Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Parece
que algunos clasifican a los virus en función de las personas en que se alojan.
Están los benditos virus de los turistas y los malditos virus de los
inmigrantes, según las estimaciones de los casos.
Hace
poco más de un mes, la gente de los pueblos blindaba los accesos y construían
auténticas barricadas para que nadie accediera. El terror les llevó a volverse huraños
y "localistas", por decirlo así. Todo lo que venía de fuera era malo,
especialmente si venía de Madrid, la madre de la epidemia en España. Los
temores a ser contagiados o, peor, a ser contagiados y que alguien hubiera
ocupado su cama en la UCI del
hospital de su provincia y no
tuvieran donde ser tratados, muriendo finalmente sobre el empedrado de alguna
bonita calle de su pueblo, bautizada con el nombre de algún prócer, algún
producto típico, santa o santo, o quizá de alguna virtud.
Esos
pueblos que se blindaron entonces, ahora ven languidecer sus terracitas a la
espera de los mismos turistas que antes rechazaban. Donde había malas caras,
amenazas y dedos señalando junto al agente de la Policía Municipal, ahora todos
son sonrisas y campanas de la vieja iglesia románica del pueblo (¡que no hay
que dejar de visitar!) al vuelo.
La
llegada de la "santa normalidad" veraniega todo lo borra olvidando el
salpicón de rebrotes que va cubriendo nuestra piel de toro. ¡Pelillos a la mar!
¡Willkommen, Bienvenue, Welcome!
Pero la
cosa no podía quedar en esta generosa aceptación de que los seres humanos
dotados de VISA pueden ser imperfectos o estar contagiados de forma
involuntaria. La contrapartida informativa la tienen aquellos casos en los que
el contagiado ha llegado en patera o cualquier otro medio similar.
Entonces
cambia todo. Es el caso de lo ocurrido en la población extremeña de Navalmoral,
en donde se "identifica" y se responsabilizada a un "inmigrante",
de cuyo "paradero desconocido" y la existencia de una "orden de
busca" se lleva comentando en diferentes tonos en los medios y con
preocupantes reacciones en las redes sociales.
De ello
y de la percepción del pueblo extremeño nos da cuenta Pablo León en el diario
El País:
“Ha habido una campaña virtual de propaganda
para incitar al odio”, resume Raquel Medina, alcaldesa socialista de 47 años
que renovó mandato en las últimas elecciones. Defiende que está al frente de
una localidad “abierta y diversa”. Leticia Serrano, que regenta una peluquería
en el municipio, apunta: “Se han dicho muchas cosas. Y se ha achacado toda la
responsabilidad a este hombre, pero a Navalmoral, desde que nos desconfinamos,
ha venido mucha gente”. En la localidad hay una veintena de positivos, pero
solo nueve provienen del entorno del denominado paciente cero.*
Llamar
a alguien "paciente cero", con cerca de diez millones de contagiados
por el mundo, no deja de ser una humorada. Lo del "paciente cero",
además, es una forma de estigmatización. ¿Cómo entienden muchas personas este
término? Pese a su complejidad intelectual, el cero (un gran invento de la
India, lugar de extraordinarios matemáticos), tiene un sentido negativo
("ser un cero a la izquierda" decimos), pero sobre todo indica que no
hay "nadie" antes, algo rigurosa y escandalosamente falso. Es uno de
esos términos que a los medios les gusta usar porque muestran cierta
"competencia" y que se acaban volviendo peligrosos, y más en casos
como estos. Ser "paciente cero" es separarte de los otros infectados
y creer que es el causante de todo. Ese "todo" es variable y
amplificado a todos los daños que queramos responsabilizar al señalado. Si,
además, se indicas una "nacionalidad" como identificación,
automáticamente convierte en sospechosos a todos los que lo sean o lo parezcan.
Tiene
motivos la alcaldesa para preocuparse por el buen nombre de su pueblo y por el
roto clima de convivencia. También lo tiene sobre los intereses en que esto sea
así, en sembrar el odio por las calles y, más allá, usarlo como ejemplo en
otros lares.
La
desinformación actúa en forma cizañera, sembrando la discordia:
Ese fenómeno de dispersión de rumores que
cuenta que ha ocurrido en la peluquería de Serrano se ha multiplicado en las
redes sociales. “Llevo un grupo de Facebook con más de 7.000 seguidores y lo he
cerrado hace dos días”, explica María Ruiz, de 37 años. De manera temporal, ha
clausurado a comentarios el foro “Navalmoral qué me narras”, que creó hace seis
años. “Los vecinos estaban enfrentándose entre ellos, discutiendo. Dije: no.
Este grupo no se creó para generar conflictos, sino para que la gente
compartiese”, explica Ruiz, que considera que hay “grupos e intereses políticos
en hacer ruido con este tema”. No lo dice, pero hace referencia al entorno de
la extrema derecha en la localidad.*
Pero el
conflicto es ya el aire que respiramos, el agua de la pecera que nadie limpia y
se va oscureciendo hasta que los peces mueren. La porquería se acumula, acaba
cegándote e impidiéndote respirar.
Las
minorías radicales tienen un aspecto en común: todas usan la información, un
medio muy barato, para expandirse. Para ello esparcen desinformación, rumores, bulos, siembran la duda y están con la red preparada para sacar al pez medio
muerto de miedo, enemistado, irritado, radicalizado a fuerza de discutir. Sabia
la decisión de clausurar la página de Facebook para evitar los conflictos. Si
se deja un foro abierto, estos manipuladores lo usan para sembrar la discordia.
El propio sistema va expulsando así a los que se exceden y rompen la convivencia.
Fuera les esperan con los brazos abiertos, para acogerlos en el nuevo rebaño,
aquel en el que se realimentarán con otros como ellos. Ellos mismos se irán
situando selectivamente en su nivel de ira y acción.
Cada
vez se hace más difícil la convivencia ante el crecimiento de la agresividad.
Los foros públicos ya no son la plaza del pueblo o el viejo casino. Son lugares
en los que se te puede crucificar socialmente, hundir tu vida. Lo vemos en los
casos de acoso escolar o laboral y mucho más allá.
El caso
de Navalmoral muestra los síntomas de todo lo peor que estamos viviendo en
estos tiempo de pandemias y bulos, de coronavirus y populismos agresivos, de
racismo y acosadores. Sí, hay muchos dispuestos a hacer ruido en este tema o en
todos aquellos que les permitan ganar espacio y estigmatizar a otros.
Estamos
viviendo en un sistema en el que es cada vez más difícil convivir. La
intransigencia crece ya sea por la piel, la religión o el género. Hay una ira
cada vez más difícil de contener y, sin embargo, más fácil de justificar para
muchos. La ira puede provenir de ayer o de hace dos mil años, da igual porque
cualquier punto de la Historia es bueno para justificar la violencia, la
discriminación y el odio. El coronavirus, el COVID-19, es solo la excusa para
que salga lo latente, lo que está ahí encerrado a presión, queriendo hacer
volar la convivencia. Lo que supura por esta herida es el viejo racismo que no desperdicia ocasión.
Puede
que encontremos una vacuna contra el COVID-19, pero no creo que lo hagamos para
el odio, el resentimiento, la discriminación, la amargura en la que muchos parecen
querer vivir eternamente.
* Pablo
León "Mentiras y racismo tras el rebrote de Navalmoral" El País
28/06/2020 https://elpais.com/sociedad/2020-06-27/mentiras-y-racismo-tras-el-rebrote-de-navalmoral.html
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