lunes, 27 de abril de 2020

Bulos y conspiraciones o en quién creer

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Si el siglo XX se centró en la propaganda gracias a los medios masivos, el siglo XXI es el de la desinformación, favorecida esta vez por la naturaleza de los micromedios, su estructura de red y los efectos de auto replicación. No deja de ser una ironía que esta gran crisis, la del coronavirus, se desarrolle en un mundo de redes en la que los fenómenos comunicativos se producen desde su propia "viralidad". "Hacerse viral" es una expresión previa al COVID-19, pero parte de la metáfora del contacto/contagio y asume una forma de transmisión característica de las redes sociales.
No es casual que sean nuestra red de "contactos" los que quieren ser explorados para rastrear nuestra capacidad de contagio, tanto en el contagio del coronavirus como en otro tipo de contagio, el de la desinformación, cuyo objetivo es la destrucción del sistema, esta vez social y político. El funcionamiento es similar y se basa en la capacidad de recibir y transmitir, algo que los medios tradicionales, básicamente verticales tenían más limitado. En los medios verticales la información cae sobre el estrato inferior —el público—, pero está muy limitado en su capacidad de transmitirse horizontalmente, es decir, entre iguales de un mismo nivel. Las redes sociales, en cambio, son transmisoras horizontales de información ya que se basan en nuestra capacidad de repetir y reenviar lo que hemos recibido a nuestros contactos. Cuando alguien cuelga en su muro de Facebook un artículo sacado de un medio, lo está compartiendo con otros de su mismo nivel, que harán lo mismo compartiéndolo entre sus contactos. Cada vez que alguien lo vea y lo coloque en su "muros", esa información se expande entre sus contactos. Algunos de ellos repetirán la operación, creándose un trazado, un sistema de flujos que se irá expandiendo. Somos nosotros los que extendemos a nuestros contactos la información. La estrategia de las empresas de redes sociales ha sido siempre impulsarnos a extender nuestras relaciones porque de esta forma la información fluye con mayor eficacia, más lejos. Las constantes sugerencias de "amistad" ("personas que tal vez conozcas", "grupos que te pueden interesar", etc.) no son más que formas de hacer que ampliemos nuestros contactos creando una red más densa que rentabilice el movimiento de información.


La desinformación se basa en el mismo principio de distribución, el de contacto/contagio formando una cadena igual que una epidemia. Cada contagio se extiende a los demás contactos. Lo que anteriormente estaba reservado a las velocidades relativas de los bulos, en las redes sociales se distribuyen con una velocidad enorme. A ello contribuye su capacidad de camuflarse, es decir, de aparentar ser "información". La "desinformación" es la guerra del siglo XXI, una guerra que busca minar la confianza, mantener en el engaño, a recelar de la verdad, a adherirse a falsedades. Para ello es necesario ese camuflaje que hace que se confíe en ella y se transmita. La desinformación nos necesita y por ello profundiza y aprovecha nuestros miedos, nuestros deseos y esperanzas. Nos dice lo que deseamos escuchar, nos confirma lo que queremos creer.
La Vanguardia nos trae un artículo sobre los bulos durante esta pandemia mundial y su origen. Su título es "España detecta 200 acciones de desinformación bajo la alarma" y está firmado por su corresponsal en Madrid, Carmen del Riego. Al final del texto se señala:

El equipo de la UE que analiza este tipo de informaciones falsas ha desacreditado 2.500 informaciones en los últimos 16 meses. Y en España, el Gobierno ha detectado más de 200, cuyo origen está en servidores emplazados en Rusia, aunque no hay nada, aseguran fuentes gubernamentales, que puedan apuntar a la responsabilidad de un gobierno, sea el ruso o cualquier otro. Surgen de cuentas de nueva creación en las redes, creadas expresamente para difundir los bulos, que actúan muy rápido y dejan de actuar.
Entre las más de 200 acciones de desinformación detectadas figuran medidas que se aseguran que han sido adoptadas por el Ejecutivo y que no son ciertas; la difusión de BOE falsos; informaciones sobre medidas sanitarias que se presentan como eficaces para luchar contra el coronavirus y que no tienen ningún respaldo ni científico ni gubernamental; informaciones sobre falsos medicamentos que curarían la Covid-19, así como informaciones sobre el origen el virus.
España, la UE y la OTAN coinciden en indicar que este tipo de campañas tratan de desacreditar a las instituciones y que sus bulos son muy efectivos y se propagan por las redes sociales y entre la población como la pólvora, creando estados de opinión muy difíciles de revertir por muchas campañas informativas que se hagan.*


La función de de minar la confianza es esencial porque no necesariamente se aspira a convencer sino le basta con sembrar la duda. La información tendrá una recepción variada en función de una curva de credibilidad que va desde personas que no lo creen hasta personas que lo creen firmemente. La credibilidad de las instituciones es importante para determinar la receptividad y desde ahí la credibilidad de lo transmitido.
El estatus de la desinformación es complejo. ¿Es "desinformación" lo que ha hecho Donald Trump al afirmar que determinados productos desinfectantes puede acabar con el COVID-19 inyectándose? Si hubiera salido de algún grupo organizado con una intención definida para desacreditar a la presidencia de los Estados Unidos, habríamos tenido que decir probablemente que sí. Con Trump, parece que no es necesario molestarse mucho.
La máxima preocupación en la Unión Europea es el uso de este tipo de informaciones que buscan sembrar la desconfianza en la propia Unión. Se nos dice en el texto de La Vanguardia:

En concreto, la mayoría de los bulos, según fuentes diplomáticas, se refieren a que la UE está fracasando definitivamente, tras el anterior fiasco de la crisis económica del 2008; que no es solidaria, y que Rusia y China son más eficaces en la gestión de la Covid-19. Una clara demostración, aseguran las fuentes consultadas, de “la voluntad de erosión del proyecto europeo”.*

Los ataques a la Unión Europea, como sabemos, no son nuevos. Se trata del mismo objetivo que desde hace años comparten los populistas y nacionalistas empeñados en desprestigiar, obstaculizar y desmembrar la Unión Europea. Lo malo es que es un objetivo que comparten la Rusia de Putin y los Estados Unidos de Trump ("¡llamadme Mr. Brexit!, fue su expresión). Rusia está afectada por las sanciones de la Unión por la invasión de Ucrania y la anexión de Crimea. Entre los objetivos de los gobiernos europeos populistas, la primera acción que proponen suele ser levantar las sanciones a Rusia. También el Estado islámico y los grupos islamistas están constantemente minando la credibilidad europea. Por motivos obviamente distintos, pero con acciones parecidas, los islamistas tratan de minar el prestigio de las democracias que pudieran alentar levantamientos, una preocupación que comparten con los dictadores de la zona.

El empeño en presentar a la Unión Europea como "débil" es constante. La democracia es flaqueza, les dicen, y no soluciona ningún problema. Los modelos autoritarios pretenden ganar prestigio ante sus maltratados ciudadanos, de poco derechos.
Es difícil no pensar en trama organizada si se llega, como nos dice Carmen de Riego, a falsificar un BOE. ¿Qué planes tienen, a quién aprovechan?  No es fácil saber a quiénes aprovecha cuando, como en España, la política es un patio de vecindad en tiempos de "normalidad", así que en estos "revueltos" hay para todos los gustos. En cualquier caso, hay que diferenciar entre los que lo hacen y quienes se benefician, que no tienen que mover un dedo. Desgraciadamente, en nuestra política los males de uno benefician a otros. Y si hay mucha zancadilla hipócrita en estos tiempos de unidad, no le queda a la zaga el afán de revolver el río por parte de los que se benefician dentro o fuera.
Hemos creado una sociedad muy vulnerable. Y no me refiero ya a la pandemia, sino a la comunicación, que es un verdadero campo de batalla desde hace mucho tiempo. Entre las "fake news", los bulos  y la mala información (que también es un peligro) vivimos en un estado de irritación informativa, de constante incertidumbre sobre lo que nos llega, que es precisamente el punto medio social que se busca.
Es preocupante el resultado de la encuesta de ABC, uno de cuyos puntos sirve para titular
Según el último barómetro de ABC/GAD3, casi la mitad de los españoles (49,1 por ciento) se apuntan a una teoría conspirativa, según la cual el coronavirus tiene un origen claramente intencionado. Los votantes que se agarran con más fuerza a esa idea de la conspiración son los socialistas: el 54 por ciento. Ahí no se ponen de acuerdo con sus compañeros de coalición: solo el 25 por ciento de los electores de Unidas Podemos creen en una supuesta trama para «fabricar» el coronavirus.**


También, se nos dice, creen en la conspiración "el 48 por ciento de los votantes del PP, el 45 por ciento de los de Vox y el 44 por ciento de los electores de Ciudadanos". Si esto es cierto, los medios están fallando (incluido el propio diario ABC, al que también le gusta jugar con estas cosas en los titulares), pues siguen insistiendo unos días en teorías conspiratorias, mientras que en otros repiten la información de la OMS afirmando que no hay ningún indicio de que sea un virus con un "origen claramente intencionado", expresión claramente ambigua y demagógica. ¿"Conspiración" de quién y para qué?
Los mayores interesados en hacer circular esto son los miembros de la administración Trump que tratan de cubrir su ineptitud, su tremendo fracaso como superpotencia y su indefinición social para proteger a sus ciudadanos. Trump sigue interesado en mantener en el aire la idea de la "responsabilidad" (otra ambigüedad: ¿fallo?, ¿arma?) de China. Hace mucho tiempo que dijimos que cuanto más se mostraran los fallos norteamericanos más se insistiría en responsabilizar a otros: los demócratas, los medios y China.


Se han tenido que crear "puntos de información segura" respecto a la pandemia, sobre sus efectos y cuidados. La proliferación de información por la mayor demanda ha creado una situación preocupante en muchos países ante la fragilidad, ambigüedad de la información disponible y, cada vez más y más preocupante, la manipulación para crear desinformación en uno u otro sentido.
Vivimos en medio de una gran confrontación en la que las armas convencionales han sido sustituidas por aquello que destruye nuestro espacio informativo: la confianza. Si habíamos conocido el poder destructivo de las armas de la guerra convencional, las armas en un espacio de redes de información son las mentiras, los bulos y la desconfianza hacia las fuentes, que son permanentemente desacreditadas. El problema es que hoy esto se hace desde un bot automático que distribuye información o desde la presidencia de una potencia mundial. Por eso se valora tanto a los políticos fiables, pocos pero señalados por su trayectoria, como ocurre con Angela Merkel, recogido por El País. Unos aspiran a ser Trump y otros a ser Merkel.
Parece que el futuro que nos espera, en la medida que se extiendan estas prácticas, es oscuro y lleno de efectos secundarios. Los problemas de en quién confiar o qué creer se van a ir agudizando. Esto lo sabemos desde hace tiempo, pero es de difícil solución. Solo queda la autodefensa intentando encontrar fuentes fiables y, sobre todo, desarrollar un sentido crítico suficiente como para saber discernir lo que es información y aquello que solo busca manipularnos.



* "España detecta 200 acciones de desinformación bajo la alarma" La Vanguardia 27/04/2020 https://www.lavanguardia.com/politica/20200427/48740702184/fake-news-ciberseguridad-noticias-falsas-rusia-china-espana-espana-gobierno-policia-guardia-civil.html
** "La mitad de los ciudadanos se apuntan a la teoría de la conspiración sobre el origen del virus" ABC 27/04/2020 https://www.abc.es/espana/abci-mitad-ciudadanos-apuntan-teoria-conspiracion-sobre-origen-virus-202004270220_noticia.html

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