Pese a
todo lo que hemos vivido y a lo que estamos viviendo; pese a todo. Pese a los
riesgos que siguen ahí, sin reducirse un milímetro, pues seguimos sin cura y
solo dependemos de nosotros mismos manteniéndonos alerta, alejados de los
posibles focos. Pese a todo. Sí, pese a que el hecho de no estar infectados hoy
no signifique que no podamos estarlo mañana, pese a todo... Pese a todo, a
la luz de las cuestiones, de las preguntas que se hacen, seguimos sin entender
cuáles son los peligros y cuáles las prioridades. No hemos
"ganado" nada. Nada ha pasado: solo hemos bajado el ritmo de nuestros enfermos a las
UCI para evitar un colapso. Hay menos contagios porque hemos tomado unas medidas; olvidémoslas y volveremos a lo mismo o, según algunos, a algo peor.
Nada
hay más revelador y terrible que esos cuerpos apilados dentro de camiones
frigoríficos, en la calle por haber solo dos hornos crematorios. Uno de ellos
ni siquiera era refrigerado y han sido los olores y fluidos que salían de él lo
que permitió saber el espectáculo dantesco de su interior. Imágenes terribles,
de impotencia, de desbordamiento y, si queremos, de desidia, incompetencia o
maldad.
Mientras
tanto seguimos discutiendo cosas absurdas, por más que nos inquieten. ¿Cree
alguien sensato que hay diferencias entre visitar a un pariente o a un extraño?
¿Cree alguien que a los virus les importa lo del kilómetro o dos alrededor de
la casa o si los niños deben llevar un juguete o dos?
Las
preguntas del tipo "¿cuándo vamos a poder ir a visitar a los
familiares?" es absurda, por más que humana. O quizá absurda por humana,
por lo que tiene de negación e incongruencias.
Hemos
visto a obispos, a imanes a rabinos... proclamar que sus dioses les protegen...
Y les hemos visto caer infectados y morir porque no hay dios que proteja al que
no se protege. Tampoco los primeros ministros, del británico al ruso —recién
comunicado su positivo en las noticias de hoy— se libran. Ni el personal
médico, ni los policías, ni bomberos o repartidores, dependientes de
supermercados... se libran si no ponen de su parte los cuidados más extremos.
Para
los que han cogido el coche hoy, sí, también el Primero de Mayo es día de
contagios, por muy trabajador que sea el coronavirus, que no sabe de fiestas.
Para los que pisan las playas con arenas, con o sin lejía; para los se van a
hacer senderismo... Lo de menos es dónde estén. Son las distancias las que
determinan la posibilidad del contagio. Y no es seguro, pues la distancia
depende de muchos otros factores, como el viento, la humedad, etc.
Tampoco
te sientas seguro por la edad, que se reparte por todo el espectro, del niño al
anciano. No son solo los mayores los que deben cuidarse, tenemos todo tipo de
casos y edades.
Tampoco
te confíes porque lo hayas pasado. Toda la avidez por que te hagan test es porque
si lo has pasado ya no lo vas a volver a pasar. Falso. Hay personas que han
vuelto a recaer o se han vuelto a contagiar (no está claro) después de haber
pasado sus enfermedades.
La
salud es un estado precario, un punto en la línea de tiempo. Hoy estoy sano y
mañana infectado si no tomo las medidas adecuadas, si no me protejo.
Cuando
escucho o leo las preguntas de algunos medios o en las ruedas de prensa me
pregunto si lo hemos acabado de entender. Esto va a requerir algo más que
gobiernos y sanitarios que velen por nosotros. Esto requiere, sobre todo
sensatez y cuidado, mucha cautela porque va a ser un periodo largo al que solo
se podrá recortar tiempo si cumplimos con objetivos claros y nos dejamos de
tonterías casuísticas que hacen sonrojarse.
A todos
nos gustaría despertar de este mal sueño y levantarnos, salir a la calle
abarrotada, hacer cola en un restaurante, ir por la tarde a un partido con los
amigos y por la noche ir al cine tras una cena. Ajuste el plan del día festivo
como usted quiera. Nos gustaría levantarnos e ir a trabajar, comentar el fin de
semana, el puente en la playa o la montaña y el buen tiempo que hizo. A todos
nos gustaría estar morenos y sembrar la envidia. Pero no vamos a despertar
porque estamos despiertos, viviendo una pesadilla intensa que ha cambiado
nuestras vidas de forma más o menos radical.
Dejemos
de jugar con las palabras, con las imágenes, con los deseos. Maduremos, que va
a ser lo único que realmente vamos a poder sacar de estos momentos dolorosos
que necesitan de usar lo mejor de nuestro juicio.
Pensemos
en fórmulas para hacer lo posible y no para seguir preguntando sobre lo que es
imposible bajo pena de retroceder. Se trata de ganar tiempo para que haya sitio
en los hospitales (lo hemos conseguido), que se pueda reponer el personal
médico (está pendiente), que encontremos una vacuna o tratamiento eficaz para
paliar tanto dolor (estamos en ello), tratemos de buscar soluciones
alternativas seguras para los trabajos... en vez de seguir preguntando cosas
que se caen solas.
No, no
vamos a estar mejor porque forcemos las situaciones. Solo acabaremos dejando
que el egoísmo nos acabe convenciendo que se trata de construir más hornos
crematorios para que no se acumulen los cadáveres en las aceras dentro de
camiones alquilados sin refrigerar. Se trata de evitar muertes, de ser
solidarios para encontrar soluciones conjunta,s que no dejen a nadie fuera ni en
riesgo mayor. Se trata de salir todos juntos y aportar seriedad, imaginación y
trabajo. Critiquemos cuanto sea necesario para mejorar y no para ganar posiciones. Critiquemos y aportemos soluciones, ideas. Ayudemos para salir cuanto antes de esta situación.
Estamos perdiendo muchas vidas, empleos, fuerza productiva..., muchas cosas. Pero no perdamos el tiempo con lo insustancial. Dediquémonos a lo posible para que, poco a poco, podamos llegar a lo deseado. Nadie tiene una varita parea arreglar esto; pero todos tenemos la posibilidad de empeorarlo si no actuamos con inteligencia.
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