Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
A nuestra
preocupación por la salud y la economía se le superpone otra, la preocupación por nuestra privacidad o si se prefiere en otros términos: el nivel de
vigilancia al que vamos a estar sometidos durante y después de la pandemia del
COVID-19. La preocupación se manifiesta a través de expertos que cubre un
abanico que va desde la tecnología hasta las leyes y las libertades.
El
debate no es nuevo, viene produciéndose con intensidad desde finales del siglo
XX y, especialmente, tras la fecha decisiva, el 11 de septiembre, con los
atentados contra las Torres gemelas y el Pentágono. El terrorismo fue el desencadenante.
La
imagen de las viejas películas de espías colgados al micrófono escondido o al
teléfono pinchado, relevando al que pasó la noche de vigilancia frente a la
casa del sospechoso han pasado a ser de época y poco tienen que ver con la
introducción de las nuevas tecnologías del control y la vigilancia, con
millones de cámaras repartidas por las ciudades en sus espacios públicos, con los
dispositivos rastreables que llevamos encima o que se amontonan en nuestros
hogares y oficinas.
La
llamada "Internet de las cosas" convierte nuestro entorno y a
nosotros mismos en una fuente de datos, en una materia prima que será
desarrollada y tratada de infinitas formas posibles, unas ya útiles y otras por
descubrir. La llegada del COVID-19 solo ha creado un escenario más, una forma
de percibir estos datos, una forma de analizarlos y de explotarlos. La guerra
de las etiquetas de las aplicaciones, por gestionarlos y sacarles provecho
económico, es la lucha exterior. Pero los datos están ahí, en la teoría y en la
práctica; la lucha son los permisos para recogerlo y usarlos.
La
pandemia y la necesidad de volver a poner el mundo en marcha hacen que se
presione para la detección temprana de los posibles contagios. Esto supone una
vigilancia extrema, la determinación de millones y millones de datos
entremezclados en enmarañadas redes de contactos. Nada sencillo, pero nada
imposible para la tecnología del tratamiento masivo de datos. El problema es el
grado de intrusión en nuestra privacidad,
algo cambiante y poco definido. Es algo que algunos venden barato y que otros
valoran en exceso.
En la CNN leemos en el comienzo del análisis de Nick Paton
Walsh, titulado "9/11 saw much of our privacy swept aside. Coronavirus could end it
altogether", lo siguiente:
Spit into a cup when you land in an airport,
and your DNA is stored. Every phone in every city talks to every other nearby
device, their exchanges floating somewhere in the ether. Cross-border travel is
enabled only by governments sharing data about millions of private movements.
These are all possible visions of a future that
the coronavirus pandemic has rushed on us -- decades of change effected,
sometimes it feels, in just weeks. But a lurch into an even more intense era of
mass data-collection -- the vast hoovering up of who went near whom and when,
who is healthy to travel, and even scraps of personal DNA languishing in
databases -- appears to be on the verge of becoming the new reality.
Will this grave new world intensify our desire
for privacy, or extinguish what little left of it we had?*
La privacidad debe ser, sin duda, una prioridad, pero puede
que haya otras en juego, como la vida propia o la salud social. Muchos dan sus
datos por un simple regalo, mientras que otros tapan con cinta adhesiva los
objetivos de sus cámaras en los teléfonos móviles. Compartimos datos en la
"nube" y, a la vez, encriptamos mensajes y bloqueamos dispositivos.
La cuestión de los datos preocupa a unos mientras que para otros no la vida
privada no es problema.
La cuestión se complica más cuando la salida a la calle, la
entrada en tiendas, el acceso al puesto de trabajo o entrar en un edificio
puede suponer la demostración de que cumplimos con los estándares de seguridad
que se les exige a los demás.
Sin embargo, cada vez este tipo de medidas de rastreo y de
garantías de cumplimiento se hacen más posibles para poder avanzar hacia esa
"nueva normalidad" que estará bajo vigilancia constante, como lo está
el tráfico de las calles ya desde hace años.
La cuestión deja de ser una decisión individual, pues la
mayor parte de nuestra vida se produce en contacto con otros que también tienen
algo que decir a la hora de garantizar y, por supuesto, la situación laboral
será determinante, planteando a sus empleados una serie de normas que deberá
cumplir por seguridad de la plantilla o de los propios clientes, que lo
exigirán.
Estamos en una etapa en la que el "efecto
terracita" no está dando una imagen distorsionada de lo que va a ser el
futuro. Es en los lugares de trabajo, en las condiciones que lo posibiliten,
donde se dará la gran transformación. Esto afectará en los protocolos que se
desarrollen dentro de las propias empresas, las condiciones de cara al público,
las formas de envasado o el mobiliario y distribución de empresas, tanto de
fábricas como oficinas, formas de reparto.
Todas estas reformas y gastos solo tienen sentido si sirven
como garantía propia y ajena de que nos encontramos lejos de la infección. Esos
nuevos entornos, de forma tecnológica o certificada, empezarán a monitorear los
espacios a aquellos que se encuentran en ellos.
En la BBC, Jessica Mudditt nos habla de "How offices
will change after coronavirus", un tema esencial y sobre cómo va a incidir
en la cuestión de la privacidad:
There’s also the idea that companies could more
aggressively monitor for sick employees. One possibility is embedding sensors
underneath desks to monitor body temperatures, with a facilities manager
alerted when someone has a fever. “This kind of technology already exists and
wouldn’t be tough to integrate,” says De Plazaola. “But it raises huge privacy
issues. HR and legal departments would need to weigh in on whether this is the
right course to pursue.”
Some organisations have already introduced
somewhat similar measures. Sydney-based wholesale IT equipment distributor
Dicker Data brought in staggered shifts for essential onsite workers, giant
sanitising stations and extra cleaners. They’ve also invested AUD$10,000
(USD$6,470, £5,258) in a body thermal scanner, which beeps if anyone has a
temperature while standing in front of it. The warehouse manager is responsible
for assessing whether the staff member looks sick and should be sent home.
“There were a couple of instances when we did
ask staff to go home. And I think that gave our staff a sense of safety,” says
Mary Stojcevski, the company’s chief financial officer. No objections were
raised to using the thermal scanner, she adds, and when the company’s new
office building is completed in October, all 400 staff plus visitors will pass
through it.
Aodhan MacCathmhaoil believes that
self-regulation is preferable. The founder of Sydney-based garbage company
Waster is currently looking for new office premises and although he has a long
list of safety requirements, he will not contemplate temperature checks. “I
think the negative aspects would outweigh the benefits. Morale would suffer if
people felt that they were being policed. Should I know about my employees’
health? It’s definitely a grey area. I'm not a medical professional, so I
wouldn't know how to interpret the data anyway.”**
La cuestión no es de fe, sino de comportamiento social. ¿Tiene
sentido tomarme la temperatura yo si no sé si otros lo hacen? ¿Tiene sentido
proteger mi entorno privado si no me protejo (o me protegen) después en el público?
Puedo elegir no ir a un concurrido
parque o a una terraza o a un partido de fútbol, ¿pero puede tener las mismas
opciones en mi trabajo? Como siempre, una cosa es considerarlo sobre el papel y
otra la realidad. ¿Pueden las empresas exigir lo que las leyes no se atrevan?
No es la primera vez que ocurre que hay empresas que tienen determinadas normas
que aceptas o no.
¿Autorregulación o vigilancia?, se preguntan en la BBC.
Quizá no sea tan sencillo cuando vemos cada día que hay muchos irresponsables
que apuestan por la "autorregulación" o si se prefiere, por la
"auto falta de regulación", saltándose las normas porque no va con
ellos.
Conforme pasan las semanas y los meses, las noticias sobre el COVID-19 van pasando de sección en sección periodística mostrando así cómo va afectando a nuestras vidas, por un lado, pero también cómo se van tratando de normalizar situaciones. La vida laboral es esencial como lo es la vida pública o la privada, todas ellas afectadas. Cada vez más, lo vamos a ver en los aspectos más directos, con cuestiones más concretas y específicas, ceñidas a nuestro día a día. El coronavirus forma parte de la "nueva normalidad".
Las respuestas sobre los límites de la privacidad van a ser
complicadas de establecer. Lo que antes se hacía en nombre de la seguridad
quizá se haga en nombre de la enfermedad. La naturaleza de la información que
se busca puede ser distinta aunque aquí pueda haber puntos en común con el
rastreo. No es lo mismo el dato sobre la temperatura que el dato sobre la
ideología. El aviso de que he estado junto a alguien que ha dado positivo no
tiene porqué verse como una invasión a menos que contemple otro tipo de
circunstancias.
Queramos o no, el problema lo vamos a tener ya. Todavía se
están pensando cómo afrontar el problema, pero muchos van a competir en el
mercado con mayores garantías de seguridad, lo que llevará a una mayor
vigilancia. Ya sean los estados o las empresas, ya sea de forma masiva o de
forma local, los riesgos del COVID-19 nos afectan individualmente y en grupo.
La responsabilidad hacia trabajadores, clientes, pacientes, estudiantes, etc.
tendrá que ir más allá de la autorregulación porque basta uno que uno que no
cumpla para que el delicado equilibrio se vaya al traste. Tampoco son buenas
las perspectivas según el comportamiento de algunos, que van por la insumisión,
la rebeldía o el negacionismo.
Lo que evidentemente no puede dejarse es en manos, como ha
ocurrido en ocasiones, en las que los datos sean susceptibles de manipulación o detecciones ajenas a los objetivos de seguridad. El problema no suele ser el uso, sino el
mal uso y el abuso. Es ahí donde hay que estar muy vigilantes y que no ocurran casos como los ya conocidos de Cambridge Analytica.
No creo que el debate se cierre. Nunca se cierra. Lo que hay es que tratar de compaginar los muchos elementos que hay que tener en cuenta y aprovechar los medios de que disponemos. Debatir, todo lo que haga falta; pararse, nunca.
* Nick
Paton Walsh "9/11 saw much of our
privacy swept aside. Coronavirus could end it altogether" CNN 16/05/2020
https://edition.cnn.com/2020/05/16/tech/surveillance-privacy-coronavirus-npw-intl/index.html
** Jessica
Mudditt "How offices will change after coronavirus" BBC 14/05/2020
https://www.bbc.com/worklife/article/20200514-how-the-post-pandemic-office-will-change
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