jueves, 26 de septiembre de 2019

El desinhibidor

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La cuestión ucraniana sigue adelante con fuerza. ¿Será un punto decisivo en la controvertida carrera de Donald Trump o solo una extravagancia inadecuada más? La historia de Trump es un complejo sistema de sustituciones de unos acontecimientos por otros. Cada nuevo escándalo agota el anterior por una simple cuestión de supervivencia mental. Todo está ahí, sí, pero no se ha dado un caso como el de esta presidencia en un país como los Estados Unidos. Me resulta extraño que no se haya producido todavía un cálculo del tipo de los millones de toneladas que pesaría los artículos que hablan de él o las veces que darían vueltas a la galaxia las líneas que ocupan sus titulares. Probablemente nadie lo calcula por no darle esa satisfacción y aumentarle el ego más de lo que lo tiene.


El hecho de que todas esas cosas entierren unas a otras no quiere de decir que desaparezcan por efecto de la sustitución mediática no significa que la Historia las olvide. Lo que los periodistas dejan atrás, los historiadores lo recogen, acumulan y explican... o lo intentan. Trump es un motor periodístico: ruge, acelera y sale disparado cada día. Su propio ruido, el polvo que levanta y el olor de goma quemada actúan como la tinta del calamar. Pero el día en que se detenga o le detengan, la caerán las multas acumuladas en su carrera.
Llevamos dando por muerto, por finiquitado que diría un castizo, desde su primera semana en la Casa Blanca, por no decir desde antes de que entrara. Trump ha gastado más vidas que un gato y ha caído de pie más veces que nadie. Absorber la energía negativa le hace sobrevivir más con cara de hartazgo que de cansancio. Con cada nuevo escándalo dejado atrás, Trump se crece y sigue adelante. Aumenta su sentimiento de invulnerabilidad, por lo que puede cometer errores más graves, como el de la llamada al presidente ucraniano.


Los que sí están verdaderamente afectados son los republicanos que puedan apoyar a Trump. Más allá de su equipo, apoyar a Trump no es sencillo y todos saben que acabará pasando factura, tanto a los republicanos como, finalmente, a la República. Lo hemos dicho en otras ocasiones, el daño moral causado por Trump es incalculable. Todos podemos ser engañados por lo que nos piden el voto; pero votar a un mentiroso e innoble como Trump a sabiendas es un acto de perversión del propio sistema de gobierno más allá de lo aceptable. Ha habido presidentes republicanos honestos y demócratas deshonestos. Más allá de las ideologías de cada uno, las instituciones están ahí. Pero Trump es un caso muy distinto.
Trump ha pervertido el sistema y a sus instituciones en cada paso que ha dado. Lo ha hecho por su propia configuración mental, por su forma de ver un mundo, que no es más que un espacio que responde a su voluntad de control. Para Trump solo existe una institución, él mismo, y un fin, el poder. Lo dijo con claridad en una ocasión: "Dios, el pueblo y yo", aunque creo que no fue en ese orden.


Todos comprenden que apelar a Trump, presionarle no servirá de mucho. La presión se debe hacer sobre los que le sostienen. De ahí que la responsabilidad republicana se enorme ya que son quienes le sostienen. Pero los republicanos se esconden tras su propia cobardía y solo algunos se han atrevido a dar el paso de desmarcarse de los efectos de Trump. Imagino que muchos han sentido vergüenza muchos y solo algunos lo han dicho.
Las encuestas muestran las pérdidas de apoyos, pero también que hay un electorado fiel que gusta de Trump. No hay que esconderse, como hace él, en los datos del empleo o del crecimiento. Los que votan a Trump pueden esconderse tras esos datos, pero es mucho más lo que aceptan al votarle, en silencio o gritándolos en mítines y manifestaciones. Trump ha invocado lo peor de los Estados Unidos, como son los casos del racismo, el aislacionismo o la indiferencia social. Esos votantes no van a encontrar alguien que sostenga sin pudor esos principios, no van a encontrar a nadie que acepte con satisfacción que se grite en sus mítines eslóganes como "¡construye el muro!" "¡enciérrala!" (por Hilary Clinton) o "¡échalas!" (por las congresistas del llamado The Squad).


Trump es, sobre todo, un desinhibidor, alguien ante quien podemos lucir nuestras miserias morales sin sentimiento de culpa o vergüenza. Por eso es tan dañino, porque puede hacer que el racista, el xenófobo, el machista... se sientan "patriotas", palabra que ha retomado como oposición a los "globalistas", dentro de su estrategia comunicativa de nombrar con palabras marcadas como negativas en el contexto norteamericano, como "socialistas", a los demócratas. Trump, que tanto se queja de ser víctima de una "caza de brujas", es el verdadero heredero del macartismo.
No sabemos si lo ocurrido con las presiones al presidente ucraniano serán la gota que colme el vaso o si, por el contrario, ese electorado que le apoya considera justificado que se acuda, presionando con las ayudas, a un tercer país para hundir a los aspirantes a la Casa Blanca. 
Lo irónico del asunto es que en una de sus intervenciones de hace unos meses ya Trump, en su descaro habitual, sostenía que no veía ningún problema en recurrir a otras países para esto. Lo veía con normalidad.
Y así lo hizo.




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