martes, 21 de abril de 2020

Los conflictos que vienen (nos guste o no)

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Uno de los elementos que se están empezando ya a poner sobre el tapete en esta era del COVID-19 es la existencia de lo ya se denomina "pasaporte de inmunidad", es decir, un documento que las personas puedan (o tengan que) exhibir como prueba de encontrarse sanas. Ese documento, que tiene diversas posibilidades en sus formatos, plantea una serie de cuestiones de diverso orden que van de la privacidad a la seguridad.
Conforme se agravan las previsiones económicas crece el sentimiento de angustia por el futuro y, en este estado angustiado, las cosas se empiezan a ver de otra manera. Ayer mismo, algunas cadenas de televisión ya nos mostraban las iniciativas turísticas de parcelar las playas para que la hamacas tengan las distancias de seguridad, con pasillos centrales por los que ir y salir del agua; otra cadena nos ofrecía las mamparas de metacrilato que se estaban instalando entre las mesas, si bien no se especificaba el número de comensales por cada una de ellas. Son, entre otros, intentos de solucionar el problema de la extensión de la pandemia o, para ser más precisos y ajustados a la realidad, el problema de cómo convencer a la gente que vuelva a las actividades que antes eran seguras (no lo cuestionábamos) y ahora no lo son.
Indudablemente, el mundo por el que antes transitábamos pensando en otras cosas ha adquirido una densidad nueva. Ahora somos conscientes de los lugares que pisamos y de lo que nos rodea; somos conscientes de lo que tocamos y nos toca, de quiénes se nos acercan y en qué condiciones.


En este tiempo se han mirado los pasaportes para saber de dónde se venía. Al principio eran los rasgos asiáticos los que alertaban a muchos porque entendían que el peligro llegaba de China. Luego se empezó a activar el detector de "italiano", con lo que además de la vista, como para los asiáticos, se activó el oído. Luego se nos empezó a aplicar a nosotros, los españoles, que pasamos a ser el peligro allí por donde estaban repartidos haciendo turismo o trabajando. El caso de Guayaquil, en donde la alcaldesa impidió aterrizar a un avión de Iberia que iba a repatriar españoles, marcó ese punto de consciencia de que el problema éramos nosotros, tal como pregonaban las primeras páginas mundiales. En unas semanas, habrá que aplicar a los que lleguen de Estados Unidos restricciones similares a las que ahora están aplicando ellos a los inmigrantes a los que están mandando a la frontera sur sin saber qué tienen, si están contagiados o no. Han suspendido además los procesos normalizados de inmigración al país.


Puede que el nuevo "pasaporte" mundial no muestre la nacionalidad sino nuestro estado de salud. China ya lo ha hecho internamente con una aplicación telefónica que muestra el estado probable en que te encuentras manejando toda la información de la que disponen sobre la persona, que es mucha ya que en el país prácticamente todas las actividades de compra tiene el teléfono móvil como centro.

La BBC no trae igualmente información de los "trackers", del rastreo de las personas con las que tejemos la red de contactos o de proximidad a través de la detección de los que tienes a tu alrededor y si alguno ha dado positivo en COVID-19.
Conforme avanzan la angustia social y económica, va aumentando la presión para poder establecer algún tipo de zonas seguras, de identificadores de estado, etc. que garanticen que el lugar en donde estás y las personas que te rodean son "seguros". El "pasaporte" (evitan llamarlo "salvoconducto") parece a muchos el remedio, si bien también se producen los avisos sobre el tipo de situaciones y, finalmente, de sociedad que puede producir.
En La Vanguardia hay dos artículos de interés sobre esta cuestión. En el primero, con el titular "Trilla advierte de los “inconvenientes” del pasaporte de inmunidad y avisa que no puede ser obligatorio", se nos advierte de algunos de los problemas que se atisban en el futuro por esta línea:

El jefe de Epidemiología del Hospital Clínic de Barcelona, Antoni Trilla, ha considerado que el pasaporte de inmunidad que plantea el Govern debería ser voluntario y “nunca obligatorio”, “con garantías” y acordado en el conjunto del Estado y de Europa. En declaraciones a Catalunya Ràdio, ha alertado de los “inconvenientes” del pasaporte en cuanto a los derechos de los ciudadanos y ha instado a garantizar que la aplicación no supone una “intromisión en la vida de las personas”.
Según Trilla, hay “discusión” de todos los actores, también juristas y bioéticos. Además, ha apuntado que si se implanta “debe ser una decisión europea”. Por otra parte, ha afirmado que es “complicado” el desconfinamiento por territorios, a pesar de reconocer que se deben tomar medidas para avanzar hacia este.*



Tiene razón el doctor Trilla, pero tener razón es cada vez menos importante para algunos conforme descendemos en la escala de las necesidades básicas hasta la seguridad y el miedo, estados pre racionales. Los ataques sufridos en todo el mundo por el personal sanitario (esta misma mañana nos llegaban imágenes y datos estremecedores desde México sobre los ataques) nos muestra que el mundo tiende a auto regularse sin acabar importándole la ley. Por eso es importante regular antes de que se impongan por la fuerzas acciones basadas en el miedo.
La autorregulación implica que se empiezan a imponer normas "por abajo", es decir, el restaurante, por ejemplo, te exige para entrar que tengas alguna certificación o garantía de que estás libre del COVID-19. La toma de temperatura, desde el momento en que hay personas que no manifiestan fiebre, puede dejar de ser suficiente por lo que deja de ser garantía.
La persona que se sepa "sana" exigirá que los otros lo demuestren de la misma manera que él, tú me enseñas tu pasaporte y yo te enseño el mío. Esto se puede empezar a extender por toda una serie de negocios que se basen en la confianza de compartir un espacio público, de la playa al restaurante, estadios de fútbol o conciertos. En sus entradas, como contrapartida, expondrán sus certificados de desinfección diaria y tendremos que acostumbrarnos a oler desinfectantes, que se harán cada vez más olorosos para que no haya duda de que se ha limpiado.


Durante décadas, la gente que hacía turismo en determinados países, lo primero que hacía era informarse de las vacunas que se necesitaban para entrar y, sobre todo, para regresar, ya que así te protegías tú, pero se aseguraban de que al volver no extendieras una enfermedad y provocaras un brote epidémico. El mecanismo pasa a ser el mismo, solo que esta vez no hace falta viajar porque ya lo tenemos aquí y en todos lados. Los dos primeros casos fueron en Canarias y en Baleares, a cuenta de dos turistas europeos. Se puso en cuarentena a los demás turistas de los hoteles. Ahora, si se quiere recuperar el flujo turístico hay que asegurar al turista que el lugar es seguro, primero, pero después asegurarse también que no lo trae.
Las críticas desde la ética, que son importantes, van a chocar con los que consideran que los negocios han sufrido ya bastante y que la forma más segura de volver es crear una nueva normalidad más segura.
Cuando escribimos esto, encuentro en RTVE lo siguiente:

Tras cinco semanas de confinamiento y con tres más por delante -como mínimo- sectores como la hostelería, el comercio y el ocio comienzan a plantear opciones para la reapertura. Reclaman "ayudas específicas" o un "rescate" y ven en "pulseras, pasaporte biológico, apps para móviles" o la ampliación de las terrazas, alternativas a las limitaciones de aforo que pondrían resultar "inviables".**


Como se aprecia, las peticiones vienen ya desde abajo, proponiendo algún tipo de certificación que convierta en segura la reunión, una forma más barata ante lo que consideran tardará más en conseguir la recuperación, la reducción del aforo, que no es más que la negativa a la distancia social, prácticamente imposible en un espacio dedicado a las reuniones de grupos, al encuentro social. Más allá de las cuestiones éticas o de legalidad, el mundo de la actividad económica —y probablemente muchos de los interesados— ven más una cuestión pragmática que de principios de privacidad. La situación no es nueva pues hemos visto en estas décadas cómo la gente renuncia a la privacidad cuando consigue un beneficio. De hecho, renunciamos a ella cada vez que entramos en cualquier página web que registra nuestros datos a través de las cookies. Mucha gente está anestesiada, por decirlo así, ante el problema de la privacidad cuando cada día se exhibe a través de sus páginas en las redes sociales. Por esto no es fácil convencer con la cuestión de la privacidad a las generaciones más jóvenes, acostumbrados ya a negociar con ella.
La alternativa de pasaportes biológicos, certificados de no estar contagiados, etc. van, por el contrario, a llevar a primer término el factor salud, específicamente el estado binario "sano/contagiado". Es probable que el hecho de los test masivos redefinan el especio social y la relaciones como consecuencia de la necesidad de aislar a los contagiados asintomáticos. El aislamiento deja de ser un elemento de salud y puede pasar a ser una forma de exclusión. Los infames ataques a los sanitarios por parte de algunos nos enfrentan a la realidad de que no son precisamente los aspectos éticos los que preocupan a algunos. La pandemia nos ha hecho más sensibles y solidarios, pero no son precisamente esas las condiciones que se pondrán en marcha cuando se trate de perseguir al virus. Hasta el momento no hemos refugiado; la segunda fase es de ataque y el coronavirus se puede llegar a confundir con la persona contagiada.


La otra opción, la más terrible, es la emprendida por los Estados Unidos, basándose en el derecho de cada uno a vigilar su propia seguridad y a decidir. El hecho de tener ya el mayor número de casos en todo el mundo, tanto de contagios como de muertes, se debe a su propia política, reflejo de su mentalidad. Las manifestaciones pidiendo la retirada de los confinamientos y demás normas son un mal ejemplo de lo que van a causar en muchos estados.
La Vanguardia nos ofrece otro interesante artículo en el que se recogen los resultados de los modelos de simulación matemática realizados por un grupo de investigadores de la Universidad de Harvard. Los modelos dependen mucho de la información disponible y son, por ello, especulación más o menos fundada según los datos disponibles. Se nos explica:

Utilizando datos sobre la estacionalidad de coronavirus humanos conocidos y suponiendo cierta inmunidad cruzada entre el SARS-CoV-2 y otros virus de la misma familia, el equipo de Harvard construyó un modelo para analizar cuánto tiempo deben mantenerse las medidas de distanciamiento social, proyectando la potencial dinámica de la enfermedad en los siguientes cinco años.
Basándose en sus simulaciones, el factor clave que modula la incidencia del virus en los próximos años es la velocidad a la que disminuye la inmunidad del virus, un factor que aún está por determinar. No obstante, el equipo advierte de que en todos los escenarios simulados –incluido el distanciamiento social único e intermitente– las infecciones resurgen cuando se levantan las medidas de distanciamiento social simuladas.
Según los autores, “cuando el distanciamiento social se relaje y al aumentar la transmisibilidad del virus en otoño, puede producirse un intenso brote invernal, que se superponga a la temporada de gripe y supere la capacidad de los hospitales”.
El trabajo publicado en Science modela otro escenario posible en el que se muestra un resurgimiento del SARS-CoV-2 en un futuro tan lejano como 2025. “Las nuevas terapias podrían aliviar la necesidad de un distanciamiento social riguroso, pero en su ausencia, la vigilancia y el alejamiento intermitente tendrían que mantenerse hasta 2022”, argumentan.***



Demasiado tiempo para los que ven sus mesas, salones y terrazas vacíos. Más en un país como el nuestro, en el que la economía tiene un enorme sustento en el sector turístico y en la hostelería, que se basan en gran medida en modelos masivos. Fallas, San Isidro, sanfermines, Feria de Abril, hasta la tomatina, y demás actividades son por definición masivas, buscan la atracción del público e invierten recursos en ello. Los restaurantes pueden pedir "garantías" de salud, pero ¿quién se las pide a los que corren los sanfermines o asisten a la quema de las fallas? Pero esta es la versión optimista, se basa en que hay gente que va a ir; la pesimista es la que nos dejaría directamente colgados por falta de asistencia. Esto es nuevo, pero lo más probable es que ambos factores se tengan que unir. Los que en el reportaje de RTVE señalan que con solo un 30% del aforo no sobreviven, tendrán que empezar a pensar cómo y no pretendiendo llenar como antes. Es cuestión de adaptación. Lo masivo no se va a recomponer fácilmente, por lo que hace falta ingenio y sensatez en la adaptación a una situación cuyas fases sucesivas no serán tan rápidas como algunos deseen, desgraciadamente. Reciclado y adaptación... y las mejores condiciones posibles. Como casi todo en la vida, es cuestión de equilibrio. Por eso es esencial la claridad y marcar líneas. La insistencia en que debe haber soluciones, al menos europeas, es un intento de lograr frutos comunes, sí, pero también una miedo a tomar decisiones que sabemos que no serán panaceas ni gustarán a todos. Por eso la información es muy necesaria y buscar acuerdos esencial.


Los miedos del doctor Trilla por los aspectos éticos y la privacidad pueden quedar en el olvido de una sociedad que empezará a sentir el miedo del contacto, la culpa del contagio. En un correo recibido hace unos días, una persona me hablaba de cómo "había infectado a tres o cuatro personas" sin saberlo durante un viaje. Me imagino lo complicado que tiene que ser vivir con eso. Otra persona tendrá que vivir con el peso de haber contagiado a su abuelo, que falleció. No es una situación sencilla por las dimensiones que ha adquirido, por la velocidad con la que se desarrolla, por las diferencias de intereses y las desigualdades que deja al descubierto.
Con todo, la peor solución es no hacer nada, el fatalismo que algunos predican y practican. Las fechas que se barajan actúan muchas veces como freno con la esperanza de que se trata de aguantar semanas o algunos meses. Eso no es bueno porque no hay ninguna garantía de que esto se pase solo. Podemos contenerlo, pero los datos de allí donde se han lanzado alegremente a la "normalidad" no son buenos, como es el caso de Singapur. 
Habrá que poner soluciones sobre la mesa y tratar de elegir las menos malas y las mejor ajustadas a la situación y a lo que sabemos. Lo demás es hacer castillos en el aire. 



* "Trilla advierte de los “inconvenientes” del pasaporte de inmunidad y avisa que no puede ser obligatorio" La Vanguardia 20/04/2020
** "La desescalada en comercios, bares, restaurantes y lugares de ocio tampoco será homogénea" RTVE 20/04/2020 https://www.rtve.es/noticias/20200420/desescalada-comercios-bares-restaurantes-ocio-coronavirus/2012343.shtml
*** "El distanciamiento social podría ser necesario de forma intermitente hasta 2022" 16/04/2020 https://www.lavanguardia.com/ciencia/20200416/48556427373/distanciamiento-social-intermitente-2022-coronavirus.html

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