Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Donald Trump está batiendo todos los estándares de lo que debería
ser un presidente. Hace algunas semanas advertíamos del peligro de su necesidad
de dar la vuelta a los resultado de las encuestas que lo muestran en picado con
su desastrosa gestión de la pandemia, el deus ex machina que no estaba escrito
en su guión presidencial. Temíamos que en su busca de algún factor que le
llevara a primera líneas, se viera afectado, especialmente en el terreno
exterior el precario orden que ha ido dejando como herencia al que le suceda en
la casa Blanca y, de paso, al resto del mundo. Aunque Trump salga de
Washington, su herencia no será fácil de llevar, ya que son muchos los
problemas que nos dejará.
Parece que Trump ya ha elegido cómo tratar de recuperar el
terreno perdido en su electorado. Las dos estrategias se perfilan como las que
tendrán como función mostrarlo como el presidente indispensable que Estados
Unidos y el mundo necesitan.
En la parte exterior, juega a lo seguro: recrudecimiento de
los ataques a China. Sus principales bazas son la responsabilidad por la
pandemia, intentando mostrarse como un líder mundial capaz de encabezar un
potente movimiento internacional anti China. Pero para ello solo ha logrado,
hasta el momento, reclutar a los que ya estaban en sus huestes, Australia (que
se enfrenta a duras sanciones de China, de quien depende en muchos aspectos por
sus exportaciones), Reino Unido (a regañadientes con el tema del 5G y más "motivada"
con la cuestión de Hong-Kong). Sin embargo, son ya muchas las voces de
analistas que critican las últimas maniobras de Trump contra China como
maniobras electoralistas, jugadas de cara a la galería, como ha ocurrido con
las detenciones de científicos chinos en Estados Unidos o el cierre del
consulado de Houston. No puede ser de otra forma porque hasta el momento, los
Estados Unidos solo han lanzado acusaciones sin poner una prueba encima de la
mesa en ninguno de los casos que Trump
ha abierto contra China.
La Vanguardia |
El caso más claro son las acusaciones contra Huawei,
basadas en la posibilidad de que la empresa entregara información al gobierno
chino. No hay más que especulación que le sirve para frenar a los competidores
mundiales, que ya son reales, en el campo tecnológico, un aspecto que deja en
evidencia al declive norteamericano o, si se prefiere, el ascenso de China.
Trump ha tenido en esta línea poca contestación porque nadie se atreve a salir
a decir claramente que no ha habido pruebas de ningún aspecto utilizado. Pero
la culpabilidad tecnológica de China cuadra bien a una mentalidad nacional que
en vez de aceptar que ha sido adelantada en muchos sectores punteros, establece
que los avances del contrario se basan en el robo intelectual, algo que no
explica por qué esta tecnología tan potente norteamericana no sale a la luz.
Más bien, lo que ha hecho Trump es dar una excusa política para deshacerse de
los rivales tecnológicos e imponer por la fuerza a los demás (caso de Reino
Unido) que se siga dependiendo de los estados Unidos, algo que no había
supuesto un choque directo cuando creíamos en la palabra "aliados"
que Trump, con su mentalidad comercial y autoritaria ha transformado en
"clientes cautivos", algo que hemos tenido ocasión de analizar aquí
en múltiples ocasiones en estos años de su mandato. Puede que no haya sido el
primer presidente que lo ha hecho, pero sí el primero que alardea de ello y no
se molesta en convertirlo en exigencia.
Hay estrategia de presión, de amenaza en nombre de ese
concepto mágico que todo lo autoriza, llamado "intereses
norteamericanos". Estos van desde prohibir comprar a un país, eliminar una marca extranjera, amenazas de aranceles, etc. Todo se considera justificado por los intereses norteamericanos, incluidos sus empresas o ciertos particulares.
Cuando se llega a ese límite, nada es discutible, todo
está justificado, del chantaje a la fuerza bruta de la intervención. Te sirve para bombardear, eliminar
mediante comandos a los que has fijado como tu "objetivo", imponerte aranceles
como forma de chantaje o cualquier otra medida que el norteamericano trumpista
aplaude como forma de revancha, convencido que el mundo es ingrato y necesita
una lección. El maestro corrector, claro, es Donald Trump.
Pero es el interior, el otro aspecto, en donde Trump se está
volcando con más fuerza y jugando las bazas más peligrosas. El presidente ha
mantenido múltiples conflictos con estados o ciudades, no le ha importado nada
entrar en insultantes debates con gobernadores o con alcaldes. Pero esta vez
puede que haya calculado muy mal su jugada para intentar reforzarse ante las
bases republicanas. Me refiero al uso de fuerzas federales para intervenir
directamente en las manifestaciones antirracistas que se producen en muchas
ciudades norteamericanas, casualmente demócratas.
La CNN ha publicado un artículo firmado por Angela Dewan con
el titular "Trump is calling protesters who disagree with him terrorists. That puts him in the company of the
world's autocrats". El artículo tiene tres partes definidas,
comenzando por la descripción de las actuaciones de fuerzas que llega a
calificar como "paramilitares", una segunda parte donde trata de esclarecer
el sentido del término "terroristas" aplicados a los manifestantes y
finalmente una comparación con figuras autoritarias del ámbito internacional
que ha hecho algo similar, del egipcio Abdel Fattah al-Sisi al turco Erdogan,
pasando por otros dirigentes autoritarios a los que Trump pondera, imita o
inspira.
Heavily armed, unidentifiable security agents
dressed in camouflage have been snatching anti-racism protesters off the
streets of Portland, Oregon, and bundling them into unmarked cars, with no
clear justification. They're scenes you might expect to see in authoritarian
countries, not in America.
It turns out that among the hodge-podge of
paramilitary-style officers wearing no name badges were many from the
Department of Homeland Security, established after 9/11 primarily to deal with
terrorism. More specifically, the officers were from the department's Customs
and Border Protection agency, which is supposed "to safeguard America's
borders" from dangerous people and materials.
US President Donald Trump has repeatedly
branded anti-racism protesters in the country as "terrorists," and
his promise to "surge" his paramilitary-style units from Portland to
other Democrat-run cities in coming weeks shows he is willing to employ the
repressive tactics used by autocrats to vilify those who challenge them.*
Es este último aspecto el que preocupa desde muchos medios e
instituciones. Desde el 11/S Estados Unidos abrió la fábrica del etiquetado del
"terrorismo", incluyendo en las listas a quien le parezca bien. Diversos
autócratas han imitado el modelo y bajo la etiqueta "guerra al
terror" se mete a países enteros, a estados, a organizaciones, a personas,
etc. muchas veces con el fin de acallar las meras críticas. Aquí lo hemos
podido ver con frecuencia en el caso egipcio.
La idea de "guerra al terror" deja las manos libre
frente a la "declaración de guerra" tradicional y sus implicaciones.
Puedes bombardear una casa en un tercer país diciendo que allí se encontraban
potenciales enemigos o que se estaba preparando un atentado contra tus
intereses, etc. No hace falta traer muchos casos, porque son algunos recientes.
Estados Unidos lo ha hecho contra sus enemigos exteriores. Los dictadores lo
han hecho contra sus enemigos o críticos interiores, sirviéndoles para limpiar
sus calles e instituciones de críticos u opositores. Es lo que le permitió a
Erdogan desmantelar instituciones, de los jueces al ejército pasando por las
universidades, abogados, etc. Basta con llamarlos "terroristas" para
que el mundo se calle o, al menos, los gobiernos aliados que encuentran una
excusa para evitar condenar, como ocurre con los casos citados de Turquía o
Egipto. El hecho de tener casos de terrorismo real sirve para fabricar este
terrorismo imaginario que sirve para hacer limpieza de opositores. Los jóvenes
activistas egipcios de la Primavera Árabe languidecen en las duras cárceles
egipcias o desaparecen etiquetados como "terroristas". Trump llamó a
esto un "gran trabajo".
Pero en Estados Unidos no se ha pasado del "terrorismo
doméstico" para tipos que realizan atentados tipo "Unabomber" (Theodore
Kaczynski), con sus cartas bombas y otros de los que no hay duda. Pero el
término "terrorista" ha ido tomando un carácter cada vez más amplio
en boca de Trump, que se ha ido aplicando a los que discrepan o se le oponen
abiertamente.
Trump está llamando terroristas a sus opositores y eso le ha
servido para justificar el uso de medios paramilitares federales contra los
manifestantes. No ha tenido bastante con el empleo de sus teorías de la
conspiración y ahora necesita de terroristas en las calles para hacer su exhibición
de fuerza y orden, el segundo factor para ganar ante la mirada de sus
decepcionados seguidores.
Trump no ha tenido bastante con simpatizar con los
"supremacistas blancos" y otras organizaciones, a la luz o en la sombra,
sino que ha rizado el rizo al etiquetar a los que protestan como terroristas.
Escribe Angela Dewan en la CNN:
Definitions have been a major problem since
2001, Conor Gearty, a professor in human rights law at the London School of
Economics, told CNN.
"What you had was the UN saying 'Get out
there and do counter-terrorism and we'll let you decide what terror is.' And
that was just a gift horse for authoritarian regimes," he said.
While the picture in the US may not be as grim
as in places like China, Turkey and Egypt, the events in Portland, as well as
an earlier crackdown on protesters outside the White House recently, are just
the latest signs that Trump is looking to those countries for inspiration, said
Gearty, who describes Trump as an "aspirant authoritarian."
That should give Americans cause for concern,
he said.
"What Americans should also be worried
about is the apparent support for this from the rank and file, and the absence
of any very senior voices opposing this," he said.
Not only does the country's security apparatus
lack vocal opponents of the repression seen in Portland, some of its most
senior members are suddenly taking an active part, even though they are
supposed to be independent of domestic politics.
On Monday, acting Homeland Security Deputy
Secretary Ken Cuccinelli retweeted videos and images of Portland, describing
the situation there as "terrorism."
The nation's top military official, Gen. Mark
Milley, apologized after criticism over his appearance with Trump in a photo op
outside a church near the White House. Police used rubber bullets and pepper
spray projectiles to clear protesters only moments earlier to clear a path for
the President.*
En efecto, la preocupación por los hechos no debe distraer
de las reacciones que ha provocado. El autoritarismo latente se está mostrando
a través de estos comportamiento silenciosos o cooperantes con este uso de la
fuerza exterior llevado por el presidente hasta Portland. Los que lo apoyan
magnifican las protestas para justificar su intervención que, a su vez, crea
protestas más violentas en una espiral que solo beneficia a Trump, dando a
entender que hace falta mano dura y que las ciudades de electorado demócrata
necesitan de esa mano dura por estar llenas de "terroristas". Es la
estrategia de la dureza interior para tratar ganar votantes, recuperándolos
dado que los 4 millones de contagiados y los más de 140.000 muertos pesan en la
campaña.
Definir el terrorismo no es sencillo, efectivamente. Pero
para Trump, jugador habitual con las palabras y sus excesos, eso no es
problema. Construye inmediatamente un relato que justifica cualquier cosas,
¿por qué no el terrorismo tras las protestas anti raciales? ¿No equiparó en el
pasado a los manifestantes anti racistas con los racistas? ¿Qué le impide
hacerlo? Esa es precisamente la pregunta que se hacía en la CNN a los expertos,
¿cómo no hay nadie que pueda frenar una acción de este tipo en la Casa Blanca?
El pasado
día 24, la CNN informaba en sus titulares "Judge in Portland bars federal
officers from arresting or using force against journalists and legal observers"
y explicaba:
A judge in Portland, Oregon, barred federal law
enforcement officers from arresting or using physical force against journalists
and legal observers mixed in with the crowds at nightly protests near a complex
of government buildings there if they're not suspected of committing crimes.
Federal Judge Michael H. Simon issued the
temporary restraining order Thursday evening ahead of another night of expected
protests in the city's downtown. Videos taken by news crews there have captured
harrowing moments -- like when the city's mayor was overcome by tear gas
deployed to disperse a crowd on Wednesday -- and the American Civil Liberties
Union had filed suit against the Department of Homeland Security and the US
Marshals Service, which command the officers, detailing several examples of
identified journalists allegedly being abused by the authorities.
The order, which Simon opened with a series of
quotes about the importance of the free press, also says journalists can ignore
dispersal orders issued by authorities.
The order could present federal law enforcement
with new challenges as it continues to carry out its mission of protecting
federal property. For the past two months, rioters have regularly torn down
fencing and attempted to break into the Mark O. Hatfield Courthouse -- where
Simon's chambers are located -- in a confrontation that has been seized on by
President Donald Trump and spun into a political hot-button issue featured in
his reelection messaging.**
La orden no frena a las fuerzas actuantes, pero impide que
sean eliminados los testigos de la prensa, algo importante en el clima de
impunidad creado al no ir identificados los agentes que intervienen en la
represión, una medida que habla por sí sola sobre lo que se está haciendo en
Portland.
El hecho de que la prensa esté allí, además de un elemento
histórico y testimonial, es también un freno al exceso. Las imágenes puede que
sirvan a los partidarios de Trump como solaz, pero también sirven para mostrar
cómo el autoritarismo se ha ido extremando, dentro y fuera del país.
Las imágenes del alcalde de Portland gaseado y afirmando que no ha habido ninguna provocación son lo suficientemente claras e impactantes como para que no quede en la oscuridad lo que ocurre.
Trump es una personalidad autoritaria, narcisista y
marrullera. El poder le da una energía que puede salir por cualquier sitio, ya
que el mundo es para él un tablero de juego, un juego al que siempre tiene que
ganar aunque haya que derribar la mesa. Por eso, estos meses finales ante las
elecciones son muy peligrosos para todos. Puede desencadenar cualquier crisis,
como ya ha hecho, y elevarla a niveles insospechados, y dejar herencias políticas envenenadas. Ya
ha dejado suficiente veneno en los Estados Unidos creando una división
terrible, como no se había visto. Igualmente, lo ha hecho en la medida que ha
podido fragmentando los acuerdos internacionales y los consensos sobre
múltiples aspectos.
Trump ha iniciado una deriva muy peligrosa, tanto por los actos en sí —que se van extendiendo a otras ciudades— como por la aprobación que pueda tener desde las instituciones, los políticos republicanos que se ven compromeetidos ante los hechos, y el electorado. Una vez más, Trump pervierte el sistema envileciéndolo, llevándolo al límite. Él es el "orden", los demás son "terroristas".
* Angela
Dewan "Trump is calling protesters who disagree with him terrorists. That
puts him in the company of the world's autocrats" CNN 26/07/2020
https://edition.cnn.com/2020/07/25/politics/us-protests-trump-terrorists-intl/index.html
** David
Shortell "Judge in Portland bars federal officers from arresting or using
force against journalists and legal observers" CNN 24/07/2020
https://edition.cnn.com/2020/07/23/politics/portland-ruling-federal-officers-stop-arrests/index.html?iid=ob_lockedrail_topeditorial
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