domingo, 1 de septiembre de 2019

Un verano con Clarice

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hemos tenido el primer no verano, solo calor. No recuerdo un verano tan poco estival como este, lleno de crisis y peligros, de proclamas y denuncias. El verano ya no es lo que era, tiempo muerto, como en el baloncesto; un tiempo en el que había que inventar noticias porque nadie las producía. Hemos llenado de noticias intranscendentes, frívolas, vacías, absurdas el año y nos ha quedado amontonado lo peor para el julio más caliente del que hay recuerdo y un agosto con caídas de trombas de agua que han batido en dos días el récord anual en algún punto.
Irse de vacaciones ya no es solución porque todo te persigue y no hay forma de pedir una orden de alejamiento de la realidad. El que consiga esto habrá logrado un principio de salvación para la humanidad, aunque no será fácil.
"Irse" ya no es la cuestión; es desconectar, verbo que explica el mundo conectado y recalentado en el que vivimos. Nadie ha hecho caso de la petición de Albert Camus, en su ensayo "El verano", escrito en 1939, pero publicado en 1953, algo que Camus nos recuerda porque el Orán que describe ya no es el de ese momento en que el lector va a acceder a él a través de sus palabras. Escribe Camus en ese párrafo escueto de presentación para referirse a Orán: «Ciudad feliz y realista, en adelante Oran no necesita escritores: espera a los turistas».
También habría que explicar hoy que los "turistas" de 1953 no son en ninguna parte los de 2019. Tampoco los escritores que ya no buscan ciudades tranquilas y apartadas, sino "conexión", la palabra que nos ha cambiado la vida actual desde la década de los 90 en que se crearon las redes. Tampoco —doy buena fe de ello— las redes de los 90 son las redes actuales. Ahora el "avatar" somos nosotros y lo verdadero nuestro "perfil". Muchos no quieren vivir más que a través de esa ficción binaria que puede ser creada al gusto y relacionarnos con los otros a través de ellas.
No, todo ha cambiado: las ciudades, los escritores, los turistas..., nosotros, el verano...
Escribe Camus:

Ya no quedan desiertos. Ya no quedan islas. Y, sin embargo, se siente su deseo. Para comprender el mundo, a veces es necesario apartarse de él; para servir mejor a los hombres, mantenerlos a distancia un momento. Pero ¿dónde encontrar la soledad que necesita la fuerza, la larga respiración en la que el espíritu se recoge y se mide el valor? Quedan las grandes ciudades. Sólo que se necesitan todavía condiciones.   
Las ciudades que Europa nos ofrece están demasiado llenas de rumores del pasado. Un oído atento puede percibir ruidos de alas, una palpitación de almas. Se respira en ellas el vértigo de los siglos, de las revoluciones, de la gloria. Uno se acuerda de que Occidente se ha forjado entre clamores. Y eso no permite el suficiente silencio.



¡Qué tiempo, que inocencia pese a haber visto las monstruosidades de dos guerras mundiales! Nuestro problema no son los rumores del pasado, que solo los tontos nostálgicos escuchan. Son los rumores del futuro los que nos abruman y angustian. ¿Podemos soportar la incertidumbre? Ni nosotros ni los mercados, que también en la época de Camus eran otra cosa. Demasiado pasado, dice el escritor. A nosotros es el futuro lo que nos pesa. Lo hace desde que dejó de ser cosa de adivinos y bolas de cristal y fue posible meterlo en los ordenadores. ¡Ya podíamos calcular el futuro! ¡Y podíamos terminar los cálculos antes que nos cayera encima!
¿Cómo apartarse del mundo, de un mundo que te sigue voraz? 
Hoy hay poco que escuchar en nuestras ciudades y la gente, por el contrario, va con sus auriculares puestos para tratar de evitar las conversaciones telefónicas que muchos mantienen en calles o transportes. Ya no hay aquello del "anonimato de las grandes ciudades". Solo las habitan nuestros cuerpos, que no son anónimos, como no lo son nuestras continuas huellas, las que dejamos por todas partes, las digitales. Somos seres etiquetados, perfilados, rastreados..., perdidos localizados por todos y perdidos para nosotros mismos, para mirarnos más allá del selfie.

Hace tiempo que dejé de salir de vacaciones. Tengo demasiados buenos recuerdos de tantos veranos que me horroriza ir a sitios que, como diría Camus, ya no son lo que eran. Ya no hay posibilidad de escape, solo desconexión
Este verano pasará a mi memoria como el verano de Clarice Lispector. Se cumple el próximo año el centenario de su nacimiento. Gracias al encargo de una amiga con la que comparto la pasión por Lispector desde que se tradujo su primera obra al español. Mi verano ha sido de navegación por su mundo apasionante y siempre sacudidor de la conciencia.
Lispector, cine y música; alimento. Será para el recuerdo un verano con Clarice, leyéndola y escribiéndola, paseándola de un lugar a otro, de más calor a menos calor, porque gracias a Dios, nos quedan las fortalezas interiores, los castillos de If personales de los que nos negamos a salir, encerrados en ellos como en esos tanques de asilamiento que van desconectando los sentidos del cuerpo y nos dejan medio flotando en esos "estados de gracia" a los que se refería Clarice.
Ha sido recuperar una parte de mi vida, volver a la Literatura que te habla y no solo a la que te cuenta; reencontrarse con lo básico frente a la superficialidad que se disfraza de trascendencia, de seriedad podrida. Malos tiempos, vacíos, ruidosos. 
Mi mar ha sido su mar; una navegación extrema que echaba de menos. "El verano está instalado en mi corazón", escribió Clarice en un artículo. Quedó atrás, como recuerdo. este verano.


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