Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
"Futuro"
es una palabra del presente. Hoy hablamos del futuro, escribimos sobre el
futuro, pensamos en el día después. ¿Después? Sí, después que pase esto que nos
sabemos cuánto puede durar. Se multiplican los artículos con reflexiones sobre
el futuro, mientras el presente nos desborda en cifras, en emociones, en
tristeza, en muestra de solidaridad, de incompetencia, de osadía, de odio, de
amor.
Escribe
nuestra Premio Príncipe de Asturias, Siri Hustvedt, en el diario El País:
"El virus ha convertido nuestra interdependencia en algo asombrosamente
evidente. Todos somos seres naturales, vulnerables a la enfermedad y a la
muerte. Las plagas son unos igualadores maravillosos, siempre que les hagamos
caso."* Es el párrafo final de un artículo titulado "Vivo con miedo,
imagino el futuro". Contagiada, vive encerrada en casa pasando la
enfermedad, junto a su marido, el escritor Paul Auster, también contagiado.
El
pensar en el futuro es casi connatural al miedo. Como expresión de
tranquilidad, solemos usar "no tener que pensar en el mañana", lo que
indica que no hay preocupaciones. Vivir plenamente el presente, sin la angustia
del futuro, es el deseo de muchos. Desgraciadamente, el futuro puede ser
esperanza o amenaza o ambas cosas. En medio de esta crisis, se proyectan hacia
el futuro las consecuencias de lo que vemos el presente. Por muchas diferencias
que podamos encontrar en las propuestas de futuro, hay algo que se repite: el
mundo no será igual, que es una forma de decir que hemos cambiado, que esto
dejará secuelas y temores, recuerdos traumáticos que van a condicionar nuestra
percepción. Esa "interdependencia" de la que hablaba Hustvedt es
precisamente la que sufrirá más cambios en cualquier sentido.
Podemos
encontrar en La Vanguardia el artículo del ministro Manuel Castells con el
título muy directo "Fin de un mundo" y se nos explica desde su
entradilla “No es el fin del mundo. Pero es el fin de un mundo. Del mundo en el
que habíamos vivido hasta ahora”.
Ahora
nos encontramos en un estado reflexivo, de evaluación de lo que está
ocurriéndonos, de lo que vemos ocurrir. Es indudable que muchas cosas que se
daban por ciertas se han probado ineficaces y viceversa. El test de la realidad
no falla, y es eficaz al 90%. Nuestras percepciones de lo que debe ser el
futuro, claro está, se encuentran profundamente determinadas por lo que
percibimos y por aquello que nos cuentan. Por eso hay una enorme lucha
mediática, que se extrema conforme el presente se hace más crítico.
La
lucha por el futuro se hace en nuestra opinión de hoy. Se hace estableciendo
responsabilidades, encontrando excusas, lanzando acusaciones, justificando
carencias, ocultando egoísmos. Por eso se intensifican en paralelo al día a día
los textos que actúan como guías de la interpretación, como correctores de los
desvíos que pudiéramos estar tentados a hacer. No conviene que salgamos
demasiado de los carriles.
Siri
Hustvedt cita el caso obvio de Donald Trump en los Estados Unidos, con su
desvergüenza echando balones fuera, jugando con las palabras y los hechos. Pero
no es el único caso. En tiempos en los que se pueden tener tentaciones,
escuchar cantos de sirena sobre lo que funciona o no funciona, puede volver el
futuro indomable. ¿Quién sabe por dónde saldrá?
Pero
hay que pensar en él, en las alternativas a este presente imperfecto, por más
que se canten heroicidades de unos y otros. Las grietas se han producido en
todos los niveles. Si bien es cierto que algo de este tamaño no era fácil de
prever y que no siempre el mundo se puede preparar para lo peor sino para lo
menos malo, es nuestra capacidad de reacción lo que más debería preocuparnos. Y
en muchos casos ha sido insoportablemente lenta e insolidaria, demasiado
calculadora y no siempre humana.
Hay que
mejorar mucho. Son muchísimas cosas las que nos han mostrado que no son como
debieran en nuestro modelo de vida, en nuestra forma de relacionarnos. Si no se
aprovecha esta oportunidad, el mundo será peor porque necesitará que nos
pongamos una venda en los ojos, que bebamos filtros de olvido para no recordar
lo que hemos vivido hoy.
La idea
se repite: ya somos mejores, sea como sea. Es una idea bonita, sí. Prefiero
pensar que ese ser mejores se concentra en una voluntad de actuar para que el
presente no nos haga soñar con algo muy distinto. Lo ideal es querer vivir mañana
como vivimos hoy, lo que indicaría que nuestro grado de satisfacción es grande,
que vivimos felices, más que engañados, ya sea por otros o por nosotros mismos.
Podríamos
hacer una larga lista de propósitos de cambio, como las que se hacen al inicio
del año nuevo. Este será un mundo nuevo, nos repiten. Mi temor es que en
nuestra ingenuidad pensemos que nuestros cambios son siempre a mejor. Hemos
pasado por muchas crisis en la historia de la Humanidad. Quizá esta sea la
primera gran crisis en un mundo que ha crecido y se ha interconectado de forma
intensa. Por eso ese futuro pensado debe incluirnos a todos y no solo parches
locales.
Está
pandemia ha creado un doble escenario repartido. Ha destruido nuestro sentido
de lo real y de lo virtual. Lo que vemos ya no es lo lejano, como corrió al
principio localizándolo como "chino", que permitía definirlo como un
"otro". Es un aquí y un allí; es imagen virtual y es realidad en
nuestro aislamiento. Nos crea una identidad común que anula las otras. Somos
las cifras locales, las nacionales, las mundiales. Estamos en ellas como contagiados,
como muertos, como sanos. Todos somos todos.
El
futuro —nuestra imaginación— tendrá que tener en cuenta esta identidad y esa
deslocalización de las enfermedades, su globalidad en un mundo que se nos ha
hecho pequeño, del tamaño de un coronavirus, un tamaño en el que desaparecen
nuestras diferencias.
El gran peligro es que traslademos al futuro el trauma del confinamiento, el miedo a los otros, que levantemos más barreras en vez de aumentar la colaboración, el sentido de que nadie escapa solo. Solo así se podrá vivir con esperanza, trabajando el presente en la dirección adecuada.
* Sir
Hustvedt "Vivo con miedo, imagino el futuro" El País 3/04/2020
https://elpais.com/cultura/2020/04/03/babelia/1585933284_651296.html
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