Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Si ayer
hablábamos de las quejas sobre el sistema educativo de Andreu Navarra a través
de su entrevista en el diario El País, hoy el diario El Mundo añade más quejas,
esta vez dirigidas directamente contra la digitalización del aula recogiendo
una iniciativa sobre el papel, que —como el vinilo— vuelve a estar de moda. Lo
hace con un titular directo, "La rebelión analógica de la escuela",
contándonos las peticiones de algunos profesores y padres sobre la forma de
enseñar a sus hijos.
Durante
algunas décadas, desde mediados de los años 90 del siglo pasado, se inició una
transformación social, la conversión del mundo en digital. En algunos sectores
—como los medios de comunicación— la conversión fue dramática pues alteró el
funcionamiento a través del cambio de las formas de consumo. Pero, dicho así, no
decimos muchos sobre los efectos. Los hemos comentado: trivialización, lectura
fragmentada, búsqueda desesperada de la atención, pérdida de identidad de los
medios, etc. En otros sectores, la digitalización produjo también efectos
drásticos mediante la progresiva automatización que nos lleva a seguir
debatiendo hoy. ¿Iba a ser la educación distinta?
La
educación ha sido uno de los medios más afectados. Pero decir la Educación
parece que a quien afecta es a las escuelas y no a los que pasan por ellas. No
se han evaluado los efectos de la transformación de nuestra cultura en cultura
digital. No es solo una cuestión del "libro".
El
artículo de El Mundo nos habla de un profesor de Matemáticas de un instituto
que ha decidido invertir el proceso. Fernando de la Cueva, se nos dice, tras 31
años de docencia va a cambiar su forma de enseñar:
El pasado jueves Fernando se presentó en el
instituto con 120 libros de Matemáticas de Anaya de la edición en papel de 2008
para prestárselos a sus alumnos, en contra del criterio de la dirección del
instituto. Son 103 kilos de peso que llevó cargando a pulso desde el coche al
aula mientras el resto de profesores le miraba estupefacto. Los ha recopilado
gracias a profesores de otros centros y familias que simpatizaron con su causa.
Envió correos electrónicos a todos los colegios públicos, privados y
concertados de Aragón, a las asociaciones de padres y a la mayoría de
profesores de Matemáticas de la comunidad autónoma. «Es un libro de hace 11
años, pero había mucha gente que lo conservaba. Unos y otros se han
solidarizado conmigo con muchísima generosidad. Me han llegado libros de
pueblos y capitales de las tres provincias aragonesas», explica.
Su clase va a ser la única del curso que no
utilice e-books en Matemáticas. Él defiende que para su asignatura no
funcionan. «En Matemáticas estamos constantemente haciendo anotaciones con un
lápiz en los márgenes de los libros. Pero tratar de modificar un texto digital
es muy trabajoso, porque sólo para subrayar una frase los alumnos tardan 10
minutos. ¿Y cómo apuntas una fórmula o un símbolo, dibujas una esfera o marcas
su diámetro? ¿Cómo cambias una escala que está mal? Es imposible usar el compás
para medir una circunferencia porque no se puede clavar la aguja en el
cristal», argumenta.
Sostiene que, durante los últimos cuatro
años, en que sus alumnos han trabajado de forma experimental y voluntaria con
las tabletas, el rendimiento ha bajado. No son sólo los inconvenientes
técnicos, sino que los críos se pasan el rato en YouTube o en Instagram. Se
distraen. Piensan más en los likes que en el álgebra, la geometría o la
aritmética.*
Ayer le
pedía a una alumna que me escribiera sus datos para un cambio de grupo. "—
¿Me puede dejar un bolígrafo?", me dijo. "—¿Vienes a clase sin un
bolígrafo?. "—Tengo el ordenador", me contestó. La respuesta me
sorprendió, aunque no debiera hacerlo. Pero sigo llevando cantidades
desorbitadas de bolígrafos (alguna vez los fotografío) en los bolsillos. Los
llevo negros, rojos, azules y verdes; para rotular DVD, de varios colores para
escribir en mi pizarra plástica a la que me levanto a garabatear. Los llevó
junto a cantidades de cuadernos en los que hago gráficos y más gráficos cuando
expreso unas ideas en las tutorías de TFG, TFM o tesis doctorales. Sí, me paso
el día haciendo anotaciones, esquemas, garabatos, listas, etc. en pequeños
cuadernos de diferentes colores. No piensen que soy una reliquia. Además cargo
con un pequeño ordenador que se parte en dos dejándome un portátil o una
tablet, según el caso. Cargo además con dos ebooks (modelos distintos), cada
uno de los con una surtida biblioteca y algunos libros. ¡Hace falta energía
para cargar con dos sistemas culturales!
en mis bolsillos |
Soy
editor digital de revistas culturales desde 1995, una de las pioneras en
España. He vivido la transformación de la educación y de las aulas. Y no puedo
ser más crítico con ello. Mi queja ha sido siempre la misma: se ha crecido sin
objetivo, o, peor, se ha crecido pensando solo en el desarrollo del sector sin
pensar en algo básico: los efectos cognitivos de los cambios en los medios. Era
el abc de Marshall McLuhan sobre los
cambios entre los medios y las mentes y sociedades. Pero ¿quién se iba a
molestar en leer a McLuhan a estas alturas?
Lo que
dice el profesor De la Cueva es un efecto evidente. Yo se lo explico muchas
veces a los alumnos que se esconden tras sus ordenadores y que padecen muchos
de ellos en las aulas universitarias los mismos problemas que en las de
secundarias. El papel y las pantallas son complementarios pero se dan en un
contexto en el que uno ha derrotado
claramente al otro. En la idea de "derrota" hay muchas cosas dentro,
algunas muy importantes porque se refieren a la ruptura cultural porque la
lectura digital no deja restos. No hay biblioteca a la que regresar; es un usar
y tirar la mayoría de las veces.
Hay
estudios que hablan desde el plano cerebral de los efectos de la escritura
manual y la memoria frente al teclear de los ordenadores. Muchos hablan de la
queja de la falta de atención porque al ser un dispositivo de usos múltiples,
el ordenador nos llama mientras leemos y nos distrae. En gran medida, el ebook
se convierte en una herramienta de lectura que permite la atención porque no lo
conectamos. La tablet está conectada y es una tentación. Tenemos alumnos en
clase revisando el correo o viendo noticias mientras estás explicando. Son
incapaces de retener su atención en lo que se les dice. Son adultos, pero su
comportamiento, pasado algún tiempo, es el de niños. A veces discutes con
compañeros que acaban convirtiendo sus clases en espectáculos y presumen de
retener la atención. No entienden dónde está el problema. Muchos son ya hijos
del sistema. La universidad acaba premiando sus esfuerzos digitales sin
entender que no hay reflexión sobre los efectos, solo la idea de que se ahorra en fotocopias. Pero no existe
una formación real en los usos y proyectos que se pueden realizar para mejorar
la enseñanza de unos contenidos. Las materias y sus contenidos son muy
distintos; se pueden aprovechar muchas cosas, pero no se piensa en ellas en la
gran mayoría de los casos.
El mundo de mi padre |
El
artículo de El Mundo nos habla de otras personas, de padres de familia, que
están empezando a plantarse ante la imposición de las "tabletas" en
los colegios sin que a ellos les pregunten. Hay ya una lucha por delante. Por
ahora se pide, como hace De la Cueva, un aula analógica. Pero como los
resultados educativos sean claramente favorables, puede haber un serio problema
para nuestras autoridades educativas, que pueden verse contra la espada y la
pared.
Algo se está moviendo en la escuela. Hay una
revolución en ciernes protagonizada por personas como Fernando. No son antitecnológicos,
pero piden una reflexión en torno a la tendencia a sustituir los libros de
papel por las tabletas sin evaluar sus efectos. Cada vez hay más docentes,
padres y directores que están plantándose ante la creciente digitalización de
las aulas.*
Es
cierto. Ignorar los estudios o las reflexiones sobre el tema es suicida. Sin
embargo, se ha hecho. Quizá se ha llegado a un punto en que la evidencia no requiere
de sesudos estudios. Al igual que los señalados en el artículo, soy partidario
—y así lo he hecho durante décadas— de la tecnología. Antes se hablaba de
Tecnologías de la Palabra. A lo largo de los 80 y 90, toda una serie de
teóricos de la palabra comunicada, es decir, en intercambio o mediación,
estudiaban las relaciones y efectos de la aparición de los nuevos medios sobre
los viejos y, especialmente, sobre nuestro cerebro y orden social. Casi todos
ellos, como el propio Marshall McLuhan eran profesores de Literatura. Creo que
no era una casualidad; eran personas acostumbradas a la palabra en forma de
texto y a su transmisión social. La idea que había llegado de la llamada
Escuela Canadiense (Harold Innis, M. McLuhan, W. Ong...) y otros
norteamericanos era sencilla: los medios dan forma a la cultura, organizan la
sociedad para la recepción de los mensajes. Las sociedades orales tienen plazas
en las que ir a hablar. Las sociedades del papel, del libro, tienen otra
organización con sus centros de saber, como las bibliotecas (públicas o
privadas), con sus autoridades (académicos, escritores, etc.) librescas, etc.
Nuestros
medios digitales han ido dando forma a nuestras sociedades y a nuestras mentes.
No tenía por qué ser distinto esta vez. Nuestro entorno ya es distinto.
Contrasta el silencio de nuestras bibliotecas, el valor del silencio para el
estudio y para permitir la concentración, con la cacofonía atencional de
nuestras redes. Hemos creado un mundo ruidoso real y metafóricamente.
No sé
si algo se está moviendo, pero espero que sí. Lo que padecemos es la falta de
reflexión sobre lo que parece construirse solo. La aceleración de los cambios ha
conseguido en una generación que todo sea distinto. Y no todo es bueno.
Durante
algunos años fui invitado a distintos foros para hablar de estas cuestiones.
Había preocupación entre el profesorado, especialmente el de Humanidades, sobre
los efectos de la transformación digital. Luego llegó la aceptación política y
las escuelas se transformaron eliminando las distancias entre el interior y el
exterior. Las experiencias que se cuentan en el artículo de El Mundo no son muy
diferentes a las que vivimos en la Universidad. Si ayer era un profesor de Literatura quien criticaba, hoy lo hace uno de Matemáticas. No son los únicos.
Casi
todos se quejan de lo mismo: el mal uso de la tecnología y sus efectos negativos en los resultados. Efectivamente, no se
trata de evitarla, de aislarse, sino de poner cada cosa en el sitio donde sea
más efectiva para la formación, que es el objetivo último. Lo importante es entender que lo analógico y lo digital representan dos formas de trabajo de la mente. No son sustitutivas: son complementarias si se usan bien y en conflicto si se hace mal.
*
"La rebelión analógica de la escuela" El Mundo 17/09/2019
https://www.elmundo.es/espana/2019/09/17/5d7fe2d421efa095348b45c3.html
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