Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
De
nuevo, los datos. Persistentes, crónicos, grabados a sangre y fuego en nuestro
desarrollo económico, son datos vergonzosos. Estos son algunos titulares del
diario El País a lo largo del mes de julio pasado: "La emancipación como
mito" (26/07/2019), "Retrato de una juventud que no logra
emanciparse" (21/07/2019), "Pobreza de jóvenes, una emergencia
nacional" (19/07/2019), "Los menores de 30 deben pagar más del 90% de
su sueldo para poder alquilar una vivienda solos" (18/07/2019), "Los
jóvenes sin formación ganan lo mismo que a finales de los noventa" (15/07/2019).
"Joven, licenciado, con máster y varios idiomas busca… ser
voluntario" (01/07/2019).
En los
años que llevamos escribiendo este blog, cada cierto tiempo hay que repetir lo
que es nuestro peor mal, la enfermedad que nos aqueja: la explotación de la juventud
por un sistema económico y social que se desentiende de una parte del mismo.
Una salvedad de importancia: la "juventud" aquí no es como en el
viejo chiste de "la enfermedad que se cura con el tiempo". En un
estudio que realizamos hace unos años, llegamos a encontrar informaciones que
hablaban de "jóvenes" hasta alrededor de los 36-37 años.
La "juventud"
es una excusa para la explotación social. Se encubre con palabras bonitas como
"formación", "experiencia", etc., pero no es más que un
sistema de explotación intergeneracional. Con todo, lo peor no son los efectos
económicos —que son muchos y negativos—, sino de orden moral. Es la
consagración de la explotación, la pérdida del sentido de la justicia.
Desde
hace décadas se ha impuesto una visión de las relaciones humanas auténticamente
egoístas. Nadie debe mirar más allá de los suyo. Las personas son simples
instrumentos para mi beneficio. Esto supone que su "precio" está en
función de la oferta y la demanda que se convierte en una draconiana ley a la
baja en mitad del debate sobre la desaparición del empleo.
Año
tras año el "problema" sigue ahí, enquistado, como una farola en una
esquina, formado parte del paisaje. He entrecomillado la palabra
"problema" porque en nuestro estado actual, todo problema es una
"oportunidad", es decir, en vez de solucionarlo se busca la forma de
sacarle beneficio. El ejemplo más claro, desgraciadamente, lo tenemos en la educación,
que se aprovecha (basta con ver algunas publicidades) ofreciendo mejores
perspectiva de trabajo con una mejor educación. Uno de los problemas que se
señalaban precisamente estos días en un reportaje era precisamente el de la
exigencia de la sobrecualificación. Se ponía el ejemplo de una oferta en la que
se exigía ser "ingeniero" para un puesto de reponedor de máquinas de
ventas. Así se justifica la formación y de paso tienes a un ingeniero pagándole
sueldo de reponedor por si acaso hace falta.
El
escándalo es la pérdida de sentido social del trabajo. Es lo que dan sentido a
una sociedad no la palabrería pseudo patriótica que escuchas en boca de muchos
cada día. La creación de empleo es la línea vertebradora de un país.
Convertirlo en simplemente una cadena de explotación es contribuir a lo que ya
no hay que imaginar: la emigración propia a la búsqueda de mejores
perspectivas.
Hay
otro orden del problema: la cuestión de la emancipación. España ha hecho de la
vivienda una pseudoempresa nacional. Muchas personas fueron llevadas a invertir
en ellas sus ahorros con la promesa de
que era un bien que producía más que cualquier otro. Con esto hicieron los
negocios los bancos dando créditos y los empresarios de la construcción y todo
lo ligado a ello, que es casi todo. Hasta que estalló la burbuja, una burbuja
creada con conocimiento y consentimiento del propio gobierno español de la
época, advertido varias veces sobre el gran peligro de los beneficios fiscales
que se estaban dando, una incitación permanente a la compra. Una vivienda no
era bastante; había que comprar una segunda, que además podías rentabilizar
alquilándola durante el año a los turistas si estaba en zona playera. ¡Para qué
pedir más! ¡Ser rentista!, poder vivir de cobrar alquileres.
El
estallido de la burbuja marcó un punto histórico, una crisis sin precedentes
que arrastró a los bancos, que se encontraron con decenas de miles de personas
que no podían pagar sus hipotecas, concedidas felizmente. Los que esperaban
vivir de las rentas se encontraron con que sus inquilinos dedicaban sus sueldos
a pagar el alquiler. En la calle no podían pagarlos y tenían que pagar las
hipotecas. Todo un efecto sistémico sobre un problema profundamente arraigado.
Si no
se vende a los nacionales, que no tienen con qué pagar, se vende a los turistas
y jubilados extranjeros que vienen a por el sol, que es gratis afortunadamente.
Empresas extranjeras empezaron a comprar pisos a buen precio para organizar el
turismo y liberarse de los hoteles. Ahora controlaban todo, desde la salida de
sus países hasta el regreso.
El
problema es que las soluciones que se dieron entonces para crear empleo,
soluciones de emergencia se quieren seguir manteniendo con un mercado barato,
muy barato, del trabajo y absolutamente precario en los contratos. El baile de
cifras de empleos y contrataciones esconde una realidad que condiciona la vida
de millones de personas y que produce unas cada vez mayores distancias
sociales, un recelo creciente hacia el sistema y una fácil demagogia por parte
de aquellos que lo mencionan aunque no sean capaces de arreglarlo.
Esto se
mantiene produciendo una serie de efectos negativos en cadena en lo social y en
lo económico. Deberíamos dejar de hablar tanto de "mercado" y empezar
a hablar de "sociedad", de personas. Hasta el momento los tenemos en
dos discursos separados en los que se puede hablar de la "buena
marcha" de la economía mientras que se produce un fuerte deterioro de las
condiciones sociales. No hay "buena marcha económica" si se produce
lo que estamos padeciendo. Unos se enriquecen mucho y otros viven de peor
forma. No hay sociedad, solo mercado. No hay solidaridad, creación de empleo,
responsabilidad, algo que otros países sostienen con su ética. No trabajamos
solo para nosotros. Formamos parte de algo más grande de lo que todos somos
responsables.
La
economía es la vida de las personas; no son números en un informe o curvas en
una pizarra. Todos los intentos de deshumanizarla acaban deshumanizando a la
propia sociedad que lo admite.
Los
bajísimos sueldos junto a la precariedad prolongada de los empleos es una bomba
de relojería social. Produce un estrés que se acaba volcando en la propia
sociedad como hastío, violencia y desinterés. Lo vemos cada día en personas que
carecen de una visión de futuro para no ver cómo sus sueños se frustran.
La imposibilidad de emancipación tiene un fuerte efecto social que, evidentemente, se traduce en
la economía. Los españoles son los que tienen los hijos más tarde, según datos
europeos. No se los pueden permitir porque ni el sueldo da para ello ni tienen
donde vivir. Los especuladores de la vivienda han cambiado su estrategia hacia
el alquiler convirtiendo en "oportunidad" lo que era antes un
"problema". Al no poder vender, se alquila. Pero al querer todos
alquilar, se produce un aumento del precio de los alquileres, que hacen que la
gente se quede en casa de sus familias. Nadie frena la especulación.
El
hecho de que los hijos vivan de los ingresos de los padres afecta al ahorro de
las jubilaciones, que es menor, con lo que el drama se traslada a ambos extremos:
juventud y jubilados. Ya se nos informa de las fórmulas para sobrellevar la
merma de las pensiones: pisos compartidos por grupos de jubilados. Igualmente,
es la solución de los jóvenes. Vivir en una habitación a precio de oro en un
piso alquilado o compartido. A veces se produce una simbiosis: un jubilado que
no puede mantenerse solo comparte un piso con un joven (o varios) cuyo sueldo
bajo no da para vivir solo. Pero esto no funcionará en la siguiente generación, que no tiene propiedad ni pensión suficiente por lo precario de sus empleos y bajo de sus sueldos.
El
fenómeno de los "pisos turísticos" introduce otro factor más. Los que
tienen las casas las usan como "empresas", como fuente de
financiación, por lo que entran en conflictos con los empresarios del sector,
que mueven sus hilos, como otros lo hacen contra la venta callejera. Todo nos
lleva a un enfrentamiento social continuo porque no se resuelven problemas, solo se camuflan bajo nuevas etiquetas.
Todo esto
lo vemos en múltiples reportajes, cada día en los medios. No he visto una sola
campaña, no he escuchado una sola frase por parte de las asociaciones
empresariales, en los discursos gubernamentales o de los partidos sobre cómo solucionar esto.
Solo palabras genéricas sin soluciones; protestas si le tocas a alguien lo suyo. Pero este es el problema real, la
madre de todos los problemas, la piedra en el estanque en que se forman todas las olas. Nos estamos comiendo los recursos para la próxima envestida. Ya no habrá colchón.
Algunos juegan en sus artículos con el título de la película de los Coen, "No es país para viejos", diciendo que no lo es para jóvenes. El tiempo pasa y no será pronto país para nadie Los jubilados del futuro no serán como los de hoy.
Cada cierto tiempo, hay que volver a los mismos problemas en los que se han producido nuevas vueltas de tuerca. Se ha convertido en un espectáculo frecuente, casi monótono. Y siempre se puede cambiar de cadena si no te afecta el problema. Y si lo es, ¡búscate la vida!
Adam
Smith consideraba la Economía una ciencia "moral"; nosotros la hemos
convertido en la descripción de la jungla en que nos hemos convertido. No hay avance ninguno en ello. Más
bien un enorme retroceso. Han dejado de importarnos los demás.
Ávila Abierta 28/10/2018 |
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