Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Nada
hay más humano que ver el mundo como queremos que sea y no como es. Y si esto
es siempre muy peligroso, lo es más si se trata de la situación actual, la
pandemia del COVID-19. Si no se lucha contra esa tendencia son muchos los
riesgos que se corren pues si algo necesitan los malos tiempos es realismo.
Solo enfrentándose a la realidad se sale adelante.
El
ejemplo más claro de la negación de la realidad lo tenemos en Donald Trump y en
las consecuencias de su "optimismo". Si repasamos —como otros hacen
detalladamente— sus sucesivas visiones de la situación, veremos que no son más
que deseos disfrazados de voluntarismo, un intento de convencer a los demás
sobre cómo deben ver el mundo, por más que el mundo le deje en evidencia todos
los días.
Más
allá de Trump, muchos juegan con poner sobre el tapete fechas y futuros
"normales". No sabemos nada fechas ni de lo que va a ser la
"normalidad futura". Sencillamente, la propia naturaleza de la
pandemia —dinámica y sorpresiva— impide hacer demasiados cálculos sobre el
futuro. El COVID-19 está resultando más complicado que otros casos por la
velocidad de los cambios, por la velocidad de su expansión, por lo oculto de
los contagios, por las diferencias grandes entre la gravedad de unos y otros
(de no enterarse a morirse). La velocidad de expansión ha añadido otro factor
más, las diferencias socio-culturales como un factor determinante ya que está
afectado a muchos países muy distintos a la vez. De final de año hasta el
momento, el mundo ha quedado cubierto —solo la Antártida, nos dicen, está libre
por ahora— por el coronavirus, lo que implica un éxito evolutivo sin
precedentes. En el nivel micro, esto es una lucha biológica; en el medio una
"enfermedad" y en el macro una "pandemia".
La
confusión de lo biológico, lo personal y lo social no es bueno y plantea
cuestiones del tercer nivel (por ejemplo, la economía) cuando no se han
resuelto las de los niveles anteriores.
El único medio efectivo
hasta el momento, mientras no podamos actuar sobre el nivel micro (una vacuna), es lo que se nos dice: distancia (la mayor posible), higiene y protecciones
adicionales. Lo demás es asumir riesgos que podemos evaluar. Pero sabiendo que
son riesgos. Lo peligroso es cuando pensamos que porque se busque una hora para
que salgan los niños eso significa que hay "seguridad"; no la hay si
no se toman las mismas medidas que en cualquier otro caso. No hay seguridad, solo
nuestra presión para conseguir lo que queremos que se nos permita. Unos será
por los niños, otros por la economía, otros el turismo, la cultura, etc. Al COVID-19 le da igual.
La
rapidez de la expansión y la forma de los contagios nos plantea muchos
interrogantes y cada interrogante es un porcentaje mayor en el riesgo. Por
ejemplo, hemos asumido que una vez contagiado y pasada la enfermedad no se
vuelve a contagiar: hemos visto que no es así y que hay gente que está
volviendo a dar positivo; creíamos que solo los mayores de cierta edad estaban
en riesgo y que los jóvenes eran inmunes: tampoco es cierto, pero a los jóvenes
les gustaba creerlo; hemos creído que la distancia entre 1 y 2 metros garantiza la seguridad: tampoco es
cierto, pues hay muchas variables, del viento existente al movimiento o las
condiciones atmosféricas; cada día escuchamos y leemos de curas milagrosas por
fármacos prometedores, existentes o en proceso: tampoco funcionan o pueden ser
incluso contraproducentes, con fuertes efectos secundarios.
Tenemos
—porque no interesa creerlo— que esto tiene plazo fijo. Es sorprendente cuando
leemos que se espera volver a la "normalidad" en septiembre o a
finales de año o cualquier otra fecha. ¿Qué es la "normalidad" en
estos casos? En algún momento, efectivamente, habrá que volver a las
actividades a las que se pueda volver. Pero no lo llamemos "normalidad",
sino "adaptación" o como queramos, pero no pretendamos imponer nuestra
idea de lo normal a la naturaleza
porque ignorarla suele tener consecuencias graves.
Son
muchas las voces que advierten de las consecuencias de los retornos
precipitados. Los dos conceptos "retorno" y "precipitados"
pasan a tener sentido relativos: ¿a qué "retronamos" y qué es
"precipitado" si no sabemos hacia dónde vamos?
Buscamos
con ansiedad modelos que funcionen, ejemplos que seguir, pero nos damos cuenta
que son alegrías en casa del pobre,
por decirlo así, que el éxito dura poco ya sea por que los datos son
incorrectos o porque se han ocultado casos y consecuencias por motivos internos
(del temor a un estallido social antigubernamental a una mala interpretación de
la invulnerabilidad propia)
En la
CNN encontramos el caso de Singapur, con el siguiente titular:
Less than a month ago, Singapore was being
hailed as one of the countries that had got its coronavirus response right.
Encouragingly for the rest of the world, the
city-state seemed to have suppressed cases without imposing the restrictive
lockdown measures endured by millions elsewhere.
And then the second wave hit, hard. Since March
17, Singapore's number of confirmed coronavirus cases grew from 266 to over
5,900, according to data from Johns Hopkins University.
Less than a month ago, Singapore was being
hailed as one of the countries that had got its coronavirus response right.
Encouragingly for the rest of the world, the
city-state seemed to have suppressed cases without imposing the restrictive
lockdown measures endured by millions elsewhere.
And then the second wave hit, hard. Since March
17, Singapore's number of confirmed coronavirus cases grew from 266 to over
5,900, according to data from Johns Hopkins University.
While in the worst-hit countries of western
Europe and in the US, thousands of cases are being reported every day,
Singapore has a population of 5.7 million people and a total area of around 700
square kilometers -- it is smaller than New York City -- meaning those numbers
are more significant.
But Singapore also has advantages that many
larger countries don't. It only has one major land border, with Malaysia, and
can keep a tight control on people entering by air. It also has a world-class
health system and a propensity for somewhat draconian rules and policing that
can benefit a government when trying to control a pandemic.
So what went wrong?
The answer appears to lie in overlooked
clusters of cases among migrant workers living in cramped dormitories and an underestimation
of the speed at which those infections could spread through a city where
lockdown measures had not been put in place.*
Los dos factores tienen distinta consideración pero parte de
considerar a "los inmigrantes" como algo colateral al propio Singapur
y no parte de su misma realidad. Para el coronavirus no existen Singapur ni el
"migrante", trabajador o turista. Solo existen oportunidades y eso
que llamaron "normalidad" lo favorece. Para Singapur, las condiciones
de los trabajadores son su "normalidad", para un coronavirus como el
COVID-19 es una ocasión de expandirse. Y, como se señala, a enorme velocidad
porque las condiciones así lo permiten.
Focalizar en los trabajadores inmigrantes es también una
forma peligrosa de abordar el problema porque las circunstancias no obedecen a
su voluntad, sino a algo que ellos no pueden variar: las condiciones de su
hacinamiento. Es un factor económico y cultural el que establece las
diferencias entre unos y otros, pero finalmente, son todos los que lo pagan con
su contagio. La velocidad es el factor determinante pues lo que indica que el
aislamiento de Singapur era ilusorio.
En el artículo de Griffiths se señala:
It's unclear whether those infections were from
migrant workers coming in from outside, or if the virus was circulating among
the largely-untested population for some time. What is evident is that the
conditions that workers live in made effective social distancing -- or
"home" quarantine -- next to impossible, making it easy for the virus
to spread.
"The dormitories were like a time bomb
waiting to explode," Tommy Koh, a Singapore lawyer and former diplomat,
wrote in a widely-shared Facebook post earlier this month. "The way
Singapore treats its foreign workers is not First World but Third World. The
government has allowed their employers to transport them in flat bed trucks
with no seats. They stay in overcrowded dormitories and are packed likes
sardines with 12 persons to a room."
Koh added that "Singapore should treat
this as a wake up call to treat our indispensable foreign workers like a First
World country should and not in the disgraceful way in which they are treated
now."
Más allá de los aspectos morales que nos surjan por el
tratamiento de los trabajadores y sus condiciones en Singapur, el hecho es que
no se puede establecer una distinción dentro del propio espacio social. Confinar
a los trabajadores en esas condiciones no solo no ha servido de nada, sino que
probablemente ha acelerado la transmisión y por ello el contagio. Recordemos lo
ocurrido con los cruceros en los que se dejó a la gente a su destino;
aumentaron los casos. Los El COVID-19 no
desaprovecha la ocasión, como muestra el caso. El confinamiento en sus dormitorios
creó una imagen de falsa seguridad para los que estaban fuera, pero dentro, como
bien se señala, era una bomba de relojería.
Quizá la idea de la "bomba" nos dé una imagen
engañosa; no es tanto una explosión como una expansión a una velocidad
determinada por la proximidad y las relaciones, a mayor proximidad se da mayor
velocidad y, por ello, mayor número de casos. De hecho, la
"velocidad" no es más que el número de infecciones en el tiempo.
Lo social, el tercer nivel, es el acelerador de los
contagios, como muestra el caso de Singapur, donde el hacinamiento de los
trabajadores ha provocado el regreso de la pandemia con mayor virulencia en una
segunda oleada. La vuelta al trabajo ha dejado en evidencia al
sistema y lo ilusorio de sus medidas preventivas.
Es un caso sobre el que se
nos advierte continuamente —la segunda ola—, probablemente más peligrosa,
cuando pensamos que el hecho de reducirse el número de casos nos permitirá la
vuelta a una normalidad, al antes de la pandemia. No puede ser así, so pena de
volver a empezar. Las bajas sucesivas en los servicios médicos y en los demás
sectores que están en el frente de lo indispensable, puede pasar factura por estar mucho más debilitados en la segunda oleada. Los fallecimientos de profesionales así lo muestra.
En estos momentos la lucha es por evitar contagios y por
salvar la vida de los que lo están. Junto a esto, lo que viene es la detección
de los asintomáticos, cuyo número es realmente un misterio, y un desafío para
los modelos matemáticos de predicción, que tienen su función, pero no son un
retrato realista. Mientras unos luchan por atajarlo, otros lo hacen por
conocerlo en sus diferentes dimensiones, pero hoy —como señalamos al principio—
hay demasiadas incógnitas como para sentirnos demasiado seguros de que podamos
definir un futuro próximo de normalidad a la antigua usanza.
Mucha vigilancia, mucho sentido común y tener la capacidad
de sobreponerse a los propios deseos y diseñar sobre lo conocido y lo posible.
Tenemos el modelo de Singapur y el exceso de confianza; tenemos el ejemplo de
lo que ocurre en los Estados Unidos y la evolución que lleva. Tenemos también distintos
modelos en Europa, que dependen de factores que van de la autodisciplina social
al modelo económico, de la solidez del sistema sanitario a las relaciones familiares.
Por eso se trata de investigar por un lado pero también de desautomatizar
hábitos personales y ritos sociales para adecuarlos a los nuevos tiempos. Igual
que podemos manifestar nuestro afecto sin estrecharnos las manos o besarnos,
podemos modificar muchos actos cotidianos y ponérselo un poco más difícil al
COVID-19.
En una crisis sanitaria como esta no se trata solo de
preguntar qué hacen por mí, sino que igualmente podemos preguntarnos qué
hacemos por los demás. Demasiadas alegrías solo traerán más contagios y más inseguridad. Preguntamos mucho pensando que hay respuestas y muchas veces no las hay. No todavía. Por eso el sentido común sobre la salud debe ser prioritario. Lo contrario será irresponsable y dañino.
Estados Unidos, el país que más presumía de no contagiarse, es el más contagiado; el país con más muertes es el que quiere abrir cuanto antes. ¿No aprendemos? Puede que no. Cuando faltan conocimientos, lo mejor es moderar el paso. Pero a algunos les gusta lanzarse de cabeza a las piscinas sin saber la profundidad o, peor, si hay agua.
* James
Griffiths "Singapore had a model coronavirus response, then cases spiked.
What happened?" CNN 19/04/2020
https://edition.cnn.com/2020/04/18/asia/singapore-coronavirus-response-intl-hnk/index.html
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