Anoche,
La 2 de Televisión Española puso en antena esa hermosa película que es Cinema
Paradiso, una historia de amor por el cine en su aspecto más básico, más
material y sensorial. En la película de Tornatore se palpa la incomodidad de
las sillas, los codazos de los asistentes al salir y entrar, el olor a
humanidad y el calor de la salas de proyección. El gran acierto de este filme
no fue elevarse hasta las musas, sino hacerlo descender a las necesidades más
esenciales, al placer comunal combinado con el aislamiento que nos provoca la
hipnosis de la pantalla.
En la
presentación, Tornatore hablaba de la sensación provocada por la visión de la
primera película a la que fue llevado por su padre de niño. Le sorprendía la
magia de aquellos seres gigantescos en la pantalla. ¿De dónde habían salido
aquellos gigantes, aquellos seres enormes que no se veían fuera? Me imagino que
Tornatore aprendió pronto que los seres humanos seguimos igual de diminutos, que
lo grande es la pantalla.
La
película se emitía como homenaje a ese gran genio de la música cinematográfica,
maestro educador del sentimiento, el fallecido Ennio Morricone, con cuyos
sonidos armónicos se sentían las balas o la intensidad de una mirada.
En mi
alter ego de crítica cinematográfica, en otro de de mis blogs, interrumpido un
6 de marzo por la plaga, comentaba al volver un 27 de junio que era el espectador
solitario en una sala vacía. Una semana después, en mi segunda visita, éramos
tres en una enorme sala dotada de un espléndido sonido Dolby Atmos y
proyección digital. Te volvías a sentir como Totó en el Cinema Paradiso, desbordado
por enormes imágenes, un deseo que mi gran televisor mitiga pero que no llega a
hacer desaparecer. Ver cine es ver en el cine.
Me sigue sorprendiendo esa gente que va viendo películas en la pantalla de sus teléfonos, tabletas y portátiles. A veces hago el ejercicio intelectual de intentar
comprender cuál es el placer de ver liliputienses cuando se pueden ver gigantes.
No lo consigo. El cine necesita de una pantalla grande, abrumarnos con primero planos o con inmensos espacios, es parte de su magia. Lo sabía muy bien Christopher Nolan cuando utilizó el IMAX para El caballero oscuro.
La
Vanguardia nos trae el titular temido, "Los cines sufren un batacazo peor
de lo que se temía en los primeros días de la reapertura":
Los empresarios del cine temían un retorno
difícil tras el confinamiento, pero no tan desastroso
como el que se están viviendo. Los resultados
de taquilla en los dos primeros fines de semana con la mayoría de cines
abiertos son desoladores, muy por debajo de las limitaciones de aforo por
la pandemia. Y las comparaciones con la situación anterior se hacen
insoportables. “Por alguna razón, la gente acude en masa a las terrazas pero no
a los cines”, comentan en el sector.
El pasado fin de semana, del viernes 3 al domingo 5, acudieron a las
salas de todo el país unas 90.200
personas que compraron entradas por un total de 525.400 euros, según datos
provisionales a la espera de flecos.
Ambas cifras representan menos del 10% de las
que arrojó el último fin de semana antes del confinamiento (6-8 de marzo), cuando acudieron a los
cines 914.514 espectadores que se
dejaron en taquillas 5.879.000 euros.
La buena
noticia, si acaso, es que esos 90.000 asistentes del 3-5 de julio fueron un
46% más que los 61.729 del primer
fin de semana de reapertura (26-28 de junio).*
Hay dos
cuestiones en el fragmento de La Vanguardia, el numérico, el hecho de que solo
haya regresado un 10% de lo que fue el mismo fin de semana del año pasado, y,
especialmente una cuestión que queda en el aire: “Por alguna razón, la gente
acude en masa a las terrazas pero no a los cines”.
Hay
algunas pseudo explicaciones, como son "cartelera sin apenas
estrenos", "el calor veraniego que llama a salir de la ciudad ahora
que se puede", el postconfinamiento claustrofóbico y alguno más.
Los
medios de comunicación se han volcado con echarnos a las calles, a los lugares
de veraneo, a los restaurantes... ¡a las terrazas! Jamás se ha visto una
campaña tan intensa e interesada. Los reporteros retransmitiéndonos en directo
la toma del café o de la cervecita, aquellos "suspiros de terraza" a
los que dedicamos un texto aquí. Parece que es un deber patriótico la gamba y
la espuma cervecera. Pero hay sectores que son incompatibles, estoy dentro o
estoy fuera. No he visto ninguna campaña de apoyo al cine, a las salas, más
allá del indirecto recibido por el homenaje al fallecido Morricone.
Los
intereses económicos en que salgamos de las salas y volver a los inicios de la
industria del cine, cuando todo formaba parte de mismo paquete, producción,
distribución y exhibición. Las productoras tenían sus propias cadenas de
exhibición por los Estados Unidos, sus propios teatros y cines. Hoy las
plataformas de exhibición producen sus propias películas y nos las llevan a
casa, convertida en sala. Todo parece ser perfecto, pero le falta lo grande, la
magia de la pantalla gigante, por muy grandes que sean nuestros televisores.
Pero ¿qué ocurre con el que sin pandemia ya había convertido su teléfono en
sala unipersonal, en mundo visto desde el espacio?
Lo que
Cinema Paradiso nos ofrecía era el recuerdo perdido de un espectáculo que
formaba parte del pueblo en sentido literal, como se muestra en la escena en
que se proyecta sobre la casa de la plaza cuando no les dejan entrar porque hay
que cerrar y la gente no quiere irse. Esa hermosa escena es la de la disolución
de las barreras, la conversión del filme en vida esparciéndose por las paredes.
En un
mundo lleno de reclamos para la mirada, el cine está en desventaja porque
requiere de complejos mecanismos, psíquicos y sociales que se dan durante el
acto de mirar una pantalla y leer las imágenes.
El cine
es el único arte que no ha entrado en las escuelas. De la pintura rupestre a la
música dodecafónica, del cubismo a las obras de Shakespeare, de la ópera a la
poesía, todo cabe en las aulas menos el cine. El cine morirá sin epitafio, sin
lugar de enterramiento, en la fosa común.
Cinema
Paradiso nos mostraba que ese amor por el cine comienza en la sala, como experiencia
social, como emociones compartidas. Desde hace diez años pusimos en marcha un cinefórum
en nuestra facultad, que tiene una rama de Comunicación Audiovisual.
Semanalmente vemos películas de todo género y nacionalidad. La gente saca
tiempo para ver los preestrenos gratuitos, pero no para ver cine clásico, otro
cine. Les mueve más el ahorro que la experiencia.
Transformamos
nuestro cinefórum, que sigue manteniendo formalmente esa apariencia, en un
seminario de análisis fílmico en el que aprovechamos para ver películas que nos
interesan para tesis o trabajos de máster. Son esencialmente mis alumnos
extranjeros los que acuden y alguien que viene de otra facultad de vez en
cuando porque lo ha visto en el blog del Cinefórum y le interesa. Siempre una
docena de personas como máximo. Hemos aprendido más cine que en muchas
asignaturas. Cine visto y hablado, comentado, socializado.
Como
experiencia, el cine se ve solo, pero se socializa la expresión al comentarla
con otros, al escuchar cómo han visto cada uno su película. Surgen matices,
ideas nuevas, algo que no vimos o no caímos en la cuenta, una conexión con
otras películas.
Ni la pandemia
ha acabado con nosotros. Durante el encierro, sin sala, recurrimos a los
debates con Zoom, a la misma hora, los miércoles a las cinco de la tarde, hora
en que suelen terminar las películas y empezamos a hablar sobre ellas. Yo ponía
con antelación el enlace de las películas en YouTube y cada uno las veía para
luego ponerlas en común. Hemos visto en estos meses las películas españolas "Lazarillo
de Tormes", "Atraco a las 3", "El malvado Carabel",
"La vida por delante", "Relatos salvajes" y "El hoyo";
y las siguientes extranjeras "Vivir" (Zhang Yimou), "El Conde de
Montecristo" (1934), "Balzac y la joven costurera china" (Dai
Sijie), "El banquete de bodas" (Ang Lee), "Roma, ciudad abierta"
(Roberto Rosellini), "Amadeus" (Milos Forman) y "Ladrón de
bicicletas" (Vittorio De Sica). Como se puede apreciar, no hemos perdido
el tiempo sin cine. La gran pena: ver Amadeus
en pequeño tamaño o ver reducida la grandiosidad de la Montaña Fénix en la película
de Dai Sijie, no ver el rostro de Anna Magnani llenando una pantalla de cuatro
o cinco metros o disfrutar del sentido del espacio en el último de los Relatos salvajes.
El
problema de las salas es anterior a la pandemia. Programarlas se ha convertido
en todo un arte que debe tener en cuenta vacaciones, puentes, partidos de
fútbol y otros eventos deportivos.
Mantengo
una vida cerrada por precaución. Apenas al salgo un par de veces a la semana al
supermercado, que me crea más angustia por la irresponsabilidad de mucha gente.
No voy a cometer el error de decir que hay que ir al cine porque estarás casi
solo; sería un argumento bastardo.
Voy al
cine porque cualquier día puede ser el último en que pueda disfrutar de una
sala con las luces apagadas que me permite ver el mundo, sus historias, con el
misterio de la fotogenia, la magia de las luces y el interés de las historias.
Hay películas buenas y malas, pero eso es otra cuestión.
Hoy las
cadenas televisivas han perdido el interés en el cine, al menos en el de ser
filmotecas, sembradoras de afición, como lo fue la televisión española durante
muchos años. Crecí en un mundo lleno de salas, de cines cada trescientos metros
en mi barrio. Entraba en una a las cuatro y me pasaba a otra a los ocho,
después de una sesión doble.
La
apuesta televisiva por el mundo de las series se ha planteado erróneamente como
un abandono del cine. Pero en esta sociedad todo es competitivo y nuestra
atención es el bien más preciado. Lo quieren todo. Nos quieren en la calle
cuando interesa y en casa cuando conviene.
Mi casa
es una gigantesca filmoteca, pero no dejo de salir cada fin de semana a ver
estrenos. Mis salas, mis butacas, mis películas, mi disfrute. Espero encontrar
este fin de semana más espectadores. Vivo mi ritual con las personas que
atienden el cine y lo convierten, después de tantos años, semana a semana, en
algo personal, en esa experiencia viva que mostraba Tornatore.
¿Podrán
sobrevivir las salas de cine, el espacio del cinematógrafo? La cuestión
planteada sobre las terrazas no debe dejarse en el olvido. Nuestro ocio define
nuestra forma de ser, nuestras aspiraciones vitales, nuestras ilusiones. No
tengo nada contra las terrazas, pero me gustaría ver que en ese doble
movimiento de "quédate en casa" primero y "sal a la calle"
después hubiera algo más que empujones.
Son
muchas las preguntas que se pueden hacer sobre el cine, sobre su estado. Como todo
arte con una gran dependencia de la industria y del marketing, de la promoción
y del nivel de la demanda, es compleja su situación. Pero me preocupan esos
gurús que predicen su muerte de forma interesada y que tanto difunden los
mismos medios que son competencia.
España
era uno de los países con mayor número de salas de Europa. Cines de barrio, de
estreno y de reestreno, cines de verano, en la compleja división de entonces.
Hoy el mundo el ocio ha cambiado mucho. Pero entre los que queman "Lo que
el viento se llevó" y los que lo ven en teléfonos móviles, entre las
pandemias y las terrazas, entre las plataformas y los estrenos bajo demanda, la
cuestión se hace complicada para el llamado arte del siglo XX al que parece que
se le niegan de nuevo los barracones en los que surgió convertidos en locales
de comida rápida o en —por qué no— terrazas.
Recuerdo
la extraña sensación que sentí hace muchos años cuando el cine existente en la
esquina de mi casa se transformó en una cafetería. Entré a tomar un refresco
para ver qué habían hecho con aquella sala. Y no volví más. Los espíritus de
tantas películas rondaban por el ambiente. No podía mirar aquel patio de butacas convertido en terraza.
Se entiende mejor hoy, de forma diferente, más emocional y nostágica, Cinema Paradiso. Nos suena más al canto del cisne. Esperemos que, aunque sea con efectos especiales, el cisne se transforme en Fénix.
* "Los cines sufren un batacazo peor de lo que se temía en los primeros días de la reapertura" La Vanguardia 8/07/2020 https://www.lavanguardia.com/cine/20200708/482184967889/cines-datos-taquilla-reapertura-batacazo-pandemia.html
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