martes, 3 de septiembre de 2019

Sobre la desaparición de los intelectuales

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Como si fuera un tópico del Diccionario de Ideas Recibidas creado por Gustave Flaubert como parte de su novela inacabada Bouvard y Pecuchet, una mirada despectiva e irónica a la zafiedad de su tiempo, Fernando Vallespín comienza su artículo en El País diciendo: "Con los intelectuales ocurre lo mismo que con la socialdemocracia: no puede hablarse de ellos sin mentar su muerte, su crisis o su lamentable estado."* El título del artículo — "Cómo los tertulianos suplantaron a los intelectuales"— ya nos da parte de sus conclusiones sobre quiénes han ocupado su puesto y parte del proceso.
El texto tiene sus puntos de interés, si bien la cuestión del "intelectual" tiene múltiples ramificaciones que la extensión de un artículo no permite abordar. Concuerdo con gran parte de lo dicho, desde la aparición de los expertos recabando la atención popular hasta la superación de las masas orteguianas por las redes sociales en la actualidad.
La obra de Flaubert, en su conjunto, ya es una advertencia a la trivialización social por un lado y a la banalización de los discursos por parte de los expertos. ¿Hay mayor ironía en una Emma Bovary "lectora" o en un fraudulento Homais "experto"? Para Flaubert la impostura es el signo de los tiempos, la era de los charlatanes.


Lo escrito en el párrafo anterior es un texto que requiere de quien lo lee un conocimiento de quien es Gustave Flaubert, de cómo se comporta Emma a través de sus lecturas que la distancian de la realidad y de qué papel juega el boticario sin titulación en la trama de la novela y cómo trata de ocultar su fraude convirtiéndose en líder ilustrado de su comunidad.

Cuando se analiza el papel de los intelectuales y se diferencia de los "expertos" es esencial considerar a los intelectuales como "personas de cultura", es decir, personas que manejan algo que se ha ido reduciendo y fraccionando cada vez más desde la segunda mitad del siglo XX, donde la educación empezó a abrir sus fuentes a un universo diferente, el mediático. Los intelectuales pertenecen a un universo diferente, el de la cultura libresca del que salieron. La primera fase fue acoger los intelectuales y mediatizarlos (la radio y la televisión) mientras que la segunda fue que los medios produjeran sus propias figuras. Cualquier intento de interpretar la cultura contemporánea tiene que pasar por interpretar el papel configurativo de los medios de comunicación. El intelectual libresco que mejor se adaptó a los nuevos medios fue Marshall McLuhan, un serio profesor de Literatura inglesa que entendió perfectamente el cambio que se estaba produciendo por la entrada de los medios, el cambio cognitivo y el cambio socio-institucional. "El medio es el mensaje". McLuhan empezó a expresarse mediante mensaje tan directo como ese; hizo libros con las técnicas de la publicidad y hasta participó en un gag de Woody Allen en el que dos personas discuten sobre él en la cola de un cine. Esa escena adquiere hoy un sentido simbólico de lo que ocurrido entonces y desde entonces.


Steiner, Bloom y otros hablan de la crisis de las raíces formativas, de la desconexión de las fuentes comunes. Todo está ahí, todo sigue ahí, pero ya no es el fondo común, ya no forma parte del conjunto de recursos, de metáforas, de símbolos, de referencias que podemos usar en la comunicación.
El intelectual lo es por su propio trabajo, pero lo es sobre todo por su actitud comunicativa. Eso en nuestro ecosistema mediático supone además de las competencias propias un saber comunicativo que es cada vez más complicado por la simplificación de los lenguajes y por la imposibilidad de compartir un universo referencial. Se habla de un universo cultural común, el creado en Occidente con las fuentes bíblicas y las greco latinas clásicas, con los grandes autores nacionales. Es de ahí de donde sale el "ejemplo", forma didáctica esencial, que permite el diálogo y entender lo nuevo a través de lo viejo. Es lo que trató de expresar otro intelectual solitario, el siempre enfadado Harold Bloom con su idea del "canon occidental". El canon es lo que permite el diálogo. Para Bloom, Shakespeare era el elemento esencial del canon porque ofrece una inagotable fuente de metáforas, símbolos y personajes, que servían para "conectar" en la cultura. Era un concepto de la cultura "humanista", un mundo acabado por la técnica y la producción.

El intelectual usa la cultura. A diferencia del "experto", que parte del problema específico y del uso de la jerga técnica, o del "divulgador", que traduce para llegar al "vulgo", el "intelectual" interpreta y comunica el mundo desde la perspectiva de una cultura compartida. El problema se produce cuando esa cultura compartida se fragmenta y diluye, se vive en un universo trivial y asequible a todos, que es el que los medios alientan, siguiendo el principio de McLuhan de que la mayor extensión del mensaje repercute en su mayor trivialidad.
Por definición, el intelectual huye de la trivialidad, pues su función es evitar la dispersión trivial y concentrar la atención en los problemas reales. En gran medida, el problema no está en su figura, sino en cómo es percibida por un mundo al que llamamos ya "audiencias".
La mismas universidades, por ejemplo, han condenado a sus profesores a la especialización, condenan apartarse de los estrechos caminos que les marcan, denigran la publicación de libros (no hablemos si son de divulgación), en beneficio del gran negocio del "artículo académico", forma de aislar socialmente a su profesorado, que se limita a comunicarse entre pares. Es el triunfo del gremio frente a la individualidad. Y el intelectual actúa desde la independencia de intereses, lo que le hace creíble.

Miro a mi derecha mientras escribo esto y leo en los lomos de los libros del estante un montón de nombres de personas a las que llamaríamos intelectuales. Como en otras ocasiones, lo que se mueren son los lectores, que cambian a otros géneros y declamadores que le halagan, divierten y consuelan. Los acogen aquellos que consideran que lo trivial es lo que vende, que el lenguaje debe ser sencillo y que las frases deben ser cortas y huir de las subordinadas porque la gente se lía.
Lo que desaparecen no son los intelectuales, personas "preocupadas". Están tapados por otras voces más estridentes —de los políticos a los tertulianos, de los influencers a los activistas— y, sobre todo, se ha hundido su sistema de referencias culturales, que el público ha perdido gracias al fracaso de los sistemas educativos, orientados al "empleo" (al menos teóricamente), a la desconexión histórica (el presente continuado) y a la inmersión en sistemas de captación atencional intensa que nos rodean. El aumento de la emotividad en los discursos hace que estos sean cada vez más demagógicos y menos argumentativos, lo que también aleja del nuevo gusto público a los intelectuales, que necesitan de un diálogo abierto. Más que preguntarnos por ellos, deberíamos preguntarnos por nosotros, porqué preferimos esta cacofonía insustancial que nos envuelve, incapaces ya de reconocer la mayor parte de la cultura que dejamos atrás con toda ligereza. Afortunadamente, su conversión en delicatessen hace que sea posible degustarlos en  lugares específicos, lejos del mundanal ruido
El que pierde la vista puede llegar a pensar que el mundo ha desaparecido.


* Fernando Vallespín  "Cómo los tertulianos suplantaron a los intelectuales" El País / Ideas 1/09/2019 https://elpais.com/elpais/2019/08/30/ideas/1567167306_897434.html

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