartar” en
algunas circunstancias. “Estamos rompiendo un dogma”, sintetiza Morawska.*
Y la Ciencia puede permitirse casi todo menos ser dogmática.
Las posibilidades de algo son importantes, ya sean mayores o menores. Pero
deben ser tenidas en cuenta según las circunstancias. Recuerdo un trabajo
publicado durante los inicios de la pandemia que advertía, por ejemplo, que la
distancia de seguridad debía ser mayor en las personas que salían a correr. Los
argumentos se basaban en todo tipo de cálculos, teniendo en cuenta desde la
velocidad individual, las velocidades combinadas de los que se cruzan, el
acercamiento o distanciamiento, la humedad del aire, el viento reinante, con su
fuerza y dirección, etc. Las simulaciones sobre cómo se expande la saliva con
la respiración y al hablar son efectivas porque nos hacen entrar a través de
los ojos lo que mucha veces no entendemos.
En esta pandemia no se lucha solo contra el coronavirus,
sino contra nuestra capacidad de entenderlo. Los efectos de no hacerlo o de no
querer hacerlo los estamos viendo en países como Estados Unidos o Brasil, donde
la lucha se ha convertido en guerra abierta, una guerra político-religiosa que
esconde intereses económicos y barbarie acumulada, retrógrada e indecente en
estos tiempos. El "Dios lo quiere" del islamista y el "Jesús es
mi vacuna" del integrista cristiano norteamericano son iguales, un
anacronismo, cuyos fallos se ven cada día a través de los muertos a los que es
indecente llamar "mártires".
Por ello, la frase con la que comienza el artículo — “La
ciencia es fácil, pero aconsejar al público es mucho más complicado”— me parece
una gran verdad. Y un gran problema general. Hay muchos tipos de obcecación, pero al final es siempre lo mismo: contagios, muertes.
Puede parecer escolástico que los científicos discutan sobre
las cuestiones del aire, pero es importante para las medidas que haya que
tomar. Leemos:
Al abrir la puerta a los
aerosoles, la OMS admite tres vías de contagio que justifican lavado de manos,
mascarillas, distancia social y, también, ventilación eficiente de interiores.
Los fomites, o partículas con virus que podemos tocar y llevarnos con las manos
a la zona T de la cara (la que forman ojos, boca y nariz). Las gotas que
expulsamos al hablar o toser, que entran en contacto con esa zona de contagio,
y que caerían antes de superar los dos metros. Y los aerosoles, partículas
microscópicas con menos virus y por tanto menos contagiosas, pero que pueden
permanecer minutos en suspensión y viajar mucho más allá de los dos metros.
Pero la diferencia entre las gotas y los aerosoles es difusa, ya que las
gotitas que expulsamos tosiendo y cantando son una gama continua de partículas
de innumerables tamaños y propiedades. “Los tres modos de transmisión coexisten
al mismo tiempo. La pregunta es cuál de ellos es el dominante en un entorno
particular”, explica Morawska, apuntando a ejemplos muy conocidos, como el
restaurante de Guangzhou (China), en el que no hubo interacciones cercanas
entre las personas sentadas en las diferentes mesas, “suficientemente separadas
entre sí”. “Por lo tanto, la transmisión por contacto cercano en ese entorno no
era factible, pero sí en el aire”, zanja.*
Si hemos tenido que cambiar la definición de
"planeta", se entiende que no esté clara la distinción entre
"gota" y "aerosol", pero esto es siempre así. Hay que poner
nombre a las cosas para establecer puntos de distinción y avanzar en la
claridad que nos lleve a entender y, sobre todo, a tomar medidas eficaces.
En este sentido, haber aceptado la transmisión y permanencia
en el aire, afecta a un elemento anterior, la distancia (que debería ser
mayor), mantiene la mascarilla y la higiene, pero añade otro elemento
importante que también la experiencia avala, la mayor ventilación para acelerar
la renovación del aire y con ello la dispersión. Lo lugares cerrados, poco
ventilados y llenos son especialmente peligrosos para todos. Puertas y ventanas
abiertas ayudan a mantenerlos dispersos. Y esto añade un peligro más para
cuando lleguen los fríos y discusiones nuevas sobre la ventilación. Por eso es
importante que se tenga en cuenta, que se comprenda el sentido y eficacia de
las medidas. Lo mismo ocurre con las
mascarillas o la higiene.
Las Comunidades Autónomas están imponiendo su uso de forma
obligatoria ante el aumento continuo de los rebrotes y a que las alegrías de
unos se transformen en los lamentos y desgracias de todos.
De nuevo se percibe un cambio en la estrategia informativa,
poniendo el énfasis en la reducción de la edad de los contagiados y del origen
familiar y festivo de la mayor parte de los contagios. El miedo es una
estrategia cuando la razón falla. Este miedo se centra en dos fuentes, el miedo
al contagio y el miedo a las sanciones y multas, que están empezando a
cobrarse. Si el cerebro no funciona, tendrá que hacerlo el bolsillo, que suele
ser un órgano sensible.
Cuanto más sepamos sobre la transmisión, más tiempo ganamos
para el conocimiento de cómo frenarlo internamente, cómo evitar que destruya a
sus huéspedes forzosos. Como confesaba ante las cámaras un experto con muchos
años de ver y estudiar epidemias, nunca había visto un virus con tal poder, con
tal adaptabilidad a situaciones diferentes, con tal variedad de estragos. Con este
coronavirus la Naturaleza se ha esmerado, lo que nos obliga a esforzarnos
nosotros con el arma que nos ha sido dada, la inteligencia, pero también la
prudencia y el sentido común. Todo los años mueren cientos de miles de personas
por no llevar el cinturón de seguridad puesto, por adelantar donde no deben,
exceder los límites de velocidad, hacerse selfies
en lugares peligrosos, lanzarse a aventuras de las que no regresan, etc. Quizá
la inteligencia y la estupidez necesiten de hacer la media. Por ello, mejor
hagamos caso a la gente inteligente que sabe y demos de lado a tanto irresponsable,
aunque sea por mera supervivencia.
Aire circulante, mucha ventilación. Son consejos sencillos que si se mantienen pueden ayudarnos a todos. De no ser así, arriesgamos algo más que la vida propia. Lo hacemos con la de los demás, con nuestro futuro. Es sencillo, anímate.
* Javier Salas “El mayor riesgo se da en espacios cerrados y
abarrotados, salvo si la ventilación es eficiente” El País 19/07/2020
https://elpais.com/ciencia/2020-07-18/el-mayor-riesgo-se-da-en-espacios-cerrados-y-abarrotados-salvo-si-la-ventilacion-es-eficiente.html
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