Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Uno de
los elementos que se están empezando ya a poner sobre el tapete en esta era del
COVID-19 es la existencia de lo ya se denomina "pasaporte de
inmunidad", es decir, un documento que las personas puedan (o tengan que)
exhibir como prueba de encontrarse sanas. Ese documento, que tiene diversas
posibilidades en sus formatos, plantea una serie de cuestiones de diverso orden
que van de la privacidad a la seguridad.
Conforme
se agravan las previsiones económicas crece el sentimiento de angustia por el
futuro y, en este estado angustiado, las cosas se empiezan a ver de otra manera.
Ayer mismo, algunas cadenas de televisión ya nos mostraban las iniciativas
turísticas de parcelar las playas para que la hamacas tengan las distancias de
seguridad, con pasillos centrales por los que ir y salir del agua; otra cadena
nos ofrecía las mamparas de metacrilato que se estaban instalando entre las
mesas, si bien no se especificaba el número de comensales por cada una de
ellas. Son, entre otros, intentos de solucionar el problema de la extensión de
la pandemia o, para ser más precisos y ajustados a la realidad, el problema de
cómo convencer a la gente que vuelva a las actividades que antes eran seguras
(no lo cuestionábamos) y ahora no lo son.
Indudablemente,
el mundo por el que antes transitábamos pensando en otras cosas ha adquirido
una densidad nueva. Ahora somos conscientes de los lugares que pisamos y de lo
que nos rodea; somos conscientes de lo que tocamos y nos toca, de quiénes se
nos acercan y en qué condiciones.
En este
tiempo se han mirado los pasaportes para saber de dónde se venía. Al principio
eran los rasgos asiáticos los que alertaban a muchos porque entendían que el
peligro llegaba de China. Luego se empezó a activar el detector de
"italiano", con lo que además de la vista, como para los asiáticos,
se activó el oído. Luego se nos empezó a aplicar a nosotros, los españoles, que
pasamos a ser el peligro allí por donde estaban repartidos haciendo turismo o
trabajando. El caso de Guayaquil, en donde la alcaldesa impidió aterrizar a un
avión de Iberia que iba a repatriar españoles, marcó ese punto de consciencia
de que el problema éramos nosotros, tal como pregonaban las primeras páginas
mundiales. En unas semanas, habrá que aplicar a los que lleguen de Estados
Unidos restricciones similares a las que ahora están aplicando ellos a los
inmigrantes a los que están mandando a la frontera sur sin saber qué tienen, si
están contagiados o no. Han suspendido además los procesos normalizados de
inmigración al país.
Puede
que el nuevo "pasaporte" mundial no muestre la nacionalidad sino
nuestro estado de salud. China ya lo ha hecho internamente con una aplicación
telefónica que muestra el estado probable en que te encuentras manejando toda
la información de la que disponen sobre la persona, que es mucha ya que en el
país prácticamente todas las actividades de compra tiene el teléfono móvil como
centro.
La BBC
no trae igualmente información de los "trackers", del rastreo de las
personas con las que tejemos la red de contactos o de proximidad a través de la
detección de los que tienes a tu alrededor y si alguno ha dado positivo en
COVID-19.
Conforme
avanzan la angustia social y económica, va aumentando la presión para poder
establecer algún tipo de zonas seguras, de identificadores de estado, etc. que
garanticen que el lugar en donde estás y las personas que te rodean son
"seguros". El "pasaporte" (evitan llamarlo
"salvoconducto") parece a muchos el remedio, si bien también se
producen los avisos sobre el tipo de situaciones y, finalmente, de sociedad que
puede producir.
En La Vanguardia
hay dos artículos de interés sobre esta cuestión. En el primero, con el titular
"Trilla advierte de los “inconvenientes” del pasaporte de inmunidad y
avisa que no puede ser obligatorio", se nos advierte de algunos de los
problemas que se atisban en el futuro por esta línea:
El jefe de Epidemiología del
Hospital Clínic de Barcelona, Antoni Trilla, ha considerado que el pasaporte de
inmunidad que plantea el Govern debería ser voluntario y “nunca obligatorio”,
“con garantías” y acordado en el conjunto del Estado y de Europa. En
declaraciones a Catalunya Ràdio, ha alertado de los “inconvenientes” del
pasaporte en cuanto a los derechos de los ciudadanos y ha instado a garantizar
que la aplicación no supone una “intromisión en la vida de las personas”.
Según Trilla, hay “discusión” de
todos los actores, también juristas y bioéticos. Además, ha apuntado que si se
implanta “debe ser una decisión europea”. Por otra parte, ha afirmado que es
“complicado” el desconfinamiento por territorios, a pesar de reconocer que se
deben tomar medidas para avanzar hacia este.*
Tiene razón el doctor Trilla, pero tener razón es cada vez
menos importante para algunos conforme descendemos en la escala de las
necesidades básicas hasta la seguridad y el miedo, estados pre racionales. Los
ataques sufridos en todo el mundo por el personal sanitario (esta misma mañana
nos llegaban imágenes y datos estremecedores desde México sobre los ataques)
nos muestra que el mundo tiende a auto regularse sin acabar importándole la
ley. Por eso es importante regular antes de que se impongan por la fuerzas acciones
basadas en el miedo.
La autorregulación implica que se empiezan a imponer normas "por
abajo", es decir, el restaurante, por ejemplo, te exige para entrar que
tengas alguna certificación o garantía de que estás libre del COVID-19. La toma
de temperatura, desde el momento en que hay personas que no manifiestan fiebre,
puede dejar de ser suficiente por lo que deja de ser garantía.
La persona que se sepa "sana" exigirá que los
otros lo demuestren de la misma manera que él, tú me enseñas tu pasaporte y yo te enseño el mío. Esto se puede
empezar a extender por toda una serie de negocios que se basen en la confianza
de compartir un espacio público, de la playa al restaurante, estadios de fútbol
o conciertos. En sus entradas, como contrapartida, expondrán sus certificados
de desinfección diaria y tendremos que acostumbrarnos a oler desinfectantes,
que se harán cada vez más olorosos para que no haya duda de que se ha limpiado.
Durante décadas, la gente que hacía turismo en determinados
países, lo primero que hacía era informarse de las vacunas que se necesitaban
para entrar y, sobre todo, para regresar, ya que así te protegías tú, pero se
aseguraban de que al volver no extendieras una enfermedad y provocaras un brote
epidémico. El mecanismo pasa a ser el mismo, solo que esta vez no hace falta
viajar porque ya lo tenemos aquí y en todos lados. Los dos primeros casos
fueron en Canarias y en Baleares, a cuenta de dos turistas europeos. Se puso en
cuarentena a los demás turistas de los hoteles. Ahora, si se quiere recuperar
el flujo turístico hay que asegurar al turista que el lugar es seguro, primero,
pero después asegurarse también que no lo trae.
Las críticas desde la ética, que son importantes, van a
chocar con los que consideran que los negocios han sufrido ya bastante y que la
forma más segura de volver es crear una nueva normalidad más segura.
Cuando escribimos esto, encuentro en RTVE lo siguiente:
Tras cinco semanas de
confinamiento y con tres más por delante -como mínimo- sectores como la
hostelería, el comercio y el ocio comienzan a plantear opciones para la
reapertura. Reclaman "ayudas específicas" o un "rescate" y
ven en "pulseras, pasaporte biológico, apps para móviles" o la
ampliación de las terrazas, alternativas a las limitaciones de aforo que
pondrían resultar "inviables".**
Como se aprecia, las peticiones vienen ya desde abajo,
proponiendo algún tipo de certificación que convierta en segura la reunión, una
forma más barata ante lo que consideran tardará más en conseguir la
recuperación, la reducción del aforo, que no es más que la negativa a la
distancia social, prácticamente imposible en un espacio dedicado a las
reuniones de grupos, al encuentro social. Más allá de las cuestiones éticas o
de legalidad, el mundo de la actividad económica —y probablemente muchos de los
interesados— ven más una cuestión pragmática que de principios de privacidad.
La situación no es nueva pues hemos visto en estas décadas cómo la gente
renuncia a la privacidad cuando consigue un beneficio. De hecho, renunciamos a
ella cada vez que entramos en cualquier página web que registra nuestros datos
a través de las cookies. Mucha gente está anestesiada, por decirlo así, ante el
problema de la privacidad cuando cada día se exhibe a través de sus páginas en
las redes sociales. Por esto no es fácil convencer con la cuestión de la
privacidad a las generaciones más jóvenes, acostumbrados ya a negociar con
ella.
La alternativa de pasaportes biológicos, certificados de no
estar contagiados, etc. van, por el contrario, a llevar a primer término el
factor salud, específicamente el estado binario "sano/contagiado". Es
probable que el hecho de los test masivos redefinan el especio social y la
relaciones como consecuencia de la necesidad de aislar a los contagiados
asintomáticos. El aislamiento deja de ser un elemento de salud y puede pasar a
ser una forma de exclusión. Los infames ataques a los sanitarios por parte de
algunos nos enfrentan a la realidad de que no son precisamente los aspectos
éticos los que preocupan a algunos. La pandemia nos ha hecho más sensibles y
solidarios, pero no son precisamente esas las condiciones que se pondrán en
marcha cuando se trate de perseguir al virus. Hasta el momento no hemos
refugiado; la segunda fase es de ataque y el coronavirus se puede llegar a
confundir con la persona contagiada.
La otra opción, la más terrible, es la emprendida por los
Estados Unidos, basándose en el derecho de cada uno a vigilar su propia
seguridad y a decidir. El hecho de tener ya el mayor número de casos en todo el
mundo, tanto de contagios como de muertes, se debe a su propia política,
reflejo de su mentalidad. Las manifestaciones pidiendo la retirada de los
confinamientos y demás normas son un mal ejemplo de lo que van a causar en
muchos estados.
La Vanguardia nos ofrece otro interesante artículo en el que
se recogen los resultados de los modelos de simulación matemática realizados
por un grupo de investigadores de la Universidad de Harvard. Los modelos
dependen mucho de la información disponible y son, por ello, especulación más o
menos fundada según los datos disponibles. Se nos explica:
Utilizando datos sobre la
estacionalidad de coronavirus humanos conocidos y suponiendo cierta inmunidad
cruzada entre el SARS-CoV-2 y otros virus de la misma familia, el equipo de
Harvard construyó un modelo para analizar cuánto tiempo deben mantenerse las
medidas de distanciamiento social, proyectando la potencial dinámica de la
enfermedad en los siguientes cinco años.
Basándose en sus simulaciones, el
factor clave que modula la incidencia del virus en los próximos años es la
velocidad a la que disminuye la inmunidad del virus, un factor que aún está por
determinar. No obstante, el equipo advierte de que en todos los escenarios
simulados –incluido el distanciamiento social único e intermitente– las
infecciones resurgen cuando se levantan las medidas de distanciamiento social
simuladas.
Según los autores, “cuando el
distanciamiento social se relaje y al aumentar la transmisibilidad del virus en
otoño, puede producirse un intenso brote invernal, que se superponga a la
temporada de gripe y supere la capacidad de los hospitales”.
El trabajo publicado en Science modela otro escenario posible en
el que se muestra un resurgimiento del SARS-CoV-2 en un futuro tan lejano como
2025. “Las nuevas terapias podrían aliviar la necesidad de un distanciamiento
social riguroso, pero en su ausencia, la vigilancia y el alejamiento
intermitente tendrían que mantenerse hasta 2022”, argumentan.***
Demasiado tiempo para los que ven sus mesas, salones y
terrazas vacíos. Más en un país como el nuestro, en el que la economía tiene un
enorme sustento en el sector turístico y en la hostelería, que se basan en gran
medida en modelos masivos. Fallas, San Isidro, sanfermines, Feria de Abril,
hasta la tomatina, y demás
actividades son por definición masivas, buscan la atracción del público e
invierten recursos en ello. Los restaurantes pueden pedir "garantías"
de salud, pero ¿quién se las pide a los que corren los sanfermines o asisten a
la quema de las fallas? Pero esta es la versión optimista, se basa en que hay
gente que va a ir; la pesimista es la que nos dejaría directamente colgados por
falta de asistencia. Esto es nuevo, pero lo más probable es que ambos factores
se tengan que unir. Los que en el reportaje de RTVE señalan que con solo un 30%
del aforo no sobreviven, tendrán que empezar a pensar cómo y no pretendiendo
llenar como antes. Es cuestión de adaptación. Lo masivo no se va a recomponer
fácilmente, por lo que hace falta ingenio y sensatez en la adaptación a una
situación cuyas fases sucesivas no serán tan rápidas como algunos deseen,
desgraciadamente. Reciclado y adaptación... y las mejores condiciones posibles.
Como casi todo en la vida, es cuestión de equilibrio. Por eso es esencial la
claridad y marcar líneas. La insistencia en que debe haber soluciones, al menos
europeas, es un intento de lograr frutos comunes, sí, pero también una miedo a
tomar decisiones que sabemos que no serán panaceas ni gustarán a todos. Por eso
la información es muy necesaria y buscar acuerdos esencial.
Los miedos del doctor Trilla por los aspectos éticos y la
privacidad pueden quedar en el olvido de una sociedad que empezará a sentir el
miedo del contacto, la culpa del contagio. En un correo recibido hace unos días,
una persona me hablaba de cómo "había infectado a tres o cuatro
personas" sin saberlo durante un viaje. Me imagino lo complicado que tiene que ser vivir con eso. Otra persona tendrá que vivir con el peso de haber contagiado a su abuelo, que falleció. No es una situación sencilla por las dimensiones que ha adquirido, por la velocidad con la que se desarrolla, por las diferencias de intereses y las desigualdades que deja al descubierto.
Con todo, la peor solución es no hacer nada, el fatalismo que algunos predican y practican. Las fechas que se barajan actúan muchas veces como freno con la esperanza de que se trata de aguantar semanas o algunos meses. Eso no es bueno porque no hay ninguna garantía de que esto se pase solo. Podemos contenerlo, pero los datos de allí donde se han lanzado alegremente a la "normalidad" no son buenos, como es el caso de Singapur.
Habrá que poner soluciones sobre la mesa y tratar de elegir las menos malas y las mejor ajustadas a la situación y a lo que sabemos. Lo demás es hacer castillos en el aire.
* "Trilla advierte de los “inconvenientes” del
pasaporte de inmunidad y avisa que no puede ser obligatorio" La Vanguardia
20/04/2020
** "La desescalada en comercios, bares, restaurantes y
lugares de ocio tampoco será homogénea" RTVE 20/04/2020
https://www.rtve.es/noticias/20200420/desescalada-comercios-bares-restaurantes-ocio-coronavirus/2012343.shtml
*** "El distanciamiento social podría ser necesario de
forma intermitente hasta 2022" 16/04/2020
https://www.lavanguardia.com/ciencia/20200416/48556427373/distanciamiento-social-intermitente-2022-coronavirus.html
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