sábado, 9 de mayo de 2020

¿Qué es mejor?

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El artículo publicado en el diario El País titulado "¿Qué es mejor: ir a clase todos los días pocas horas o en semanas alternas?"*, firmado por Ignacio Zafra, evidencia una serie de problemas más allá de los estrictamente educativos. 
El principal de ellos, una obviedad, es que cualquier "problema" implica una serie de perspectivas, de enfoques, partiendo de presupuestos y mentalidades distintas. Quizá sea un efecto extremo de una sociedad acostumbrada a fraccionarlo todo y a la visión del especialista, que, en el fondo, es un recortador de una realidad que es multidimensional. Un especialista es, por definición, una persona que ve el mundo desde un punto de vista y deja a otros especialistas el resto. El problema es cuando descubrimos que la realidad es compleja y comprobamos que las visiones tienden a ser unilaterales y se resuelven muchas veces mediante juegos de poder, es decir, un especialista que se impone a otros especialistas de otros campos.
Lo que la crisis del COVID-19 nos muestra es una realidad de una complejidad inusitada porque deja al descubierto las debilidades de nuestros planteamientos unilaterales y cómo hemos enmascarado nuestra complejidad reduciéndola hasta la simpleza más extrema, hasta hacerla "tratable" descomponiéndola en ítems simplificadores. Pero hay puntos —como nos muestra el artículo— en los que las visiones chocan porque las situaciones no se pueden reducir o, para ser más precisos, los intereses en un modo de percepción no logran situarse por encima de otros.


Nuestra complejidad ha sido controlada por siglos de encaje, de irse puliendo y adaptándose a los cambios, que tienen una velocidad determinada y tratamos de hacer asimilables por medio de reajustes. Hemos pasado de sociedades agrícolas a urbanas, de artesanales a industriales, de usar carros y caballos a reajustar el urbanismo para adaptarlas a los coches y el tráfico; hemos canalizado la información de los medios orales a los impresos y de estos a los digitales y globales. Hemos pulverizado las distancias y hoy hay niños que recorren más kilómetros para ir a su escuela que los que recorrían sus antepasados en toda su vida; pueden tener una beca Erasmus para estudiar en otro país cuando sus abuelos iban, como gran novedad, a Palma de Mallorca en viaje de novios.
En resumen, el mundo ha cambiado constantemente pero con unas velocidades en continua aceleración, como mostró en los años 60 Alvin Toffler en su obra El shock del futuro. Pero el problema ahora no es el del shock que experimentamos por la velocidad. El futuro ha invadido el presente al desmoronarse en pocos días. No creo que haya habido un cambio tan radical del mundo en tan poco tiempo. El gran problema no es la adaptación sino la supervivencia, ya que los cambios deben ser inmediatos y de todo en todas partes.
El fenómeno de lo que está ocurriendo en Estados Unidos, el negacionismo del COVID-19 en diversas formas, desde la que lo negaba directamente hasta la que se resiste a cambiar la forma de vida, tendrá unos efectos devastadores en la sociedad norteamericana lastrando su recuperación o, peor, arrastrándola hacia el fondo de un abismo del que no será fácil salir. Los optimistas piensan que todo cambiará en un momento —el descubrimiento de una vacuna— pero no es tan sencillo, ya que la velocidad de retorno no es la misma que la de cambio. La historia es un río que nos arrastra y cuyas aguas cambian; nosotros también. Vencer al coronavirus no significa volver al pasado, que está definitivamente perdido. Por eso la única discusión real es sobre cómo hacer el futuro. Y para eso tenemos que cambiar las mentalidades viejas, las del mundo pasado.


Nuestra racionalidad industrial y postindustrial no es suficiente para adentrarse en este futuro sin tiempo de reacción. Todo se nos muestra como conflicto porque todo es ahora como una partida de ajedrez con el tiempo limitado a pocos segundos para pensar el movimiento siguiente ante los del rival, que no solo es el coronavirus sino nosotros mismos.
En varias ocasiones hemos señalado que hay un nivel micro, que es el biológico, pero que después existen una serie de niveles que se van haciendo más humanos, sociales y culturales. Hemos dejado a los científicos el nivel biológico. El nivel sanitario es otro nivel, pero ya depende de algo más que la biología. Más allá están los niveles sociales y, más allá, los culturales. Epidemia es un concepto que une lo biológico con lo social, ya que implica la transmisión. Una cosa son los mecanismos biológicos de transmisión o de contagio y otra los mecanismos sociales mediante los cuales se extiende.
La CNN titula hace poco más de una hora "All Seoul bars ordered to shut after spike in coronavirus cases linked to nightclubs". Para los coronavirus el hecho de que el contagio se produzca en un funeral, en una escuela, en una boda o en un night-club es irrelevante, no es su dimensión, no pertenece al nivel micro. No es personal, diría un bromista, aunque luego te envían mensajes sobre el contagio de Boris Johnson: "¡karma!" No, no hay karma ni otras formas de justicia poética.


Los debates y preguntas que se hacen muchas veces a los expertos no buscan más que una justificación para seguir realizando la misma actividad que se hacía de la forma más aproximada a como se realizaba. No hay que engañarse en esto. Es la resistencia al cambio, muchas veces dramática porque implica muchos elementos que cambian radicalmente nuestra forma de vida. Por eso es esencial ser realista y no empeñarse en que nos digan lo que queremos escuchar. Hay que atender a lo que van a ser nuestros cambios reales porque de no ser así corremos el riesgo de que ocurra como en Seúl, que tengan que cerrar los nightclubs porque se habían convertido —haciendo lo mismo que antes— en unos potentes focos de infección y transmisión.

All bars in Seoul have been ordered to close until further notice after a spike in coronavirus cases linked to nightclubs in the South Korean capital.
At a briefing Saturday, Seoul Mayor Park Won-soon said that clubs and bars would all need to shut, effective immediately.
A spike in cases: The order follows a surge in cases connected with nightclubs in Itaewon, a popular nightlife district in Seoul.
On Thursday, a 29-year-old man from the city of Yongin -- on the outskirts of Seoul -- tested positive for the virus. The person visited several clubs in Itaewon on the night of May 1 and the early hours of May 2, according to the Korea Centers for Disease Control and Prevention (KCDC).
Since then, 40 others believed to be connected to the case have tested positive. Of those, 27 are from Seoul.
Tracking partygoers: South Korea has not introduced a nationwide lockdown, but has brought in additional measures to control the coronavirus outbreak. At nightclubs, for instance, people must provide their full name and phone number before entry.
According to Park, 1,946 names were listed on the registry books of the three clubs the 29-year-old visited. Only 647 of those people have been identified.
More cases possible: Kwon Joon-wook, deputy director of the KCDC, also said there may have been more than one source of infection behind the nightclub outbreak. Some of the people who have been confirmed positive visited clubs on different nights from the 29-year-old.
“We’ve put in much efforts and made a lot of sacrifices," Park added Saturday. "Are we just to let this all go to waste because of few people’s carelessness?”**


"Esfuerzos" o "sacrificios", tal como señala el alcalde de Seúl, son conceptos que pertenecen al nivel social. No hay diferencia entre el aula y el night-club; no la hay en el nivel micro o biológico y sí la hay en el social, en donde la importancia de una y otra actividad se percibe claramente.
Los conflictos entre expertos e implicados en el proceso educativo son manifiestos, de los padres (que deben conciliar su trabajo con lo que hagan las instituciones), los médicos y epidemiólogos, los centros educativos (con intereses diversos, de los profesores a los limpiadores, pasando por los administrativos o los autobuses escolares) y las propias instituciones (del Ayuntamiento a la Comunidad y el Ministerio).
Los problemas que se plantean entonces, desplegados sobre la mesa, son muy distintos. Desde la organización del espacio (aulas y demás espacios disponibles, como patios, talleres, gimnasios, pasillos, despachos) y el tiempo (cuántas clases, cuántos días, cuántas horas), hasta las materias impartibles (¿agruparlas?). Se plantea la dimensión tecnológica de las clases presenciales y las online, lo que lleva a problemas que van de la formación (del profesorado y del alumnado), los materiales virtuales (vídeos, publicaciones digitalizadas, etc.), las formas de evaluar (tipo de exámenes, lugar, formas de control), las llamadas brechas tecnológicas que afectan al acceso a las redes, lo que lleva el problema a la calidad, accesibilidad, número de usuarios posibles, mantenimiento, programas, etc.


En dos párrafos del artículo en el diario El País se concentran una parte de las pugnas desatadas en el caso educativo con vistas al próximo curso:

La fórmula concreta se adoptará centro a centro atendiendo a sus características. Los de zonas rurales con pocos alumnos no necesitarán recurrir a la enseñanza online para cumplir las normas de distancia, a menos que la pandemia fuerce un nuevo periodo de confinamiento. Pero en general pedagogos, directores de centros y profesores coinciden en que desde el punto de vista educativo es mejor que vayan todos los días. Mantener una exposición continua a la escuela es crucial para los alumnos más vulnerables y es beneficioso para prácticamente todos, aseguran.
Los epidemiólogos y también los directores y los profesores advierten, en cambio, de que el hecho de que todos los alumnos (y quienes con frecuencia les acompañan) vayan a diario al centro eleva el riesgo sanitario y entraña un desafío logístico superior al que implicaría un sistema de días alternos. Las familias señalan, por su parte, que ni una ni otra opción soluciona por sí misma el grave problema de conciliación que se les viene encima si la escuela mantiene tiempos excepcionales mientras la mayoría de padres tiene que volver a trabajar.*



La reciente crisis en la Comunidad de Madrid evidencia que algunos piensan de la misma forma que los night-clubs de Seúl: la economía primero. El riesgo es evidente y no han tardado mucho en darse cuenta. Unos pocos clientes y unas pocas horas pueden servir para contagiar a una población en pocas semanas.
Hay que superar las diferencias de perspectiva y empezar a reordenarlas para poder conjugar los puntos desde la prioridad. La prioridad debe ser la seguridad. Una escuela es un espacio de concentración y de dispersión, un punto clave, como lo es una estación de metro y ferrocarril o un aeropuerto. Son lugares a los que se va, en donde se entra en contacto con otros y se regresa. La familia es, a la vez, un centro con diversos niveles de contactos laborales, amistades, otros miembros de la familia. Cada uno aporta a la unidad todo aquello por lo que ha pasado cada día... y los demás lo llevan a sus propios recorridos y estancias. Los comportamientos de las familias —su convivencia bajo un mismo techo y grados de contacto— ha sido un factor en la dimensión norte sur de la pandemia en Europa. Habrá que realizar más estudios en esta línea, pero fue uno de los parámetros que algunos usaron para explicar la menor incidencia en países como Alemania o los nórdicos. Todo cuenta en la extensión del COVID-19, las costumbres, los espacios, los ritos sociales, las formas de los hábitats, el tipo de fiestas... Todo.
Mucho me temo que necesitamos un nuevo tipo de expertos. La visión cerrada en una dimensión no va a servir de mucho si las disputas se resuelven ganando una de ellas en sus propuestas, basadas en una falsa dicotomía, seguridad o economía.


La complejidad que percibimos ahora es porque permanecía oculta tras rutinas y hábitos de años. Cualquier alteración hace que se produzcan conflictos. Pero el COVID-19 difícilmente puede ser considerado como "cualquier alteración". Es mucho más y nos obliga a pensar con todo sobre la mesa. De no hacerlo las soluciones a las que se llegue tendrán poco valor o, lo que es peor, puede ser contraproducente, como muestra lo ocurrido en Seúl.
Hay que pensar de otra manera, identificando la realidad, sus conexiones en toda su complejidad. Solo así habrá algo más que soluciones parciales, llenas de conflictos. No hay que preguntarse tanto sobre cómo hacer lo viejo, sino cómo construir lo nuevo más seguro desde lo que ya conocemos y afrontar ese futuro que nos llega y al que llegamos.
Tenemos que empezar a cambiar las preguntas para construir sólidamente y no solo parchear. La incertidumbre sobre cuánto va a durar estos procede de verlo como una tormenta, tras la que llegará la calma. Pero puede que el panorama tras la tormenta no sea el que esperábamos ver.
Algunos campos se están readaptando rápidamente y creciendo. Son pocos todavía, pero han visto la oportunidad. Otros se empeñan en vivir de la manera anterior, esperar a que regrese. Pero ha sido tan fuerte el impacto que requiere la adaptación imaginativa de casi todo. Puede que obsesionarnos en elegir entre lo ya conocido nos impida ver que que quizá la mejor está por encontrarse.
La creciente publicidad que recibimos desde ciertos sectores nos marca las direcciones que algunos ya toman en vez de sentarse a esperar a que escampe. La gente, por mucho que nos empeñemos, decidirá desde su propia seguridad, por lo que se le deberá ofrecer esta y, sobre ella, construir el futuro mejor, menos. Esto es más que una pandemia, algo para lo que habrá que encontrar un término que le haga justicia.


Preguntarse qué es mejor solo tiene sentido si sabemos adónde vamos, algo que necesita más del futuro que diseñemos que de añoranzas del pasado. Hay campos que se tendrán que transformar y eso va de la enseñanza  a los bares de Seúl, del trabajo al ocio, del comercio al turismo o el deporte. La CNN se pregunta si habrá que hacer reservas en las playas. El caso que comenta no es de California, sino de nuestra Galicia. Los británicos ya han dicho que el que se vaya de vacaciones fuera deberá pasar dos semanas de cuarentena al regresar. ¿Lo tendremos en cuenta a la hora de discutir sobre las improbables playas llenas de turistas? Los alemanes han dicho que nada de salir por ahí a ponerse morenos, que se compren lámparas para tostarse. Ante esto, ¿qué es lo mejor? Sin duda: darse cuenta de dónde están los problemas.
Cualquier decisión que tomemos tendrá sus consecuencias, por eso lo mejor es mirar lejos, controlar  y meditar lo que vayamos a hacer. Puede que muchas cosas sea mejor cambiarlas que parchearlas. Necesitamos claridad y visión de futuro, tantear líneas posibles. Hay que asegurarse que cuando nos preguntamos "¿qué es mejor?", algo que tendremos que hacer muy frecuentemente, incluyamos entre las opciones las que sean posibles y no solo lo que nos gustaría. Es puro realismo.
Lo demás es complicado y arriesgado, fuente de nuevos problemas y conflictos de todo orden y en todos los niveles. Es mejor buscar lo nuevo, diseñado desde la seguridad, que lo viejo que ha quedado tocado o hundido.



* Ignacio Zafra "¿Qué es mejor: ir a clase todos los días pocas horas o en semanas alternas?" El País 9/05/2020 https://elpais.com/sociedad/2020-05-09/que-es-mejor-ir-a-clase-todos-los-dias-pocas-horas-o-en-semanas-alternas.html
** "All Seoul bars ordered to shut after spike in coronavirus cases linked to nightclubs" CNN 9/05/2020 https://edition.cnn.com/world/live-news/coronavirus-pandemic-05-09-20-intl/index.html

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