martes, 13 de agosto de 2019

La intolerable precariedad

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
De nuevo, los datos. Persistentes, crónicos, grabados a sangre y fuego en nuestro desarrollo económico, son datos vergonzosos. Estos son algunos titulares del diario El País a lo largo del mes de julio pasado: "La emancipación como mito" (26/07/2019), "Retrato de una juventud que no logra emanciparse" (21/07/2019), "Pobreza de jóvenes, una emergencia nacional" (19/07/2019), "Los menores de 30 deben pagar más del 90% de su sueldo para poder alquilar una vivienda solos" (18/07/2019), "Los jóvenes sin formación ganan lo mismo que a finales de los noventa" (15/07/2019). "Joven, licenciado, con máster y varios idiomas busca… ser voluntario" (01/07/2019).
En los años que llevamos escribiendo este blog, cada cierto tiempo hay que repetir lo que es nuestro peor mal, la enfermedad que nos aqueja: la explotación de la juventud por un sistema económico y social que se desentiende de una parte del mismo. Una salvedad de importancia: la "juventud" aquí no es como en el viejo chiste de "la enfermedad que se cura con el tiempo". En un estudio que realizamos hace unos años, llegamos a encontrar informaciones que hablaban de "jóvenes" hasta alrededor de los 36-37 años.

La "juventud" es una excusa para la explotación social. Se encubre con palabras bonitas como "formación", "experiencia", etc., pero no es más que un sistema de explotación intergeneracional. Con todo, lo peor no son los efectos económicos —que son muchos y negativos—, sino de orden moral. Es la consagración de la explotación, la pérdida del sentido de la justicia.
Desde hace décadas se ha impuesto una visión de las relaciones humanas auténticamente egoístas. Nadie debe mirar más allá de los suyo. Las personas son simples instrumentos para mi beneficio. Esto supone que su "precio" está en función de la oferta y la demanda que se convierte en una draconiana ley a la baja en mitad del debate sobre la desaparición del empleo.
Año tras año el "problema" sigue ahí, enquistado, como una farola en una esquina, formado parte del paisaje. He entrecomillado la palabra "problema" porque en nuestro estado actual, todo problema es una "oportunidad", es decir, en vez de solucionarlo se busca la forma de sacarle beneficio. El ejemplo más claro, desgraciadamente, lo tenemos en la educación, que se aprovecha (basta con ver algunas publicidades) ofreciendo mejores perspectiva de trabajo con una mejor educación. Uno de los problemas que se señalaban precisamente estos días en un reportaje era precisamente el de la exigencia de la sobrecualificación. Se ponía el ejemplo de una oferta en la que se exigía ser "ingeniero" para un puesto de reponedor de máquinas de ventas. Así se justifica la formación y de paso tienes a un ingeniero pagándole sueldo de reponedor por si acaso hace falta.
El escándalo es la pérdida de sentido social del trabajo. Es lo que dan sentido a una sociedad no la palabrería pseudo patriótica que escuchas en boca de muchos cada día. La creación de empleo es la línea vertebradora de un país. Convertirlo en simplemente una cadena de explotación es contribuir a lo que ya no hay que imaginar: la emigración propia a la búsqueda de mejores perspectivas.

Hay otro orden del problema: la cuestión de la emancipación. España ha hecho de la vivienda una pseudoempresa nacional. Muchas personas fueron llevadas a invertir en ellas sus ahorros con la promesa  de que era un bien que producía más que cualquier otro. Con esto hicieron los negocios los bancos dando créditos y los empresarios de la construcción y todo lo ligado a ello, que es casi todo. Hasta que estalló la burbuja, una burbuja creada con conocimiento y consentimiento del propio gobierno español de la época, advertido varias veces sobre el gran peligro de los beneficios fiscales que se estaban dando, una incitación permanente a la compra. Una vivienda no era bastante; había que comprar una segunda, que además podías rentabilizar alquilándola durante el año a los turistas si estaba en zona playera. ¡Para qué pedir más! ¡Ser rentista!, poder vivir de cobrar alquileres.
El estallido de la burbuja marcó un punto histórico, una crisis sin precedentes que arrastró a los bancos, que se encontraron con decenas de miles de personas que no podían pagar sus hipotecas, concedidas felizmente. Los que esperaban vivir de las rentas se encontraron con que sus inquilinos dedicaban sus sueldos a pagar el alquiler. En la calle no podían pagarlos y tenían que pagar las hipotecas. Todo un efecto sistémico sobre un problema profundamente arraigado.
Si no se vende a los nacionales, que no tienen con qué pagar, se vende a los turistas y jubilados extranjeros que vienen a por el sol, que es gratis afortunadamente. Empresas extranjeras empezaron a comprar pisos a buen precio para organizar el turismo y liberarse de los hoteles. Ahora controlaban todo, desde la salida de sus países hasta el regreso.

El problema es que las soluciones que se dieron entonces para crear empleo, soluciones de emergencia se quieren seguir manteniendo con un mercado barato, muy barato, del trabajo y absolutamente precario en los contratos. El baile de cifras de empleos y contrataciones esconde una realidad que condiciona la vida de millones de personas y que produce unas cada vez mayores distancias sociales, un recelo creciente hacia el sistema y una fácil demagogia por parte de aquellos que lo mencionan aunque no sean capaces de arreglarlo.
Esto se mantiene produciendo una serie de efectos negativos en cadena en lo social y en lo económico. Deberíamos dejar de hablar tanto de "mercado" y empezar a hablar de "sociedad", de personas. Hasta el momento los tenemos en dos discursos separados en los que se puede hablar de la "buena marcha" de la economía mientras que se produce un fuerte deterioro de las condiciones sociales. No hay "buena marcha económica" si se produce lo que estamos padeciendo. Unos se enriquecen mucho y otros viven de peor forma. No hay sociedad, solo mercado. No hay solidaridad, creación de empleo, responsabilidad, algo que otros países sostienen con su ética. No trabajamos solo para nosotros. Formamos parte de algo más grande de lo que todos somos responsables.
La economía es la vida de las personas; no son números en un informe o curvas en una pizarra. Todos los intentos de deshumanizarla acaban deshumanizando a la propia sociedad que lo admite.
Los bajísimos sueldos junto a la precariedad prolongada de los empleos es una bomba de relojería social. Produce un estrés que se acaba volcando en la propia sociedad como hastío, violencia y desinterés. Lo vemos cada día en personas que carecen de una visión de futuro para no ver cómo sus sueños se frustran.


La imposibilidad de emancipación tiene un fuerte efecto social que, evidentemente, se traduce en la economía. Los españoles son los que tienen los hijos más tarde, según datos europeos. No se los pueden permitir porque ni el sueldo da para ello ni tienen donde vivir. Los especuladores de la vivienda han cambiado su estrategia hacia el alquiler convirtiendo en "oportunidad" lo que era antes un "problema". Al no poder vender, se alquila. Pero al querer todos alquilar, se produce un aumento del precio de los alquileres, que hacen que la gente se quede en casa de sus familias. Nadie frena la especulación.
El hecho de que los hijos vivan de los ingresos de los padres afecta al ahorro de las jubilaciones, que es menor, con lo que el drama se traslada a ambos extremos: juventud y jubilados. Ya se nos informa de las fórmulas para sobrellevar la merma de las pensiones: pisos compartidos por grupos de jubilados. Igualmente, es la solución de los jóvenes. Vivir en una habitación a precio de oro en un piso alquilado o compartido. A veces se produce una simbiosis: un jubilado que no puede mantenerse solo comparte un piso con un joven (o varios) cuyo sueldo bajo no da para vivir solo. Pero esto no funcionará en la siguiente generación, que no tiene propiedad ni pensión suficiente por lo precario de sus empleos y bajo de sus sueldos.
El fenómeno de los "pisos turísticos" introduce otro factor más. Los que tienen las casas las usan como "empresas", como fuente de financiación, por lo que entran en conflictos con los empresarios del sector, que mueven sus hilos, como otros lo hacen contra la venta callejera. Todo nos lleva a un enfrentamiento social continuo porque no se resuelven problemas, solo se camuflan bajo nuevas etiquetas.
Todo esto lo vemos en múltiples reportajes, cada día en los medios. No he visto una sola campaña, no he escuchado una sola frase por parte de las asociaciones empresariales, en los discursos gubernamentales o de los partidos sobre cómo solucionar esto. Solo palabras genéricas sin soluciones; protestas si le tocas a alguien lo suyo. Pero este es el problema real, la madre de todos los problemas, la piedra en el estanque en que se forman todas las olas. Nos estamos comiendo los recursos para la próxima envestida. Ya no habrá colchón.
Algunos juegan en sus artículos con el título de la película de los Coen, "No es país para viejos", diciendo que no lo es para jóvenes. El tiempo pasa y no será pronto país para nadie Los jubilados del futuro no serán como los de hoy. 
Cada cierto tiempo, hay que volver a los mismos problemas en los que se han producido nuevas vueltas de tuerca. Se ha convertido en un espectáculo frecuente, casi monótono. Y siempre se puede cambiar de cadena si no te afecta el problema. Y si lo es, ¡búscate la vida!
Adam Smith consideraba la Economía una ciencia "moral"; nosotros la hemos convertido en la descripción de la jungla en que nos hemos convertido. No hay avance ninguno en ello. Más bien un enorme retroceso. Han dejado de importarnos los demás.

Ávila Abierta 28/10/2018


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