Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Cada
día está más claro. Lo que está ocurriendo en el Brasil de Bolsonaro nos afecta a
todos, de una forma directa o indirecta. Las acciones que tomamos actúan dentro
de un enorme y complejo sistema, nuestro mundo.
Las
reacciones ante la quema deliberada de la Amazonía, con una infame promesa
electoral de quitar los árboles y crear cultivos y minería, es decir,
deforestar el pulmón más importante del planeta no se han hecho esperar.
Alemania y Noruega han suspendido las ayudas millonarias a Brasil precisamente
para que no hubiera que hacer lo que está haciendo, destruir el reconocido
pulmón del planeta. Los informes que han surgido en los medios del mundo sobre
la quema de la Amazonía en el poco tiempo que Bolsonaro está en el poder, la
poderosa imagen de satélite de un país de ese tamaño ardiendo no puede dejar a
nadie indiferente. No solo es un desastre para su propio entorno, sino para el
mundo.
Las
imágenes que vemos cada día de la migración de lugares en guerra, desolados por
sequías y hambrunas, cadáveres en los mares y fronteras, ante la falta de
solución a los problemas globales nos mantienen en claro desasosiego ante un
futuro cada día más sombrío. Los avisos son ignorados por falta de
coordinación, falta de interés y por el egoísmo más descarnado.
Lo que ya era malo se disparó con la llegada al
poder de Donald Trump, diciendo que el cambio climático era una falsedad
promovida para impedir el desarrollo norteamericano. Comenzó a los pocos meses
con problemas con los vecinos del norte a cuenta de proyecto de oleoductos
parados por la administración anterior.
Que la
potencia más poderosa, la que se autoproclama como "líder del mundo
libre" y "policía del mundo" se deshiciera de los compromisos
anteriores sobre medio ambiente y comenzara una campaña para combatirlos, era
una muy negativa señal hacia el mundo: no hay líneas rojas en el desarrollo y cada uno se busca la
vida. Es la forma de levantar las restricciones para evitar el deterioro. Es lo
mismo que ha hecho Bolsonaro en Brasil "¿qué sentido tiene limitar nuestro
desarrollo para que los demás vivan mejor?"
Pero
hoy sabemos que esas medidas tienen consecuencias más allá de las fronteras.
Son decisiones nacionales que afecta al conjunto del planeta. En octubre pasado,
entre vuelta y vuelta electoral, el diario El país titulaba "" y explicaba:
Jair Bolsonaro, al que llaman “o coiso”
(masculino de “la cosa”, “el coso”) en las redes sociales, no es solo una
amenaza para Brasil, sino para el planeta. El candidato de extrema derecha, que
encabezó la primera vuelta de las elecciones de Brasil, con el voto de casi 50
millones de brasileños, puede ganar la segunda vuelta, el 28 de octubre. Si se
convierte en presidente de Brasil, ya ha avisado de que pretende seguir a
Donald Trump y sacar a Brasil del Acuerdo de París, que busca controlar el
calentamiento global. Él y sus seguidores también ya han anunciado varias
medidas que permitirán deforestar la Amazonia. La selva, de la que ya se ha
destruido el 20%, está peligrosamente cerca del punto de inflexión. A partir de
ahí, la mayor selva tropical del mundo se convertirá en una región con
vegetación rala y baja biodiversidad. Y el combate global a los efectos del
cambio climático será un desafío casi imposible.
El ultraderechista que flirtea con el
fascismo ya ha anunciado que pretende fundir el ministerio del Medio Ambiente
con el de Agricultura, y que el ministro de esta aberración será “definido por
el sector productivo”. Lo que Bolsonaro llama “sector productivo” es tanto la
agroindustria como los grileiros, criminales que se apropian de tierras públicas
por medio de sicarios. En Brasil, parte de la agroindustria se confunde con los
grileiros y estás representada en el Congreso por lo que se denomina “la
bancada del buey”.*
No ha
pasado mucho tiempo, en menos de diez meses, Brasil ya arde con el beneplácito
de su presidente y, en este caso, con el del pueblo brasileño, responsable de haberle
llevado hasta allí con claridad de ideas y voluntad. La reunión actual del G7
intenta, por vía Macron, llegar a algún tipo de acuerdo sobre lo ocurrido con
Brasil, que no es más que seguir el ejemplo de Trump.
Estos
populismos vuelven a levantar las barreras del siglo XIX, fronteras, racismo y
xenofobia, a desarrollar un capitalismo salvaje de explotación de los recursos
naturales. Cuando el mundo debería estar controlando la producción e iniciando una
intensa política de repoblación forestal, intento de recuperación de la
desertización, de recorte de las producciones, de búsqueda de alternativas a la
energía, nos encontramos favoreciendo las políticas contrarias. No hemos
comprendido todavía que el planeta es uno y cada vez más pequeño, limitado por
nuestro propio crecimiento.
Avanzamos
firmes hacia el suicido con la creencia de que en vez de limitar lo que hacemos
hay que invertir en soluciones que la ciencia pondrá en nuestras manos, pero
todo lo que hacemos acaba generando más desigualdad y degradación. Destruimos
el empleo mediante formas de abaratar la producción que acabarán creando más
bolsas de pobreza porque de lo único que se trata es de aumentar los
beneficios.
Al
destruir las políticas conjuntas, la visión solidaria de los problemas, los
foros de encuentro para pensar conjuntamente, se ha abierto de nuevo la Caja de
Pandora. La respuesta insultante dada por Bolsonaro a las advertencias de
Alemania y otros países europeos nos demuestra que hemos vuelto a políticas al
siglo XIX.
Los
países son ya unidades pequeñas para combatir la degradación planetaria. Lo que
ha hecho Trump y otros están imitando es un verdadero desastre para el futuro
de todos. La única forma de enfrentarse a los problemas globales son los foros
internacionales y la solidaridad entre países. Lo que estamos viendo es lo
contrario.
El
miedo a perder el poder y lo que supone hace que se desarrolle esta populismo
que prende en la masas precisamente porque se les vende que la culpa de su
situación son los otros.
Por eso
es necesario repartir con justicia histórica las cargas que supone el freno del
desarrollo descontrolado. La contestación de Bolsonaro a la retirada de las
subvenciones que recibía para evitar la deforestación es verdaderamente suicida
ya que supone que es un bien, al sembrar la ambición de todos
diciendo que la riqueza está debajo,
que hay que destruir la Amazonía para conseguir.
Las
políticas conjuntas y solidarias son esenciales para no convertir el necesario
desarrollo y recuperación de las zonas más desfavorecidas en un desastre común.
Para ello se deben reducir las distancias entre los países, encontrar
oportunidades de desarrollo sostenible y reparto de la riqueza sin esquilmarla.
Hacen falta más planteamientos conjunto, más ayudas y más inteligencia para
crecer con menos riesgos. Negar el cambio climático o sus consecuencias es suicida
Por eso Trump y los políticos que le imitan en determinados países están
haciendo tanto daño.
La prensa de todo el mundo, en especia de Latino América, ha recogido las afirmaciones rotundas sobre la "propiedad" de la Amazonía y su "derecho" a deforestarla. Bolsonaro sigue pensando que vivimos en el siglo XIX, quizá porque es un dirigente del siglo
XIX. Llamarlo "enemigo del planeta" hace un año no iba desacertado. Hoy se confirma.
El sentido que le da a "nuestro", respecto al país, es absolutamente obsoleto, decimonónico, colonial. El mundo debe caminar hacia la colaboración para frenar problemas globales.
*
"Bolsonaro es una amenaza para el planeta" El País 17/9/2018
https://elpais.com/elpais/2018/10/16/opinion/1539703285_985671.html?rel=lom
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