Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hoy no se puede ser editor ni maestro ni profesor sin mirar primero el beneficio propio, lo mío. Tampoco los alumnos, que siguen pensando en su vida como una trinchera de la que saldrán para esa "tormenta perfecta" en la que, da igual lo que estudien, serán explotados en empleos precarios. Las redes sociales son el anestésico, el equivalente a la "ginebra de la Victoria", de la obra de Orwell. Te llevan de la nariz.
Hace
unos días coincidí en la llegada del tren con un viejo amigo, poeta por
naturaleza y editor de libros de texto en una gran editorial por una broma del
destino. Salió —¡cómo no!— el estado de la enseñanza, lo que ellos ven y lo que
nos llega a nosotros en la Universidad (a la que habría que ir pensando en
cambiarle el nombreؙ). Los lamentos se entretejen por la enorme oportunidad
perdida por una sociedad que ha hecho de lo trivial el centro de sí misma, que no valora la
cultura y, lo que es peor, llama "cultura" a cualquier cosa. "—Joaquín,
cada año quitamos más cosas de los libros porque no lo van a entender; nos van
a protestar padres o profesores..." Nos despedimos con la sensación de que
cada vez que nos encontramos el panorama es peor.
Vi ayer
en el diario El País la entrevista al profesor de Enseñanza Media, Andreu
Navarra, autor del libro recién salido "Devaluación continua".
Panorama negrísimo y recuerdo del encuentro con mi amigo editor al leer:
Navarra narra cómo él o sus compañeros se
alegran cuando encuentran algún libro de texto de segunda mano de los noventa y
lo compran “como si fuera oro”. “En los libros de Lázaro Carreter hay
explicaciones, ahora tenemos retales, flipped
classroom [un método participativo que considera inaplicable con exceso de
alumnos]. ¡Explica Quevedo con una flipped
classroom! Lo que no puede haber es una pedagogía indecente. Tenemos a
personas inteligentes, queremos una sociedad inteligente, no la rebajemos.
Debemos distinguir el tiempo de la academia del tiempo de fuera, no rebajarlo.
Ser alumno es importante. Ser profesor es importante. ¡Expliquemos quién es
Quevedo! Quitamos la literatura del currículum y luego nos preguntamos por qué
la nación es débil. ¡Es que la nación es eso! Hay que darles la oportunidad de
un debate crítico”*
Ese
tratar los viejos libros como tesoros comparativos, dice mucho de la situación
en que nos encontramos. No es una cuestión de los "literatos", de
"las letras" contra las "ciencias", como algunos creen. Es
más bien una cuestión de supervivencia ante la mayor invasión bárbara
acontecida en este país, que ha tenido muchas, pero ninguna más destructiva que
esta.
Son
muchas cosas —tremendas algunas de ellas, como la de la ausencia de desayunos—
las que cuenta en su entrevista Andreu Navarra. Y hay una expresión que me
parece eficaz para sintetizar lo que ocurre: "[...] una
tormenta perfecta de precariedad y vida virtual"*. Creo que reúne los dos
grandes males que nos aquejan.
La
educación refleja las aspiraciones de una sociedad, su preocupación por el
futuro. Desgraciadamente, nuestro país ha perdido el tren de la creación y se
ha subido al del consumo asimétrico. Me refiero con esta expresión a lo que ya
he dicho aquí en algún momento. No nos interesa la juventud que llega más que
como consumidores. Nos interesan crédulos y bárbaros porque lo que tenemos que
ofrecerles es tan pobre que no nos merece la pena invertir en más.
Hemos
errado en nuestros planteamientos de formación de alumnos y profesorado. Los
hemos hecho a todos profundamente egoístas, preocupados nada más que de lo suyo
(mi plaza, mi aprobado) sin enfocarlo en las personas. Este país lleva
demasiado tiempo sin resolver el problema de la calidad del empleo, por un
lado, y el de la calidad de las personas, de su cultura, de su forma de ser.
Nos interesan los demás para venderles algo, para usarlos para algo, para
llenar algo. Les vendemos aquello que no produce nada, solo entretenimiento.
Cultivamos la estupidez con esmero porque lo inteligente no se vende.
Eso va
de las editoriales a los medios. Hace décadas que se empezó a desplazar la
calidad de los horarios, a esconderla como una vergüenza elitista que nada
producía. Fue la llegada de los tiburones económicos lo que se llevó por
delante a todos los que apostaban por un asentamiento de la cultura, hoy un
negocio más que busca sus públicos que rían con zafiedad o que lloren cuando
sea necesario.
Los
medios les venden una adulación sin límite porque los necesitan enganchados a
sus terminales, rivalizando por la zafiedad para ganarse su aprobación. Lo que
se ha aprendido es la máxima general "¡búscate la vida!" que es la
que impera. Es un individualismo ilimitado trufado con toques tribales
generacionales. Pero el tiempo ha pasado sin soluciones. Hoy no es un fenómeno
juvenil. Está extendido por una política mantenida en varias décadas.
Comentaba
con mi amigo poeta y editor que cuando era estudiante y salía del metro camino de
mi casa, era raro el día que no llegaba con un libro, ediciones baratas de
bolsillo que estaban a la vista en los quioscos de prensa. Hoy han desaparecido,
pero entonces podías encontrar por muy poco dinero a Goethe, Racine, Fielding, Dostoievski, Chateaubriand...
un sinfín de clásicos que intentaban, por una firme política editorial, acercar
la cultura a la calle, literalmente. Todavía los conservo en mi biblioteca.
Pero no son los libros, el papel, nada de eso. Es la cultura, las ideas, la crítica, el conocimiento... la demanda interior que nos llama hacia una maduración difícil de explicar. Estamos encerrados en nosotros mismos y eso es nefasto. Estamos rodeados de una constante cacofonía que nos impide pensar y dar forma a nuestra existencia. Hemos llegado a ser los hombres hueco de Eliot son llegar a leer a Eliot. Nos perdemos lo esencial por la urgencia de lo trivial.
Hoy no se puede ser editor ni maestro ni profesor sin mirar primero el beneficio propio, lo mío. Tampoco los alumnos, que siguen pensando en su vida como una trinchera de la que saldrán para esa "tormenta perfecta" en la que, da igual lo que estudien, serán explotados en empleos precarios. Las redes sociales son el anestésico, el equivalente a la "ginebra de la Victoria", de la obra de Orwell. Te llevan de la nariz.
La maravilla tecnológica de que disponemos para hacer circular la
cultura ha sido invadida igualmente por la zafiedad. Cuenta con
una legión de científicos que usan su conocimiento para manipular y atraer hacia
un ocio anestésico, hacia unos productos insustanciales y efímeros. Cada uno a lo suyo. Sí, esa tormenta perfecta anunciada resuena por el horizonte, acercándose. Precariedad y olvido.
Hemos
vendido barato el alma.
* Entrevista a Andreu Navarra "Estamos
creando una nueva Edad Media en las aulas" El País 15/09/2019
https://elpais.com/sociedad/2019/09/13/actualidad/1568391777_889106.html
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