Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La OMS
ha señalado que la pandemia, en cifras globales, sigue su curso y ya hay 7'5
millones de contagiados en el mundo, además de 420.000 personas fallecidas. A
nadie se le escapa a estas alturas que estas cifras, siendo altas, no revelan
más que aquello que captamos, que no serán más bajas, pero que sí pueden ser
bastante más altas. En una situación de este tipo, además, el aumento de las
cifras de hoy acelera las de mañana pues aumentan las probabilidades de nuevos
casos cuando aumentan los casos. Por eso la obsesión con la detección temprana
de los brotes y la trazabilidad, es decir, evitar que un caso se multiplique y
se convierta en cientos o en miles al diseminarse el contagio. La ilusión que
ofrecen nuestras desescaladas solo es posible bajo una muy atenta vigilancia y
responsabilidad de no hacer todo aquello que favorece la difusión del
coronavirus.
Por
muchas islas que queramos crear, al aumentar de nuevo la circulación, aumentan
las probabilidades de cada contagio y cada contagio es el principio de una
cadena de contagios nuevos que, si no se frena, se hace imparable. Por eso,
lejos de quedarse satisfechos, los científicos tienen que poner en guardia a la
sociedad advirtiendo de las consecuencias de la relajación, como comentábamos
ayer. Los políticos venden recuperaciones y éxitos donde sobra mucha
parafernalia y hace falta más seriedad y sinceridad.
Tenemos
los ejemplos terribles de los Estados Unidos, Reino Unido, Brasil y Rusia,
otros modelos también que comienzan a ser cuestionados desde dentro, como el sueco, y
otros que se cayeron por el camino, como Singapur.
Podemos decir que Trump es
el peor presidente en el peor momento, pero la respuesta negacionista y
conspiratoria de una parte de la sociedad norteamericana, con su presidente al
frente, ha sido la real causante de la situación patética de una potencia mundial
que se desangra con más de 113.000 muertos y dos millones de contagiados,
de nuevo, mal contados. Ni la Biblia ("Jesús es mi vacuna", decían
algunos) ni las armas, satélites o las sanciones o salidas de los organismos
internacionales ha llevado a los Estados Unidos por el camino razonable, con un
presidente creyente en la inyección e ingestión de desinfectantes, capaz de
extenderlo en una rueda de prensa en la Casa Blanca.
El
diario ABC reproduce una información de EFE con el titular "Los
científicos creen que los gobiernos han fallado en su lucha contra la
pandemia". La explicación que se nos da de esta acusación es la siguiente:
El «fracaso colectivo» de los gobiernos en el
control de la propagación global del SARS-CoV-2 es «decepcionante pero
predecible», señala un grupo [de] científicos, para los que la complacencia,
combinada con más de un decenio de recortes en salud, pilló desprevenidos a los
gobiernos cuando apareció el Covid-19.
En un comentario publicado en la revista Nature Medicine, investigadores de
distintas instituciones del mundo, entre ellas el ISGlobal de Barcelona,
repasan la gestión de la crisis y proponen medidas, divididas en seis áreas,
para mejorar la respuesta en esta y futuras pandemias.
«Ante la creciente amenaza de esta epidemia,
las naciones del mundo tenían que unir sus fuerzas y luchar juntas. Fallaron en
hacerlo», subrayan Jeffrey Lazarus (ISGlobal) y sus colegas.
Y es que, argumentan, el exceso de confianza
de los gobiernos y las organizaciones internacionales ante la inevitable
aparición de nuevos patógenos virulentos, combinada con más de un decenio de
recortes generalizados de la financiación «en nombre de la austeridad», pilló
por sorpresa a los gobiernos cuando apareció el Covid-19.*
No les
falta razón, en términos globales. La dificultad de parar el mundo solo es
comparable a la de tratar de encontrar con pocos recursos la solución a una
enfermedad de estas características. Quizá muchos hayan cambiado su percepción
de lo que supone poder ponerse una vacuna contra la gripe cuando llega el
invierno, un acto que por repetirse cada año no parece sencillo, fácil, casi
espontáneo. Nada más lejos de la realidad. Es una pena que no se pongan de moda
los biopics de científicos, de lo que
costó encontrar remedios contra enfermedades que se llevaban por delante millones
de personas cada año. No saben que eso tan sencillo de lavarse las manos es el
resultado de descubrimientos sobre lo que era una infección y que se tardó
siglos en establecer la desinfección como algo esencial porque tampoco se tenía
claro qué era una infección. Por eso es un espectáculo desolador escuchar el
"¡Jesús es mi vacuna!" o ver al presidente de los Estados Unidos con
una Biblia en la mano en un sesión fotográfica. Como bien le dijo un periodista
de la CNN, "¡Ábrela!", algo válido tanto para la biblia como para su
mente.
En las
grandes discusiones sobre economía que escuchamos todos los días y la forma de
salvar los restos del naufragio, sin embargo, apenas vemos debates sobre la
financiación de la investigación científica, que es en realidad en donde se
encuentra la solución más inmediata. La necesidad de "reabrir" la
economía, es decir, la actividad social productiva y de consumo, choca con el
lógico efecto inmediato de aumentar el número de casos. No hace falta ser muy
despierto (no no estar muy ciego) para comprender que el aumento de la
actividad interactiva presencial aumenta el riesgo de contagio y que cada nuevo
contagio aumenta el de otros nuevos.
Nuestro
problema principal viene esencialmente de a) los que creen que ellos tienen
menor riesgo o que son inmunes (la estrategia de tranquilizar diciendo que solo
los mayores con patologías previas morían se ha mostrado equivocada y peligrosa
en diversos sentidos); b) los que no les importa, ya sea por necedad personal, excepcionalismo,
exceso de ego o cualquier otra circunstancia (hemos visto ejemplos variados por
todo el mundo); c) los que creen que, como lo han pasado, no tienen problemas,
algo que no sabemos; d) los asintomáticos irresponsables, es decir, que deciden
que si no tienen problema siguen a lo suyo; y e) los que no guardan cuarentena
cuando hay motivos fundados para hacerlo. Por supuesto, hay un f) los
negacionistas, los que creen cosas como que es una conspiración con las redes
5G de fondo o tonterías similares. Todos son peligrosos porque niegan o se
niegan lo evidente: las muertes y los enfermos, las secuelas posteriores, el
hecho del contagio. En distinto grado, son muestras de irresponsabilidad ante
los otros. Esto no es cuestión de libertad, pues no puede haber una forma de
libertad individual que cause daño a los demás.
Por eso
se está avanzando en distintas direcciones tratando atacar la enfermedad en su
origen, pero también en su expansión y es ahí donde todos jugamos un papel
esencial, reduciendo movimientos innecesarios, tomando medidas, previniendo.
Sin algún tipo de refuerzo, el tiempo juega en contra de las medidas sociales,
que son más difíciles de sostener cuando la gente empieza a hartarse, aburrirse
o cualquier otro sentimiento de rechazo, incluido, la angustia por tener que
ganarse el pan.
El
artículo señala que la pandemia se debe combatir más allá de los laboratorios,
que hay una serie de áreas que se deben tratar. Esto no es una "enfermedad
rara"; es justo lo contrario, por ello se deben cuidar las formas de
propagación:
Estos científicos indican que las vacunas y
los tratamientos son fundamentales, pero los gobiernos también deben dar
prioridad a otras áreas. En este sentido, proponen medidas en seis campos.*
Esos
seis campos los recogemos aquí de forma sucinta:
Mejorar la comunicación sobre salud pública y
sus conocimientos
Facilitar una vigilancia y una notificación
sólidas
Desarrollar la preparación para la pandemia
Fortalecer los sistemas de salud
Garantizar la salud y equidad social
Estrategias de confinamiento y
desconfinamiento integrales
Creo
que las seis iniciativas son puntos sólidos de partida. El primero es esencial,
pues se ha demostrado, en diferentes fases y momentos, lo poco preparado que
han estado medios e instituciones para comunicar eficazmente con la población. Se dirá —y es cierto— que los medios tampoco
han recibido buena información. Esta pandemia está mostrando la necesidad de
comunicadores creíbles en la época de la desinformación, la redes sociales y
las "fake news", algo que existía antes pero que ha jugado un papel
esencial en nuestro estado actual. También los medios han tenido que aprender,
sí. Unos lo han hecho mejor y otros peor. Los dos siguientes puntos tienen que
ver también fuertemente con la información y su eficacia de transmisión
manteniendo conectadas las instituciones; también con la construcción de
sistemas de detección. Los restantes tienen que ver con la mejora de lo que ha
sido deteriorado en muchos países, los sistemas de salud, uno de los focos de
desigualdad más acusados. Lo hemos visto en muchos países, las diferencias
entre sistemas sólidos, con buenos profesionales e instalaciones, pero reducidos
a mínimos por las políticas de recortes y los empujones hacia sistemas privados
que nos siempre funcionan como deben. La salud no debería ser un negocio, sino
un logro global. Pero por lo que estamos viendo ahora alrededor de la carrera
de la vacuna por parte de algunos países, hay pocas esperanzas de que esto
llegue a ser global.
Como
bien señalan los científicos firmantes en Nature Medicine, "las naciones
del mundo tenían que unir sus fuerzas y luchar juntas". No lo hacen. Es
difícil hacerlo cuando existen tales diferencias de condiciones entre unas y
otras, no solo económicas, sino culturales. La pandemia ha demostrado que no
existen fronteras y que los seres humanos quedamos igualados por un coronavirus
saltado desde algún murciélago y paseado por los seres humanos en un planeta
que se nos queda pequeño, con una naturaleza estresada y a la que explotamos
sin cuidado.
Los
gobiernos han fallado, sí. Lo han hecho más allá de sus errores puntuales en
este caso. La falta de previsión, el hacer oídos sordos a la advertencias sobre que esto podía ocurrir tras cinco avisos recientes, el aprovechar la
circunstancias para las guerras político-económicas, la falta de solidaridad, el
horror de las estrategias de contagios masivos, el desmantelamiento de lo
público confiando todo a la rentabilidad... Cada uno podría añadir algunos otros errores y vicios.
La
pregunta es ¿aprenderemos para la siguiente? Si no se unen fuerzas y se priorizan los recursos para el futuro, esto, nos advierte los científicos, volverá. Y no habrá excusas.
*
"Los científicos creen que los gobiernos han fallado en su lucha contra la
pandemia" ABC EFE 11/06/2020
https://www.abc.es/sociedad/abci-cientificos-creen-gobiernos-fallado-lucha-contra-pandemia-202006112259_noticia.html
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