Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Si el
siglo XX se centró en la propaganda gracias a los medios masivos, el siglo XXI
es el de la desinformación, favorecida esta vez por la naturaleza de los
micromedios, su estructura de red y los efectos de auto replicación. No deja de
ser una ironía que esta gran crisis, la del coronavirus, se desarrolle en un
mundo de redes en la que los fenómenos comunicativos se producen desde su
propia "viralidad". "Hacerse viral" es una expresión previa
al COVID-19, pero parte de la metáfora del contacto/contagio y asume una forma
de transmisión característica de las redes sociales.
No es
casual que sean nuestra red de "contactos" los que quieren ser
explorados para rastrear nuestra capacidad de contagio, tanto en el contagio
del coronavirus como en otro tipo de contagio, el de la desinformación, cuyo
objetivo es la destrucción del sistema, esta vez social y político. El
funcionamiento es similar y se basa en la capacidad de recibir y transmitir,
algo que los medios tradicionales, básicamente verticales tenían más limitado.
En los medios verticales la información cae sobre el estrato inferior —el público—,
pero está muy limitado en su capacidad de transmitirse horizontalmente, es
decir, entre iguales de un mismo nivel. Las redes sociales, en cambio, son transmisoras
horizontales de información ya que se basan en nuestra capacidad de repetir y
reenviar lo que hemos recibido a nuestros contactos. Cuando alguien cuelga en
su muro de Facebook un artículo sacado de un medio, lo está compartiendo con
otros de su mismo nivel, que harán lo mismo compartiéndolo entre sus contactos.
Cada vez que alguien lo vea y lo coloque en su "muros", esa
información se expande entre sus contactos. Algunos de ellos repetirán la
operación, creándose un trazado, un sistema de flujos que se irá expandiendo.
Somos nosotros los que extendemos a nuestros contactos la información. La
estrategia de las empresas de redes sociales ha sido siempre impulsarnos a
extender nuestras relaciones porque de esta forma la información fluye con mayor
eficacia, más lejos. Las constantes sugerencias de "amistad"
("personas que tal vez conozcas", "grupos que te pueden
interesar", etc.) no son más que formas de hacer que ampliemos nuestros
contactos creando una red más densa que rentabilice el movimiento de
información.
La
desinformación se basa en el mismo principio de distribución, el de
contacto/contagio formando una cadena igual que una epidemia. Cada contagio se
extiende a los demás contactos. Lo que anteriormente estaba reservado a las
velocidades relativas de los bulos, en las redes sociales se distribuyen con
una velocidad enorme. A ello contribuye su capacidad de camuflarse, es decir,
de aparentar ser "información". La "desinformación" es la
guerra del siglo XXI, una guerra que busca minar la confianza, mantener en el
engaño, a recelar de la verdad, a adherirse a falsedades. Para ello es
necesario ese camuflaje que hace que se confíe en ella y se transmita. La
desinformación nos necesita y por ello profundiza y aprovecha nuestros miedos,
nuestros deseos y esperanzas. Nos dice lo que deseamos escuchar, nos confirma
lo que queremos creer.
La
Vanguardia nos trae un artículo sobre los bulos durante esta pandemia mundial y
su origen. Su título es "España detecta 200 acciones de desinformación
bajo la alarma" y está firmado por su corresponsal en Madrid, Carmen del
Riego. Al final del texto se señala:
El equipo de la UE que analiza este tipo de
informaciones falsas ha desacreditado 2.500 informaciones en los últimos 16
meses. Y en España, el Gobierno ha detectado más de 200, cuyo origen está en
servidores emplazados en Rusia, aunque no hay nada, aseguran fuentes
gubernamentales, que puedan apuntar a la responsabilidad de un gobierno, sea el
ruso o cualquier otro. Surgen de cuentas de nueva creación en las redes,
creadas expresamente para difundir los bulos, que actúan muy rápido y dejan de
actuar.
Entre las más de 200 acciones de
desinformación detectadas figuran medidas que se aseguran que han sido
adoptadas por el Ejecutivo y que no son ciertas; la difusión de BOE falsos;
informaciones sobre medidas sanitarias que se presentan como eficaces para
luchar contra el coronavirus y que no tienen ningún respaldo ni científico ni
gubernamental; informaciones sobre falsos medicamentos que curarían la
Covid-19, así como informaciones sobre el origen el virus.
España, la UE y la OTAN coinciden en indicar
que este tipo de campañas tratan de desacreditar a las instituciones y que sus
bulos son muy efectivos y se propagan por las redes sociales y entre la
población como la pólvora, creando estados de opinión muy difíciles de revertir
por muchas campañas informativas que se hagan.*
La
función de de minar la confianza es esencial porque no necesariamente se aspira
a convencer sino le basta con sembrar la duda. La información tendrá una recepción
variada en función de una curva de credibilidad que va desde personas que no lo
creen hasta personas que lo creen firmemente. La credibilidad de las
instituciones es importante para determinar la receptividad y desde ahí la credibilidad
de lo transmitido.
El
estatus de la desinformación es complejo. ¿Es "desinformación" lo que
ha hecho Donald Trump al afirmar que determinados productos desinfectantes
puede acabar con el COVID-19 inyectándose? Si hubiera salido de algún grupo
organizado con una intención definida para desacreditar a la presidencia de los
Estados Unidos, habríamos tenido que decir probablemente que sí. Con Trump,
parece que no es necesario molestarse mucho.
La
máxima preocupación en la Unión Europea es el uso de este tipo de informaciones
que buscan sembrar la desconfianza en la propia Unión. Se nos dice en el texto
de La Vanguardia:
En concreto, la mayoría de los bulos, según
fuentes diplomáticas, se refieren a que la UE está fracasando definitivamente,
tras el anterior fiasco de la crisis económica del 2008; que no es solidaria, y
que Rusia y China son más eficaces en la gestión de la Covid-19. Una clara
demostración, aseguran las fuentes consultadas, de “la voluntad de erosión del
proyecto europeo”.*
Los
ataques a la Unión Europea, como sabemos, no son nuevos. Se trata del mismo
objetivo que desde hace años comparten los populistas y nacionalistas empeñados
en desprestigiar, obstaculizar y desmembrar la Unión Europea. Lo malo es que es
un objetivo que comparten la Rusia de Putin y los Estados Unidos de Trump
("¡llamadme Mr. Brexit!, fue su expresión). Rusia está afectada por las
sanciones de la Unión por la invasión de Ucrania y la anexión de Crimea. Entre
los objetivos de los gobiernos europeos populistas, la primera acción que
proponen suele ser levantar las sanciones a Rusia. También el Estado islámico y
los grupos islamistas están constantemente minando la credibilidad europea. Por
motivos obviamente distintos, pero con acciones parecidas, los islamistas
tratan de minar el prestigio de las democracias que pudieran alentar
levantamientos, una preocupación que comparten con los dictadores de la zona.
El empeño
en presentar a la Unión Europea como "débil" es constante. La democracia es flaqueza, les dicen, y no soluciona ningún problema. Los
modelos autoritarios pretenden ganar prestigio ante sus maltratados ciudadanos,
de poco derechos.
Es
difícil no pensar en trama organizada si se llega, como nos dice Carmen de
Riego, a falsificar un BOE. ¿Qué planes tienen, a quién aprovechan? No es fácil saber a quiénes aprovecha cuando,
como en España, la política es un patio de vecindad en tiempos de
"normalidad", así que en estos "revueltos" hay para todos
los gustos. En cualquier caso, hay que diferenciar entre los que lo hacen y
quienes se benefician, que no tienen que mover un dedo. Desgraciadamente, en
nuestra política los males de uno benefician a otros. Y si hay mucha zancadilla
hipócrita en estos tiempos de unidad, no le queda a la zaga el afán de revolver
el río por parte de los que se benefician dentro o fuera.
Hemos
creado una sociedad muy vulnerable. Y no me refiero ya a la pandemia, sino a la
comunicación, que es un verdadero campo de batalla desde hace mucho tiempo.
Entre las "fake news", los bulos
y la mala información (que también es un peligro) vivimos en un estado
de irritación informativa, de constante incertidumbre sobre lo que nos llega,
que es precisamente el punto medio social que se busca.
Es
preocupante el resultado de la encuesta de ABC, uno de cuyos puntos sirve para
titular
Según el último barómetro de ABC/GAD3, casi
la mitad de los españoles (49,1 por ciento) se apuntan a una teoría conspirativa,
según la cual el coronavirus tiene un origen claramente intencionado. Los
votantes que se agarran con más fuerza a esa idea de la conspiración son los
socialistas: el 54 por ciento. Ahí no se ponen de acuerdo con sus compañeros de
coalición: solo el 25 por ciento de los electores de Unidas Podemos creen en
una supuesta trama para «fabricar» el coronavirus.**
También,
se nos dice, creen en la conspiración "el 48 por ciento de los votantes
del PP, el 45 por ciento de los de Vox y el 44 por ciento de los electores de
Ciudadanos". Si esto es cierto, los medios están fallando (incluido el
propio diario ABC, al que también le gusta jugar con estas cosas en los
titulares), pues siguen insistiendo unos días en teorías conspiratorias,
mientras que en otros repiten la información de la OMS afirmando que no hay
ningún indicio de que sea un virus con un "origen claramente
intencionado", expresión claramente ambigua y demagógica.
¿"Conspiración" de quién y para qué?
Los
mayores interesados en hacer circular esto son los miembros de la
administración Trump que tratan de cubrir su ineptitud, su tremendo fracaso
como superpotencia y su indefinición social para proteger a sus ciudadanos.
Trump sigue interesado en mantener en el aire la idea de la
"responsabilidad" (otra ambigüedad: ¿fallo?, ¿arma?) de China. Hace
mucho tiempo que dijimos que cuanto más se mostraran los fallos norteamericanos
más se insistiría en responsabilizar a otros: los demócratas, los medios y
China.
Se han tenido
que crear "puntos de información segura" respecto a la pandemia,
sobre sus efectos y cuidados. La proliferación de información por la mayor
demanda ha creado una situación preocupante en muchos países ante la fragilidad,
ambigüedad de la información disponible y, cada vez más y más preocupante, la
manipulación para crear desinformación en uno u otro sentido.
Vivimos
en medio de una gran confrontación en la que las armas convencionales han sido
sustituidas por aquello que destruye nuestro espacio informativo: la confianza.
Si habíamos conocido el poder destructivo de las armas de la guerra
convencional, las armas en un espacio de redes de información son las mentiras,
los bulos y la desconfianza hacia las fuentes, que son permanentemente
desacreditadas. El problema es que hoy esto se hace desde un bot automático que distribuye
información o desde la presidencia de una potencia mundial. Por eso se valora tanto a los políticos fiables, pocos pero señalados por su trayectoria, como ocurre con Angela Merkel, recogido por El País. Unos aspiran a ser Trump y otros a ser Merkel.
Parece que el
futuro que nos espera, en la medida que se extiendan estas prácticas, es oscuro
y lleno de efectos secundarios. Los problemas de en quién confiar o qué creer
se van a ir agudizando. Esto lo sabemos desde hace tiempo, pero es de difícil
solución. Solo queda la autodefensa intentando encontrar fuentes fiables y,
sobre todo, desarrollar un sentido crítico suficiente como para saber discernir
lo que es información y aquello que solo busca manipularnos.
*
"España detecta 200 acciones de desinformación bajo la alarma" La
Vanguardia 27/04/2020
https://www.lavanguardia.com/politica/20200427/48740702184/fake-news-ciberseguridad-noticias-falsas-rusia-china-espana-espana-gobierno-policia-guardia-civil.html
**
"La mitad de los ciudadanos se apuntan a la teoría de la conspiración
sobre el origen del virus" ABC 27/04/2020
https://www.abc.es/espana/abci-mitad-ciudadanos-apuntan-teoria-conspiracion-sobre-origen-virus-202004270220_noticia.html
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