Quizá el que acuñó el concepto de "nueva
normalidad" confió en exceso en el poder de la palabra; quizá los medios
lo han usado demasiado a ver si, como las mentiras, se convierten en verdades
de tanto repetirlas. Quizá... El hecho cierto es que ese concepto vago, bonito
y barato no está fallando, a la vista de los resultados, y se ha convertido en
"mi nueva normalidad", en un concepto tuneado según las necesidades y
circunstancias de cada uno.
¡Quién le iba decir a España —"esta España tuya, esta
España nuestra", que decía la canción— que iba a ser capaz de adaptarse
laboralmente a la pandemia mientras que iba a fracasar con el ocio! ¡Quién le
iba a decir que cumpliría en el trabajo, pero se desmadraría en el ocio! ¡Quién!
Se puede reformar una empresa, pero no una discoteca, porque
en el concepto de discoteca está incluida la proximidad, el roce y lo que se
tercie, el sudor, los saltos y lo demás. Uno no va a una terracita a mirar el
mar, sino a reírse, a charlar con los amigos. Y el botellón —esa fiesta de
pobres expulsados por no consumir que adoptaron los ricos precisamente por ser
más social e interactiva, menos inhibida— es lo contrario de la distancia social; es la
proximidad etílica. "¡No me llames después de las 12, que estoy
pedo!" recuerdo haber escuchado decir con toda normalidad a un estudiante con el
que me crucé. El otro lo aceptó con normalidad, sin extrañeza. El alcohol como desinhibidor. No, son demasiadas cosas que
vencer. Sin trabajo, sin clases y ahora ¡sin botellón, sin fiestas! ¡No, hombre, no!
Nuestro ocio es nuestro,
bullanguero, socializante, desinhibido, etílico, ruidoso. Junto al sol playero,
nuestro ocio es nocturno, de dormir por el día, que hace calor, y vivir por la
noche. De colegas. El lunes ya preguntas qué vas a hacer el finde.
Los ingenuos que nos decían que el virus desaparecería con
la llegada del calor ignoraban la parte humana del asunto. "Verano"
no es solo una estación anual, es una forma de vida, un anhelo de lo que tienes
tiempo de hacer en las otras tres estaciones. "Verano" es desmadre
frente a la seriedad del año, es lo que hay después de los exámenes. El verano
es "carnavalesco", es decir, la subversión del orden, el mundo al
revés, la "máscara" y no la "mascarilla". La máscara es
aquello que nos permite hacer lo que no haríamos a cara descubierta, el exceso,
el desmadre, la desobediencia, pasarse las normas por el forro.
Toda España suspiraba porque llegáramos bien al verano... Y
llegamos. Pero ¿sabíamos a dónde llegábamos? Estos son los titulares de ahora
mismito en La Vanguardia. Nos enseñan mucho del proceso seguido:
a) están los titulares de consecuencias: "Los rebrotes
y su gestión frenan en seco la remontada turística en España",
"Fiestas en recintos cerrados y de noche, origen de varios brotes";
b) están los de recomendación positiva, los que intentan educar: "Las
playas son seguras si se respeta la distancia de seguridad en la arena", “Para
evitar contagios, no se pregunte dónde está el virus y pregúntese dónde está
usted”; y) finalmente los de lamentación "Josep Maria Argimon: “Si se
hubiera explicado cómo crecía el virus, el ciudadano habría respondido
más”".
Hechos, recomendaciones que se incumplen y lamentaciones.
Tres estados simultáneos. Pero lo importante es que hemos fracaso en explicar
(teoría comunicativa) o hemos fracasado en tener gente capaz de responder, de
ser responsable (teoría educativa). Ya sea que expliquemos mal o que la gente
vaya a lo suyo y no le importe, o sea una mezcla variable de las dos, la
realidad es la que es: crecimiento de los contagios por el verano es para
divertirse y divertirse es... Y es ahí donde nos damos cuenta de la pobreza gastona
de nuestro concepto de diversión, de los años de cultivo de la trivialidad, de
la inmadurez que provoca, de los riesgos que entraña considerar a los demás "carne
de consumo".
Creo que lo que falta es educación. Pero no en ese sentido
rastrero y facilón del "pues se pone una asignatura y ya está" al que
estamos habituados. Lo que vemos no es una sorpresa, sino una consecuencia de
lo que llevamos creando durante décadas, del modelo de sociedad. Todo ha ido
perdiendo sentido y solo queda el ocio, que es lo que uno mismo se regula o, si
se prefiere, desregula. Cuando se ha intentado crear normas en el ocio, el
fracaso ha sido estrepitoso. De las celebraciones de cumpleaños a las fiestas
infantiles, de los botellones a las discotecas pasando por las juergas
playeras.
Esta desidia no es casual, incluso en muchos casos tiene
algo de reivindicativa, de venganza. "¡Que
se fastidien!, por no decir otra cosa.
A una sociedad maltratada económicamente, mal pagada,
precaria, llena de malos ejemplos, llevada al conflicto constante por sus
políticos poco ejemplares, con una educación rutinaria, bombardeada con bazofia
mediática, etc. ¿se le pide que sea responsable? No es fácil que responda y hay
más irresponsables de los que pensábamos.
La respuesta es esa normalidad ajustada al deseo, sometida a
los cantos de sirena de la industria del ocio, de la que no podemos prescindir
porque es demasiado importante en nuestro desarrollo desindustrializado.
Nuestro futuro es estacional, marcado por la llegada o no de turistas. Allí
donde están todo el año, el drama es mayor porque no ha quedado mucho más.
Chiringuitos y playas desiertos como en esos westerns de pueblos fantasmas
asolados por el viento cargado de arena.
Escucho pocas voces pidiendo el cambio de modelo —económico,
educativo, cultural— y sí muchos lamentos por la vieja normalidad. Hoy los
hoteleros se quejan de que son las noticias en los medios las que traen las
cancelaciones. ¡Vieja excusa! Necesidad del silencio que todo lo tapa pero no
cura nada.
Todos hablan quejándose de la pérdida de la
"temporada"; nadie lo hace por las décadas perdidas por este falso
progreso, esta falsa educación, cuyas consecuencias vemos ahora en nuestra debilidad económica y en la irresponsabilidad de muchos.
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