martes, 26 de mayo de 2020

Desescalando voy

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En los últimos días asistimos a un regocijo inusitado tras el susto del pacto derogatorio con Bildu para no solo ampliar el estado de alarma sino para intensificarla. No sé si estamos preparados para el exceso de buenas noticias, incluidas las reducciones de cifras de muertes mal contadas, mal adjudicadas o incluso duplicadas. ¿Quizá el gobiernos nos proponga la creación del "estado de felicidad" como sustitución al de "alarma"? Todo es posible con Sánchez.
En estos momentos da gusto encender la televisión y encontrarnos reencuentros emotivos con parientes, con cafés, con cervezas, con la arena de la playa, con el agua (todavía fresquita), los chollos de las rebajas y la eliminación del Diccionario de la palabra "cuarentena" que, según rumores, se propondrá a la Real Academia (claramente, un bulo).
Si los poetas siempre han cantado a la primavera, los políticos del mundo cantan al verano, como aquellos viejos grupos que lanzaban sus canciones para intentar coronarse (¡perdón!) como "reyes de la canción veraniega". Sí, "Eva María se fue..." y da igual que lo hiciera con biquini de rayas, en topless o con visones... Lo importante es que se fue.  La nueva movilidad es la nueva normalidad del verano de siempre, un refugio del refugio. ¡Qué razón tienen los científicos cuando afirman que el Sol es la fuente de la vida! ¡Qué razón!


Debo confesar que jamás había visto tanto deportista callejero o a tantos aquejados de impedimentos legales para llevar mascarilla como veo pasar bajo mi ventana, a la que, debo confesar, le he cogido cariño. Acabas manteniendo una cierta relación filosófica con ella. Me acuerdo de aquella novela de Milan Kundera en la que un personaje miraba por una ventana... y eso era ya suficiente, un comienzo filosófico. Sí, mi ventana y yo, yo y mi ventana. La echaré de menos cuando la tenga que abandonar arrastrado por la vorágine de la desescalada. Un drama.
Me he emocionado con la noticia de que ya podrán asistir invitados a las bodas, hasta el momento bajo mínimos legales o eclesiales. Para algunos, una boda sin invitados es como un jardín ya saben; para otros habrá sido el momento de ahorrarse un pastón echándole la culpa al maldito coronavirus.
Sin embargo esta felicidad emocionada me ha provocado más intranquilidad que confianza. Lo que veo no es lo que escucho y lo que escucho ya no lo que entiendo. Es decir, me encuentro como desajustado, probablemente necesitado de una visita del Servicio Técnico de estas cosas.


Esto ha provocado cierto recelo y voces de ciertos sectores están empezando a hacer preguntas o, sencillamente, a decir que una cosa es desescalar y otra lanzarse a un barranco. Hay cierto recelo por el cambio drástico, pese a los aplausos de los que se ven directamente afectados.
He sido disciplinado y razonable. He aceptado los argumentos y he seguido la secuencia de los acontecimientos. Pese a ello, he entrado en una fase de desconfianza creciente, es decir, en dirección opuesta a la que todo el mundo celebra. ¿Será el llamado "síndrome de la burbuja", mediante el que se siente uno mejor dentro que fuera? ¿O puede que sea lo que yo llamaría el "efecto de la descompresión", el que sufren los buzos y submarinistas cuando son llevados demasiado deprisa a la superficie? ¿Quizá un combinado de ambos?
A mí, esto del baile de cifras, de los reajustes de última hora, de las rebajas de verano en la cuarentena y de tanto abrazo emotivo y reencuentro de hasta 10 o 15 (¿de dónde salen estas cifras mágicas?) personas, del todos a la calle sin perro o sin niño..., me parece demasiado brusco o precipitado.


¿Le habrán dicho algo a Sánchez? ¿Le habrán dicho que los supervivientes son poco agradecidos cuando, a toro pasado, hay que ir a votar; que su precariedad política es cada día más precaria, que ha conseguido sacar a la ultraderecha a la calle convenciendo al mundo que es un deber patriótico saltarse las reglas para la supervivencia nacional? ¿Le habrán dicho que ya no se puede contener a la gente, que se está enfadando o pasa, y que allá cada uno con sus contagios? ¿Que la gente se acuerda del que te arruinó y no del que te salvó? ¿Le habrán dicho que se puede teletrabajar, pero no televacacionar?


Y es que a Sánchez se le han acabado casi todos los argumentos para convencer al que no quiere ser convencido. Lo tomas o lo dejas. Muchos temen que sea él —es lo más fácil— el blanco de todas las críticas cuando, nos dicen, se sale del túnel.
¡Qué país! La gente tiene síndrome de abstinencia de botellón, de achuchones y de gritar "¡gol!" con ganas;  ya apetecen sanas disputas cuerpo a cuerpo en las rebajas; solecito; hasta los carteristas reclaman la derogación fulminante de la mal llamada "distancia social". ¡Basta ya de ser antisociales! ¡Menos análisis y más síntesis! ¡Fuenteovejuna!
Nos queda el consuelo —el que no se consuela es porque no quiere— que los mismos problemas se están produciendo fuera, en países con diferentes niveles de infección. Una playa es una playa. Y si los coronavirus no saben lo que son vacaciones, ¡ellos se lo pierden!



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