miércoles, 10 de junio de 2020

Un largo y vergonzoso etcétera

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No sé si es que estamos todos muy quemados con esto del confinamiento, la situación económica o el estrés de volver a encontrarnos, de subir en un ascensor o de coger número para la carne, la tensión de que te corten el pelo o por llevarlo largo, no sé... pero lo cierto es que el tono de la llamada "crispación" se está elevando a cotas impensables. Pongamos que hablo de "golpe de estado", "traidores", "asesinos", "terroristas", "hijo de terrorista"... y un largo y vergonzoso etcétera.
Nuestros políticos ha decidido asemejarse (¿o es al contrario?) a los comentaristas post artículo, esos que se están insultando ya desde el segundo comentario. El espectáculo es poco o nada edificante, incluso más bien desolador para cualquiera que no participe de este furor insultante. Al menos, los que se insultan en los espacios de comentarios (¡lástima de palabra!) piensan en sus familias y se ponen pseudónimos, pero nuestros políticos —asesorados por sus expertos en comunicación— insultan a pecho descubierto y garganta desgarrada. Algunos han desarrollado un estilo contenido con el que pretenden transmitir una calma controlada, una frialdad meditativa, pero no nos dejemos engañar. Es solo práctica. No sé si la adquieren frente al espejo o si se entrenan con compañeros de partido, pero algunos se crecen en esto del insulto a falta de ideas.


Parte de la prensa empieza a avisar de los estragos que los políticos causan con sus peleas, que son contagiosas y deprimentes. Lo mío es solo un voto, ya lo sé, pero por si les interesa a los que se lo disputan, cada día no es que esté en el aire, es que está en el fuego de la ira y en el cajón de la desilusión. Y va a ser difícil que salga de ahí porque ya no se libra nadie de esta otra epidemia nacional, verdadera vergüenza ajena porque la propia no les funciona.
Aquí, el que no prometía "nueva política" prometía "renovación", pero el problema es que lo que nos están ofreciendo en general tiene poco de novedoso o de renovado. Este crescendo constante, hasta el infinito y más allá del insulto, debería parar y la gran pregunta es ¿saben hacer alguna otra cosa? 
Tengo serias dudas, porque hace mucho tiempo que los partidos decidieron apostar por la telegenia y esta es más atractiva saltando a la yugular del contrario y hace conmoverse al depredador que todos los españoles llevamos dentro. Nada convence más que un buen insulto. Eso te hace subir puntos en el partido y te mandan a las teles, te nombran portavoz y allí demuestras tu ingenio insultando, ridiculizando a los otros. Y eso es lo malo, que no es simple y corregible "mala educación", sino estrategia calculada, resultado de sesudos estudios y entrenamiento personal.


Como norma general, el nivel de los insultos suele reflejar el estado de las encuestas. Como resultado del fraccionamiento de nuestro parlamento, en vez de ser polifónico y coral, se ha convertido en un espacio para llamar la atención y rascar votos a los próximos y a los lejanos. Con el bipartidismo hasta insultar era más sencillo, porque no tenías que vigilar tus espaldas; el contrario lo tenías enfrente. Con el caos ideológico-territorial que tenemos en estos momentos, te pueden llover insultos desde todas las direcciones del espectro (en los dos sentidos) político. ¿El pluripartidismo era esto? Pues, sí, eso parece.
Álvaro Antón escribía hace unos días en El Periódico:

Ya no existe el político honrado. Ahora se habla para desacreditar a otros partidos cayendo el sensacionalismo político. Esta situación me genera una profunda tristeza. Los insultos que hemos oído en los últimos días ("hijo de terroristas", "golpistas", "dictadores") demuestran irrebatiblemente que la política española no progresa. Es patético y deprimente.
¿Qué esperanza tiene un pueblo que desconfía de la política? Si no creemos en ella, estamos perdidos. Basta ya de discursos políticos tan agresivos y deplorables. Basta de jugar con nuestra democracia. Basta de la pasividad social, si algo no nos gusta, ¡que nos oigan! Basta del abuso de poder y las mentiras. Basta. Basta. Os lo suplico.*



Habrá que empezar a suplicar, ya que todo lo demás no funciona. Creo que muchos podemos identificarnos con la repulsa y sus efectos destructivos sobre algo digno, como es el ánimo político. Estamos desanimados políticamente porque experimentamos un rechazo, no sé si congénito, a estas formas y estrategias.
Lo cierto es que debe funcionar, porque te lleva a la Casa Blanca o te permite recorrer Brasil a caballo repartiendo insultos y besos a los niños para pasarte por la bossa nova la distancia social de la pandemia que niegas.
En España hicimos durante mucho tiempo lo del "poli bueno y el poli malo" en la política, pero se dejó atrás. Ahora todos quieren ser Hannibal Lecter (no sabía que existe una Hannibalpedia, lo cual dice mucho).
Vivimos en un ecosistema informativo y la política se ha adaptado a ello. Eso implica una presencia constante para frenar el olvido rápido, un griterío permanente para llamar la atención y un descrédito a todas horas del otro, al que se reduce a saco de boxeo.
El problema de muchos es que el estómago no nos aguanta ya tanto. El artículo de Antón se titula "Si no creemos en la política estamos perdidos", pero ¿es lo mismo creer en la política que en los políticos, se pueden separar? Quizá el truco de los políticos sea hacernos creer que la política son ellos. No voy a decir que no me representan, porque están ahí; pero sí que no me identifico. A ellos les dará igual, pero a mí no.


* Álvaro Antón "Si no creemos en la política estamos perdidos" El Periódico 10/06/2020 https://www.elperiodico.com/es/entre-todos/participacion/si-no-creemos-en-la-politica-estamos-perdidos-201526

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