Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
manía de las "dos Españas" ha llevado al diario El Mundo a un
ejercicio de mal gusto (a algunos les parecerá bien) hablando de la "España
confinada" y la "España con terraza". Las televisiones han
ahondado en esta diferencia conectando en directos con bares y cafeterías transmitiendo
en directo —como acabo de ver— el placer supremo de una señora al dejar caer
sus posaderas sobre la silla de la terraza mientras lanzaba un pletórico
suspiro. La cámara estaba allí para recoger ese primer suspiro de las
anhelantes nalgas. No somos nadie sin terraza... Don Quijote de la Terraza...
Terraza cañí... Suspiros de Terraza.
Poco
después, desde otra terraza española, otra señora declaraba en exclusiva que su
primer cafelito le ha sabido a gloria, a gloria de la buena. ¡Quién nos iba a
decir que ese gesto repetido hasta la invisibilidad se iba a convertir en
noticia estrella, en apertura de telediarios! Sin embargo, ahí están, las
terrazas disfrutadas por los privilegiados de la "España 1" frente a
los parias de la "España 0", la señalada con el dedo, la que sufre
—como dice el presidente de la Comunidad Autónoma Andaluza— de grave "daño
reputacional", tras la afrenta alevosa de dejar fuera a Málaga y Granada. Desde
Boabdil El Chico nadie había llorado tanto por Granada. Se quedan sin suspiros
de terraza por ahora.
Por
supuesto, el primer suspiro se irá reproduciendo —nuestros medios no dejarían
pasar la ocasión— con la primera sentada en la grada —"¡cómo lo echaba de
menos!—, el primer gol en casa —"¡cómo lo echaba de menos!"—, el
primer abrazo al pariente distante —"¡cómo lo echaba de menos!—...
Los
medios televisivos, que tanto informan en directo, nos han sometido a los
extraños rituales informativos de las ausencias en la primera fase de la
pandemia, la del ascenso al pico de la enfermedad. El modelo ha sido copiado
por todos hasta la saciedad y no tenemos constancia de quién fue el primero que
lo desarrollo. Un ejemplo, el día de San José te plantas en una plaza valencia
vacía y dices que el año pasado allí había una "falla" y unos cuantos
miles de personas. Las variantes han sido infinitas, como enfocar un balcón
sevillano vacío asegurando que allí alguien cantó una saeta al paso de la
procesión. Los que lean esto recordarán sus casos, los casos del "año en
blanco", del "quién me ha robado mi falla" o como decían algunos
románticos, "mi primavera".
De
algunos sabíamos que tenían poca vida interior, pero lo que no sabíamos era
cuánta vida exterior tenían. En nuestra España moderna, la vida exterior es un
deber patriótico. La terraza (simbólicamente) es el lugar del cuerpo y del
alma, de la convivencia y del gasto para que no se nos pare la economía... o el
corazón por falta ese cafelito.
Todos
echamos de menos la vieja normalidad. Pero, debo ser raro, echo de menos más a
las personas que me atendían que a los cafelitos y las terrazas. Sin salir de casa, me preocupa
más su destino, saber si cuando llegue un día a ese bar o
restaurante, a esa taquilla, a esa caja del supermercado o a la peluquería,
etc. me voy a encontrar con las mismas personas con las que antes hablaba.
La
disputa política sobre las dos Españas, con y sin terrazas, me parece triste.
Muestra que seguimos por los mismos senderos, fraccionados hasta el infinito,
incapaces de ponernos de acuerdo en un asunto de esta trascendencia. Es triste,
pero es así.
No
somos los únicos en disputar, claro. Pero tampoco me sirve de consuelo que existan
Trump y Bolsonaro.
Las terrazas están creando la sensación de un falso final o,
si se prefiere, de un final en falso. Esto está empezando y ya muchos quieren
regresar a la "vieja vulgaridad".
Desaprovechamos la ocasión de
remodelar ante la prisa angustiada por el cafelito y la terraza. El
desmantelamiento de decenas de botellones nocturnos y fiestas en casa ocurrido
en Madrid y de la que se nos da cuenta en la prensa de hoy tiene mucho de
grotesco y deprimente. Los hacinamientos en aviones y autobuses de línea,
cuyas imágenes nos han mostrado, dan a entender que muchos ya están en la
"España 2", en la "3" o la "4" y lo que le pongan por su cuenta. Las
denuncias de los viajeros, su angustia por verse hacinados de golpe después de
cincuenta días de soledad mejor o peor llevada hace temer por que la llamada
"reapertura de la economía" (una cursilería) sea una mezcla entre la
carrera de Oklahoma y Fuenteovejuna.
Vox,
siguiendo el modelo del "amigo americano", se ha declarado en
rebeldía y reivindica las libertades y el salir a la calle a pecho descubierto
(después de haber pasado la enfermedad gracias a sus mítines), sin mascarilla,
a protestar, que es lo suyo. Se alinea así con la reacción de la ultraderecha
alemana que ha hecho lo mismo. Es el modelo. Ellos sabrán. Quizá reivindiquen
la toma de las terrazas al asalto.
Por supuesto, me alegra que la gente se divierta y que los negocios abran, que se pueda tomar el sol, etc. Pero cuando hablo de la
España de la terraza veo un modelo. Muestra que todos esos otros artículos
sesudos hablando del cambio a la "nueva normalidad", de las
carencias observadas en nuestro sistema de producción, de la necesidad de ser menos
dependientes en nuestra economía, etc. con los que se han llenado nuestros
momentos de angustia y soledad, se han esfumado. Eran para llenar tiempos muertos. Todo parece distante.
Lo que discuten nuestros políticos, al final, es cuándo abrir las terrazas, las playas, la llegada del verano... Sobre eso gira nuestro mundo. Han tenido que regular las rebajas, para evitar descalabros y rebrotes epidémicos por causas tan nobles como un buen descuento.
Sí, parece
que nos acercamos a la "vieja vulgaridad", a lo de siempre, que en el fondo es lo
muchos echaban de menos. Y queda mucho, todo, por delante. Todo aquellos de que íbamos a ser distintos, que ya éramos mejores... se irá quedando por el camino, como un efecto secundario de la pandemia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.