Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
* "Salvador Illa pide ayuda a “referentes sociales” tras el botellón en Tomelloso" El País Vídeo 4/06/2020 https://elpais.com/videos/2020-06-04/salvador-illa-pide-ayuda-a-referentes-sociales-tras-el-botellon-en-tomelloso.html
Las
ciegas guerras que viven nuestros políticos en torno al coronavirus entorpecen
nuestras posibilidades de avanzar con seguridad. ¿No son conscientes de hasta
qué punto complican con sus discusiones absurdas o literalmente perversas la
evolución hacia una positiva más positiva?
El
ministro Illa le ha tenido que dar un rapapolvo de sentido común a la
impertinencia de la diputada Cuca Gamarra, que trataba de hacer ver que en
estos días de desescalada al ministro "le preocupaba mucho el fútbol"
con el regreso a los terrenos de juego y poco la "desescalada educativa.
La
intencionalidad de la observación es perversa, frívola, pese a decir que no
"tiene nada en contra" del regreso a los estadios. La respuesta y la
explicación dada por el ministro Illa es otra cosa.
He
transcrito las palabras del ministro Illa porque el resumen del diario El País,
unas pocas líneas, no se centra en el aspecto esencial que se plantea. Illa
comienza diciendo que es verdad que se ha reunido con los capitanes de unos
equipos de fútbol, algo que anteriormente —explica— le había ofrecido pero
había desestimado.
La idea
central es clara: "Es fundamental, fundamental, fundamental, fundamental
que los referentes sociales inculquen responsabilidad a la ciudadanía".
Quizá recuerde algún hipotético lector que en los inicios de la epidemia en
España ocurrió un fenómeno parecido: las voces oficiales eran ignoradas. Ya no
valían políticos, ministros, incluso médicos. Era la época de los jóvenes
invulnerables y de solo se mueren los viejos, del esto no va conmigo.
Publicamos entonces un post diciendo que era el momento de cambiar los agentes
comunicativos, explicando que se necesitaban voces con mayor conexión social y
que los políticos habían erosionado su propia credibilidad social con sus
disputas. Sencillamente, la gente no los escuchaba o no les creía. Desde el
punto de vista de la comunicación no hay otra manera. En pocos días, los
responsables de comunicación debieron llegar a la misma conclusión y empezaron
a aparecer otro tipo de agentes comunicadores recomendando, hablando otro
lenguaje, con otra imagen reconocida como más influyente por los grupos. Y
funcionó durante un tiempo.
Ahora
hace falta algo similar. Explica el ministro Salvador Illa:
"Lo decidí cuando vi las imágenes de
Tomelloso. Cuando vi el botellón de Tomelloso pensé 'es bueno que salgan los
referentes sociales a decir ¡cuidado!'... Porque me preocupa Tomelloso, me
preocupa" "Si la gente que escuchan, que son los líderes sociales
—que son los que son—...
Para mí, señora Gamarra, y creo que para
usted también, el líder social, el referente que yo tengo, el héroe que yo
tengo en la cabeza estos días, es el que recibe el Premio Príncipe de Asturias,
el médico... Pero a quien escucha la ciudadanía, la gente joven, es a quien
escucha... Ese día yo decidí que me iba a reunir con ellos."*
La
respuesta de Illa pone encima de la mesa varios problemas, unos inmediatos y
otros de fondo. El primero, el inmediato, es la eficacia de la comunicación, la búsqueda del interlocutor adecuado
para que se le escuche por parte de aquellos que están en algún tipo de
relación o conexión. Lo que esto implica es la necesidad de un traductor generacional,
por decirlo así, ante la imposibilidad de llegar directamente a las personas.
Quizá "traductor" no engañe un poco sobre el sentido del problema.
Aquí no se trata solo de un problema de lenguajes; se trata más bien de formas
de ver el mundo o, directamente, de responsabilidad y sentido del conjunto.
Hemos
creado un mundo fragmentado y egoísta, cerrado sobre nosotros mismos, sin una
transmisión real de valores en beneficio de los valores de mercado y mercadeo.
Eso hace que sea difícil compartir visiones de los peligros o de beneficios
comunes.
Bastó
que se extendiera la idea interesada de que los jóvenes eran inmunes al
coronavirus para que el mundo se dividiera en dos. Esto ha ocurrido, nos guste
o no nos guste; no podemos ignorarlo. El mismo problema se ha dado en gran
medida entre aquellos que se siente distanciados por los abismos que la edad
abre. En este sentido, las propias residencias de mayores ya son un síntoma
social y lo ocurrido con ellas —también nos guste o no— tiene un sentido.
Hemos visto
gestos de solidaridad, es cierto, como cuando jóvenes se han ofrecido para
ayudar a los mayores encerrados. Pero son una parte. Los casos que ocurren, uno
tras otros, es que son en fiestas, ya sean privadas o en público, cumpleaños,
fiestas privadas y botellones, discotecas clandestinas, los que se están
produciendo.
La
visión de las imágenes del botellón de Tomelloso son las que el ministro Illa
reconoce como el detonante de lo que va a ser una nueva serie de casos. No es
más que cuestión de tiempo.
Todo
ello nos lleva a la eficacia del mensaje y a hacer llegar la responsabilidad a
todos: el coronavirus solo se frenará con un comportamiento adecuado por parte
de todos. Y todos hemos visto alguna especie de situación, con más o menos
personas, en las que la misma locura del botellón —la estupidez que se ve desde
la luna— se nos muestra.
Los
maestros y profesores temen el regreso a las aulas porque cómo van a controlar
a aquellos que no quieran controlarse y que perciban los centros educativos
como "centros sociales". Es difícil no hacerlo porque lo son
realmente, pero es nuestro concepto de sociabilidad, de interrelación, lo que
se debe modificar y ajustar a los nuevos parámetros. No podemos interactuar
como antes. Nuestros espacios, nuestras distancias, nuestras acciones... han de
ser forzosa y forzadamente diferentes.
Hemos
comentados en ocasiones que los mensajes oficiales centrados en el número
pueden ser contraproducentes porque el que se quiere agarrar al número por sí
mismo no ha entendido nada. Cuando se dice que se podrán reunir "20
personas", el número nos da una especie de confianza. No se trata de la
cantidad, sino de cómo se interactúe. Dos pueden contagiarse, cien puede salir
bien si lo hacen correctamente manteniendo las medidas de seguridad. Quizá se
haya pecado —los medios de comunicación han tenido su responsabilidad en esto—
en un exceso de detalle, algo que entendía que lo se decía es lo que se podía
hacer y lo que se podía hacer no tenía riesgo. Esto es un error evidente y se
seguirá pagando.
Los
políticos deberían reflexionar sobre por qué no son esos "referentes
sociales" capaces de ser creíbles. Deberían hacerlo. Quizá lo que encuentren
sea muy duro para ellos. La estrategia que ha convertido la política en una
mezcla de cloaca y de pelea de gallos puede llevarles al poder, pero divide y
sobre todo desacredita ante una gran mayoría de la ciudadanía.
Las
advertencias en estos días se suceden. La necesidad de transmitir "buenas
noticias" despierta los ataques y enfrentamientos que nunca han cesado. A
los ciudadanos nos hubiera gustado ver aparcadas muchas cosas, ver mejorar el
tono por parte de quienes tienen la obligación de ser ejemplares al representar
a los ciudadanos. ¿Lo harán mejor los capitanes de los equipos de fútbol? ¿Lo
harán mejor los otros líderes sociales en un mundo trivial?
Los
aplausos desde los balcones han sido una forma cambiar el norte hacia aquellos
que de verdad se han dejado la piel y muchas otras cosas más por sentido de la
responsabilidad y por sentido de sacrificio. Efectivamente todo el personal
sanitario, pero también repartidores, tenderos, conductores, policías, etc. que han mantenido el país en
marcha para que los que podíamos teletrabajar pudiéramos sobrevivir. Por eso la
indignación de que todos esos riesgos se olviden por un irresponsable botellón
o una fiesta de cumpleaños con o sin ilustre invitado belga (¡menos mal que es
el décimo en la línea de sucesión!).
Tiene
razón Salvador Illa: es fundamental, fundamental, fundamental. Hay que usar
todos los medios e interlocutores posibles para hacer llagar a esa parte irredenta
de la población, esa parte que ni entiende ni quiere entender. La euforia
estival, nuestra necesidad de poner buena cara no ayuda mucho. Hay que seguir
insistiendo en cómo hay que estar en las terrazas, bares o chiringuitos en vez
de intentar que se llenen de cualquier manera, como algunos quieren.
El caso
del avión a Tenerife es otro enorme aviso a un sector estratégico, el turismo,
que se puede hundir ante los que esperan esas noticias para amplificarlas y
evitar que la gente venga a España, que parece ser nuestra salvación nacional.
Me
gustaría que alguien pensara en una España futura menos dependiente industrialmente y turísticamente. Son dos distorsiones que los intereses
económicos se empeñan en mantener. Hay que empezar a crear sectores
industriales que nos garanticen que las soluciones a nuestros problemas están
en nuestras manos y no en la voluntad de otros. Hemos tenido que esperar sentados a que
nos llegaran trajes y mascarillas, respiradores, etc. No hemos sido capaces o
no hemos querido hacerlo nosotros. Ahora se cierran fábricas de automóviles y
empresas que nos reducen más como país. ¿Es extraño que los "referentes sociales" sean los que los medios fabrican, deportistas, cantantes, etc.? ¿Hay otros visibles? Los modelos sociales vigentes solo están pensados como parte del gasto en ocio (deporte, música, TV...).
El
coronavirus es un enorme mensaje, lleno de advertencias sobre el futuro y de
muestra de carencias en el presente. Si no lo leemos correctamente y el país
solo está pendiente de "salvar el verano" nos mereceremos lo que el
futuro, que no va a ser bueno, nos tenga deparado. Somos un país que vendió su
industria por un plato de turistas, que arrancó frutales u olivos para acoger
en sus campos de golf. Hoy necesitamos más o estaremos condenados a seguir
siendo el juguete del norte industrial, que necesita chiringuitos para
broncearse; seguiremos formando el mejor personal médico que se tiene que ir a
Reino Unido o Alemania; investigadores que se van a los Estados Unidos... Quizá
esto explique mejor porqué un sector en pleno, la juventud, ha desconectado. No
lo explica todo, pero sí una parte. Son los que tienen que consumir mientras
nos llegan las nuevas remesas de turistas a gastar. Tomelloso es algo más que un
botellón; se ha convertido desgraciadamente en una forma de vida. Es solo la parte cutre del modelo.
Sí, es fundamental sortear los próximos peligros. Pero es también fundamental pensar en cambiar este desastroso modelo en el que vivimos, un modelo sin grandes aspiraciones y degradado, con poco que ofrecer a los que crecen en él.
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