domingo, 7 de junio de 2020

La sexta bala y el burdel de Tolstoi

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Quizá nos guste soñar más que vivir; quizá es mejor el vaso medio lleno que medio vacío. Quizá la imagen del paraíso sea una terraza sin restricciones y pasarnos el día dándonos abrazos y acuchones. Quizá. Pero estos paraísos terrenales están sujetos a medidas que no podamos ignorar porque es importante entender porqué se producen... y se producirán.
No nos gustan los aguafiestas, pero son los que nos suelen salvar la vida, tal como los médicos nos dicen lo que nos sentará mal y no debemos hacer si queremos recuperarnos.
La BBC publica un artículo aguafiestas, pero que es necesario entender en su medida, la del futuro por delante porque sin entenderlo nuestra visión será tan realista como el que espera la aparición de un príncipe o de una princesa Disney en su vida. El coronavirus nos saca de la infancia y no obliga a madurar, que significa tomar medidas que se normalicen para salir adelante y no tratar de vivir fantasías.
Victoria Gill, encargada del área de Ciencia, es quien firma el artículo, titulado de forma clara y directa: "Coronavirus: This is not the last pandemic"*. Lo que se nos dice nos lo están repitiendo una y otra vez, pero nos gusta escuchar otras cosas y a otros les gusta que las creamos para sus propios intereses.


Todavía algunos diarios españoles y algún canal digital de televisión dedican sus páginas a las conspiraciones y a los laboratorios secretos en los que alguien se dejó la puerta abierta. Son explicaciones que hacen felices a algunos para sus propias guerras, pero cuyo mayor peligro es creer que cerrando las puertas y fronteras se acabó el problema. En realidad estamos en mitad de la primera temporada, por utilizar un símil; los argumentos se han ido complicando, pero la trama sigue su curso. Escribe Victoria Gill en la BBC:

We have created "a perfect storm" for diseases from wildlife to spill over into humans and spread quickly around the world, scientists warn.
Human encroachment on the natural world speeds up that process.
This outlook comes from global health experts who study how and where new diseases emerge.
As part of that effort, they have now developed a pattern-recognition system to predict which wildlife diseases pose most risk to humans.
This approach is led by scientists at the University of Liverpool, UK, but it is part of a global effort to develop ways to prepare better for future outbreaks.
"In the last 20 years, we've had six significant threats - SARS, MERS, Ebola, avian influenza and swine flu," Prof Matthew Baylis from the University of Liverpool told BBC News. "We dodged five bullets but the sixth got us.
"And this is not the last pandemic we are going to face, so we need to be looking more closely at wildlife disease."
Across the thousands of bacteria, parasites and viruses known to science, this system identifies clues buried in the number and type of species they infect. It uses those clues to highlight which ones pose most of a threat to humans.
If a pathogen is flagged as a priority, scientists say they could direct research efforts into finding preventions or treatments before any outbreak happens.*



La "tormenta perfecta" es un término que creo hemos utilizado un par de veces en estos meses para tratar de explicar la conjunción de factores que han llevado a la rápida propagación de esta enfermedad que no dio tiempo ni a tener experiencia, impidió pensar con datos reales y que todavía discutimos cómo responder ante ella.
Sabemos muy poco, pero un poco más que antes. Algunos ilusos le echan la culpa a la "ciencia" que era nuestro salvoconducto al futuro. Pero esquivar cinco balas nos volvió demasiados confiados frente a esa sexta bala a la que hace referencia simbólicamente la autora en el artículo. La sexta nos dio de pleno. Exceso de confianza y lentitud de reflejos.
Mientras no asumamos que esto surge porque hemos creado las condiciones perfectas para que se produzca y nos sigamos preguntando dramáticamente por menudencias y trivialidades que da vergüenza escuchar, no haremos sino esperar la nueva bala, la séptima, la que está por llegar y se está gestando ya en algún lugar del mundo.


Lamentarse de los errores está bien, pero está mejor aprender de ellos. Por ello es esencial y dejar de plantearlo como un drama que afecta a la temporada veraniega o planteamiento similares.
Si queremos mantener nuestras formas de vida, tendremos que invertir en detección y prevención. Es fundamental que la próxima bala sea detectada inmediatamente, que toda la información se comparta y que nadie piense que no va con ellos. El COVID-19 estaba entre nosotros antes de que se pudiera identificar, lo que demuestra que su velocidad es mucho mayor que la de nuestros sistemas de detección, de ahí el interés en mantener una red más veloz que la del coronavirus, que es la nuestra propia, la de nuestros viajes, puntos de concentración y cruces.
El COVID-19 refleja nuestra relación de presión con la naturaleza, su propia "nueva normalidad", la que no nos ha importado alterar. Recuerdo haber leído un estudio surgido al poco tiempo de empezar la pandemia en el que se hablaba del "estrés animal", en especial de los murciélagos, como fruto de la presión humana en sus hábitats. No ha sido el único en insistir en este tema que, sin embargo, no tiene la atracción que otros mucho más morbosos o políticos.


El 15 de febrero, El Periódico publicaba un artículo titulado, firmado por, con entrevista a científicos del IrBio, de la Universidad de Barcelona. Allí se señalaba:

La deforestación de los bosques y selvas de la Tierra, además de ocasionar la desaparición de especies, repercute negativamente en la salud humana. La destrucción de los ecosistemas (esto es, el impacto del hombre) es una de las causas por las que aparecen virus desconocidos que pueden infectar a la población. Aunque aún existe mucho desconocimiento en torno al covid-19 (el nuevo coronavirus chino que, a fecha de 14 de febrero, ya ha causado cerca de 1.400 muertos y unos 64.000 contagios), las alteraciones de los ecosistemas podría ser una de las múltiples causas de su aparición.
"En el caso del covid-19, ha influido la pérdida del 30% de la superficie forestal del sudeste asiático en los últimos 40 años. Cuando destruimos masa forestal es para poner en su lugar asentamientos humanos. Y una parte de la fauna salvaje que estaba allí pasa a alojarse en estos ambientes", explica Jordi Serra-Cobo, biólogo del departamento de Biologia Evolutiva, Ecologia i Ciències Ambientals y del Institut de Recerca de la Biodiversitat (Irbio) de la Universitat de Barcelona (UB). Al desaparecer su hábitat natural, algunas especies encuentran refugio en las construcciones humanas y pasan a estar en contacto con la población. Una de estas especies son los murciélagos.
Estos mamíferos son, precisamente, el origen del contagio de la actual epidemia de coronavirus. El covid-19, al igual que en el SARS del 2002, dio el salto del murciélago al ser humano. "Los murciélagos, de los que existen 1.300 especies, son el grupo de mamíferos que alojan un mayor número de coronavirus. Representan el 20% de todos los mamíferos y son reservorios de virus", cuenta Serra-Cobo. Además, las "alteraciones ambientales" originan "estrés" en los murciélagos, algo que "parece que provoca más virus en la saliva, orina y heces" de estos animales.
Este experto matiza que si bien los murciélagos son el grupo de mamíferos que tienen más virus, en Catalunya es "muy difícil" que transmitan enfermedades. "Todas las especies que comen insectos, como los pájaros y murciélagos, nos hacen un favor, son necesarias. Además, en Occidente, a diferencia de en China, las personas no comemos murciélagos y estos tampoco viven dentro de nuestras casas casa, sino debajo de los tejados", dice. Por eso el riesgo de contagio de virus por parte de estos mamíferos es bajo aquí.
Un buen ejemplo de cómo las alteraciones de ecosistemas generan infecciones es la actual epidemia de dengue de América Latina. "La quema de bosques en la selva del Amazonas para hacer campos de cultivos y poblaciones humanos provoca, además de una pérdida de hábitat, que haya charcas de aguas y, en ellas, muchos mosquitos. Esto aumenta la posibilidad de epidemias transmitidas por estos insectos, como por ejemplo el dengue", asegura Serra-Cobo. "Esta epidemia del dengue sí que está directamente relacionada con los mosquitos y la pérdida de hábitats", añade.**



A mediados de febrero el problema todavía era una "cuestión china". Las cifras de entonces, hace apenas tres meses y veinte días desde entonces, son oficialmente más de seis millones los contagiados y cientos de miles los muertos. Ni siquiera nos atrevemos a contar a unos y otros con seguridad. Hay países enteros en los que la enfermedad está estigmatizada y los enfermos mueren en sus casas, en secreto, para evitar males sociales mayores. Aquí hemos dado cuenta de algunos.
Las imágenes de los ataúdes de cartón en las calles de Guayaquil sin que nadie los recogiera; los camiones convertidos en depósitos de cadáveres frente a incineradoras que no dan abasto; las pistas de patinaje sobre hielo convertidas en morgues; las UCI saturadas... todo está ahí tan reciente —días, horas—, tan vivo, que sorprende el rápido giro de nuestras viejas jerarquías de administración de la vida. No acabo de entender, sinceramente, que haya que decir que las pistas de baile deberán estar cerradas en las discotecas en la fase 3. Sinceramente, me parece que padecemos otros virus, los de la trivialidad, mucho más peligrosos.
Nuestro problema, volviendo a la BBC, no es solo el coronavirus, que es percibido solo como un obstáculo ante nuestros deseos irrefrenables. El problema es cómo conseguir que existan inversiones en la Ciencia para salvarnos, aunque algunos se lo merezcan poco; como conseguir un sistema sanitario que nos salve de nuestras estupideces en una segunda oleada y cómo conseguir un sistema educativo que nos saque de la idiotez y del egoísmos. Quizás son demasiados problemas para intentar solucionarlos de una tacada.


Los medios nos han mostrado imágenes sorprendentes de escenarios sin nosotros, sobre qué ocurre cuando desaparecemos. Es un escenario casi onírico en el que la naturaleza liberada nos trae pavos reales, jabalís o pájaros a nuestras calles y ventanas. He podido escuchar en muchas de mis videoconferencias el canto de pájaros que entraban por las ventanas abiertas de muchos de mis interlocutores. Ahora escucho de nuevo pasar motos y coches, como en estos instantes, una mañana de domingo.
Es un mundo sin nosotros y no parece tan malo. Quizá deberíamos pensar en esas deforestaciones —incluso Bolsonaro en su Brasil quemado interesadamente, segundo país más castigado por la pandemia tras los Estados Unidos de su amado Trump—, en la responsabilidad humana en todo esto. La tormenta perfecta la hemos creado nosotros, con un cambio climático dramático que los mismos que niegan al coronavirus niegan.


Hay que remodelar la ciencia y conciencias, muchas otras muchas cosas más que están volviéndonos insensibles a lo que ocurre y nos impiden ver la trayectoria de esa sexta bala. La aceleración de los disparos va en aumento, recortando el tiempo que tenemos para recuperarnos. Quizá haya que escuchar a lo que temen un rebrote tras el verano y no tanto a los que siguen prensando como si aquí no hubiera pasado nada.
Ah, sí, el sistema educativo. Quizá haya que empezar a pensar en modificar nuestras enseñanzas y no solo preocuparnos por hacer exámenes seguros. Somos responsables de un mundo egoísta y que solo piensa en el beneficio propio, dejando a los demás los problemas y las culpas. Deberíamos empezar a enseñar que hay otras formas de ver el mundo y que esto no es solo cuestión de la biologías. Hay que cambiar los hábitos sociales y en esto es la educación la pieza clave. Nuestras prioridades se han ido deslizando y nuestras instituciones educativas se han ido contagiando del mismo egoísmo que la sociedad. En vez de transformarla, nos hemos dejado seducir por sus métodos y objetivos en busca de rentabilidad, en diferentes términos. Nos debería empezar a importar más lo que ocurre fuera, sus causas. Sería mejor empezar dejar de hablar entre nosotros, entre pares, y empezar a hablar directamente a la sociedad a la cara diciendo al emperador que está desnudo. Pero la crítica no está de moda y es preferible dorar la píldora al que te ha de subvencionar y promover. Cada uno debemos aguantar nuestras velas.


No se ha ido a lo esencial, sino a lo rentable. ¿Nos ha de extrañar entonces muchas de las reacciones insolidarias o egoístas en muchos campos? Quizá la única ventaja de la pandemia sea habernos puesto un espejo delante. Algunos reaccionarán; otros hasta se encontrarán más guapos. ¿Puede valorar correctamente una sociedad cuyos valores no son congruentes o son triviales? Ese es el reto. Si son nuestros actos los que crean las circunstancias favorables, ¿cómo vamos a corregirnos si no cambiamos antes?
Necesitaremos ciencia, sí. Pero mucho más. En La sonata a Kreutzer (1889), Lev Tolstoi criticaba a una sociedad que invertía en investigar para curar la sífilis y fomentaba seguir yendo a los burdeles. Los tratamientos contra la enfermedad, decía el novelista, en realidad buscaban la tranquilidad en las visitas al burdel, darnos seguridad y no acabar con el mal.
No tenía pelos en la lengua y siempre podemos aprender algo de los clásicos. Ese "mucho más" que necesitamos incluye la educación para valorar lo realmente importante en una escala que va desde la naturaleza misma que estamos alterando a nuestras formas de vida. La pandemia ha mostrado que muy pocos están dispuestos a hacerlo y que, por seguir el ejemplo de Tolstoi, muchos están deseando curarse para volver al burdel.
En el ejemplo de la BBC no se nos dice quién dispara las balas. Creo que es innecesario explicarlo. No nos tiembla el pulso,



* Victoria Gill "Coronavirus: This is not the last pandemic" BBC 6/06/2020 https://www.bbc.com/news/science-environment-52775386
 ** Beatriz Pérez "La deforestación, clave en la propagación del coronavirus" El Periódico  15/02/2020 https://www.elperiodico.com/es/sanidad/20200215/la-destruccion-de-ecosistemas-origina-nuevos-virus-como-el-covid-19-7848963



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