domingo, 19 de julio de 2020

Vigila el aire

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Uno de los aspectos básicos en la lucha contra una pandemia es la forma de transmisión. No basta con conocer las características propias del coronavirus, en este caso. Es más importante, en el corto plazo, saber cómo circula, cómo se transmite. Desde el punto de vista de la salud y del control es la parte práctica.
Mientras unos luchan por comprender el funcionamiento interno, el que nos lleve a la consecución de una vacuna, otros tienen la tarea de detectar esas formas en las que se desplaza y que son las que deben conocer de forma esencial las poblaciones para tomar medidas que frenen la expansión.
Hay normas generales, nunca se parte de cero. Lo que se ha hecho en otras ocasiones suele ser el punto de partida. Pero desde ahí, es necesaria investigación sobre la forma de expansión. ¿Qué forma o formas de desplazamiento tiene el virus? Suele ser un tema controvertido. Recordemos la cuestión del SIDA. La creencia en la única transmisión sexual no solo sirvió para estigmatizar a la comunidad homosexual, sino que hizo que muchos contrajeran la enfermedad por creerse a salvo. Hubo que demostrar la demás vías, especialmente la de las transfusiones de sangre, para que se pudieran controlar los casos. Detectar esta vía de transmisión cambió los protocolos de la donación y del uso de las transfusiones.
Con el COVID-19 son muchas las informaciones y las polémicas sobre la transmisión y el contagio. Los protocolos de distancia, mascarilla e higiene, por molestos que sean son de sentido común y funcionan de forma general previniendo diversas formas de contagio. Si el virus permanece en las superficies, la limpieza puede prevenir; si lo hace por el aire o en gotas exhaladas, la mascarilla, la distancia y la higiene constante funcionan, evitar tocarse zonas de la cara, etc.


A veces nos desgastamos en bizantinas discusiones sin sentido sobre si 2 metros, 1,5 o 1 metro. Son discusiones que se asemejan a regateos para conseguir meter más gente en una terraza, una discoteca o un aula. Cuanta más distancia, mejor. Es obvio. Lo mismo ocurre con las personas, si 5, 10 o 20. Si deben ser de la misma familia, del pueblo o, supongo que se llegará a ello, si los apellidos deben empezar con la misma letra. Las preguntas hacen dudar de la capacidad de abstracción de algunos o de su malicia buscando respuestas. El tener que publicar oficialmente que la mascarilla debe cubrir la boca y tapar la nariz, no llevarse en la garganta, la mano, el codo o el bolsillo, etc. es causa de bochorno.
Ha habido una importante lucha en la comunidad de los estudiosos de la transmisión sobre la cuestión del aire, es decir, de la transmisión aérea. En el diario El País leemos la entrevista con Lidia Morawska, una especialista en el aire, de la Universidad de Queensland que ha conseguido convencer a la OMS que amplíe las posibilidades de transmisión:

“La ciencia es fácil, pero aconsejar al público es mucho más complicado”, asegura la científica Lidia Morawska, una de las más activas en su campo en el esfuerzo de conseguir mejorar esos consejos para la población. Morawska (1952, Polonia) se refiere a la Organización Mundial de la Salud (OMS), que la semana pasada terminó por darle la razón a regañadientes en una polémica científica que lleva abierta desde marzo y que todavía no se ha cerrado. Para ella, una de las mayores expertas mundiales en cómo afecta a la salud la calidad del aire, ya estaba claro en las primeras semanas de pandemia que el nuevo coronavirus se contagiaba por vía aérea. De momento, la OMS solo ha dado su brazo a torcer parcialmente, al admitir que ese modo de infección “no se puede descartar” en algunas circunstancias. “Estamos rompiendo un dogma”, sintetiza Morawska.*


Y la Ciencia puede permitirse casi todo menos ser dogmática. Las posibilidades de algo son importantes, ya sean mayores o menores. Pero deben ser tenidas en cuenta según las circunstancias. Recuerdo un trabajo publicado durante los inicios de la pandemia que advertía, por ejemplo, que la distancia de seguridad debía ser mayor en las personas que salían a correr. Los argumentos se basaban en todo tipo de cálculos, teniendo en cuenta desde la velocidad individual, las velocidades combinadas de los que se cruzan, el acercamiento o distanciamiento, la humedad del aire, el viento reinante, con su fuerza y dirección, etc. Las simulaciones sobre cómo se expande la saliva con la respiración y al hablar son efectivas porque nos hacen entrar a través de los ojos lo que mucha veces no entendemos.


En esta pandemia no se lucha solo contra el coronavirus, sino contra nuestra capacidad de entenderlo. Los efectos de no hacerlo o de no querer hacerlo los estamos viendo en países como Estados Unidos o Brasil, donde la lucha se ha convertido en guerra abierta, una guerra político-religiosa que esconde intereses económicos y barbarie acumulada, retrógrada e indecente en estos tiempos. El "Dios lo quiere" del islamista y el "Jesús es mi vacuna" del integrista cristiano norteamericano son iguales, un anacronismo, cuyos fallos se ven cada día a través de los muertos a los que es indecente llamar "mártires".


Por ello, la frase con la que comienza el artículo — “La ciencia es fácil, pero aconsejar al público es mucho más complicado”— me parece una gran verdad. Y un gran problema general. Hay muchos tipos de obcecación, pero al final es siempre lo mismo: contagios, muertes.
Puede parecer escolástico que los científicos discutan sobre las cuestiones del aire, pero es importante para las medidas que haya que tomar. Leemos:

Al abrir la puerta a los aerosoles, la OMS admite tres vías de contagio que justifican lavado de manos, mascarillas, distancia social y, también, ventilación eficiente de interiores. Los fomites, o partículas con virus que podemos tocar y llevarnos con las manos a la zona T de la cara (la que forman ojos, boca y nariz). Las gotas que expulsamos al hablar o toser, que entran en contacto con esa zona de contagio, y que caerían antes de superar los dos metros. Y los aerosoles, partículas microscópicas con menos virus y por tanto menos contagiosas, pero que pueden permanecer minutos en suspensión y viajar mucho más allá de los dos metros. Pero la diferencia entre las gotas y los aerosoles es difusa, ya que las gotitas que expulsamos tosiendo y cantando son una gama continua de partículas de innumerables tamaños y propiedades. “Los tres modos de transmisión coexisten al mismo tiempo. La pregunta es cuál de ellos es el dominante en un entorno particular”, explica Morawska, apuntando a ejemplos muy conocidos, como el restaurante de Guangzhou (China), en el que no hubo interacciones cercanas entre las personas sentadas en las diferentes mesas, “suficientemente separadas entre sí”. “Por lo tanto, la transmisión por contacto cercano en ese entorno no era factible, pero sí en el aire”, zanja.*



Si hemos tenido que cambiar la definición de "planeta", se entiende que no esté clara la distinción entre "gota" y "aerosol", pero esto es siempre así. Hay que poner nombre a las cosas para establecer puntos de distinción y avanzar en la claridad que nos lleve a entender y, sobre todo, a tomar medidas eficaces.
En este sentido, haber aceptado la transmisión y permanencia en el aire, afecta a un elemento anterior, la distancia (que debería ser mayor), mantiene la mascarilla y la higiene, pero añade otro elemento importante que también la experiencia avala, la mayor ventilación para acelerar la renovación del aire y con ello la dispersión. Lo lugares cerrados, poco ventilados y llenos son especialmente peligrosos para todos. Puertas y ventanas abiertas ayudan a mantenerlos dispersos. Y esto añade un peligro más para cuando lleguen los fríos y discusiones nuevas sobre la ventilación. Por eso es importante que se tenga en cuenta, que se comprenda el sentido y eficacia de las medidas.  Lo mismo ocurre con las mascarillas o la higiene.


Las Comunidades Autónomas están imponiendo su uso de forma obligatoria ante el aumento continuo de los rebrotes y a que las alegrías de unos se transformen en los lamentos y desgracias de todos.
De nuevo se percibe un cambio en la estrategia informativa, poniendo el énfasis en la reducción de la edad de los contagiados y del origen familiar y festivo de la mayor parte de los contagios. El miedo es una estrategia cuando la razón falla. Este miedo se centra en dos fuentes, el miedo al contagio y el miedo a las sanciones y multas, que están empezando a cobrarse. Si el cerebro no funciona, tendrá que hacerlo el bolsillo, que suele ser un órgano sensible.
Cuanto más sepamos sobre la transmisión, más tiempo ganamos para el conocimiento de cómo frenarlo internamente, cómo evitar que destruya a sus huéspedes forzosos. Como confesaba ante las cámaras un experto con muchos años de ver y estudiar epidemias, nunca había visto un virus con tal poder, con tal adaptabilidad a situaciones diferentes, con tal variedad de estragos. Con este coronavirus la Naturaleza se ha esmerado, lo que nos obliga a esforzarnos nosotros con el arma que nos ha sido dada, la inteligencia, pero también la prudencia y el sentido común. Todo los años mueren cientos de miles de personas por no llevar el cinturón de seguridad puesto, por adelantar donde no deben, exceder los límites de velocidad, hacerse selfies en lugares peligrosos, lanzarse a aventuras de las que no regresan, etc. Quizá la inteligencia y la estupidez necesiten de hacer la media. Por ello, mejor hagamos caso a la gente inteligente que sabe y demos de lado a tanto irresponsable, aunque sea por mera supervivencia.
Aire circulante, mucha ventilación. Son consejos sencillos que si se mantienen pueden ayudarnos a todos. De no ser así, arriesgamos algo más que la vida propia. Lo hacemos con la de los demás, con nuestro futuro. Es sencillo, anímate.


* Javier Salas “El mayor riesgo se da en espacios cerrados y abarrotados, salvo si la ventilación es eficiente” El País 19/07/2020 https://elpais.com/ciencia/2020-07-18/el-mayor-riesgo-se-da-en-espacios-cerrados-y-abarrotados-salvo-si-la-ventilacion-es-eficiente.html

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