Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Mientras
el diario El País nos ofrece un arrebatador reportaje titulado "Los once
hombres que llevan el bañador con más estilo", concepto que se me escapa y
que, dada la solvencia del diario, acepto sin mirar, el premio al peor estilo
se lo lleva Matteo Salvini, cuyo cuerpo sin estilo se ha exhibido a lo largo
del verano en playas mediterráneas no aptas para desembarcos. "¡Las playas
son mías!" ha querido indicar el ministro (más que un ministro) italiano. Si
por él fuera, Italia se dividiría en Salvini del Norte y No-Salvini del Sur, pero
la estrategia secesionista de la Liga Norte se tuvo que modificar dejando el
Norte para luego y quedándose en Liga.
Debo
confesar que el espectáculo de Salvini en la playa, como su bañador sin estilo,
su crucifijo demagógico, su bronceado de
a mí nada me afecta y sus chupitos, me ha parecido un espectáculo
indecente. ¿Cuántos selfies se habrá
hecho Salvini este verano político, al que la crema solar no ha protegido de la
crisis de gobierno? ¿Cuántos brazos tendidos sobre sus hombros pringosos? ¿Cuántas
sonrisas felices bajo ese sol estival, luciendo indiferencia bronceada?
Solo
Matteo Salvini puede tener un partido político llamado "Nosotros con
Salvini" (en italiano su nombre es Noi
con Salvini y sus siglas NcS), que fundó en 2014. ¿Cabe mayor narcisismo y
prepotencia? Salvini pasa de programa; el programa es él.
Algunos
pensarán que está de guardia en la playa por si intenta desembarcar alguien sin
su permiso. Puede que ese sea el mensaje más allá de la epidermis pringosa. A
lo mejor quiere que los demás piensen que mientras los otros tienen problemas
en Roma, él pasa de ellos tumbado en su toalla o tomando mojitos bajo la
sombrilla. Hoy en la política los mensajes visuales son más importantes que los
hablados, que tienden a ser exabruptos y demagogia.
Salvini
es capaz de hacer declaraciones en bañador, que es su forma de decir "la
verdad desnuda", soy auténtico. Mientras los demás se encorbatan, Salvini
hace populismo del bueno, en bañador, y exige elecciones para ganarlas, según
dicen. Como socio, ya se ha visto los que da de sí. Atraer el protagonismo,
mostrar que sus socios son blandos y aprovechar cualquier circunstancia para
decir que ama a Italia y es el único que puede salvarla.
Confieso
que he sentido vergüenza cuando le escuchado justificar sus acciones de
inhumanidad como una cruzada contra traficantes de personas e invasores de
Italia. Salvini reetiqueta la realidad para convertir sus acciones en las de un
cruzado salvador. Es la base de los políticos populistas, cambiar los códigos
de etiquetado. Se trata de elegir las palabras adecuadas.
Con su
bañador y su cruz, Salvini es un mensaje sin adjetivos, directo, metido con
destornillador en los que le siguen, lo justo para no ser obsceno. Y, sin embargo, lo es.
Salvini
es el anti Silvio, pero con el mismo efecto. Donde uno presumía de millonario y
yate, él lo hace de bañista en Sicilia; eso es populismo del bueno. La elegante ropa de Silvio contrasta con el
bañador del saldo y sin cadenas de oro al cuello de Mateo Salvini.
El
atractivo que este tipo de personajes horteras tiene para el pueblo italiano es
un misterio. Quizá tantos años de siniestros y envarados políticos, trajeados
de oscuro, de la Democracia Cristiana llevaron a personajes como Silvio
Berlusconi y Mateo Salvini, la derecha elegante y la ultraderecha populista
como dos formas de seducción de masas.
Salvini
es un euroescéptico, ultraderechista, separatista del norte que tuvo que pedir
perdón al sur por las barbaridades que les había dicho. Vicepresidente que se
come a los presidentes, Salvini quiere, además del poder, el despacho.
En su vida, Salvini ha sido de izquierdas, de derechas y de ultraderecha. Lo que haga falta. Probablemente todo lo ha vivido con la misma convicción y arrastrando a otros con su forma personal de hacer política. Quizá la única constante sea esa sombrilla playera, ese bronceado indiferente y esos mojitos cada verano. Eterno estudiante de Historia, decidió un día dejar de estudiarla y ponerse manos a la obra. Le ha ido mejor.
Él es Italia, como Trump es América o Bolsonaro ya es Brasil, etc. Así lo viven sus seguidores, enfundados muchos en camisetas de la selección. Esto es algo más que el viejo "carisma", palabra demasiado digna para usarla aquí.
Como
privilegiado europeo, me cuesta comprender la aparición de este tipo de
personajes en la política de cualquier país. Somos países con formación, con
científicos, filósofos, artistas, intelectuales de todo cariz, con personas
brillantes, inteligentes y educadas. ¿Cuál es el atractivo de estos personajes,
de derechas o izquierdas, maledicentes siempre, que exhiben su descarnada brutalidad y desprecio
por las formas? ¿Por qué no encontramos nada mejor?
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