Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Todo
texto se sustenta, de forma explícita o implícita en unos supuestos, que son
los que le dan la coherencia. Lo que se describe se sustenta, como una pirámide
invertida, en un punto que es el de partida, por más que se nos ofrezca a mitad
de camino. A veces los supuestos no tienen porqué estar ni en el texto en sí,
sino formar parte del entorno dialógico del momento. Son esas afirmaciones que
no se cuestionan, que se dan por hechas y trasladan de forma sibilina la
cuestión central a otro punto, lejos de las preguntas claras que podrían hacer
desmoronarse el edificio lógico.
Otra cosa es que nos avergüence reconocerlo o hacernos responsables.
Desde
hace algún tiempo los medios de comunicación se dedican a publicar artículos
sobre la Inteligencia Artificial y, especialmente, sobre sus consecuencias. Hemos
trasladado nuestra idead dual de la naturaleza humana (cuerpo y mente, el
fantasma en la máquina) a las máquinas, que antes eran solo "cuerpo",
y que desde la aparición de los ordenadores y su separación entre
"hardware" y "software", es decir, entre la parte "material"
y la parte "lógica", han producido una imagen de
"alteridad" a lo humano.
Si el
siglo XIX era un siglo naturalista, con la idea de la "bestia humana"
y que dentro de todo inteligente Dr. Jeckyll habitaba un perverso e incivilizado
Sr, Hyde, el siglo XX y el XXI has cambiado el modelo del espejo deforme al que
enfrentarnos. La lucha "humano-animal" se resolvió aceptando nuestra
parte animal e integrando la inteligencia como una evolución de la naturaleza.
El ser humano ya no era algo enfrentado a la naturaleza, sino que era parte
integral de ella, una evolución natural que llevaba hasta lo que somos. El
encuentro de cada vez más "parientes" que se quedaron por el camino
nos ha permitido hasta tener un entrañable sentido de la evolución, como el que
tiene un tío en América. Ya hablamos con naturalidad de "parientes",
de grados de parentesco, donde antes veíamos algo muy distinto.
Todo
ello es importante porque nos ha permitido desarrollar (aunque sea de forma
inconsciente en muchos) un sentido ecológico o de responsabilidad respecto a la
naturaleza, entendida como hábitat humano compartido con los demás.
Pero la
evolución de las propias máquinas hacia lo inteligente han creado varias
fantasías que, como sabemos, acaban siendo realidades. El castigo de la
inteligencia es recordar los sueños y
hacerlos realidad. Presionados probablemente por las angustias naturales de la
extinción, producto de nuestro conocimiento evolutivo de otras especies
(desparecen, por una causa u otra), empezamos a desarrollar ideas que nos
llevan hacia delante, proyectivamente, hacia un futuro que imaginamos en el que
de una forma y otra nos trasformamos o desparecemos. Conocedores que el
esencialismo, universal y estático, no es más que un engaño de nuestro
pensamiento, al comprender que estamos en continuo cambio solo podemos
preguntarnos sobre qué y cómo seremos.
De
fenómenos como este surgen fenómenos como el Poshumanismo, en el que algunos
ven un futuro de superación de lo humano, de su debilidad inherente a lo vivo,
y su fusión/sustitución con las máquinas, un mundo de prótesis y recambios
mejorados en el que cada vez va quedando menos de la "pieza
original", que se repara y ajusta con los nuevos recambios en el mercado.
Otros
se lanzan a la especulación biotecnológica en la que el conocimiento de la
genética y la bioingeniería nos hacen cuerpos resistentes al envejecimiento y a
las enfermedades.
Otros
ven nuestro futuro en las estrellas, lejos de este planeta, que habría cubierto
solo nuestra infancia y adolescencia, del que saldríamos como los jóvenes que
buscan su nueva casa, alejada de la residencia familiar. Se dedican a buscar
posibles hogares para la especie humana, lugares a los que se pueda llegar,
pese a las distancias y la pulverización del concepto de tiempo al enfrentar
nuestra vida efímera a los grandes espacios del cosmos en los que distancia y
tiempo se mide en años-luz. En estos días de celebración de la llegada del
hombre a la Luna, comprendemos lo mucho que cuestan los pequeños pasos.
Soñamos,
sí.
Pero
conforme aquello que soñamos se hace realidad, nuestras especulaciones se hacen
más humanas, afectan más a lo cotidiano; ya nos son sueños para el futuro, sino
realidades que afectan a nuestra vida cotidiana. Entonces nos damos cuenta que
todos esos bonitos sueños tienen su lado peligroso porque acaban usándose para
lo mismo. Las promesas de vida eterna solo afectan a algunos, los beneficios
para la "humanidad" solo están disponibles para unos pocos
privilegiados, o aquello que nos iba a salvar se transforma en tecnología para
destruir y dominar.
El
diario El País nos trae en su sección de Ciencia Retina, un reportaje y un
vídeo complementario titulado "Replicar la inteligencia humana: un sueño
que ya cambia todo lo que conocemos", firmado por Zigor Aldama y Olivia L.
Bueno (vídeo).
Estos
son los dos primeros párrafos del artículo en los que se plantea la idea central:
La inteligencia artificial (IA) disparará la
productividad, hará el mundo más eficiente y seguro, alargará la esperanza de
vida, servirá para predecir el futuro, prevenir catástrofes e incluso para
combatir el cambio climático. Las empresas que desarrollan esta nueva era
basada en algoritmos y big data la presentan como el santo grial y pasan de
puntillas por los evidentes peligros que también acarrea. Porque, según
diferentes estudios y analistas, entre el 14% y el 40% de los puestos de
trabajo actuales corre el riesgo de desaparecer debido al efecto combinado de
estos sistemas y la robótica.
“El ser humano se verá obligado a formarse
continuamente para no quedar obsoleto”, avanza Robin Li, consejero delegado de
Baidu. Pero existe un escenario en el que ni siquiera esa formación continua
sería suficiente para garantizar los puestos de trabajo: el de la singularidad
tecnológica. Aunque todavía es un concepto más apropiado para historias de
ciencia ficción, esta hipótesis dibuja un futuro en el que los avances
tecnológicos desembocan en una superinteligencia que supera con creces la del
ser humano. Y no faltan científicos que la consideran una posibilidad menos
remota de lo que muchos otros quieren creer.*
En el
texto se parte de un principio no expresado que es el de la inevitabilidad del
futuro. Es uno de los efectos retóricos más usados, sustraer la pregunta clave
por otra que no afecte a la cuestión central. Te hacen "preguntas"
para que no te hagas "la" pregunta.
El tono
apocalíptico sobre el futuro se mantiene desde la primera línea y te va trasladando
de un peligro a otro. Finalmente te tienes que rendir ante tanta evidencia dada
por expertos sobre el desastre. Hablar de los "peores escenarios" es
llevarnos de un lugar a otro para evitar hacer la gran pregunta: ¿por qué? ¿Por
qué es ese "un futuro inevitable" y esas sus
"consecuencias"? o ¿por qué, si es tan malo, lo desarrollamos?
La idea de una "singularidad tecnológica" tiene sus tintes apocalípoticos, pues expresa una especie de Big Bang de un nuevo universo tecnológico. Pero una singularidad es también un "agujero negro". Definir el futuro como un "agujero negro de la tecnología",
que nos tragara, es una bonita forma de expresarlo.
¿Por
qué invertir las preguntas y plantear que lo que está en juego no es el
"futuro" del trabajo sino el "beneficio"? Casi todas las
luchas que tenemos abiertas resuelven situación de equilibrio inestable por
otras de desaparición de esta circunstancia. El equilibrio inestable entre
trabajo y capital, creados por las necesidades mutuas, se resuelve en este caso
por la desaparición del "otro necesario". Puedo tener una fábrica
automatizada y no necesitar trabajadores, por ejemplo.
Hay más
casos: la vida de pareja supone también una situación de conflicto inestable
que se sexos se pueden modificar cuando la tecnología me permite la procreación
sin la necesidad de un cónyuge del otro sexo. La mujer puede ser inseminada y
el hombre puede "alquilar" un vientre. Incluso se puede prescindir
del humano y tener una relación emocional y sexualidad con las máquinas, como
planteaba la película "Her" (emocional) o las que plantean robots
sexuales destinados a compensar la pérdida o rechazo del otro.
Pero
estos futuros que se nos ofrecen son ilusiones que nos evitan enfrentarnos a
las verdaderas causas de los problemas, como puedan ser la codicia o el
egoísmo. Creamos las necesidades y extremamos los conflictos para tener que
evitar enfrentarnos a la verdadera raíz.
¿Por
qué no se plantea que el futuro del empleo no está en las máquinas sino en las
humanísimas manos de los que quieren ser más ricos? El único dato que se nos da
en todos los campos es el crecimiento abismal de las desigualdades. No estamos
haciendo una sociedad mejor, sino una sociedad en la que algunos viven mejor,
mucho mejor que otros. La verdadera pregunta que se nos sustrae es esa.
Para no
contestarla creamos unos escenarios falsos que nos distraigan o, mucho mejor,
unos villanos que es a quien se responsabiliza para dirigir ira y frustración
contra ellos. Me ha sorprendido mucho que a toda esta primera fase apocalíptica
del artículo le siga otra responsabilizando a China —para El País o para
quienes lo sustentan, una verdadera obsesión— de la desgracia futura. China es
la cabeza de turco perfecta.
Nos
explican:
¿Podría el futuro superar a la ficción? Sobre
todo en China, el país que se ha propuesto liderar el desarrollo de la
inteligencia artificial: ya es el que más invierte en el sector, el que más
instituciones públicas tiene investigando y el que más patentes registra: un
57% del total, frente al 13% de EE UU y el 7% de la Unión Europea, según el
informe de 2018 Artificial Intelligence, a European Perspective, de la Comisión
Europea. Y cuenta con 17 de las 20 instituciones de investigación más
relevantes en el ámbito de la IA, de acuerdo con un estudio de la Organización
Mundial de la Propiedad Intelectual. “Aunque me gustaría que EE UU ganase la
carrera de la IA, si tuviese que apostar lo haría por China”, afirma Thomas H.
Davenport, autor de La ventaja de la IA. “China tiene muchas ventajas: un
Gobierno determinado, una fuente inagotable de dinero, un creciente número de
científicos inteligentes y una enorme población que adora lo digital”,
argumenta.
También es el país con menos barreras éticas
y legales. Eso permite que los científicos se adentren en terrenos que otros
países consideran pantanosos. “Siempre hemos pensado que la inteligencia humana
era imposible copiarla y ahora sabemos que algún día podremos comprenderla lo
suficientemente bien como para replicarla. Eso supone que no es irremplazable”,
asegura Wu Shuang, científico jefe de Yitu, una de las empresas de IA más
punteras de China y doctor en Física por la University of Southern California.
“Todavía estamos en la fase de dotar a las máquinas de capacidad de percepción
y lejos de pasar a las de razonamiento y toma de decisiones. Pero estoy
convencido de que las máquinas terminarán adquiriendo sentido común y de que
serán capaces de tomar decisiones cotidianas mejor que los humanos”, apostilla
Wu, especializado en aprendizaje automático y redes neuronales profundas.*
La
capacidad de China de ser el malo de la película es infinita. Parece que toda
la paz del universo depende de que China esté a la zaga en todo. La seguridad,
en cambio, viene de que el país que lanzó la bomba atómica, que creó el sistema
defensivo apodado popularmente como "guerra de las galaxias", que
está creando puntos de fricción por todo el planeta, vaya por delante en la
carrera de la Inteligencia Artificial.
Desde
que se ha convertido a China en algo peor que en un "enemigo", en un
"competidor", parece que todo lo malo viene de allí. China,
convertida en la fábrica del mundo, gracias a la codicia de las empresas
occidentales, es culpable de tratar de saltar al segundo escalón tras la
industria como la conocemos. El peligro pues, no es la Inteligencia Artificial,
sino que China adelante a los Estados Unidos y Europa. Nuestra geopolítica de
cómic permite contar la historia como una película de James Bond.
Ni 5G
ni inteligencia artificial, ni Huawei, etc. Una inteligencia china parece un
destino peor que el de Terminator. ¡"Barreras éticas y legales"! ¡Bendita
hipocresía!
Tras
los dos párrafos anteriores se nos dice:
Wu se rasca la cabeza después de 50 minutos
de entrevista y reconoce que no tiene tan claro que el ser humano vaya a salir
bien parado de la nueva etapa en la que se adentra.*
Y
cuando un chino se rasca la cabeza...
En vez
de temer al futuro inevitable, deberíamos aplicar esa ética de la que presumimos
en ver dónde está el problema. Primero era la automatización que quitaría
puestos de trabajo. Primera falacia: no es la automatización lo que elimina
puestos de trabajo; es nuestra codicia que antepone el beneficio y deslocaliza
cuando le interesa y amortiza después. China no tiene nada que ver con esto,
sino una forma de economía irresponsable que es la que abre las enormes diferencias
sociales, está destruyendo el planeta acabando de forma irresponsable los
recursos y antepone el beneficio a cualquier otro principio ético o
responsabilidad. La globalización económica es la gran forma de penetración del
mundo occidental en el que está en desarrollo para poder evitar los elementos
negativos del desarrollo que se hace más brutal al desplazarlo a países en los
que las bajas condiciones de vida obligan a aceptar lo que se les ofrece. No se
acepta en cambio, la tercera pata de
la globalización, la movilidad de las personas, como vemos cada día. Creamos tensiones por la degradación de la
vida, por la violencia en países próximos o lejanos, pero no queremos que la
miseria o violencia que creamos o permitimos, llegue hasta nosotros. El mundo
debe estar dividido en dos partes mientras que los capitales y empresas
colonizan los países más débiles. La llegada de Trump al poder ha permitido
comprender sin subterfugios, en toda su crudeza, la violencia que se ejerce
sobre el mundo.
¿Por
qué no invertimos en una educación más responsable, más ética (en vez de dudar
de la de los demás? Si el problema es la pérdida del trabajo es sencillamente
porque creamos empresas que no lo requieren, no por ninguna "ley"
histórica. Eso es una falacia. Suprimimos el trabajo porque unos quieren ser
más ricos de lo que son y han perdido algo que estaba en la base de la economía
clásica desde su principio, su sentido social. Lean a Adam Smith, por favor, en
vez de inventárselo. No hay mucha reinversión del beneficio, sino la inversión en la
especulación no productiva. Eso se vio durante la crisis anterior; se separaron los tipos
de bancos para evitar los mismos errores, pero ya estamos en las mismas. Cuando nos
dice que esta generación vivirá (ya lo hace) peor que la de sus padres, ganando
menos y teniendo que pagar más por menos cosas, no debemos pensar en
"leyes" sino en "voluntades". El futuro lo hacemos cada
día.
Invirtamos
en ética, es decir, compromiso, sentido de la comunidad; estemos orgullosos de
lo que hacemos y no simplemente de nuestra riqueza de cuyo origen nos tendremos
que avergonzar. Dejemos de etiquetar a los demás como el origen del mal para
evitar que se descubra la porquería que circula por nuestras cañerías sociales.
Creo
que nunca ha habido una etapa en la que se aceptara de forma tan natural la explotación, que se teorice y
que se pongan los intelectos al servicio de causas antisociales, de la
manipulación de la opinión pública y que se permitiera la exhibición de la
codicia como un gran valor social y personal.
Pero la
segunda fase es la más divertida. La idea de una Inteligencia Artificial que no
nos necesite, ese agujero negro que se nos trague a todos, que cree un mundo
implacable en el que nosotros, pobres humanos éticos, descubramos que John
Connor solo era un mito y nos encontremos al borde de la extinción.
Volvamos
al planteamiento anterior. Todo lo que haya será creado para nosotros. Esa
forma de IA a la que le sobramos nosotros será también invención, diseño de
nuestro propio e imperfecto cerebro animal.
De
nuevo, subterfugios por todas partes. Esa máquina no desarrollará su propia
ética, sino la que le pongan sus amos
blancos. Recordemos el caso, tratado aquí, del algoritmo machista de
Amazon, desarrollado para la selección de personal. Es algo más que una
anécdota; es el recordatorio que todo lo que hagamos los humanos no será más
que una prolongación de nosotros mismos. La máquina somos nosotros mismos
haciendo lo que no nos atrevemos a hacer para quedar medianamente bien. Nosotros
somos la mejor máquina de crear excusas, de convencer a otros de que no somos
responsables de lo que hacemos. Llevamos unos cuantos miles de años creando
civilizaciones con "normas sagradas", "formas naturales",
etc. que no hacen sino ocultar nuestra "voluntad de poder", por usar
el término de Nietzsche.
Desde que han saltado las alarman sobre la automzatización de los puestos de trabajo, con la consiguiente pérdida, las empresas del sector organizan foros y seminarios, publican artículos, intentando tranquilizar a la gente, asegurándoles que no va con ellos. Pero va con todos, porque en el proceso sin freno del desarrollo, la ventaja que tienes un día la tienes que mejorar al siguiente porque si no te pasan por encima. Es una rueda ciega que va más allá de Schumpeter.
Decía
el otro día una científica en una entrevista que "no nos debíamos
preocupar tanto por la caída de un asteroide que nos destruyera como por lo que
hacemos destruyendo el medio ambiente". Tiene toda la razón, es muy bonito
preocuparse por la caída de asteroides mientras destruimos el planeta con
nuestras acciones irresponsables. Es un ejemplo de lo que señalamos
anteriormente como maniobras de despiste, de evitar que nos fijemos en la raíz
de los problemas. No es fácil negociar el futuro cuando lo que haces es negociar tu jubilación, forma cotidiana de llamar futuro. Nuestra esperanza humanas ya no son cambiar el futuro, sino que nos quede algo. ¡Un pobre consuelo! Como decía el filósofo Gianni Vattimo hace unos días en el mismo medio, "espero que todo esto no salte antes de que me vaya!" Eso es pesimismo.
El
problema de la automatización deja de ser la automatización y toda la atención
se concentra en el problema de que sea China quien lo desarrolle primero. Nadie
se preocupaba por su teléfono Huawei hasta que empezaron a vender más que las
marcas norteamericanas. Desde entonces, todo son peligros.
La
automatización llegará y se creará una sociedad al borde de la explosión por
los desequilibrios creados. Se avanzará entonces en la inteligencia de control
social, en la videovigilancia, como ya se hace. En vez de invertir en elementos
que controlen las tensiones de los conflictos, nos volcaremos en el control de
las quejas. Para ello hay que crear suficiente mitos que lo expliquen y
justifiquen porque unos se ahogan en los mares y otros disfrutan del jacuzzi,
que justifiquen por unos los cruzan en pateras y otros en yates y crucero de lujo.
Esto, dirán algunos, es así. No hace
falta explicarlo.
En
Japón y China se está desarrollando una corriente social —alguna vez hemos
hablado de ella— que busca anular los principios de la competencia constante,
de la comparación y lucha de unos por otros, como se nos enseña cada día, y
trata de buscar la felicidad dentro de la propia persona. Cuanto menos deseas,
menos sufres, nos enseña el budismo; cuanto menos tienes, menos pierdes.
Aprender a ser feliz así es un buen planteamiento ético y respetuoso con la
vida, la propia, la ajena y la del mundo en el que vivimos.
Nos lo advierten todos los días, pero nuestra inteligencia humana se ciega con facilidad. La codicia y la esperanza en que gracias a nuestros beneficios, a nuestra riqueza, vamos a poder eludir las consecuencias las acabaremos pagando. ya lo estamos haciendo.
Podemos echarle la culpa a la IA, pero eso es solo una forma de escondernos.
* Zigor
Aldama y Olivia L. Bueno "Replicar la inteligencia humana: un sueño que ya
cambia todo lo que conocemos" El País / Retina 26/07/2019
https://retina.elpais.com/retina/2019/07/25/tendencias/1564047718_874415.html?autoplay=1#boton_articulo-comentarios
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