sábado, 17 de agosto de 2019

Matteo o la indiferencia bronceada

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Mientras el diario El País nos ofrece un arrebatador reportaje titulado "Los once hombres que llevan el bañador con más estilo", concepto que se me escapa y que, dada la solvencia del diario, acepto sin mirar, el premio al peor estilo se lo lleva Matteo Salvini, cuyo cuerpo sin estilo se ha exhibido a lo largo del verano en playas mediterráneas no aptas para desembarcos. "¡Las playas son mías!" ha querido indicar el ministro (más que un ministro) italiano. Si por él fuera, Italia se dividiría en Salvini del Norte y No-Salvini del Sur, pero la estrategia secesionista de la Liga Norte se tuvo que modificar dejando el Norte para luego y quedándose en Liga.
Debo confesar que el espectáculo de Salvini en la playa, como su bañador sin estilo, su crucifijo demagógico, su bronceado de a mí nada me afecta y sus chupitos, me ha parecido un espectáculo indecente. ¿Cuántos selfies se habrá hecho Salvini este verano político, al que la crema solar no ha protegido de la crisis de gobierno? ¿Cuántos brazos tendidos sobre sus hombros pringosos? ¿Cuántas sonrisas felices bajo ese sol estival, luciendo indiferencia bronceada?

Solo Matteo Salvini puede tener un partido político llamado "Nosotros con Salvini" (en italiano su nombre es Noi con Salvini y sus siglas NcS), que fundó en 2014. ¿Cabe mayor narcisismo y prepotencia? Salvini pasa de programa; el programa es él.
Algunos pensarán que está de guardia en la playa por si intenta desembarcar alguien sin su permiso. Puede que ese sea el mensaje más allá de la epidermis pringosa. A lo mejor quiere que los demás piensen que mientras los otros tienen problemas en Roma, él pasa de ellos tumbado en su toalla o tomando mojitos bajo la sombrilla. Hoy en la política los mensajes visuales son más importantes que los hablados, que tienden a ser exabruptos y demagogia.
Salvini es capaz de hacer declaraciones en bañador, que es su forma de decir "la verdad desnuda", soy auténtico. Mientras los demás se encorbatan, Salvini hace populismo del bueno, en bañador, y exige elecciones para ganarlas, según dicen. Como socio, ya se ha visto los que da de sí. Atraer el protagonismo, mostrar que sus socios son blandos y aprovechar cualquier circunstancia para decir que ama a Italia y es el único que puede salvarla.
Confieso que he sentido vergüenza cuando le escuchado justificar sus acciones de inhumanidad como una cruzada contra traficantes de personas e invasores de Italia. Salvini reetiqueta la realidad para convertir sus acciones en las de un cruzado salvador. Es la base de los políticos populistas, cambiar los códigos de etiquetado. Se trata de elegir las palabras adecuadas.
Con su bañador y su cruz, Salvini es un mensaje sin adjetivos, directo, metido con destornillador en los que le siguen, lo justo para no ser obsceno. Y, sin embargo, lo es.


Salvini es el anti Silvio, pero con el mismo efecto. Donde uno presumía de millonario y yate, él lo hace de bañista en Sicilia; eso es populismo del bueno.  La elegante ropa de Silvio contrasta con el bañador del saldo y sin cadenas de oro al cuello de Mateo Salvini.
El atractivo que este tipo de personajes horteras tiene para el pueblo italiano es un misterio. Quizá tantos años de siniestros y envarados políticos, trajeados de oscuro, de la Democracia Cristiana llevaron a personajes como Silvio Berlusconi y Mateo Salvini, la derecha elegante y la ultraderecha populista como dos formas de seducción de masas.
Salvini es un euroescéptico, ultraderechista, separatista del norte que tuvo que pedir perdón al sur por las barbaridades que les había dicho. Vicepresidente que se come a los presidentes, Salvini quiere, además del poder, el despacho.


En su vida, Salvini ha sido de izquierdas, de derechas y de ultraderecha. Lo que haga falta. Probablemente todo lo ha vivido con la misma convicción y arrastrando a otros con su forma personal de hacer política. Quizá la única constante sea esa sombrilla playera, ese bronceado indiferente y esos mojitos cada verano. Eterno estudiante de Historia, decidió un día dejar de estudiarla y ponerse manos a la obra. Le ha ido mejor.
Él es Italia, como Trump es América o Bolsonaro ya es Brasil, etc. Así lo viven sus seguidores, enfundados muchos en camisetas de la selección. Esto es algo más que el viejo "carisma", palabra demasiado digna para usarla aquí.
Como privilegiado europeo, me cuesta comprender la aparición de este tipo de personajes en la política de cualquier país. Somos países con formación, con científicos, filósofos, artistas, intelectuales de todo cariz, con personas brillantes, inteligentes y educadas. ¿Cuál es el atractivo de estos personajes, de derechas o izquierdas, maledicentes siempre, que exhiben su descarnada brutalidad y desprecio por las formas? ¿Por qué no encontramos nada mejor?


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