Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Uno de
los aspectos en los que apenas se incide durante esta crisis provocada por el COVID-19
es por el debate entre modelos de científicos. No me refiero a las distintas
investigaciones que se realizan, sino a un paso anterior, al modelo subyacente
en cada caso. Nos fijamos más en expresiones como "no todos los expertos
coinciden" y en los detalles que en los principios. Sin embargo, en estos
momentos, al igual que se combate contra el COVID-19, también se produce un
enfrentamiento entre modelos. Escuchamos a los expertos directamente o la
prensa nos trae sus opiniones, pero estas siempre parten de unos principios
teóricos que pueden —y deben— estar sometidos a discusión. Ni todos los
expertos son iguales ni todos los modelos o explicaciones de los que parten son
los mismos. Esto es así porque es la mejor forma de alcanzar resultados,
probando distintas vías que compiten por las mejores explicaciones y los
mejores resultados. Es el funcionamiento normal de la ciencia y los científicos
entienden. El problema que se plantea es cómo entienden los que no están en
este mundo y tienen una visión naif de la Ciencia, como un campo de verdades.
La
crisis que estamos viviendo involucra a todos los estratos de la sociedad y
expone o saca a la luz a los científicos y su forma de trabajo. Los políticos
los han usado para justificar sus acciones hablando de que actuaban desde las
"evidencias científicas", una afirmación que realmente solo un
político haría, que debe ser interpretado por la opinión pública como una
garantía y una esperanza. Indudablemente, los expertos pueden tener una opinión
más fundada que aquellos que no lo son, pero también son plenamente conscientes
—por eso son expertos— de las limitaciones del conocimiento que poseen. En
realidad, un científico no solo tiene conocimientos, sino esencialmente es
consciente de lo que desconoce. Y lo que cree saber es por poco tiempo pues
está obligado a su propia revisión crítica y a la de sus pares, que prueban los
conocimientos para ver si son consistentes.
Esto es
lento e irritante para los que, como Donald Trump, quieren las cosas y las
quieren ya. La Ciencia es lenta y dubitativa. Trump presumía hace unos días de no
tener conocimientos, pero tenía —afirmaba— "tener estómago",
concentrando allí su sensibilidad e intuición. Donde otros necesitaban hacer
experimentos, el estómago de Trump será considerado como un instrumento
infalible. Creo que deberíamos hablar de "instrumentos precisos como el
estómago de Trump" para establecer ese grado de infalibilidad, que no es
otro que la ignorancia orgullosa.
Si
tenemos en cuenta que su estómago le daba instrucciones para recomendar
productos que se ha establecido que presentan serios problemas cardiacos para
quienes los toman, sin garantía alguna además de que sean eficaces contra el
coronavirus, debería reservar sus tripas para otros menesteres y, en el mejor
de los casos, donarlas a la ciencia o a la iglesia como reliquia, según
prefiera.
Uno de
los casos más llamativos de los conflictos teóricos sobre el tratamiento del
COVID-19 se ha dado en Reino Unido. Las primeras decisiones y planteamientos de
Boris Johnson causaron un enorme revuelo. Parecían tomadas en un selecto club
británico por un grupo de esnobs mientras les servían un coñac francés. La
enfermedad del premier británico, Boris Johnson, ha sido tomada por muchos como
una especie de justicia poética, —karma, lo han llamado otros en las redes
sociales— una demostración de que una cosa es hablar desde la barrera y otra
hacerlo desde la arena del ruedo mirando de frente, a los ojos, al toro de la
enfermedad, un morlaco que te pone a las puertas de la muerte.
Con
motivo de su emotivo discurso de regreso dando las gracias al personal médico y
particularmente a una enfermera neozelandesa y a un enfermero portugués, en la
CNN hacían una interesante reflexión que nos da cuenta de esos enfrentamiento
entre modelos y formas de ver un fenómeno, en este caso, la pandemia:
Some health experts are increasingly scathing
about the government's response to the crisis -- driven largely by the advice
of leading scientists from SAGE.
Gabriel Scally, president of epidemiology and
public health at the Royal Society of Medicine, believes this has led to an
abstract response -- one based on numbers and scientific models -- rather than
traditional principles of public health.
"There has been this kind of scientism --
an approach of academics gathering data and analyzing it then producing
theories to be tested -- at the heart of the government's response," he
says. "In fact, what we needed was to follow good public health practice
and listen to the advice from the World Health Organization."*
Hay veces en que algunos no saben distinguir entre un
laboratorio y la realidad o, lo que es peor, usan la realidad para confirmar
teorías. Desde el punto de vista de quien tiene que salvar vidas, el modelo es
inaceptable. Lo que plantea Scally es que el objetivo primario no es
"conocer", sino "salvar". Una cosa es simular situaciones
en un ordenador y otra tomar decisiones en la realidad, con seres humanos.
Los dos modelos científicos parten de puntos distintos, pero
solo hay un objetivo: salvar vidas antes que tener razón. El uno parte de uno
modelo distante de la realidad, maneja cifras y datos. El segundo, el de la
salud pública tiene personas entre manos, personas que fallecen mientras les
miras a la cara. Son los médicos y personal sanitario que confiesa deprimirse
con cada paciente que muere y que aplaude emocionado la salida de la UCI de
cada enfermo. Datos y personas. A veces los científicos que tratan demasiado
con datos —y eso pasa en muchos campos— se olvidan de las personas y de su
sufrimiento. Si algo ha revelado esta trágica situación es que con cada uno
morimos todos. Lo que antes era una enfermedad distante, algo que afectaba a
otros, ahora es lo que vivimos. La mayoría tenemos rostros de esos enfermos y
muertos en cualquier categoría: familia, compañeros, alumnos. Eso nos acerca a
los más lejanos, nos une. Recibo cada día muestras de cariño de gente que no
veo hace años igual que aquellos que he visto poco antes de encerrarnos. Yo
mismo mando mensajes preguntando con un "¿Cómo estáis?" siempre
temeroso de la respuesta... o de la falta de respuesta. La alegría después, cuando
te dicen que van saliendo.
Un peligro de los que trabajan con cifras es el olvido de lo
que hay tras ellas. Creo que si esto nos trae alguna enseñanza colectiva que
las personas que nos sostienen son muchas veces humildes enfermeros, a los que
agradecemos una sonrisa, una mano apretada cuando ves la muerte de cerca, como
Johnson; dependientes y cajeros en supermercados, repartidores, carteros,
agricultores, jornaleros que faltan para recoger los frutos del campo,
farmacéuticos, conductores... En una sociedad que ha hecho del egoísmo su
teoría, comprendemos con sangre el valor de la solidaridad, lo importantes,
dignos y necesarios que somos todos en cada campo. Los invisibles, los que
estaban en la sombra, confundidos con el terreno, sin rostro individual, ahora
lo tienen. Es lo que trata de representar el aplauso que damos a las ocho de la tarde cada día y que va siendo una costumbre mundial, quizá la primera costumbre verdaderamente mundial de la Historia, algo en los que coincidimos por encima de fronteras, colores o ideas. Deberíamos pensar en lo que representa socialmente, el cambio de nuestra sociedad del éxito y las élites. Al final alguien te sostiene la mano, alguien te atiende en la noche, "cada segundo, las veinticuatro horas del día", y te transmite algo que no aprendiste en los más caros colegios del mundo y de lo que los altos muros de tus mansiones o los policías en la puerta de tu residencia, tus asesores financieros... nadie ha podido evitar.
El caso de Johnson tiene mucho de fábula de Esopo con
moraleja final. Son varias las moralejas posibles, por lo que dejo a los
hipotéticos lectores que elijan la que les parezca más adecuada al caso. Creo que el
agradecimiento profundo que Johnson les ha dedicado a esas dos personas, a la
enfermera neozelandesa y al enfermero portugués, tiene algo de humildad y de petición
de perdón al conjunto de la sociedad. Atrrás quedaron, afortunadamente —aunque con un número indeterminado de víctimas— las teorías darwinistas sobre el contagio general para una hipotética inmunidad británica. Recordemos que uno de los elementos básicos de la campaña del Brexit fueron las cifras falsas sobre la sanidad, con las que se hizo demagogia. Hoy agradece a una neozelandesa y a un portugués que hayan estado a su lado las veinticuatro horas. Una de las preocupaciones básicas por los efectos del Brexite era preciasmente la pérdida del personal sanitario europeo que tendría que salir de Reino Unido.
Es muy fácil hablar cuando no eres el afectado; después, el mundo se
ve de otra manera. Que no se
nos olvide.
* Luke
McGee "Boris Johnson is getting better, but the nation he leads is
not" CNN 13/04/2020
https://edition.cnn.com/2020/04/13/uk/boris-johnson-is-getting-better-but-the-uk-is-not-intl-gbr/index.html
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