Joaquín Mª Aguirre (UCM)
* Manuel Ansede y Artur Galocha "El sueño de la vacuna española contra la covid El País 21/06/2020 https://elpais.com/ciencia/2020-06-20/el-sueno-de-la-vacuna-espanola-contra-la-covid.html
Parece que todos estamos llenos de deseos de que el mundo
cambie..., menos lo nuestro. ¡Cambia, pero déjame a mí tranquilo! es el nuevo
eslogan digno de camisetas, el espacio más relevante y personal de expresión,
la auto pancarta, el muro pectoral de las lamentaciones.
Todo el mundo tiene una enorme prisa en cambiar para hacer
lo mismo o quedarse como estaba —sí, como en el viejo chiste—, lo que algunos
califican con eso del "giro de 360 grados", que parece más que el de
180, pero que viene a dejarnos en el mismo sitio.
Hemos conseguido vender el pasado inmediato como brillante
futuro. Es un futuro cuya aspiración es fundirse con lo anterior como si aquí no
hubiera pasado nada. La desescalada triunfal con pequeñas estridencias de
molestos rebrotes debe hacernos sentir orgullosos de lo bien que todo se ha
llevado, del comportamiento ejemplar del pueblo español, incluso por parte de
los que no se sienten españoles. Todos, todos estamos orgullosos de nuestro
comportamiento heroico ante el maldito coronavirus.
Sin embargo, lamento decir que no me convence esta llamada
de la selva veraniega, que muestra la necesidad de vivir de una España de
chiringuito y tentempié, de chupinazo y butifarra. De hecho, no es que no me
convenza, es que me causa una profunda tristeza e incomodidad ver nuestra realidad real.
Después de tantos años ya en Europa, de tantos telediarios,
de tantos festivales de Eurovisión y canciones del verano..., después de tantas
cosas, nuestros sueños se han hecho vulgares y nuestras acciones simples.
La pandemia ha servido para mostrar que tenemos una España
dependiente en casi todo, que nos sigue salvando la gloriosa agricultura, pero
que hemos renunciado a la industria y a la ciencia. La primera porque es
pequeña y la grande no es nuestra, que basta un chasquido de dedos en Japón
para que se produzca un terremoto fabril en España. Y la Ciencia, ¡qué triste!,
que seguimos con el "¡que inventen ellos!", que hemos ido recortando
a nuestros fantásticos y frustrados investigadores que se tienen que conformar
con presupuestos cada vez más cortos, con recortes constantes, como la pandemia
ha servido para poner en evidencia.
Leo en El País las dificultades para conseguir una vacuna
española contra el COVID-19:
España ha iniciado una carrera
contrarreloj para tener una vacuna propia contra la covid, en previsión de que
las primeras vacunas de otros países no funcionen o haya problemas de
abastecimiento. Ya hay 10 proyectos de investigación en marcha y cinco de estos
equipos pretenden empezar los ensayos en humanos antes de que acabe 2020, según
el recuento de EL PAÍS tras hablar con todos ellos. Los obstáculos a los que se
enfrentan son enormes. En España no hay macacos en laboratorios de alta
seguridad para poder ensayar los prototipos y la demanda mundial dificulta
encontrar animales fuera. Y en España tampoco hay grandes fábricas de vacunas
humanas, aunque el Gobierno negocia con las empresas veterinarias para que
reorienten su producción.*
Debo reconocer que lo de la falta de macacos me ha dejado un
poco helado, desorientados. Sin macacos para probar, sin fábricas para
producirla... al menos, las fábricas veterinarias nos pueden sacar de un apuro.
¡Total, animales somos todos!
¡Son tantos los agujeros en nuestra triste realidad! El
modelo turísticos, llevamos años diciéndolo, es muy débil si no se equilibra
con algo más consistente. Somos una sociedad desequilibrada, creada alrededor
del ladrillo y la toalla playera, lo que nos hace terriblemente dependientes y,
sobre todo, nos condena a tener ese paro endémico y a la precariedad y
estacionalidad del empleo que producimos, de bajísima calidad, como se denuncia
una y otra vez. Pero sirve de muy poco, casi de nada, porque la forma que se le
dio al empleo, llenando la empresas de becarios, despidiendo antes de los tres
años, con temporeros para el campo.
Tenemos un montón de gente muy preparada y llenos de buenas
ideas que, sin embargo, no son atendidas ni financiadas, con un parque
empresarial atomizado —uno de nuestros grandes males—, incapaz de arrastrar la
economía hacia una consolidación del empelo y un mejor reparto de la riqueza.
Hace unos años se empezó a usar críticamente el término
"mileurista". Hoy mucha gente vendería el alma por esos mil euros
fijos, estables, ante tanta pobreza institucionalizada, ante tanta eterna
precariedad.
Hemos visto el problema de que no había quien recogiera las
cosechas que tocaban en estos meses. Vivimos con temporeros importados, de la
misma manera que hace más de cincuenta años, los españoles iban a Francia a la
vendimia. Los países acogen la mano de obra más barata y desprecian la propia.
Sí, es el mercado, pero con una falta
de sentido de comunidad que es imposible sin algún tipo de planteamiento
conjunto. Y la división de la sociedad es constante como para poder compartir
objetivos. La creciente desigualdad hace que los más favorecidos dejen de
sentir que tienen algo en común y, por supuesto, lo desfavorecidos por el
sistema no se sienten nada identificados con él. Solo nos queda la pachanga y
el folclore, el fútbol y demás deportes que se han convertido en canalizadores
y, a la vez, en nuevo negocio del espectáculo.
Las carencias del modelo ladrillo-turismo-ocio son bastante
acusadas. En el fondo, es lo que quieren nuestros vecinos del norte. Les gusta
ser ellos los industriosos, los que inventan, los serios. Nosotros somos buenos
para atenderles, para suspirar por sus visitas, sin las cuales nos encontramos
con el agua al cuello. Algo falla en que después de décadas, después de soñar
entrar en Europa y dejar atrás la "España de la pandereta" estemos de
nuevo en la pandereta y el bronceador.
Tenemos demasiados lastres económicos, políticos y mentales.
No se ha apoyado a nuestra industria, prefiriendo atraer a otros, que nos han
colonizado gracias a las facilidades concedidas, que —como vemos— no han creado
más lazo que el de la rentabilidad en un mundo de fondos cada vez más anónimos.
Aceptamos las noticias de que nuestros hijos vivirán peor
que nosotros con una tranquilidad pasmosa, sorprendentemente pasmosa. La falta
de cohesión social en una España fragmentada por los intereses de unos pocos no
deja espacio para una utópica España para todos, con oportunidades.
Ahora nos dicen que tenemos potencial investigador, que hay
diez proyectos de vacunas en marcha, pero que no hay macacos ni fábricas
capaces de producirlas. Tampoco hemos sido capaces de producir mascarillas o
trajes de protección. Es más fácil ser intermediario en importaciones que
asumir el reto de la producción. Para importar siempre hay hueco, siempre se
encuentra capital porque es rápido y se puede engañar a la administración, como
nos ha ocurrido en algunas de nuestras compras.
Hace mucho tiempo escribí que había que dar gracias por los
buenos empresarios, que son los que permiten el desarrollo de las regiones, los
que reparten beneficios entre sus trabajadores, tratando de crear una buena
imagen de sus productos, los que buscan mercados exteriores y los que amplían
sus plantillas, los que finalmente, reinvierte en sus proyectos y no se
esconden en paraísos fiscales. Esa clase empresarial es buena para cualquier
país. Pero para eso hay que salir del egoísta "homo economicus" tradicional e ir a
algo más solidarios, con otros valores, que piense en los demás no como piezas
a las que explotar o engañar. Alguien que sienta vínculos con su comunidad y
tenga sentido del legado recibido y del que pueda dejar. Y no es fácil cuando
se enseña el egoísmo, el beneficio propio y el desprecio a los otros.
Seguimos necesitados de una clase empresarial más activa y comprometida, con imaginación para entrar en nuevos campos de futuro. Muchos países lo están haciendo. Se especializan en áreas de desarrollo tecnológicas, con futuro; en industrias sostenibles y con ganas de comerse el mundo. El turismo no puede ser el mismo futuro una y otra vez, por más que lo endulcemos con la gastronomía y seamos buenos en ello. Es demasiado crítico y es el modelo que están implantando otros países como vía barata al desarrollo. Pero tiene un límite.
Ahora resulta que no hay macacos. Buena suerte para los
macacos, mala suerte para nosotros y para nuestras posibles vacunas. Creo que la vacuna
que necesitamos, más allá del COVID-19, es una contra la falta de
solidaridad, contra la falta de imaginación productiva y la carencia de
estímulos hacia el futuro, más allá del beneficio propio. Hay que empezar a medir el desarrollo en otras unidades. Hemos vuelto a los 50. La sociedad española no es la misma y pide más que ser a los ojos de fuera el país del sol, la playa y la fiesta.
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