sábado, 27 de junio de 2020

Las cortinas de humo de Trump no esconden el desastre norteamericano

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En la BBC, Mike Hills se preguntaba desde los titulares "Coronavirus: Is the pandemic getting worse in the US?", algo que parece que algunos siguen discutiendo pese a las evidencias de ser así. No hay duda razonable: la situación en los Estados Unidos empeora. Y lo extraño sería que mejorara con las medidas tomadas y las que se han dejado sin tomar.
En Estados Unidos ha ocurrido —probablemente— lo peor que podía ocurrir en el momento menos oportuno: la politización del coronavirus desde el inicio. El responsable —¡cómo no!— ha sido el presidente Trump, cuyo narcisismo le llevó a enfatizar primero que el virus nunca llegaría a Estados Unidos, después que si llegaba estaría controlado, para más tarde decir que era un invento de la prensa liberal e izquierdista con los traidores demócratas, y finalmente responsabilizar a China, al igual que la había felicitado al inicio.


La politización del coronavirus ha tenido dos momentos clave. El primero ha sido poner al frente a su propio vicepresidente, una jugada con la que pretendía controlar políticamente la gestión y después pensar ingenuamente que si el asunto estallaba él estaría protegido. Pero, como era previsible, la gente se preguntó "¿qué diablos sabe el pulcro Mike Pence de esto del coronavirus y las pandemias?" Y tenían razón. Por eso el impaciente Trump decidió dar el salto protagonista confiando en su "carisma" ante sus seguidores. Las declaraciones sobre la ingestión de desinfectantes o el uso de luces internamente para la desinfección como geniales intuiciones expresadas en público por el incontinente Trump mostraron al mundo lo poco bueno que podían esperar del presidente.


El segundo aspecto importante desde la perspectiva política han sido los ataques a la Organización Mundial de la Salud, a la que acusó de estar "vendida a China" y amenazó con cortar las subvenciones a la organización y salir de ella. Cuando más se necesitaba la coordinación mundial Trump deshacía los organismos capaces de dejarle en evidencia señalando lo nefastas (cuando no ridículas) políticas seguidas.
Muchos norteamericanos —y no han sido los únicos— han confundido las libertades con la supervivencia. Contagiarse o no, no es una cuestión de libertad. Podemos debatir el derecho al suicidio, el tema más interesante según Camus, pero el hecho de que se trate de contagiar a los demás elimina mi capacidad (o derecho) de infectar a otros, voluntaria o involuntariamente. Estoy obligado moralmente a proteger a los demás porque mi decisión les afecta.
Sin embargo, si no se quiere ver este principio, se organiza el caos que ahora mismo tienen los Estados Unidos, con liderazgo o con su falta de ellos en todos los órdenes. Desde el "Jesús es mi vacuna" hasta "los viejos debemos sacrificarnos por el futuro de los jóvenes", pasando por "es mi libre decisión", cada uno ha mantenido sus principios en algo que no puede ser llamo "individualismo" sino más bien estupidez fragmentada.


Lo sorprendente es cómo la visión política se ha seguido manteniendo por encima de los hechos básicos como es la salud y la supervivencia. Todo está híper politizado y en gran medida lo está por la acción de Donald Trump desde la Casa Blanca a lo largo de todo su mandato.
Mike Hills señala en su artículo que el crecimiento de los casos en los Estados Unidos, el empeoramiento de la situación, es un hecho, que los números no engañan. Señala algo más:

[...] the top US health official for infectious diseases, Anthony Fauci, sees the current situation as a continuation of the initial outbreaks.
"People keep talking about a second wave," he told a reporter recently. "We're still in a first wave."*


Esto es importante porque estamos aplicando a los fenómenos naturales metáforas conceptuales que es probable que nos están impidiendo ver la verdadera realidad de la situación al estructurar nuestra percepción de los fenómenos y nuestras interpretaciones sobre estas.
Pensar en términos de "segunda ola" puede hacer creer que se detuvo una primera. Sin embargo, eso no es más que una forma de estructurar la realidad. "Curvas", "olas", "aplanamientos", "escaladas", "desescaladas"... y la favorita, "nueva normalidad", pueden convertirse en formas de ocultación o de malas interpretaciones.
Ahora insisten muchos expertos en que el virus no se había ido a ninguna parte, que ha estado ahí, simplemente esperando a que se le acercara más gente que lo transportara. Un solo contagiado es suficiente para que se inicie la expansión. Hay que tener cuidado con las metáforas porque si no se afina bien, ocultan tanto como revelan. Y muchos las han interpretado de forma muy propicia a sus intereses o deseos. La cruda realidad de los nuevos contagios está ahí, los llamemos como los queramos llamar.


La administración de los Estados Unidos se enfrentó mal al coronavirus dándole una especie de valor simbólico. Al coronavirus le daba igual la nacionalidad del infectado, algo que a los contagiados parece importarles mucho. Los brotes de racismo asociado a la pandemia son muchos.
La Vanguardia de ayer incluía un artículo titulado , en el que señalaba:

Donald Trump, según el presidente Donald Trump, “es la persona menos racista con la que te hayas encontrado jamás”.
Los hechos no parecen darle la razón. Después de pasarse semanas elogiando el esfuerzo y la transparencia de Xi Jinping en la lucha contra el coronavirus, Trump descubrió que la Covid-19, enfermedad que había ninguneado, se lo llevaba por delante y que necesitaba un enemigo al que culpar.
A partir de ahí empezó a hablar del “virus de China” o “el virus de Wuhan”. Ahora ha incorporado la versión más despectiva de Kung (artes marciales chinas) Flu (gripe). Este término lo utilizó por primera vez en un acto de campaña en su aparición el pasado sábado en Tulsa (Oklahoma) y provocó una condena por ser considerado un insulto racista contra los estadounidenses de origen asiático.
Tres días después, en el acto del martes ante unos 3.000 jóvenes en Phoenix (Arizona), Trump volvió a echarle la culpa al “virus de Chinaaaa”. Pero la concurrencia empezó a corear el Kung flu.
Trump se hizo eco de esas voces. “ Kung flu, yeah”, repitió desde el escenario para delirio de los presentes. Esa expresión, rechazada hace escasos tres meses por asesores de la Casa Blanca, ya se ha convertido en el último grito de guerra para el trumpismo.
“Es escalofriante ver a una multitud insultante”, aseguró Chris Lu, que formó parte del gobierno Obama. “Ese deseo primitivo de obtener la afirmación de la multitud –prosiguió Lu en The Washington Post – tiene pésimas consecuencias para los asiáticos americanos, en especial para los niños. Es un chiste para él, pero no lo es para nosotros”.
Muchos asiáticos americanos como Lu han dado un toque de alerta sobre este lenguaje. Desde diversos sectores se acusa a Trump de ahondar aún más la división para su rédito electoral.
Por supuesto, el presidente no hizo ningún gesto para frenar el uso de ese lenguaje peyorativo.**


¿Le va a seguir funcionando la extensión del racismo vinculado al coronavirus? Pues puede que le funcione lo del "kung flu". Es la típica metáfora chistosa que le encanta a Trump y enloquece, como bien se describe, a sus seguidores.
Pero, lo más importante, es que es un gasto de ingenio que debería ser empleado en encontrar formas eficaces de combatir lo esencial, el virus y su expansión. Se desconoce si hay cifras sobre contagios producidos entre los asistentes a los mítines de Trump. Sabemos que la Casa Blanca ha tenido sus contagios, pero no sabemos nada de los seguidores del recorrido de Trump. Sí de algunos contagios entre el personal que organiza el rally presidencial en busca de aplausos.
Con todo esto, Estados Unidos ha mostrado al mundo su peor cara, que tiene los rasgos del trumpismo. El deterioro de su imagen internacional ya había comenzado antes de la pandemia, pero esta ha servido para mostrar la profunda división de la sociedad norteamericana, su incapacidad para enfrentarse a una amenaza que crece con sus propias acciones y omisiones. Puede afirmarse que el peor enemigo de los Estados Unidos está en su interior. Tiene nombre y efectos. La creación del caos político ha llevado a lo contrario de lo que se necesitaba, unidad, confianza y sentido común. Pero es justo lo que ha brillado por su ausencia. Los Estados Unidos son el espejo negativo en el que mirarse. Allí donde se ha imitado, como Brasil, el desastre es el mismo.
Los intentos racistas de enmascarar esta realidad o de echar la culpa a otros, ya sean países, partidos o instituciones internacionales, se muestran cada día más patéticos.

* Mike Hills "Coronavirus: Is the pandemic getting worse in the US?" 26/06/2020 https://www.bbc.com/news/world-us-canada-53088354
* Francesc Peiron "Trump arrecia la retórica racista por efecto de la Covid-19 y las encuestas" La Vanguardia 26/06/2020 https://www.lavanguardia.com/internacional/20200626/481953021785/trump-arrecia-retorica-racista-efecto-covid-19-encuestas.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.