Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
espectáculo organizado por Trump es característico del fascismo; es el refugio
en las masas que gritan "¡échalas! ante las inequívocas provocaciones del presidente.
Ya no se puede llamar de otra manera. Estados Unidos está en manos de un
supremacista blanco que considera América como una sagrada propiedad dada por
Dios a la raza blanca, como una tierra prometida que se ve perturbada por "seres
inferiores", los que no pertenecen a la "raza blanca" y a la
cristiandad. Ese racismo ha estado presente en los Estados Unidos desde su
creación, llevó en parte a una guerra civil, y sigue latente.
Trump
ha tenido múltiples incidentes en este sentido ya que ha comprendido bien que
sus bases son las que se han sentido "humilladas" por la presencia de
Barack Obama, un presidente negro, durante ocho años. Esto, que hemos resaltado
desde el inicio de su carrera, se confirma cada día. Trump es el candidato de
aquellos que le apoyan claramente, de Klan a los grupos religiosos que ven
América como la tierra prometida, de la ultraderecha al lobby de las armas.
Recordemos
lo ocurrido en la marcha de Charlottesville o un incidente menos visto pero que
merece la pena recordar: el conflicto con el Reino Unido cuando apoyó públicamente
con sus tuits a los grupos racistas británicos. Junto a esos dos incidentes, se
pueden contar cientos de alusiones, ironías, insultos, contra la gente que
proviene de otros países. Puedes tener una política migratoria específica, pero
eso no incluye los insultos a los países ("pozos de mierda") o a las
personas, a las que considera delincuentes, criminales.
El
espectáculo de su público gritando para que se expulse del país a las
congresistas, en especial a la de origen somalí, en la que ha centrado todas
sus iras acusándola de ser simpatizante de al-Qaeda, nos lleva al fascismo de
los años veinte y treinta.
La CNN
nos cuenta el mitin de preparación a su campaña de reelección para el 2020:
In a moment of unrestrained demagoguery,
President Donald Trump presided Wednesday over a crowd chanting "Send her
back! Send her back!" about an American Muslim congresswoman who he
targeted with racist attacks.
The scenes at a North Carolina rally provided
an ugly overture to a 2020 election campaign already soaked in hate. They
exemplified the tribal politics and white nationalism that Trump is making
clear he plans to ride to reelection, no matter their impact on America's
fragile societal harmony.
The chants of "Send her back!"
referred to Somalia-born, American citizen Rep. Ilhan Omar of Minnesota, one of
four minority lawmakers attacked by Trump over the weekend. The invective from
the crowd replaced the "Lock her up!" and "Build the wall!"
chants of Trump's first campaign with a jarring racial refrain that the
commander-in-chief, speaking from behind a podium bearing the symbolic
presidential seal, made no effort to stop.
Reinforcing days of attacks on the four
progressive Democratic women, known as "The Squad" on Capitol Hill,
Trump questioned their patriotism and highlighted some of their controversial
comments on issues including Israel, law enforcement and the September 11th
terrorist attacks, in some cases distorting their records.
"They don't love our country. They are so
angry," Trump said, lambasting the group as "hate filled
extremists."
"If they don't like it let them leave, let
them leave," Trump said.*
Como hemos señalado en ocasiones, la enorme responsabilidad
de todo esto recae con todo su peso en el partido republicano, obligado a
disculpar o incluso justificar las maldades del candidato que les barrió en las
primarias, alguien que se presentó a la presidencia contra el
"sistema" y que ha hecho algo peor, dinamitarlo.
"¡Expúlsala!", "¡enciérrala!" y
"¡construye el muro!" son los tres gritos de guerra de una América
hipnotizada por un Trump histriónico, populista y demagogo, que combina la
tecnología del tuit diario con la del directo en sus mítines. Lanza la piedra
con el tuit y lo refuerza con el baño de multitudes que sirve de catarsis de
las frustraciones de esos estadounidenses que siguen viviendo con una mentalidad
enfermiza.
La responsabilidad del partido republicano es enorme y cada
vez aparecen voces discrepantes que no tienen estómago para soportar la visión del
presidente al que han encumbrado, un presidente con casi tres millones de votos
que su rival, llevado a la Casa Blanca por el principal defecto del sistema
electoral norteamericano, el colegio electoral, una forma de ampliar la fuerza
de los estados agrícolas del sur, menos poblados.
En un ejercicio enorme de cinismo político, la cámara de
representantes aprobó una moción condenando los tuits racistas de Trump, lo que
es un enorme varapalo; pero acaba de frenar otra moción para comenzar un
proceso de destitución, un "impeachment" como el que desalojó a Nixon
de la Casa Blanca. La CNN reproduce la lista de los 137 representantes demócratas
que han votado en contra del proceso de destitución. La victoria en las
elecciones de mitad de mandato les ha hecho más calculadores. El riesgo de
perder un proceso de este tipo es alto y si han pasado así la legislatura, ¿por
qué no esperar? Lo malo es que Trump, sabedor de esto, les manda contra las
cuerdas y les hace parecer vencidos.
Como es lógico, Trump habla de "victoria
política". Las estrategias demócratas le dan igual, él juega con blancas,
es quien marca la agenda mediante sus golpes de efecto. Los demócratas hablan
de no dejarse llevar por sus intentos de distracción, pero ¿no es todo Trump distracción?
Insistimos en el argumento de la quiebra profunda que Trump
ha producido en la sociedad norteamericana, que se ha visto "forzada"
a aplaudir las barbaridades de Trump, a aplaudir —como ocurre ahora— lo peor de
los Estados Unidos, sacado a la luz por un Trump que lo necesita como arma
contra los otros.
Trump ha creado una América llena de odio, enfrentada. Ese
es su "mérito" principal. Busca fuera el antiamericanismo, respuesta
a la prepotencia y al uso de la fuerza como amenaza constante. Dentro enarbola
la bandera populista del nacionalismo estigmatizando con sus tuit a los que
considera enemigos de los Estados Unidos, empezó con la Prensa (los medios son
los enemigos del pueblo) para ir después apuntando a las personas,
desnaturalizándolas —un elemento clave del fascismo—, convirtiéndolas en
"otros" peligrosos, como ha hecho con las cuatro congresistas
demócratas, el reflejo para él de todo lo malo de los Estados Unidos: mujeres,
de color y demócratas. El añadido es la religión en el caso de la representante
nacida en Somalia y emigrada de niña en los Estados Unidos. Contra ella van
ahora todos los ataques y las iras de su populacho.
Del "¡construye el muro!" hemos pasado a
"¡enciérrala!" y "¡expúlsala!". El enciérrala, recordemos,
también se cantaba contra Hillary Clinton, incluso después de llegar a la Casa
Blanca. Trump, por su propio perfil, no olvida nunca. Necesita volver una y
otra vez a sus fobias.
En la CNN, el periodista Don Lemmon se pregunta "Will
these people chanting be proud in 10 years?" La pregunta es relevante pues
implica el tiempo en que los Estados Unidos despertarán de esta pesadilla.
Pero, ¿se producirá esa "vergüenza" o simplemente se enterrará la ira
tras la derrota? ¿Estará allí escondida hasta que llegue otro demagogo racista
"reivindicando" el trumpismo y prometiendo "hacer grande a
América" de nuevo? Ese es el sentido de la pregunta. Lo que Trump ha
creado no sale de la nada; emerge del resentimiento, del odio racial, de la
religión pésimamente entendida. Es la paradoja de los propios Estados Unidos,
un espacio de libertad donde podría asentarse el que fuera perseguido o el que
tuviera sueños que cumplir, según sus definiciones. La realidad es otra y está
lejos de los sueños. Ese espacio nació con el estigma de la esclavitud, como
bien señaló Mark Twain y otros intelectuales norteamericanos conscientes de que
la fundación de la República proclamaba la igualdad de los seres humanos a la
vez que deshumanizaba por la raza y el origen. Eso es lo que ha hecho Trump de
nuevo, decir solo nosotros somos los "americanos", "vete a
casa". Los que siguen sosteniendo, como hacen la mayoría de los republicanos,
que los tuits no son "racistas" no hacen sino complicar las cosas,
revolver las aguas con la esperanza de sobrevivir a la vergüenza histórica.
Algunos no pueden soportar la vergüenza que siente por los modales y principios
(por llamarlo de alguna forma) de Donald Trump y declaran públicamente su
descontento y rechazo.
La pregunta de Don Lemmon sigue siendo la clave: ¿cuánto tiempo
se tardará en sentir vergüenza? Mucho me temo que bastante más de esos diez años.
* Stephen
Collinson "'Send her back!' chant shows Trump's ugly plan to get reelected"
CNN 18/07/2019
https://edition.cnn.com/2019/07/17/politics/donald-trump-race-america-democrats/index.html
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