jueves, 25 de junio de 2020

Tres malos ejemplos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los dos titulares que encabezan en este momento la página principal de la edición digital de La Vanguardia son "La UE cierra fronteras a estadounidenses, rusos y brasileños" y "Europa deja al desnudo el fracaso de la gestión de la pandemia en EE.UU.".  El COVID-19 es una máquina de laminar egos nacionales y narcisismos personales. Los tres países bajo vigilancia baten récords cada día en varios niveles, el de contagios y el de obcecación de sus dirigentes. Una referencia del mal ejemplo.
Si tras el tiempo transcurrido hay que tomar medidas contra los que no toman medias o las toman pero no se toman, es que algo falla en la dirección de los países. No es casual que estos tres países, con enorme peso internacional, tengan un tipo de dirigentes calcados, cuyo estilo de liderazgo excede el del tecnócrata o el del político tradicional y se adentre en las sendas místico-autoritarias de un Bolsonaro, pragmático-narcisistas de un Trump y nacional-personalistas de un Putin. Los tres se basan en un elemento común, la creación de un aura de invencibilidad que usan para promover una fe ciega que puede arrastrar a la muerte cantando. Sus personalidades autoritarias y la ausencia de autocrítica o rectificación, que perciben como una debilidad, son comunes.


La celebración de sus mítines u otros actos públicos tiene un efecto euforizante en sus seguidores ante la pandemia, que parecen conjugar. Nada motiva más que reunirse para echar por tierra todas las medidas de seguridad. Es claramente una forma de negación, por un lado, pero también de reafirmación comunal a la sombra del líder. La presencia de otros no se ve como un peligro, sino como una especie de acto de exorcismo colectivo. Hay algo (mucho) de primitivo en este planteamiento que nos lleva a los orígenes del líder tribal.


El comportamiento agresivo ante los que quieren defenderse del coronavirus mediante mascarillas, higiene o distanciamiento es una característica que suelen compartir sus fanáticos seguidores. Con fecha del 1 de mayo, Antena3 publicaba un breve texto sobre la presencia de Jair Bolsonaro en actos multitudinarios sin medida alguna de protección:

Jair Bolsonaro sigue en el centro de la polémica. El presidente de Brasil ha acudido a un acto militar en Porto Alegre, donde no ha dudado en abrazar y besar a un grupo de simpatizantes.
Bolsonaro, que ya consideró el coronavirus como una "gripecita", se dirigió a un grupo de ciudadanos que le gritaban "mito, mito, mito", sin ninguna protección ante el virus.
Al mismo tiempo, otro grupo de brasileños mantenían una cacerolada en la región brasileña para protestar contra la gestión de la crisis del covid-19 por parte del mandatario carioca.
Recientemente, tras ser preguntado por el aumento de muertes por coronavirus en Brasil, Bolsonaro contestó así: "¿Y qué? Lo lamento, pero ¿qué quieren que haga?".*



Ese grito de "mito, mito, mito" lanzado por los seguidores es revelador del clima creado por los seguidores negacionistas. No se sabe bien cuántos muertos son necesarios para dejar de negar o abandonar teorías extrañas. La respuesta dada por Bolsonaro es, igualmente, una señal del planteamiento realizado, esta especie de fatalidad, de juego social de la ruleta rusa en la que cada uno, cuestión del destino, cuando le toca, le toca.
No es casual que hay una manipulación religiosa en paralelo en los tres casos comentados. La idea de "Dios lo ha querido" parece exonerar de responsabilidad a los dirigentes, como bien muestra la respuesta del "¿y qué?" o "¿qué quieren que yo le haga?", palabras que viniendo de un político —del presidente de un país— no dejan de ser sorprendentes.
El mismo mecanismo es planteado por el Estado Islámico; es la voluntad de Dios. Solo hay aceptación de su voluntad, de la fatalidad o fortuna. Cuando se piensa que todo está escrito es difícil que la gente acepte resistirse a lo que supuestamente le espera. Aquí comentamos el caso del islamista egipcio que desde los Estados Unidos pedía a través de YouTube que se aceptara la enfermedad como un arma que Dios te daba para que fueras a contagiar, mediante abrazos o toses, a los enemigos.


A las cifras escandalosas de los Estados Unidos, Brasil y Rusia hay que añadir la actitud escandalosa que supone, el soporte ideológico y personalista que hay detrás. Los gobiernos se pueden equivocar en las medidas, pero lo que no pueden es negar el problema. Es el "¿y qué?". Lo que "no se puede resolver" no es un "problema", es solo destino puro.
Sin embargo, esa es la gran mentira que se transmite, convirtiendo la incapacidad en imposibilidad. El COVID-19 ha sido y es una de esas pruebas de resistencia a las que se somete a múltiples objetos antes de ponerlos a la venta. Unos países han resistido mejor que otros. Se han mostrados las fortalezas y también las debilidades de los sectores implicados, que han sido prácticamente todos.
La BBC se molestó a mediados de mayo en numerar los "7 errores" cometidos por Brasil y que le hace triste merecedor de récords en Suramérica. El error número cuatro está dedicado en exclusiva a Bolsonaro, "La confusa actitud del presidente", en donde el término "confuso" es demasiado suave para lo que se cuenta después:

Desde el comienzo de la pandemia en Brasil, el presidente Jair Bolsonaro ha ignorado abiertamente las reglas de distanciamiento social, alentando, participando e incluso causando aglomeraciones en la capital federal.
El 15 de marzo, cuando el Ministerio de Salud recomendó evitar las multitudes y la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya había recomendado el asilamiento social, Bolsonaro celebró en su cuenta de Twitter los actos que ocurrían en todo el país, después de negar que él los hubiera convocado.
Llamó al covid-19 "gripezinha" (una gripecita), minimizando la enfermedad en la televisión nacional el 24 de marzo.
El 29 de marzo, el día después de que el ahora exministro Mandetta abogara por el aislamiento social y recomendara que la gente no saliera a la calle, Bolsonaro dio un paseo por varias partes de Brasilia.
Entró en una farmacia y una panadería, causando una aglomeración y tomándose fotos con sus seguidores, entre ellos, personas mayores de 60 años, parte del grupo de riesgo de coronavirus.
Después de eso, en otras dos ocasiones, los días 9 y 10 de abril, volvió a caminar en Brasilia, causando otra concentración de multitudes y abrazándose y estrechándose la mano con sus partidarios.
La postura del presidente no contribuyó a fomentar el aislamiento social de la población brasileña.
El presidente también participó en una manifestación. El 19 de abril, respaldó y estuvo presente en una protesta con pancartas que llamaban al cierre del Congreso y la Corte Suprema. El presidente incluso habló en la manifestación.
Una de sus últimas apariciones violando claramente las recomendaciones de la OMS y su propio Ministerio de Salud fue el domingo 3 de mayo, cuando fue a la rampa del Palacio de Planalto para hablar con sus partidarios. Sin mascarilla protectora y sin respetar el distanciamiento social, puso niños en su regazo para tomar fotos.
Además, desde el comienzo de la pandemia, el presidente ha estado haciendo una serie de declaraciones minimizando la enfermedad causada por el coronavirus y rechazando las medidas para contener su propagación en todo Brasil. "¿Y qué? Lo siento. ¿Qué quieres que haga?", declaró cuando el país pasó el umbral de los 5.000 muertos, hace unas semanas.
"Es un gran perjuicio e influye mucho en la población", opina Stucchi.
"Por un lado, vemos noticias en la televisión sobre la pandemia, sobre el coronavirus. Por otro lado, vemos al presidente dando besos, abrazos, caminando sin máscara y atrayendo multitudes", dice, comparando la actitud del presidente brasileño con la de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Arden, y sus pronunciamientos sobre el coronavirus y la importancia de la distancia social.
Para ella, "la postura del presidente ha obstaculizado el trabajo de todos los que intentan mostrar, en el área de la salud y la prensa, cuál es el camino que funcionó en otros lugares y qué es importante para controlar la transmisión".
"Ciertamente no es un camino a seguir con esta falta de ejemplo, esta lucha contracorriente que ha hecho el presidente", valora.**



Si tenemos en cuenta que esto se publicó hace más de un mes y que el siguiente "error", el número 5, también se vincula con Bolsonaro y su relación con los gobernadores, hay que reconocerle un nefasto protagonismo que hace inexplicable que siga besando niños y dando abrazos. Pero, ¿hasta qué punto ven como "errores" estos actos sus seguidores? Evidentemente, Bolsonaro y sus seguidores lo ven de otra manera. Ya sea gritando "mito" o ignorando las medidas por creerse tocados por alguna fuerza divina protectora, para ellos no existe el mismo escenario. Lo mismo ocurre en amplios grupos norteamericanos o en Rusia.
No deja de ser un "modelo", pero no el más adecuado. Es un mal ejemplo, por decirlo claramente. Los cambios de ministros de Sanidad han sido continuos; uno de ellos duró un mes. Y eso es parte de los problemas que hoy vive Brasil, con ministros que le dicen que sí al presidente o van a la calle.
No se puede negar que la preocupación actual va más allá de los dirigentes y se centra en el hartazgo, aburrimiento o rechazo social que una situación tan larga, que lo será mucho más previsiblemente. Por eso el mal ejemplo es un acelerador de las malas prácticas sociales. Cuando se dio la noticia del contagio de Boris Johnson, recibí un mensaje con una sola palabra: karma. No le deseo mal a nadie.


Deberíamos analizar más allá de los límites habituales de estudio del liderazgo esta nueva tropa de mesías del autoritarismo populista que contagian de cegueras adherentes a millones de personas.
Todo lo que se insista en que hay que aprender, rectificar, modificar, arreglar como  resultado de esta pandemia será siempre poco. Es lo único que podemos hacer por los miles de fallecidos, aprender para evitar que se repita.
Los cierres de las fronteras a los norteamericanos, brasileños y rusos, tal como se planteaba por parte de la UE, es el resultado de algo más que de la enfermedad. Es el miedo a premiar a los que no respetan las normas internacionales, a los que se han desmarcado en su mesianismo del conjunto en una pandemia claramente global.
Dicen bien en la BBC cuando señalan (el 7º error) que estos personajes suelen jugar con la proximidad de una vacuna o de un medicamento milagroso:

Las promesas de tratamientos que "curarían" el covid-19, la enfermedad causada por el coronavirus, también pueden haber dado la impresión de que el confinamiento obligatorio no era necesario, según los especialistas consultados.

La hidroxicloroquina, por ejemplo, fue anunciada por Bolsonaro como la solución de Brasil a la enfermedad. El presidente recomendó el uso de la droga, que aún no se ha demostrado científicamente que sea efectiva contra covid-19, en sus redes sociales e incluso en un comunicado en la radio y televisión nacional.
"Brasil y Estados Unidos han hecho un uso inapropiado de las promesas de tratamientos curativos y milagrosos. Esto significa que posiblemente muchas personas comenzarán a automedicarse y tardarán más en ir al hospital", señala Stucchi. "El uso político de la cloroquina fue perjudicial y puede haber tenido un impacto negativo en el aislamiento. La gente piensa que tiene una cura, un medicamento barato que cualquiera puede comprar, y que todo estará bien".




Más allá de la automedicación, el problema es sobre todo psicológico, de valoración diferente del riesgo que se asume en cada acción. Esto ocurre cuando se está jugando a favor de la ausencia de medidas. Por el contrario, si el gobierno trata de jugar a la contención, la promesa ayuda a intentar ver como que la situación restrictiva será pronto superada. El problema es que el uso de estas expectativas del milagro se vuelven contra quienes las usan.
El cierre de las fronteras no es ninguna injusticia. Lo han hecho todos los países como protección ante los que llegaban de zonas de alto contagio. Pero esto es algo más. La falta de medidas provoca el pánico en aquellos que sí tienen conciencia del peligro que se aíslan o se van como alternativas a la inacción sanitaria. Lo hemos visto ya y lo seguimos viendo en aquellas zonas en las que se huye a lugares más seguros.
Los que no tomaron medidas, no rectifican. Ahora les toca que sean los demás los que tomen medidas por ellos. esto es global y quien no lo entienda sufrirá doblemente los efectos, los del contagio en sí y las medidas defensivas que obligan a tomar a los demás.


Veremos cómo afecta al ego y a las relaciones entre países y si se abre una guerra en diversos frentes. Hay un peligro importante, el de condicionar a la reciprocidad los intercambios (lo que nos va a ocurrir con los británicos, con altos niveles de contagio y relajación de medidas, pero con peso importante en nuestro turismo). Vamos a ver qué ocurre en las fechas próximas que son decisivas para todos, en medio de los grandes llamamientos de la OMS a la cordura y con un verano peligroso.
Al final, Trump puede tener su muro, pero no como él esperaba. Más complicado es el caso de Brasil, con fronteras con muchos países y el de Rusia, igualmente, con fronteras con Europa y China, entre otros países. Todo se complica si hay quienes no avanzan. Tampoco podemos bajar la guardia y, desgraciadamente, lo estamos haciendo. Esperemos que no seamos un cuarto mal ejemplo y tengan que protegerse de nosotros.


* "Jair Bolsonaro desafía al coronavirus repartiendo besos y abrazos durante un acto militar en Brasil" Antena 3 Noticias 1/05/2020 https://www.antena3.com/noticias/mundo/jair-bolsonaro-desafia-coronavirus-repartiendo-besos-abrazos-acto-militar-brasil_202005015eac66db42a4c30001a77a5d.html








No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.