martes, 12 de mayo de 2020

Suspiros de Terraza

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La manía de las "dos Españas" ha llevado al diario El Mundo a un ejercicio de mal gusto (a algunos les parecerá bien) hablando de la "España confinada" y la "España con terraza". Las televisiones han ahondado en esta diferencia conectando en directos con bares y cafeterías transmitiendo en directo —como acabo de ver— el placer supremo de una señora al dejar caer sus posaderas sobre la silla de la terraza mientras lanzaba un pletórico suspiro. La cámara estaba allí para recoger ese primer suspiro de las anhelantes nalgas. No somos nadie sin terraza... Don Quijote de la Terraza... Terraza cañí... Suspiros de Terraza.
Poco después, desde otra terraza española, otra señora declaraba en exclusiva que su primer cafelito le ha sabido a gloria, a gloria de la buena. ¡Quién nos iba a decir que ese gesto repetido hasta la invisibilidad se iba a convertir en noticia estrella, en apertura de telediarios! Sin embargo, ahí están, las terrazas disfrutadas por los privilegiados de la "España 1" frente a los parias de la "España 0", la señalada con el dedo, la que sufre —como dice el presidente de la Comunidad Autónoma Andaluza— de grave "daño reputacional", tras la afrenta alevosa de dejar fuera a Málaga y Granada. Desde Boabdil El Chico nadie había llorado tanto por Granada. Se quedan sin suspiros de terraza por ahora.


Por supuesto, el primer suspiro se irá reproduciendo —nuestros medios no dejarían pasar la ocasión— con la primera sentada en la grada —"¡cómo lo echaba de menos!—, el primer gol en casa —"¡cómo lo echaba de menos!"—, el primer abrazo al pariente distante —"¡cómo lo echaba de menos!—...

Los medios televisivos, que tanto informan en directo, nos han sometido a los extraños rituales informativos de las ausencias en la primera fase de la pandemia, la del ascenso al pico de la enfermedad. El modelo ha sido copiado por todos hasta la saciedad y no tenemos constancia de quién fue el primero que lo desarrollo. Un ejemplo, el día de San José te plantas en una plaza valencia vacía y dices que el año pasado allí había una "falla" y unos cuantos miles de personas. Las variantes han sido infinitas, como enfocar un balcón sevillano vacío asegurando que allí alguien cantó una saeta al paso de la procesión. Los que lean esto recordarán sus casos, los casos del "año en blanco", del "quién me ha robado mi falla" o como decían algunos románticos, "mi primavera". 
De algunos sabíamos que tenían poca vida interior, pero lo que no sabíamos era cuánta vida exterior tenían. En nuestra España moderna, la vida exterior es un deber patriótico. La terraza (simbólicamente) es el lugar del cuerpo y del alma, de la convivencia y del gasto para que no se nos pare la economía... o el corazón por falta ese cafelito.
Todos echamos de menos la vieja normalidad. Pero, debo ser raro, echo de menos más a las personas que me atendían que a los cafelitos y las terrazas. Sin salir de casa, me preocupa más su destino, saber si cuando llegue un día a ese bar o restaurante, a esa taquilla, a esa caja del supermercado o a la peluquería, etc. me voy a encontrar con las mismas personas con las que antes hablaba.


La disputa política sobre las dos Españas, con y sin terrazas, me parece triste. Muestra que seguimos por los mismos senderos, fraccionados hasta el infinito, incapaces de ponernos de acuerdo en un asunto de esta trascendencia. Es triste, pero es así. 

No somos los únicos en disputar, claro. Pero tampoco me sirve de consuelo que existan Trump y Bolsonaro. 
Las terrazas están creando la sensación de un falso final o, si se prefiere, de un final en falso. Esto está empezando y ya muchos quieren regresar a la "vieja vulgaridad". 
Desaprovechamos la ocasión de remodelar ante la prisa angustiada por el cafelito y la terraza. El desmantelamiento de decenas de botellones nocturnos y fiestas en casa ocurrido en Madrid y de la que se nos da cuenta en la prensa de hoy tiene mucho de grotesco y deprimente. Los hacinamientos en aviones y autobuses de línea, cuyas imágenes nos han mostrado, dan a entender que muchos ya están en la "España 2", en la "3" o la "4" y lo que le pongan por su cuenta. Las denuncias de los viajeros, su angustia por verse hacinados de golpe después de cincuenta días de soledad mejor o peor llevada hace temer por que la llamada "reapertura de la economía" (una cursilería) sea una mezcla entre la carrera de Oklahoma y Fuenteovejuna.


Vox, siguiendo el modelo del "amigo americano", se ha declarado en rebeldía y reivindica las libertades y el salir a la calle a pecho descubierto (después de haber pasado la enfermedad gracias a sus mítines), sin mascarilla, a protestar, que es lo suyo. Se alinea así con la reacción de la ultraderecha alemana que ha hecho lo mismo. Es el modelo. Ellos sabrán. Quizá reivindiquen la toma de las terrazas al asalto.


Por supuesto, me alegra que la gente se divierta y que los negocios abran, que se pueda tomar el sol, etc. Pero cuando hablo de la España de la terraza veo un modelo. Muestra que todos esos otros artículos sesudos hablando del cambio a la "nueva normalidad", de las carencias observadas en nuestro sistema de producción, de la necesidad de ser menos dependientes en nuestra economía, etc. con los que se han llenado nuestros momentos de angustia y soledad, se han esfumado. Eran para llenar tiempos muertos. Todo parece distante.
Lo que discuten nuestros políticos, al final, es cuándo abrir las terrazas, las playas, la llegada del verano... Sobre eso gira nuestro mundo. Han tenido que regular las rebajas, para evitar descalabros y rebrotes epidémicos por causas tan nobles como un buen descuento.  
Sí, parece que nos acercamos a la "vieja vulgaridad", a lo de siempre, que en el fondo es lo muchos echaban de menos. Y queda mucho, todo, por delante. Todo aquellos de que íbamos a ser distintos, que ya éramos mejores... se irá quedando por el camino, como un efecto secundario de la pandemia. 



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