Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
No sé
si es que estamos todos muy quemados con esto del confinamiento, la situación
económica o el estrés de volver a encontrarnos, de subir en un ascensor o de
coger número para la carne, la tensión de que te corten el pelo o por llevarlo
largo, no sé... pero lo cierto es que el tono de la llamada "crispación"
se está elevando a cotas impensables. Pongamos que hablo de "golpe de
estado", "traidores", "asesinos", "terroristas", "hijo de terrorista"... y un largo y
vergonzoso etcétera.
Nuestros
políticos ha decidido asemejarse (¿o es al contrario?) a los comentaristas post
artículo, esos que se están insultando ya desde el segundo comentario. El
espectáculo es poco o nada edificante, incluso más bien desolador para
cualquiera que no participe de este furor insultante. Al menos, los que se
insultan en los espacios de comentarios (¡lástima de palabra!) piensan en sus
familias y se ponen pseudónimos, pero nuestros políticos —asesorados por sus
expertos en comunicación— insultan a pecho descubierto y garganta desgarrada.
Algunos han desarrollado un estilo contenido con el que pretenden transmitir
una calma controlada, una frialdad meditativa, pero no nos dejemos engañar. Es
solo práctica. No sé si la adquieren frente al espejo o si se entrenan con
compañeros de partido, pero algunos se crecen en esto del insulto a falta de
ideas.
Parte
de la prensa empieza a avisar de los estragos que los políticos causan con sus
peleas, que son contagiosas y deprimentes. Lo mío es solo un voto, ya lo sé, pero por si les
interesa a los que se lo disputan, cada día no es que esté en el aire, es que está en el fuego de la ira y en el cajón de la
desilusión. Y va a ser difícil que salga de ahí porque ya no se libra nadie de
esta otra epidemia nacional, verdadera vergüenza ajena porque la propia no les funciona.
Aquí, el
que no prometía "nueva política" prometía "renovación",
pero el problema es que lo que nos están ofreciendo en general tiene poco de
novedoso o de renovado. Este crescendo constante, hasta el infinito y más allá del
insulto, debería parar y la gran pregunta es ¿saben hacer alguna otra cosa?
Tengo serias dudas, porque hace mucho tiempo que los partidos decidieron apostar
por la telegenia y esta es más atractiva saltando a la yugular del contrario y hace conmoverse al depredador que todos los españoles llevamos dentro. Nada
convence más que un buen insulto. Eso te hace subir puntos en el partido y te
mandan a las teles, te nombran portavoz y allí demuestras tu ingenio insultando,
ridiculizando a los otros. Y eso es lo malo, que no es simple y corregible "mala educación", sino estrategia calculada, resultado de sesudos estudios y entrenamiento personal.
Como
norma general, el nivel de los insultos suele reflejar el estado de las
encuestas. Como resultado del fraccionamiento de nuestro parlamento, en vez de
ser polifónico y coral, se ha convertido en un espacio para llamar la atención
y rascar votos a los próximos y a los lejanos. Con el bipartidismo hasta
insultar era más sencillo, porque no tenías que vigilar tus espaldas; el
contrario lo tenías enfrente. Con el caos ideológico-territorial que tenemos en
estos momentos, te pueden llover insultos desde todas las direcciones del
espectro (en los dos sentidos) político. ¿El pluripartidismo era esto? Pues, sí, eso parece.
Álvaro
Antón escribía hace unos días en El Periódico:
Ya no existe el político honrado. Ahora se
habla para desacreditar a otros partidos cayendo el sensacionalismo político.
Esta situación me genera una profunda tristeza. Los insultos que hemos oído en
los últimos días ("hijo de terroristas", "golpistas",
"dictadores") demuestran irrebatiblemente que la política española no
progresa. Es patético y deprimente.
¿Qué esperanza tiene un pueblo que desconfía
de la política? Si no creemos en ella, estamos perdidos. Basta ya de discursos
políticos tan agresivos y deplorables. Basta de jugar con nuestra democracia.
Basta de la pasividad social, si algo no nos gusta, ¡que nos oigan! Basta del
abuso de poder y las mentiras. Basta. Basta. Os lo suplico.*
Habrá que empezar a suplicar, ya que todo lo demás no funciona. Creo que muchos
podemos identificarnos con la repulsa y sus efectos destructivos sobre algo
digno, como es el ánimo político. Estamos desanimados políticamente porque
experimentamos un rechazo, no sé si congénito, a estas formas y estrategias.
Lo
cierto es que debe funcionar, porque te lleva a la Casa Blanca o te permite recorrer Brasil a caballo repartiendo insultos y besos a los niños
para pasarte por la bossa nova la distancia social de la pandemia que niegas.
En España
hicimos durante mucho tiempo lo del "poli bueno y el poli malo" en la política, pero
se dejó atrás. Ahora todos quieren ser Hannibal Lecter (no sabía que existe una
Hannibalpedia, lo cual dice mucho).
Vivimos
en un ecosistema informativo y la política se ha adaptado a ello. Eso implica
una presencia constante para frenar el olvido rápido, un griterío permanente para llamar la atención y un descrédito a todas horas del otro, al que se reduce a saco de
boxeo.
El
problema de muchos es que el estómago no nos aguanta ya tanto. El artículo de
Antón se titula "Si no creemos en la política estamos perdidos", pero
¿es lo mismo creer en la política que en los políticos, se pueden separar?
Quizá el truco de los políticos sea hacernos creer que la política son ellos.
No voy a decir que no me representan,
porque están ahí; pero sí que no me
identifico. A ellos les dará igual, pero a mí no.
*
Álvaro Antón "Si no creemos en la política estamos perdidos" El
Periódico 10/06/2020
https://www.elperiodico.com/es/entre-todos/participacion/si-no-creemos-en-la-politica-estamos-perdidos-201526
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