domingo, 21 de junio de 2020

No hay macacos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Parece que todos estamos llenos de deseos de que el mundo cambie..., menos lo nuestro. ¡Cambia, pero déjame a mí tranquilo! es el nuevo eslogan digno de camisetas, el espacio más relevante y personal de expresión, la auto pancarta, el muro pectoral de las lamentaciones.
Todo el mundo tiene una enorme prisa en cambiar para hacer lo mismo o quedarse como estaba —sí, como en el viejo chiste—, lo que algunos califican con eso del "giro de 360 grados", que parece más que el de 180, pero que viene a dejarnos en el mismo sitio.
Hemos conseguido vender el pasado inmediato como brillante futuro. Es un futuro cuya aspiración es fundirse con lo anterior como si aquí no hubiera pasado nada. La desescalada triunfal con pequeñas estridencias de molestos rebrotes debe hacernos sentir orgullosos de lo bien que todo se ha llevado, del comportamiento ejemplar del pueblo español, incluso por parte de los que no se sienten españoles. Todos, todos estamos orgullosos de nuestro comportamiento heroico ante el maldito coronavirus.
Sin embargo, lamento decir que no me convence esta llamada de la selva veraniega, que muestra la necesidad de vivir de una España de chiringuito y tentempié, de chupinazo y butifarra. De hecho, no es que no me convenza, es que me causa una profunda tristeza e incomodidad ver nuestra realidad real.
Después de tantos años ya en Europa, de tantos telediarios, de tantos festivales de Eurovisión y canciones del verano..., después de tantas cosas, nuestros sueños se han hecho vulgares y nuestras acciones simples.


La pandemia ha servido para mostrar que tenemos una España dependiente en casi todo, que nos sigue salvando la gloriosa agricultura, pero que hemos renunciado a la industria y a la ciencia. La primera porque es pequeña y la grande no es nuestra, que basta un chasquido de dedos en Japón para que se produzca un terremoto fabril en España. Y la Ciencia, ¡qué triste!, que seguimos con el "¡que inventen ellos!", que hemos ido recortando a nuestros fantásticos y frustrados investigadores que se tienen que conformar con presupuestos cada vez más cortos, con recortes constantes, como la pandemia ha servido para poner en evidencia.
Leo en El País las dificultades para conseguir una vacuna española contra el COVID-19:

España ha iniciado una carrera contrarreloj para tener una vacuna propia contra la covid, en previsión de que las primeras vacunas de otros países no funcionen o haya problemas de abastecimiento. Ya hay 10 proyectos de investigación en marcha y cinco de estos equipos pretenden empezar los ensayos en humanos antes de que acabe 2020, según el recuento de EL PAÍS tras hablar con todos ellos. Los obstáculos a los que se enfrentan son enormes. En España no hay macacos en laboratorios de alta seguridad para poder ensayar los prototipos y la demanda mundial dificulta encontrar animales fuera. Y en España tampoco hay grandes fábricas de vacunas humanas, aunque el Gobierno negocia con las empresas veterinarias para que reorienten su producción.*



Debo reconocer que lo de la falta de macacos me ha dejado un poco helado, desorientados. Sin macacos para probar, sin fábricas para producirla... al menos, las fábricas veterinarias nos pueden sacar de un apuro. ¡Total, animales somos todos!
¡Son tantos los agujeros en nuestra triste realidad! El modelo turísticos, llevamos años diciéndolo, es muy débil si no se equilibra con algo más consistente. Somos una sociedad desequilibrada, creada alrededor del ladrillo y la toalla playera, lo que nos hace terriblemente dependientes y, sobre todo, nos condena a tener ese paro endémico y a la precariedad y estacionalidad del empleo que producimos, de bajísima calidad, como se denuncia una y otra vez. Pero sirve de muy poco, casi de nada, porque la forma que se le dio al empleo, llenando la empresas de becarios, despidiendo antes de los tres años, con temporeros para el campo.
Tenemos un montón de gente muy preparada y llenos de buenas ideas que, sin embargo, no son atendidas ni financiadas, con un parque empresarial atomizado —uno de nuestros grandes males—, incapaz de arrastrar la economía hacia una consolidación del empelo y un mejor reparto de la riqueza.


Hace unos años se empezó a usar críticamente el término "mileurista". Hoy mucha gente vendería el alma por esos mil euros fijos, estables, ante tanta pobreza institucionalizada, ante tanta eterna precariedad.
Hemos visto el problema de que no había quien recogiera las cosechas que tocaban en estos meses. Vivimos con temporeros importados, de la misma manera que hace más de cincuenta años, los españoles iban a Francia a la vendimia. Los países acogen la mano de obra más barata y desprecian la propia. Sí, es el mercado, pero con una falta de sentido de comunidad que es imposible sin algún tipo de planteamiento conjunto. Y la división de la sociedad es constante como para poder compartir objetivos. La creciente desigualdad hace que los más favorecidos dejen de sentir que tienen algo en común y, por supuesto, lo desfavorecidos por el sistema no se sienten nada identificados con él. Solo nos queda la pachanga y el folclore, el fútbol y demás deportes que se han convertido en canalizadores y, a la vez, en nuevo negocio del espectáculo.
Las carencias del modelo ladrillo-turismo-ocio son bastante acusadas. En el fondo, es lo que quieren nuestros vecinos del norte. Les gusta ser ellos los industriosos, los que inventan, los serios. Nosotros somos buenos para atenderles, para suspirar por sus visitas, sin las cuales nos encontramos con el agua al cuello. Algo falla en que después de décadas, después de soñar entrar en Europa y dejar atrás la "España de la pandereta" estemos de nuevo en la pandereta y el bronceador.
Tenemos demasiados lastres económicos, políticos y mentales. No se ha apoyado a nuestra industria, prefiriendo atraer a otros, que nos han colonizado gracias a las facilidades concedidas, que —como vemos— no han creado más lazo que el de la rentabilidad en un mundo de fondos cada vez más anónimos.


Aceptamos las noticias de que nuestros hijos vivirán peor que nosotros con una tranquilidad pasmosa, sorprendentemente pasmosa. La falta de cohesión social en una España fragmentada por los intereses de unos pocos no deja espacio para una utópica España para todos, con oportunidades.
Ahora nos dicen que tenemos potencial investigador, que hay diez proyectos de vacunas en marcha, pero que no hay macacos ni fábricas capaces de producirlas. Tampoco hemos sido capaces de producir mascarillas o trajes de protección. Es más fácil ser intermediario en importaciones que asumir el reto de la producción. Para importar siempre hay hueco, siempre se encuentra capital porque es rápido y se puede engañar a la administración, como nos ha ocurrido en algunas de nuestras compras.


Hace mucho tiempo escribí que había que dar gracias por los buenos empresarios, que son los que permiten el desarrollo de las regiones, los que reparten beneficios entre sus trabajadores, tratando de crear una buena imagen de sus productos, los que buscan mercados exteriores y los que amplían sus plantillas, los que finalmente, reinvierte en sus proyectos y no se esconden en paraísos fiscales. Esa clase empresarial es buena para cualquier país. Pero para eso hay que salir del egoísta  "homo economicus" tradicional e ir a algo más solidarios, con otros valores, que piense en los demás no como piezas a las que explotar o engañar. Alguien que sienta vínculos con su comunidad y tenga sentido del legado recibido y del que pueda dejar. Y no es fácil cuando se enseña el egoísmo, el beneficio propio y el desprecio a los otros.
Seguimos necesitados de una clase empresarial más activa y comprometida, con imaginación para entrar en nuevos campos de futuro. Muchos países lo están haciendo. Se especializan en áreas de desarrollo tecnológicas, con futuro; en industrias sostenibles y con ganas de comerse el mundo. El turismo no puede ser el mismo futuro una y otra vez, por más que lo endulcemos con la gastronomía y seamos buenos en ello. Es demasiado crítico y es el modelo que están implantando otros países como vía barata al desarrollo. Pero tiene un límite.
Ahora resulta que no hay macacos. Buena suerte para los macacos, mala suerte para nosotros y para nuestras posibles vacunas. Creo que la vacuna que necesitamos, más allá del COVID-19, es una contra la falta de solidaridad, contra la falta de imaginación productiva y la carencia de estímulos hacia el futuro, más allá del beneficio propio. Hay que empezar a medir el desarrollo en otras unidades. Hemos vuelto a los 50. La sociedad española no es la misma y pide más que ser a los ojos de fuera el país del sol, la playa y la fiesta.



* Manuel Ansede y Artur Galocha  "El sueño de la vacuna española contra la covid El País 21/06/2020 https://elpais.com/ciencia/2020-06-20/el-sueno-de-la-vacuna-espanola-contra-la-covid.html

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