Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Nic Robertson, en la CNN, hace sesudas reflexiones sobre los problemas que se le
plantean a los Estados Unidos en cuanto al liderazgo mundial. Lo hace con el título "The
pandemic could reshape the world order. Trump's chaotic strategy is
accelerating US losses". Se confirma, por un lado, que el COVID-19 tiene
el "efecto de todos los efectos", por decirlo así, que afecta a todo;
pero, por otro lado, demuestra que los Estados Unidos de Trump, incluso los que
no están de acuerdo con Trump, siguen sin entender el problema del liderazgo mundial, sea esto lo que sea.
Por empezar directamente, si Estados Unidos se pregunta si
ha perdido el liderazgo mundial, la respuesta es que lo hizo hace mucho tiempo
y en diversos campos. Pero la preocupación ahora es que, tras haber vivido la
etapa de las superpotencia, la de una Guerra Fría, el manejo de la soledad de
la cima no ha sido el más adecuado y su concepto de liderazgo ha cambiado y, lo
más importante, ha cambiado también la percepción que el mundo tiene de los
Estados Unidos, a la vista de cómo este se percibe a sí mismo.
Escribe Nic Robertston en el inicio de su artículo:
Europe outright rejected US President Donald
Trump's vision of the world this week. Tensions between these historic
democratic allies that have been simmering since Trump came to office three
years ago have now come to a boil during the coronavirus pandemic.
Covid-19 has shocked the world by the speed of
its spread, but it is also accelerating another global change in the balance of
power -- and not in America's favor.
The extent of the divide became clear on
Tuesday during a vote at the World Health Organization annual assembly in
Geneva, Switzerland, backing Europe's conciliatory approach to China relating
to an investigation into the outbreak. Power had visibly ebbed away from the
United States as its demand for a tougher approach was dismissed, a move that
should sound alarm bells in Washington.*
Muy sordos han debido estar los políticos norteamericanos
para no entender que el cambio de relaciones no se produce por el COVID-19,
sino que este solo los ha acelerado y ha manifestado con más claridad las
fricciones existentes. Desde que comenzó el siglo XXI, la política
norteamericana hacia el exterior no ha sido precisamente la de sumar aliados,
concepto que habría que reconsiderar.
CNN 23/05/2020 |
La estrategia de Trump (y no solo de él) ha sido tensar el
mundo para que los polluelos acudieran a protegerse debajo de la gran gallina
clueca. Es Trump quien ha llevado al extremo esta política de azuzar conflictos
rompiendo acuerdos para crear tensiones y posteriormente sacar partido doble,
cobrar a los aliados por la protección y establecer nuevos acuerdos que refuercen
esta situación. Los ejemplos más claros los hemos visto aquí decenas de veces
en estos años, como han sido Irán o Corea del Norte, con los que se han creado
conflictos a las puertas de Europa y en Asia para evitar acuerdos de zonas. La
bomba creada por el apoyo a Israel ha levantado en ira a toda la zona, azuzando
los conflictos, reforzados por la caótica gestión norteamericana de lo que
ocurre en Siria, con los añadidos conflictos kurdos y con Turquía. Se podría
repasar porqué nadie es capaz de resolver el problema de Oriente Medio y los
refugiados y cómo esto está afectando a la situación de Europa.
De todo esto
hemos dado cuenta aquí en años anteriores, viendo cómo se favorecía la
situación de Rusia en Oriente Medio y en los países próximos en Europa,
incluidos los de la Unión Europea en un intento de fraccionarla, algo que el
propio Trump, favoreciendo el Brexit, apoyaba.
No, los Estados Unidos no son líderes más que de ellos
mismos. Lo son porque crearon un concepto esquivo llamado los "intereses
norteamericanos", un principio justificativo de cualquier acción y que
lleva a la extinción de las explicaciones o de los acuerdos.
Es Estados Unidos de Trump el que ha creado y quiere seguir
creando una división mundial de bloques para mantener su guerra exterior con
China y su guerra interior con la mitad del país. El COVID-19 no ha sido más
que la guinda del pastel de la disputa creada por las presiones a China, un
elemento esencial de su política interior, cuya función es debilitarla ante el
ascenso económico a segunda potencia mundial.
The New York Times |
La obsesión de Trump con China es el resultado de una
estrategia de desafío y renegociación que estuvo presente desde el inicio de su
mandato. Una de los principios estratégicos que Trump ha barajado y que se
concentra en su lema estrella de "hacer grande de nuevo a América" es
precisamente presentarla como la víctima inocente y generosa de las taimadas
fuerzas mundiales, que una vez son Rusia, otras China, otras Europa o Corea del
Norte; hay días que les toca a México, Venezuela o Irán, según se levante Trump
de la cama. Y esto tiene un límite.
Trump ha dinamitado todos los acuerdos, del Cambio Climático
a los de paz en distintos ámbitos. Ha bendecido a estados criminales como en el
caso de Khashoggi, asesinado por orden del príncipe heredero de Arabia saudí;
ha abrazado a gente como Jair Bolsonaro o se ha apoyado en Rusia para debilitar
a Europa; ha apoyado el Brexit y alguno de sus asesores andar montando la
alianza de la ultraderecha populista por la Unión, como es el caso de Steve
Bannon, otra forma de romper la Unión Europea. Trump golpea, amenaza, divide y
aísla. Luego se lo cuenta a los asistentes a sus mítines, que jalean su forma
de meter en cintura al mundo. Pero lo único que ha traído al planeta es
violencia, intimidación y desorden. Lo necesita psicológicamente y
políticamente, lo necesita para mostrar a sus seguidores que Estados Unidos es
temido y obedecido, que es el único sentido que tiene para él el poder, en lo
personal y en lo institucional, como ha enseñado varias veces a los propios
norteamericanos y a sus instituciones, que necesitan estar a la defensiva ante
sus amenazas constantes, incluidos los cierres de la administración si no se doblega.
¿Se puede llamar liderazgo a esto? ¿Puede salir un orden
nuevo de esta cabeza o solo lo que vemos, el caos? Carente de cualquier dote
empática que no sea la de doblegar a los demás y ser aplaudido, Trump es el
anti líder. Su vocación va más hacia la secta, al culto a la personalidad y al
cuidado de su propia imagen, como nos muestra la obsesión por no ponerse una
simple mascarilla.
Robertson da cuenta de cómo Europa ha dado la espalda a
Trump y a los Estados Unidos, que se ve debilitado mundialmente por su política
y cuyos halcones trabajan en el mismo sentido, de Pompeo a Navarro. Estados
Unidos tiene un problema, que se llama Trump, pero el resto del mundo tiene un
problema con los dos, con los Estados Unidos y sus políticas y con el propio
Trump, que es quien las ordena.
La política de bloques que parece querer activar, reduciendo
a meros satélites a países que no están dispuestos a orbitar dócilmente a su
alrededor. Trump trata de imponer su visión y narrativa sobre lo que ocurre en
el mundo. Esta, que le funciona internamente, es inexportable fuera de sus
fronteras. Pese a ello, sigue.
Escribe Robertson:
European leaders believe it's better to coax Xi
into cooperation than to confront him.
Their act of independence is of course a slap
in the face for Trump and his Secretary of State Mike Pompeo's efforts to
divide the world into two binary camps, and follows in the wake of the bruising
conflict over the provision of 5G technology. In that battle, the US sought to
bully Western nations into shunning the Chinese state-backed telecoms option,
with threats to withhold intelligence briefings from those that disobeyed the
order.*
El intento de conseguir con el COVID-19 lo que antes no había
conseguido demuestra que la política de Trump no es de liderazgo, sino de
imposición de los propios intereses a los demás haciéndoles vivir en un estado
de inseguridad. La mayor inseguridad, una vez más, ha sido provocada por la
política de Trump. Obama cometió errores (como ocurrió con la Primavera Árabe),
pero Trump realiza acciones con la finalidad de crear el desorden
intencionadamente.
Esto es lo que muchos consideran que ha terminado
definitivamente con el periodo norteamericano que se abrió gracias a su papel en las dos Guerras Mundiales. Pero ya no
vivimos en ese orden y no es posible crear uno que trata de reproducir una
situación mundial bipolar repartiéndose el poder y el territorio. No es un orden
nuevo, sino un caos que impedirá el desarrollo y la estabilidad. Ya lo había
hecho con anterioridad al COVID-19. La situación actual de la enfermedad en Estados
Unidos, fruto de sus propias decisiones, pues ha sido el país con más tiempo
para informarse y tomar medidas ante las situaciones de otros países, solo es
imputable a su propia inoperancia y soberbia.
El viejo orden no vuelve; el nuevo que se trata de imponer no es aceptable para nadie y se ofrece resistencias, por lo que tenemos un estado de desorden que es necesario redirigir hacia nuevas fórmulas. Pero está claro que no serán los Estados Unidos los que lideren nada. Ese crédito lo han perdido con Trump. ¿Tendrá oportunidad de recuperar su posición más allá de la fuerza, el peor de los liderazgos? Hay un largo camino que recorrer cuando se ha perdido la confianza. Trump no es fiable y el mundo lo sabe.
¿Cómo salir del desorden actual? es la nueva y esencial pregunta. Lo que ocurra con la futura vacuna será decisivo para que el mundo vea si su sentido del liderazgo coincide con lo que veamos.
* Nick
Robertson "The pandemic could reshape the world order. Trump's chaotic
strategy is accelerating US losses" CNN 23/05/2020 https://edition.cnn.com/2020/05/23/world/pandemic-world-order-trump-intl/index.html
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