Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Dice el
ministro Grande-Marlasca que al gobierno no le duele reconocer errores. Se
refiere al nuevo frente abierto, el de la información. Los periodistas ya consideran
que han cedido su parte ciudadana al respetar las distancias y situarse al otro
lado del espacio virtual. Entienden lo de las ruedas de prensa a distancia con el
gobierno, pero no entienden que la virtualidad se convierta en aislamiento y
mediación. Las críticas se centran en el método, que les parece poco claro y
participativo de que las preguntas que envían no tengan la posibilidad de
repreguntar, es decir, hacerlo de nuevo en función de lo más o menos claro, de
lo más o menos esquivo, de las respuestas. No pueden hacerlo —aquí viene la
segunda parte— porque estas son realizadas a los intervinientes en las ruedas
de prensa por el Secretario de Estado de Comunicación el señor Oliver, que se
ha erigido, motu propio, en portavoz de la prensa y selector de las preguntas
que a él le parecen más interesante, dignas de ser contestadas o cualquier otro
criterio —que los periodistas desconocen— que se aplique a sus cuestiones.
No entramos en la guerra desencadenada entre los profesionales por las contestaciones del Secretario de Estado, sino en el fondo de la cuestión, la transmisión de la información.
Se
recogen las reacciones en el diario El País:
“El sistema no nos gusta. La rendición de
cuentas a la que están obligados los Gobiernos pierde la necesaria
transparencia si los periodistas no pueden preguntar y repreguntar en directo”,
se queja Nemesio Rodríguez, presidente de la Federación de Asociaciones de
Periodistas de España (FAPE), que reclama que se puedan formular preguntas en
directo por videoconferencia. Así lo están haciendo los líderes de PP, Pablo
Casado, y de Ciudadanos, Inés Arrimadas. Lo mismo ha pedido la Asociación de la
Prensa de Madrid (APM), en una carta enviada este martes al Gobierno. Además,
un manifiesto titulado La libertad de
preguntar había recabado hasta ese día medio centenar de firmas de
periodistas de distintos medios. El Ejecutivo argumenta, en cambio, que la
fórmula seguida es “sencilla y eficiente”, teniendo en cuenta el elevado
volumen de periodistas y preguntas, “y garantiza el derecho de participación y
de información”. “Es fácil comprobarlo si se repasan los temas planteados cada
día”, defiende la SEC.*
A esto
le sigue un breve párrafo en el que se compara el sistema español de ruedas de
prensa con el de Rusia o China. Es como una puntilla.
La
declaración de la prensa es escueta y clara: "no nos gusta el
sistema". Una cosa es la salud de los profesionales y políticos, su
aislamiento físico, y otra cosa aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid,
y hacerse unas ruedas de prensa a la medida seleccionando las preguntas y
evitando el repreguntar.
Parece
sorprendente que esta cuestión, tan obvia, haya llegado hasta el nivel del
"manifiesto". Estas cosas se deberían cambiar antes de que lleguen a
la fecha de caducidad si se ve que presentan mal aspecto. Y esta pescadilla, por decirlo así, ya tenía
olor y color.
La
pandemia es un frente abierto que requiere esfuerzos, que requiere críticas
—justas o injustas, medidas o desmedidas—, pero es una situación a la que le
sobran las cargas inútiles, los desgastes de energía tontos como este. La mejor
forma de evitar nuevos conflictos es rectificar pronto. Lo de Grande-Marlasca
está muy bien, pero hay que solucionarlo para evitar nuevos males.
Pero
los medios no deben escapar de la crítica. Acostumbrados a ser ellos los que
realizan esta función de control y denuncia, también deben ellos aguantar su
vela, asumir que su labor es tan objeto de crítica.
Eso es
lo que acabo de ver —en directo— en el programa Los Desayunos de Televisión
Española, a cargo de la doctora Fátima Brañas, Jefa de Geriatría del Hospital
Infanta Leonor:
"A lo mejor no es políticamente
correcto" —explica—. "Yo estoy echando de menos una información más
veraz, más profesionalidad, porque se están dando imágenes muy parciales, es
decir, se habla de los muertos que hay en las residencias, pero nadie da los
datos del número total de pacientes que viven en residencias, porque si no
tenemos un número total, dar el número de muertos en las residencias lo único
que hace es alarmar de forma absolutamente estéril. Es decir, que lo primero que
habría que hacer es un esfuerzo informativo, no solo por parte de los medios de
comunicación, por supuesto también por parte de los gobernantes por dar
información transparente y veraz: 'este es el número real de pacientes que
viven en residencias. Indudablemente es la población más vulnerable, igualmente
que también hay muchos pacientes mayores en el hospital y que también fallecen,
y hacer ver qué porcentaje realmente de pacientes fallecen y por qué. Eso es lo
que necesitamos porque, perdóneme, pero hay mucho amarillismo en torno a lo que
está pasando en las residencias y poco se habla del excelente trabajo que se
está haciendo en muchísimas de ellas, haciendo que el paciente mayor sea
tratado en el sitio en el que mejor pueda ser tratado, que a veces es en su
casa, a veces es la residencia y a veces el hospital. No siempre el mejor sitio
es el hospital."**
No le
falta razón al realizar la crítica a medios y autoridades. Los números se dan
de forma absoluta y no relativa, por lo que se pierde el sentido de conjunto.
Las autoridades han de ser quienes den estos datos que permitan contextualizar.
La cuestión
de los "mayores" y su papel en la crisis del COVID-19 es esencial
porque ha abastecido de dos líneas: las de la mortandad y la del riesgo. Sobre
los fallecimientos, se trató de establecer una malsana "franja de
tranquilidad" haciendo entender que solo se morían las personas mayores
que tenían patologías previas, algo que se ha ido viendo claramente que no es
verdad y, sobre todo, ofrecía una sensación de inmunidad a las personas jóvenes
que, por otro lado, son las de mayor movilidad y por ello con capacidad de
extender el virus. Por eso cuando se cerraron las clases de las universidades,
por ejemplo, el temor era la "nueva vida social" de los jóvenes que
se lo tomaban como unas vacaciones y poder reunirse más con los colegas, como
escuché —y conté aquí— en el transporte público.
Las
acusaciones de amarillismo deben ser asumidas en este y otros casos. Creo que
no se analizan las consecuencias de las informaciones o de los datos que se
suministran y la forma de contextualizarlo.
En la
última semana se percibe, especialmente en la prensa, un aumento de información
que tiende a la sobre titulación. Desde el punto de vista informativo se
produce una traducción de hechos, de acciones y discursos, a un nuevo tipo de
discurso —el periodístico— que conlleva una serie de procesos de selección,
enfatización, perspectiva, calificación, etc. que nos hacen percibir la
realidad. Para ser más preciso, es la realidad mediada, convertida en discurso,
textualizada. Lo que sea la "auténtica realidad", como al que está en
la caverna platónica, le llega a través de estas sombras textuales. Nuestro
mundo de experiencias es muy limitado en comparación con nuestro mundo
informativo, que se amplía a todo el mundo pero, eso sí, filtrado.
Por eso
los periodistas que cubren la información de las ruedas de prensa del gobierno
—volvamos al principio— se quejan de que no se les deje mayor participación: se
les ha puesto un filtro más. La queja es que el conocimiento es ya más parcial
y reducido al ser filtrado por el Secretario de Estado de Comunicación, que es
quien decide qué se pregunta, es decir, que se sabe o puede saber.
La
queja de la doctora Brañas tiene también su fundamento. Los medios seleccionan
aspectos parciales, ya sea por su propia narrativa o porque se les da
información parcial. La experiencia que ella tiene, directa, sobre los
acontecimientos no concuerda con la que ve luego recogida en los medios. No le
casan ni los datos ni las interpretaciones sobre lo que ella conoce mejor
porque es su día a día. "Lo siento porque estoy dando caña a los
medios", dice, pero hay que agradecérselo, como hará al final el
periodista que la entrevista. "No tiene sentido repetir en la televisión el
mismo mantra que además no va a ningún sitio". Tiene toda la razón y el
peligro del tópico siempre está en la naturaleza de los medios. Ahí se ve la
divergencia entre la realidad y el texto que la representa, que puede ir
desviándose de ese punto inicial y crear su propia realidad "representada".
Lo malo es que es a esta a la que se accede, la que nos hace reaccionar a
través de la opinión que los medios crean.
La
calidad y cantidad de los datos de los que se parte es fundamental, ya sea para
informar sobre las residencias de mayores o sobre las medidas del gobierno. Los
medios perciben que se les ha puesto un filtro; los profesionales médicos
también sienten que existe un filtro entre lo que hacen y dicen y lo que luego
llega a otros a través de los medios. Por eso es esencial tener el sentido de
la calidad de la producción de información, ya que de ello finalmente se
alimenta la opinión pública. Los bulos y noticias falsas son un extremo, pero
hasta llegar a la información de calidad hay toda una serie de grados en los
que se aleja lo que se da de lo que se debería dar, informativamente hablando.
El
problema de la mediación es irresoluble, pero sí es cierto que se puede mejorar
con elementos de autocorrección y de crítica y autocrítica, ya venga de los profesionales a los
medios o de los medios a las autoridades. Hay que tener voluntad de mejora para
mejorar.
*
"Filtrar las preguntas, una estrategia escasamente europea" El País
01/04/2020
https://elpais.com/espana/2020-03-31/filtrar-las-preguntas-una-estrategia-escasamente-europea.html
**
Entrevista Dra. Fátima Brañas. Los desayunos de TVE 092/04/2020 https://www.rtve.es/alacarta/videos/los-desayunos-de-tve/
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