Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Que el
radicalismo está creciendo en todo el mundo es algo que podemos constatar solo
con encender el televisor, comprar un periódico o mirar las noticias en
Internet. No hacen falta muchas pruebas, pero siempre se puede especular sobre
las causas de este movimiento que, más allá de la violencia callejera, lleva a
la negación como principio activo y principal de la actitud política.
Siempre
se ha dicho que es más fácil destruir que construir, criticar que hacer
propuestas, debatir que insultar. Pero también resulta evidente que es mucho
más cansado, que exige voluntad y preparación el hacer antes que el deshacer.
Hace muchos años escribimos sobre el principio Mabuse, personaje al que los
cinéfilos recordarán, un genio del mal con la brillante idea de que primero hay
que destruir, sembrar el caos, para después construir el "nuevo
orden". En Mabuse retrató el gran director Fritz Lang el ascenso del caos
criminal que se haría con el poder en la Alemania nazi.
Se
percibe cada vez más pesimismo ante el atractivo que figuras radicales tienen
en la sociedad y la facilidad con la que salta la violencia. Quedan pocas
manifestaciones que empiecen bien y no acaben mal. Siempre se nos dice lo
mismo: a los pacíficos manifestantes iniciales, a sus causas muchas veces
justas, se les acaban uniendo grupos radicales que acaban de forma violenta. Lo
acabo de oír hace apenas unos minutos en el noticiario. Esta vez, a la
manifestación pacífica se le juntaron "hinchas de fútbol", no sabemos
bien porqué. Quizá empiece a haber una cierta normalidad en la violencia.
La
Vanguardia publicó ayer un artículo titulado "Los sondeos revelan la
radicalización de la sociedad". En él leemos:
Un estudio del politólogo Oriol Bartomeus
(profesor de la UAB y autor de El
terremoto silencioso. La influencia del relevo generacional) refleja
precisamente el crecimiento sostenido de ese enojo nihilista a través de las
series históricas de los sondeos.
De hecho, el efecto más claro de esa sociedad
airada sería la crispación política. Sin embargo, las encuestas sugieren que
“la tensión política sería una reacción de la creciente tensión social, y no al
revés”. Es decir, “el grosor de los moderados en la sociedad es cada vez menor,
y cada vez son más los que se ubican en una posición extrema”.*
Hay
varios aspectos interesantes en esos dos párrafos. El primero es el uso del
término "enojo nihilista", que tiene cierta enjundia. Creo que habría
que distinguir el nihilismo actual de aquel que arrasó parte del siglo XIX y
que reflejó magistralmente Turgéniev en su novela "Padres e hijos".
Entre Spleen y Nihilismo, el siglo XIX vio cómo se diluían los principios y valores
de las generaciones anteriores y surgían otros de corte positivista o
simplemente antisociales.
La
conjunción del enojo con el nihilismo parece establecer una cierta correlación.
¿Somos nihilistas porque estamos enfadados? ¿Estamos enfadados porque nos hemos
vuelto nihilistas? Como suele ocurrir en las cuestiones sociales, no es fácil determinarlo.
Habitualmente
echamos la culpa a los políticos que con sus constantes peleas nos piden que
les sigamos en sus enfrentamientos, forma de establecer distancias y viajes
comprometidos de no retorno. Nos hacen percibir a los otros como enemigos, encuadrándolos
de forma negativa, asegurándose que no nos alejemos demasiado. Sin embargo, lo
que nos dice Bartomeus es lo contrario, que son los políticos los que siguen a
la sociedad en su radicalización en aumento.
No es
fácil decidir entre las dos posibilidades. Echar las culpas a la política está
muy bien y nos descarga de responsabilidades, pero ¿y si es al contrario, si es
el conjunto de la sociedad el que se está radicalizando, que el "grosor de
los moderados" está decreciendo?
Si nos
decidimos por la segunda posibilidad, los riesgos son enormes porque la
radicalización solo suele dirigirse a una mayor radicalización, no hacia la
moderación. Los procesos de grupos radicales son siempre una competencia por la
radicalidad que lleva a la creación de "facciones" que acusan de
traidores, desviacionistas, vendidos, etc. a los que dejan atrás. Pero ese
camino, aplicado a la sociedad misma, es realmente inquietante.
Lo que
caracteriza a nuestras sociedades actuales es la mayor interacción. Eso vale
para el coronavirus y su expansión o para las redes de información. Todo está
globalizado y es instantáneo. También la irritación o enojo se extiende a
enorme velocidad, como estamos viendo en estos días. La ira se desata de forma eléctrica, esparcida por los medios.
El
crecimiento de los populismos y de otras formas radicalizadas que configuran un
espacio antagonista, polarizado, en el que solo el movimiento hacia un enemigo,
real o imaginado, verdadero o falso. Para alcanzar el Brexit, los Johnson,
Farage y compañía, por ejemplo, tuvieron que convencer a los británicos que el
resto de Europa estaba en manos de la "Alemania nazi" y apelar al
espíritu de la "batalla de Inglaterra" sobre el Canal. No hace falta
más que ver las noticias sobre Trump y su épica de la violencia con el grito de
"¡Liberad los estados!", haciendo que cientos de personas armadas
ocuparan el edificio del gobierno del Estado en Michigan.
La
habilidad del político sería canalizar el descontento, dar forma a la violencia
subyacente. Cada vez vemos más este tipo de políticos y de política del
enfrentamiento. El estudio comentado en La Vanguardia se centra en un aspecto
de la encuesta: el rechazo absoluto del otro, es decir, el número de
"0" que se le ponen a los partidos a los que jamás se votaría:
Ese aumento se ha acentuado en la última
década y supone “una diferencia cualitativa”, ya que “poner un cero es no
reconocer en el evaluado ningún mérito y mostrar una desconfianza absoluta”.
“¿Son los políticos los culpables de esta situación? –se pregunta el autor del
estudio. ¿Es la aparición de partidos situados en posiciones más extremas la
responsable de este panorama tan tenso?
Los datos no parecen indicarlo, porque el
incremento de los ceros es anterior. Anterior al procés y anterior al cambio en el sistema de partidos en España”.
Y, atención, el grupo de los nacidos antes de 1950 –al menos en Catalunya– es
el que refleja un mayor crecimiento de los ceros, y por tanto una mayor
irritación, cuando se trata de valorar las instituciones.*
Hay que
reconocerle al estudio que le da la vuelta a muchos conceptos, como el de la mayor
radicalización de las generaciones más jóvenes. Lo que muestra, en el caso
citado, es a los pensionistas como radicales. No se analiza bastante el efecto
de la tensión sobre el futuro. La visión del futuro (la falta de él) de los
jóvenes se suele emplear como justificación de actitudes de rechazo al sistema;
la del futuro de los pensionistas, es decir, de aquellos que se encuentran en
esa franja de edad y ven también un futuro devaluado respecto a las
expectativas acumuladas. Veinte años de crisis solo parcheadas han creado, es
cierto, un sector de edad radicalizado. ¿Hay también un "enojo
nihilista" entre los grupos de mayores? Creo que sí y tras lo ocurrido con
las residencias de ancianos durante la pandemia, puede que haya aumentado el
radicalismo. Tiene su lógica.
Las
conclusiones del estudio y del artículo que nos lo cuenta nos dan el siguiente
panorama de la política:
La conclusión de esos indicadores sería que
la política “se adapta a los tiempos y a una realidad fuera de su control”. De
ese modo, política y sociedad se empujan mutuamente hacia la polarización, en
un “círculo probablemente vicioso”.*
La
sociedad se radicaliza y radicaliza a la política que radicaliza más a la
sociedad. Eso es lo que se nos viene a decir desde el estudio. La pregunta que
surge es ¿qué se puede hacer para frenar esta deriva? Y es la pregunta que se
hace un "moderado". Pero dado que es la moderación la que está
desapareciendo engullida por el radicalismo, la pregunta tiene que hacerse
también en el otro campo ¿cómo terminar con el sistema lo antes posible?
¿Es
posible frenar el radicalismo que nos convierte en campo de batalla permanente?
A la vista de lo expuesto no es fácil, nada fácil. Si la moderación va
menguando, como se nos dice, es poco probable que sus mensajes sean escuchados.
Quizá
estamos, como ocurrió el XIX, ante una nueva forma de "enojo
nihilista" que ya ha recibido distintos nombres en sus diferentes
manifestaciones. Esto ha sido una constante desde el principio de la década de
2010. Allí comenzó el sentido de la "indignación", con
manifestaciones diversas en todo el mundo, incluido España.
El año 2011 fue
declarado por la revista Newsweek como el de la "protesta" y el
manifestante como la "figura del año". Recuerdo en uno de mis post de entonces haber escrito que no era el "año de la protesta", sino el año en que
se "empezó a protestar".
Desde entonces se ha ido agravando la situación. Pocas soluciones y más radicalismo. La mengua de la moderación es preocupante porque hoy el radicalismo ha podido llegar hasta la Casa Blanca y desde allí sembrar el mundo de conflictos, como vemos cada día.
Hoy, lo más preocupante se encuentra en esa fascinación por la acción irreflexiva frente a los procesos que buscan armonía social. Es un camino difícil porque el radicalismo polarizado es un peligro para todos y trae, como quería el astuto Mabuse, órdenes siniestros.
Ya los hemos visto en los giros de algunos países; no son fantasías.
*
"Los sondeos revelan la radicalización de la sociedad" La Vanguardia
21/06/2020
https://www.lavanguardia.com/politica/20200621/481832251050/sondeos-revelan-radicalizacion-sociedad.html
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