Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Un
vistazo general a la prensa de diferentes países nos muestra —más allá de las
noticias— dos grandes tendencias en las reflexiones: los que nos muestran lo
que nos hemos perdido y los que se dedican a pensar qué se puede hacer. En
estos días, por ejemplo, hemos asistido a una constante repetición en nuestras
televisiones: los presentadores conectaban con reporteros instalados ante
iglesias en las que no se celebraba nada. La pregunta todos estos días
festivos, en todas las cadenas, era la misma: el año pasado a esa hora tendría
que estar saliendo una procesión y este año no sale. La noticia era que lo que
siempre ocurría, no ocurre este año. La noticia de la no ocurrencia refleja un modo de pensar, más allá de una forma
absurda de informar pues la noticia llamativa (y escandalosa) hubiera sido que
saliera. Con una rutina, los reporteros esperaban la conexión para contarnos lo
que ya sabemos que no va a ocurrir. No saldrá la procesión. Creo que es una
forma melancólica y nostálgica de afrontar los acontecimientos, Me recuerda esa
película de Richard Gere (remake de una película japonesa dirigida por Sêijiro
Kôyama) en la que un perro va todos los
días a la estación a esperar el regreso de un amo que desgraciadamente no
vuelve.
Otros,
en cambio, afrontan las especulaciones de lo que puede ocurrir. Está bien, pero
creo que lo más difícil es ponerse en marcha para lo que queremos que ocurra.
Todo depende de nuestro sentido de la fatalidad y de nuestra propia visión. La
pregunta no es ¿qué va a pasar?, sino ¿qué debemos hacer? Para esto no hacen
falta manuales de autoayuda ni teorías asertivas. Se trata de ser positivos
partiendo del principio obvio, en lo que casi todo el mundo está de acuerdo,
que nada volverá a ser lo mismo. Un choque de estas características afecta a la
psicología personal y colectiva, al comportamiento individual y al social.
Un
concepto sencillo como es la "distancia social" ya cambia una enorme
cantidad de cosas. Hoy que es el "Día del Beso" (¿a quién se le
ocurrió la idea?) sabemos que se nos tienen que plantear otras formas que
afectan directamente a casi todo. Lo iremos experimentando conforme vayamos
regresando a nuestra vida cotidiana que será para forjar una nueva
cotidianeidad, la nueva normalidad. Según como fuera nuestra actividad, se verá más o menos afectada
por una serie de normas básicas que se deben tener en cuenta, el abc de la
pandemia. Estas afectarán a) a las distancias, por lo que las actividades de
proximidad y los espacios de concentración tendrán que ser redefinidos, de un aula a un cine, de un campo de fútbol a un supermercado; b) un
concepto de salud social en donde
haya conciencia bidireccional del contagiar y del ser contagiado; c) un nueva
jerarquía de las prioridades que modificará nuestro sentido individual, mostrándonos
que no estamos solos, preocuparse por los demás es bueno para todos.
Es necesaria más la adaptación que la renuncia ante una situación que va
a afectar a nuestra vida cotidiana y a nuestras actividades circunstanciales. Actos
automatizados como ir a un cine, viajar en transporte público, comer en un
restaurante, compartir un piso, celebraciones familiares, la distribución de
nuestras oficinas, la subida en ascensores, etc. tendrán que ser de otra manera.
Se
habla del sector turístico, algo esencial en nuestro país —como en otros— y de
volver a potenciar la "marca España". El turismo se considerara como
una actividad de riesgo tanto para el que llega como para el que sale. Lo hemos
visto en estos amables pueblo que bendecían la vida de sus visitantes cuando
llegaban las fiestas que se montaban para ellos; se han vuelto ahora oscos lugares
llenos de vigilantes para que las mismas personas de antes no entren en sus
propias casas. Los argumentos han sido varios, pero especialmente interesante
es el de la saturación de los servicios de salud, una manifestación claramente egoísta.
La petición de Vox de que solo se atendiera sanitariamente a los inmigrantes legalizados
no se queda atrás como egoísmo militante. Habrá que empezar a defenderse de la posturas agresivas, xenófobas, racistas, etc. que intentarán tomar posiciones. Esta pandemia nos sitúa a todos en el filo de lo mejor y lo
peor, en un equilibrio delicado, en una decisión entre la solidaridad y el más
oscuro egoísmo.
El daño
que algunos han hecho a la "marca España" con sus confrontaciones
broncas y rencillas falta de miras va a tener repercusión sobre el turismo. Se
nos ha puesto exteriormente como ejemplo de lo que no había que hacer o, peor
todavía, de lo que les ocurriría a los que no se comportaran sensatamente,
como, por ejemplo, nos ha usado una parte de la prensa norteamericana. Tenemos
los segundos peores datos del planeta ¿y estamos preocupados por el verano
turístico? Empecemos a cambiar el chip.
La
aparición de los "pasaportes sanitarios" —podemos elegir entre diferentes modelos
mundiales— va a ser lo que nos va a servir para poder movernos por el mundo. A
nuestras instalaciones turísticas o de cualquier otro tipo se le van a exigir
certificaciones sanitarias que confirmen que un turista va a disponer de
espacio y de servicio libre de contagios. La playa misma no podrá volver a ser
lo que era, con regulaciones de distancia. Adiós al turismo masivo, de botellón
y balconazo; adiós a sanfermines de
juerga y bullicio; adiós a tantas cosas a las que estábamos acostumbrados.
Empezaremos
con la psicosis del contagio; a volver la vista al escuchar una tos; a
alejarnos del que se acerca demasiado en el transporte. Adiós a las caras amigables escondidas
tras las mascarillas que muchos llevarán y a dejar de hablar y relacionarnos
con quien no la lleve.
Sí,
adiós a tantas cosas. Independientemente de lo que esto dure, hemos perdido la
inocencia pandémica, por llamarla así. Sabemos ya que esto no pasa solo en las películas y en los
videojuegos, que no es ciencia ficción.
No es
pesimismo. Todo lo contrario. Necesitamos toda nuestra energía positiva, toda
nuestra imaginación y creatividad para desarrollar alternativas a lo que ya no
podrá ser o es demasiado arriesgado.
Es precisamente el tiempo de no ser
nostálgico o sentimental. Es el momento de comprender que el mundo ha cambiado,
que necesitamos la cooperación inteligente, el apoyo a la Ciencia, la
prevención, la seguridad, el cuidado de aquello que negábamos —lo que incluye
el cambio climático, que tiene mucho que ver con la pandemia, un fenómeno
natural—. Es el tiempo de la anticipación, de las seguridades para defendernos del coronavirus no de las personas, y de la defensa enfática de las libertades responsables para evitar confundir seguridad con encierro, seguridad con autoritarismo, seguridad con violencia o exclusión. Esto es un aviso de algo que se produce porque hemos llegado a un punto planetario.
No puede ser que nuestra inteligencia nos lleve al pesimismo; al contrario, debemos ser más conscientes de la responsabilidad. ¿Un
mundo peor? Un mundo diferente.
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