Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
crisis del COVID-19 se puede percibir desde muchos puntos de vista, en
ocasiones en conflicto. No tenemos la misma percepción entre países y dentro de
estos también existen numerosas diferencias en función de factores culturales y
sociales. La primera gran división la hemos visto y la seguimos viendo entre
Asia y Occidente. La estamos percibiendo ahora entre América Latina y África,
cuyas percepciones son también diferentes a las iniciales asiáticas y euro
norteamericanas, que por cierto también son distinta.
Vemos
que, aunque al coronavirus no le importan nuestras diferencias, a nosotros sí.
Por eso no es posible tomar medidas, explicar, comunicar, prevenir, etc. sin
tener en cuenta nuestra cosmovisión (la vieja Weltanschauung de la que nos hemos olvidado) o nuestra percepción
del mundo, nuestra interpretación de los que ocurre.
La
prensa nos permite apreciar estas diferencias pues nos ofrece un momento
privilegiado para hacerlo: una pandemia, algo que nos ocurre a todos, pero que
muestras las diferencias.
Aquí ya
hemos ido dando cuenta de algunas. Vimos a aquel islamista egipcio que desde
Nueva York veía el contagio como un arma que Dios daba para llevarse por
delante a los enemigos y herejes, pidiendo a los que estaban infectados que
fueran a abrazar, a besar, a estrechas las manos de policías, jueces,
funcionarios, a cualquier partidario de al-Sisi en Egipto. "¡No mueras
solo!" era su grito, el coronavirus es un arma que Dios te da para que
seas un mártir.
El
diario El País de ayer, Juan Carlos Sanz titulaba desde Jerusalén "Israel
declara zona cerrada una ciudad ultra ortodoxa por temor al contagio del
coronavirus". En su artículo explicaba los conflictos que le suponen al
gobierno combatir los contagios con gente que se dedica al estudio de las
escrituras y no quiere tener contacto con los medios. A "porrazos"
han tenido que confinarlos, se nos dice. Las comunidades ultra ortodoxas no entienden
de pandemias ni de nada que las desvíe de sus líneas de actuación:
Los temerosos de Dios viven en sus guetos
urbanos, encapsulados en otra era. “Muchos de ellos solo siguen los medios de
comunicación de su comunidad ultrarreligiosa y no disponen de Internet ni de
teléfonos inteligentes”, precisa el analista del diario Haaretz Amos Harel. “Tampoco suelen informar a las autoridades
sanitarias cuando empiezan a sufrir los primeros síntomas de la enfermedad”.
El rampante crecimiento demográfico de los
ultraordodoxos –con proyecciones que apuntan a que representarán un 25% de la
población israelí en 2050–, les ha llevado ya a residir en viviendas donde se
hacinan parejas con siete o más hijos junto con alguno de sus progenitores. A
pesar de que las concurridas yeshivas (escuelas rabínicas) fueron clausuradas
hace dos semanas junto con el resto de los centros educativos, los jaredíes han
seguido manteniendo hasta hace poco la práctica de acudir a rezar tres veces al
día a una sinagoga junto con decenas o centenares de asistentes, multiplicando
las ocasiones de contagio.
Observadores políticos como Daniel Kupervaser
constatan que algunos de los rabinos más ultrarreligiosos están minimizado los
riesgos de la pandemia con “anuncios arcaicos alejados de las recomendaciones
de las autoridades”. En uno de ellos se cantan las virtudes del matza, el pan ácimo que los judíos
consumen durante la Pascua, procedente del Chabad (organizaciones jaredíes),
para protegerse del coronavirus. “Come matza del Chabad, que es un alimento
medicinal, y te salvas del coronavirus”, reza un de reclamo de venta del pan
ácimo pascual.*
La
visión del mundo marca las respuestas. En estos casos extremos, se percibe que
las ideas son más resistentes que los
cuerpos. El problema es que una vez enfermado el cuerpo y muerto el teórico,
las ideas quedan en evidencia. Pero eso no suele ser problema para los que
encuentran explicación rápida a todo, la
voluntad de Dios.
Otras
visiones se centran en lo económico. El COVID-19 nos está sirviendo para
percibir cuáles son las visiones del mundo de algunos, cuáles sus prioridades.
Eso tiene de ventajoso, que muchos han de mostrar sus cartas de valores. El conflicto
entre salud y economía ha servido para ver que algunos dirigentes mundiales
consideran que la gente debe salir de sus casas y se resisten a los
confinamientos.
En
Egipto, el multimillonario Naguib Zawiris, el que compró Euronews. Egyptian
Streets nos relata lo dicho por el empresario en una entrevista televisiva, en
donde se mostró decidido partidario de que la gente no se quedara en sus casas
y que no se paralizara la economía. Pero sus propuestas fueron más allá:
The billionaire’s most controversial comments
came later on in the segment when he suggested workers be quarantined in
factories. “There is another proposal that factory workers spend the night and
live there and not go home to their families—they would be living and working
there,” he said, explaining that reducing movement would be an added benefit.
When asked about the impact of Egypt’s partial
lockdown on him, Sawiris said: “I don’t let my children meet their friends and
I don’t meet anyone either,” adding that he maintained a social distance of
four meters while working, and that the majority of his employees are working
from home. He then stated that half his assets were invested in gold and that
he predicted a rise in gold prices due to anticipated shortages, comparing it
to “catastrophe insurance.”**
La visión de Sawiris —como le afearon en las redes sociales
egipcias— además de economicista es
profundamente clasista. Los obreros deben estar en las fábricas confinados,
trabajando para que nade se pare, mientras que él evita los contactos, al igual
que su familia. Mientras los trabajadores están separados sus familias, el
multimillonario Sawiris disfruta de la suya en aislamiento sin complejos.
En esta lista de partidarios de producir aunque se mueran
los clientes (siempre quedarán algunos para mantener el mercado) hay muchos.
Algunos se han tenido que alimentar con sus propios desengaños, como Boris
Johnson, el apóstol del contagio nacional, ahora confinado en Downing St.
(suponemos). Johnson partía de una visión del mundo demasiado darwinista en su
versión social. Lo que dijo entonces era (y es) de una enorme frivolidad y
muestra la visión de un país con una enorme distancia social, con unas élites
distanciadas de los comunes, con una visión en la que hay una barrera que les
separa y por ello les inmuniza a esas enfermedades barriobajeras, del
populacho. Como se ha visto, del Príncipe Carlos para abajo, la enfermedad no
ha hecho distingos. El estirado príncipe no se ha librado de ello, ni el
elitista Johnson, ni el obrero que apura su pinta de cerveza en el pub, por
usar un tópico. El COVID-19 no entiende de cunas ni de cuentas bancarias, ni de
obreros ni directivos. Entiende de condiciones favorables y de obstáculos. Su vida es sencilla; son nuestra complejidad y diversidad de respuestas las que le crean las condiciones.
Uno de los ejemplos más dramáticos que estamos viendo en
estas últimas horas es lo ocurrido en Guayaquil, en Ecuador. La primera noticia
saltó cuando le fue imposible aterrizar en su aeropuerto a un par de aviones,
uno de Iberia, que iban a recoger a españoles y europeos que habían quedado
allí sin poder regresar. La alcaldesa de Guayaquil decidió que se atravesaran
coches y furgonetas para que no llegaran europeos a "su" ciudad,
nadie que pudiera contaminarles. Los que estaban allí se tuvieron que ir a la
capital para intentar regresar. La siguiente noticia que nos llegó de Guayaquil
—una ciudad con más de dos millones de habitantes— fue el contagio de la
protectora alcaldesa, que a lo que parece llegó tarde. Hoy Guayaquil está en
todos los medios mundiales porque los cadáveres sin recoger están esparcidos
por los barrios, sobre las aceras esperando que alguien vaya a recogerlos. Es
un panorama desolador. Las gentes reclaman que alguien vaya a retirar esos
cadáveres que quedan como "apestados".
Los cierres de ciudades o pueblos se han ido produciendo en
muchos lugares del mundo, de España (Igualada) o Italia, siguiendo el modelo
chino de Wuhan y ciudades próximas, consideradas el epicentro.
Pero estamos asistiendo a un tipo de aislamiento inverso, el
proteccionista. Se trata de aislarse para no tener que acoger a nadie que
suponga un riesgo. Si los países lo hace, ¿por qué no los pueblos?, parecen
pensar.
El diario El País titula hoy "Pueblos blindados contra el virus y los
forasteros" haciendo referencia a muchos municipios españoles que han
decido que los otros son un peligro, por lo que han cerrado entradas y han
puestos sus policías municipales o lo que haya hecho falta para asegurarse que
no les llega nada de fuera. No le sirven de nada los ejemplos de los que se
encerraron pensando que estaban a salvo para descubrir que ya estaba en casa.
El diario nos informa de algunos casos. Lo ocurrido en dos de ellos nos sirve
de ejemplo:
Una barrera de tierra pretende aislar
del resto del mundo a Setenil de las Bodegas, un pueblecito gaditano de postal,
de 2.700 habitantes, destino habitual de turistas de un día. Es la medida
extrema que ha tomado el alcalde, el andalucista independiente Rafael Vargas,
para controlar las entradas a su municipio, limitadas ahora a vías principales,
en las que también funcionan controles de la Policía Local y arcos
desinfectantes para vehículos. El consistorio justificó el pasado lunes la
medida como una forma de facilitar el trabajo de los cuerpos de seguridad y
pidió la colaboración vecinal para dar aviso “de movimientos de tráfico
extraños”.
Setenil no está solo en Cádiz,
una provincia acostumbrada a recibir mucho turismo, tanto de personas que
tienen segundas residencias como de visitantes de sus famosos pueblos blancos.
Zahara de la Sierra, gobernada por los socialistas, lleva días presumiendo de
haberse convertido en una suerte de aldea gala, libre, por ahora, del
coronavirus. Su consistorio ha cerrado con vallas y cadenas buena parte de los
accesos, que se han quedado reducidos a uno, según un decreto municipal.
Patrullas de la Policía Local y un arco desinfectan y paran a todos los coches,
que no pueden acceder sin permiso expreso.***
Bonitos y amables pueblos que se desvivían por su trato afable
a los visitantes han pasado a convertirse en hoscos lugares, gente a la
defensiva. Da igual que les digan a algunos que no pueden tomar esas
decisiones, pero si se les presiona, seguro que acaba declarando la
independencia o algo por el estilo. Han cerrado incluso la llegada de los que
tienen allí segundas residencias, porque los "fetén fetén" son los
autóctonos, los que no salen de allí, a salvo de cualquier mal exterior.
Algo peor puede ocurrir en los Estados Unidos, donde cada
casa puede convertirse en El Álamo. Las noticias de sobre los records en ventas
de armas, consideradas como artículo de primera necesidad se completaban con la
entrevista en una cadena televisiva en donde la dueña de una armería decía que
el miedo de muchos era que se acabaran los alimentos y empezaran los robos y
asaltos. Los de gatillo fácil y sentido de la propiedad pueden empezar a
ponerse nerviosos ante una situación que llega al país a velocidad meteórica y
que ha disparado el desempleo en menos de una semana a niveles impensables. Por
muchos que Trump se queje de que no se le avisó con tiempo desde China, lo
cierto es que ha sido su tardanza en creérselo lo que ha condicionado las
medidas.
La estructura de Estados y gobierno federal no es la más fácil de
manejar sin un cierto sentido de cohesión, pero la mentalidad de muchos
norteamericanos ve en el gobierno federal (muchos en cualquier tipo de
gobierno) una amenaza sin necesidad de coronavirus. La instrucción de que se
permanezca en casa es ya vista como una insolencia, como un ataque a la
libertad del ciudadano, por lo que no va a ser fácil convencer a la gente. Las
cifras de muertos y contagiados deberían servir de aviso, pero para los que
todo esto no son más fake news y
maniobras de los izquierdistas demócratas contra Trump, o para aquellos que
desean sacrificarse en nombre de la economía y del futuro, como dijo una
autoridad tejana, puede no ser suficiente.
El que ha mostrado una vez más su vena autoritaria es
Rodrigo Duterte, el presidente de Filipinas, que ha pedido a las fuerzas de
seguridad que disparen a matar a todo el que viole la cuarentena y se resista.
Un artículo en la egipcia Mada Masr nos deja clara la
influencia de las mentalidades, de la forma de ver el mundo y las reacciones.
La palabra más empleada en el artículo de Hossam al-Khouly, titulado "Coronavirus?
It’s in God’s hands", es "nihilismo". El autor nos deja un
amargo sabor al señalar que ese sentido fatalista del que sea lo que Dios
quiera no es otra cosa que la respuesta general al abandono histórico, al
dejarlos a su suerte durante siglos, abandonados, ignorados. De ahí la pregunta
y la respuesta. Todo está en manos de Dios. Como lo ha estado siempre: lo que
llegue no viene de tu voluntad, siempre frustrada, sino desde algo exterior que
así lo quiere.
Antes de describirnos la aldea de la que no se debería poder
salir por estar aislada, como ocurre en otras en diez provincias egipcias,
al-Khouly escribe un bello y desesperanzado párrafo:
Leave your logic at the door and step with me
into another world, one with its own logic and context — a world we will try to
think about together without the Orientalist theorizing that flattens
understanding with the confidence of university credentials while ignoring the
school of life.****
Es la realidad próxima, la más distante, es allí donde las
diferencias económicas, de educación, de salud... establecen barreras físicas y
mentales precisamente porque no comparten las mismas lógicas.
Hay diferencias entre cultura, pero también entre barrios,
entre pueblos. Se reacciona de forma distinta porque se percibe el mundo de
forma distinta. Lo hemos visto claramente con las edades desde el principio. Lo
que más ha costado en que los jóvenes entendieran el coronavirus desde una
perspectiva más allá de su teórica invulnerabilidad. Han tenido que morir
jóvenes para que muchos entendieran que no eran unas vacaciones.
La cultura, el modelo económico, la riqueza, la desigualdad, la educación, las diferencias
locales, regionales internacionales, religiosas, filosóficas... todo introduce
matices o contrastes vívidos en nuestra forma de percibir y entender el mundo. La
respuesta es global, pero terriblemente variada en función de nuestras
creencias y vivencias. Pero da igual cómo pienses porque al COVID-19 no le
importa nada. Solo le interesan las facilidades que tú y tus creencias en la
invulnerabilidad o en la eternidad agradecida les das.
* Juan
Carlos Sanz "Israel declara zona cerrada una ciudad ultraortodoxa por
temor al contagio del coronavirus" El País 2/04/2020
https://elpais.com/internacional/2020-04-02/israel-declara-zona-cerrada-una-ciudad-ultraortodoxa-por-temor-al-contagio-del-coronavirus.html
**
"Egyptian Billionaire Naguib Sawiris Draws Criticism Over Calls to Reopen
the Economy Despite COVID-19 Pandemic" Egytian Streets 1/04/2020
https://egyptianstreets.com/2020/04/01/egyptian-billionaire-naguib-sawiris-draws-criticism-over-calls-to-reopen-the-economy-despite-covid-19-pandemic/
***
"Pueblos blindados contra el virus y los forasteros" El País
02/04/2020
https://elpais.com/espana/2020-04-02/pueblos-blindados-contra-el-virus-y-los-forasteros.html
**** Hossam
al-Khouly "Coronavirus? It’s in God’s hands" Mada Masr 2/04/2020
https://madamasr.com/en/2020/04/02/feature/society/coronavirus-its-in-gods-hands/
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