sábado, 18 de abril de 2020

El trumpismo avanza y toma posiciones

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Creo que Donald Trump ha desbordado los modelos anteriores y necesita de un modelo propio, el del trumpismo. Cuando alguien no puede ser descrito con los términos disponibles y requiere la creación de un concepto nuevo, esto quiere decir que ha habido un cambio profundo. El trumpismo es un fenómeno diferente, ya no es comparable con modelos anteriores.
A su llegada empezamos a considerarlo una forma de extravagancia del modo de vida americano, un personaje atípico que saltaba directamente a la Casa Blanca careciendo de cualquier preparación política, ni una miserable concejalía, alejado del aparato partidista; que ni siquiera era el "self made man" porque nació rico, en una familia nada ejemplar, con un padre especulador inmobiliario y un abuelo desertor en Alemania que se hizo rico con negocios de burdeles; con una vida de tres matrimonios con esposas que ha usado para lucirlas y una serie de escándalos sexuales que frena a base de cheques y abogados; carente de conocimientos, por no decir ignorante extremo; organizador de concursos televisivos burdos y de concursos de mises; vendedor de libros sobre el éxito en los negocios, pero que se niega a que sean publicadas sus declaraciones a hacienda, consideradas top secret; un narcisista que se ve como un gran héroe y un mentiroso patológico para el que los medios han tenido que diseñar herramientas específicas para verificar todo lo que dice...  y muchas otras cosas más que darían para miles de páginas.


Podemos estar siglos preguntándonos cómo es posible que este personaje esté condicionando la vida del mundo durante casi cuatro años; cómo es posible que haya creado una corriente de aceptación acrítica, casi una iglesia, que confía ciegamente en su palabra, pese a que sepamos que es un mentiroso, un manipulador y un ignorante. Trump es la cabeza visible de una secta que toma sus palabras como verdad. 
El trumpismo es el reflejo de Trump, es su propia creación interactiva, creciente hasta niveles imprevisibles. El fenómeno desborda la idea de estupidez colectiva puesto que busca hacerse con objetivos claros, por lo que no podemos hablar de caos más que en muchos resultados, pero no en los planes o intenciones. Trump no es único, pero nunca una persona con estas características había llegado tan alto en un país tan poderoso. Esta circunstancia se ve intensificada por encontrarnos en un mundo mediático y mediatizado.


Trump posee la maquinaria mediática más poderosa, una combinación de medios tradicionales (la Fox News), los medios sociales (Twitter) y, sobre todo, un público deseoso de recibir sus mensajes, deseando mantener el contacto con su presidente. El arte de Trump es fundamentalmente el del manipulador que sabe que necesita formar a sus seguidores diciéndoles lo que estos quieren escuchar. En esto ha sido esencial el odio acumulado contra Barack Obama por parte de la América que negaba los valores de la igualdad. Trump supo recoger ese resentimiento y convertirlo en un estado común, ratificado en cada actuación, en cada acusación hacia el pasado que todavía hoy sigue realizando. Supo unir a los racistas con sus insinuaciones; supo unir a los más integristas de los grupos religiosos del país; supo hacer populismo y, a la vez, tener el apoyo de los grupos económicos más neoliberales; supo acoger a los nacionalistas dirigiéndoles contra el mundo, contra la Unión Europea, contra Latinoamérica, contra China, contra el mundo árabe... convenciéndoles que eran los parásitos responsables de que América, mal manejada por su antecesores en el cargo, estuviera en decadencia. Él la haría grande de nuevo. Y le funcionó.
Pero con la llegada del COVID-19, Trump está jugando con fuego porque se ha negado a aceptar varias cuestiones que los demás dan por hecho: que la economía —su valor mayor ante la reelección— entre en recesión y que los problemas de salud se deban anteponer a otras consideraciones.


La personalidad de Trump es la peor para enfrentar esta situación. En su mentalidad no existe nada que no pueda vencer. Su visión auto heroica le impide concebir que existan situaciones como una cuarentena que, desde su perspectiva, es una forma de "inactividad". Se definió como un "presidente en tiempos de guerra" y necesita actividad y enemigos. Ya hemos revisado aquí su obsesión china, en la que intenta arrastrar a otros, con la probable intención de forzar alianzas que impidan la recuperación de la economía china frente a la caída norteamericana. Hace unos instantes le veíamos negar en rueda de prensa —sin prueba alguna, nada más que basándose en su ya famoso "estómago"— las cifras de China con el simplista argumento de que es un país más grande, con más gente. Pero Trump necesita echar alimento a la arena del circo que ha creado
Hacia el exterior, Trump busca justificaciones en su intento de abanderar una guerra difusa, no declarada, sino insinuada. Consiste en tirar la piedra y esconder la mano. Dejar caer insinuaciones y que luego le pregunten sobre ellas. En su locura presuntuosa,  ha convertido a los Estados Unidos en el país ya más afectado por el COVID-19. De eso, solo él es responsable, ya que disponía de la información y de la experiencia de los países a los que llegó primero. Pero para el trumpismo no existe más que una versión unilateral de los acontecimientos, la que sostenga el modelo general de una América invencible. Su negativa a llevar mascarilla la explicó porque no podría —otros lo hacen— recibir a los dirigentes del mundo con ella. Le parece una muestra de debilidad.

Pero Trump ha dado un paso más, muy peligroso en clave interna de los propios Estados Unidos. Está usando el COVID-19 para dividir al país y subvertir las instituciones. Ha creado un enfrentamiento entre ciudadanos dentro de los estados, de los estados entre sí y entre los estados y la presidencia. 
Creo que esto supera las circunstancias anteriores de la Historia de los Estados Unidos y lleva a una brecha insólita en tiempos de dificultades, que es cuando se apela a la unidad. Pero la llamada a la unidad se hace frente a un enemigo —por eso necesita a China, a los hispanos, a los musulmanes, a Europa, a Irán...— en el exterior y otro en el interior: los demócratas y la prensa. Es una característica esencial del trumpismo. Lo necesita como centro de orientación de los discursos, como centro de redirección del odio y del miedo, sentimientos esenciales en un discurso que carece del más mínimo fundamento teórico y que se manifiesta como anti intelectual. La CNN recoge los discursos anteriores de Trump cuando hablaba de que China estaba haciendo un "great job". Entonces le interesaba ese discurso. 
Los llamamientos a la desobediencia —no se pueden considerar otra cosa— que ha hecho con sus tuits son recogidos por los ciudadanos del trumpismo a los que ha lanzado en los estados gobernados por demócratas. La BBC lo recoge así:

At his Friday briefing, he said some measures imposed by Minnesota, Michigan and Virginia had been "too tough".
Earlier, he wrote in a series of tweets: "LIBERATE MINNESOTA", "LIBERATE MICHIGAN" and then "LIBERATE VIRGINIA".
The curbs, which include stay-at-home orders, are needed to slow the spread of coronavirus.
But protesters say they are hurting citizens by limiting movement unreasonably and stifling economic activity.
The three states the Republican president referred to in Friday's tweets are all led Democratic governors. Mr Trump may be seeking to encourage his political base to protest against Democrats, the BBC's Anthony Zurcher says.*


Es difícil explicar el número de líneas rojas que el presidente de los Estados Unidos ha roto con la inconsciencia que le caracteriza. La "desobediencia civil" a la que se llama es algo más: ha significado un movimiento organizado, es más el carácter simbólico de una rebelión a la que Trump llama a sus seguidores. "¡Liberad!" no es un llamamiento a salir de casa, es mucho más. Les convierte en un papel que gusta mucho en "rebeldes", en personas enfrentadas a las autoridades; les llama a desprenderse de sus "carceleros", algo que en un país lleno de armas y de gente a la que le gusta usarlas si les das una causa puede derivar en actos por los que haya que responsabilizar a Trump en cualquier momento.
"¡Liberad!" no es "¡protestad!"; es mucho más. Es crear una metáfora en la que unas fuerzas (los malos americanos) están quitando la libertad a los ciudadanos (los buenos americanos). ¿Cómo se "libera"? Evidentemente haciendo algo más que protestar.


La retórica de Trump ya tiene sangre acumulada. Recordemos el seguidor que bajó hasta la ciudad de El Paso siguiendo sus metáforas, por decirlo así, a "matar mexicanos", considerándose un "patriota". Esperemos que esta vez esos "patriotas" que se han concentrado ante los palacios de los gobernadores demócratas, incumpliendo las órdenes de confinamiento para "liberar" no se sabe qué, no tengan unos resultados similares. Los gritos que les escuchamos son los de la violencia y el fantaismo: "¡Lock her up!", ¡enciérrala!. Se refieren a la gobernadora de Michigan,  Gretchen Whitmer, "la mujer de Michigan", tal como se refirió a ella. Es el espíritu de los linchamientos dentro de estos tiempos en los que la caza de brujas producen sus propios aquelarres. Muchos de ellos han acudido muchos de ellos con armas colgadas a la espalda; es el signo del "buen americano". 
La intención de Trump es doble: la gobernadora Whitmer es una figura ascendente de la que se habla como acompañante de Joe Biden para la vicepresidencia en la campaña electoral. Trump arroja contra ella a sus seguidores para quemarla políticamente, dejarla marcada, presentarla como una "tirana" que quiere recortad las libertades americanas.


Es una constante del trumpismo el entender literalmente las insinuaciones retóricas del presidente. Funcionan como secta con un líder espiritual incombustible, sobre el que han depositado una fe ciega. Pese a los desastres acumulados por Trump, este ha sabido mostrar ante sus seguidores —no ha tenido que convencerles de nada, solo reforzar sus principios básicos— una representación de lo que esperan de él. Las cifras de los partidarios de Trump se siguen manteniendo estables con ciertas variaciones circunstanciales. No cambian, no es posible convencerlos. Trump ha creado la base del fanatismo, la confianza ciega en una persona.
Ha conseguido que los que le siguen responsabilicen a los demócratas del desempleo que se ha disparado. "¡Liberad!" los estados señalados es ir contra los que les "oprimen" y les niegan sus "libertades" y "derechos". La jugada es infame porque lo que tratan de hacer los gobernadores es salvar las vidas de los habitantes de sus estados. Trump les deja el trabajo de desgaste y se presenta como salvador del pueblo, de sus derechos y de la economía. ¡Es difícil encontrar una desvergüenza mayor en un político, pero Trump no es un político de causas nobles y estilo limpio. No es un "político" como el que se espera y eso le llevó al poder.


El trumpismo no es una casualidad. Es el nombre que le ponemos al fenómeno tal como se manifiesta en un país, los Estados Unidos, y alrededor de una persona, Donald Trump. El trumpismo existe antes de tener nombre. Nuestra idea desde el principio usa la teoría de las reacciones frente a lo que representó Obama en las mentes de muchas personas que siguen pensando en una América blanca, de religiosidad ciega y fundamentalista, nacionalista resentida con el mundo, admiradora de la fuerza en sus diversas manifestaciones, de las armas al dinero. Es la doble América del imperialismo y del provincianismo, de la alta tecnología y del creciente rechazo al evolucionismo, de las ciegas creencias bíblicas, la amiga de dictadores mientras habla de libertad. El trumpismo es una América vuelta sobre sí misma, sin capacidad exterior ni interior de diálogo, sin razones, solo fuerza, la más débil de las razones.
Veremos en qué queda el absolutismo (es lo que es) de Trump, ese reivindicarse como "líder supremo". Dependerá mucho de la respuesta que pueda darle un país cada vez más intimidado por el trumpismo, que ya sale a la calle a mostrar músculo. "Stop the Tiranny" proclama una de las pancartas de los que rodean el palacio gubernamental de Michigan. 


Trump pasará, como pasará el COVID-19. Pero me temo que el trumpismo, que es la realidad social, me temo que va a quedar como el factor que articulo esos Estados Unidos que se resisten a ceder en su doble visión imperial y provinciana. Las secuelas van a ser muchas, como las produjeron el asesinato de Kennedy o el Watergate, momentos en los que emergen de la base del país aquello que no les gusta mirar. El trumpismo es la confianza que hasta el momento se ocultaba bajo la observación de la otra América, la liberal. Trump ha sabido articular el sentimiento y la frustración de aquellos con los que no se contaba y que se reivindican con su voto al descubrir su fuerza, la que da llevar a la presidencia a su actual inquilino. La cuestión se vuelve más problemática cuando algunos se empiezan a preguntar si no estará intentando posponer las elecciones, retrasarlas hasta encontrar un momento más favorable que el actual. Sea como sea, ha llevado al límite las tensiones sociales y políticas, algo que es una de sus especialidades y con la que espera obtener ventajas. Trump destruye para ganar posiciones después. Es el jugador de ajedrez que tira el tablero por descuido cuando va a perder la partida.
Una vez más, Trump es el gran divisor de la sociedad norteamericana. Los países no se deberían dejar arrastrar por esta visión maniquea y tramposa del mundo. El trumpismo es una ideología que vive de las frustraciones y estás se alientan con las divisiones interiores y exteriores. No es la salida que el mundo requiere. 


* "Coronavirus: President Trump defends tweets against US states' lockdowns" BBC 18/04/2020 https://www.bbc.com/news/world-us-canada-52330531




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