Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
política, como las novelas, tiene un punto de vista desde el que se ve el
mundo. Como todo acontecimiento, puede ser narrado desde muchas perspectivas y
con diversas valoraciones. Lo sucedido estos días en la llamada "fallida
investidura" es un mala novela que nos cuentan cada uno desde su
perspectiva, que se presenta como objetiva, como una verdad que todo lo aclara
y explica.
Entre
todos los personajes de esta novela costumbrista ha cundido, sin embargo, un
aspecto que todos dan por bueno: la gran amenaza de unas nuevas elecciones. De
todos los males que se anuncia, el peor, no dicen todos, sería la repetición de
las elecciones. ¿Por qué?
No
acabo de entender el argumento, que se da por descontado. Se llega a un acuerdo
o —terrible alternativa— habrá que volver a las urnas. Algunos lo dicen con un tono
entre solemne y apocalíptico, como si nos fuera a ir la vida en ello. Que yo
sepa nunca ha muerto nadie de una sobredosis de papeletas.
Que hay
que votar, ¡pues se vota! ¿Dónde está el problema entonces?
Esa es
la parte de la que menos se habla. A las elecciones se fue con una serie de
problemas urgentes encima, acuciantes, tanto que la pasada legislatura se saldó
con la salida de la presidencia del gobierno mediante una moción de censura.
No hubo
mucho problema en cortarle la cabeza al saliente poniéndose todos de acuerdo en
ello. Una vez hecho, todos esperaban sacar tajada. No fue posible porque el
sistema de moción obliga a presentar un candidato alternativo, lo que hizo
soñar a muchos en esa ilusoria unanimidad, solo practicada en España para
eliminar a alguien.
Cuando
se ha tratado de repartir bocados, la cuestión se ha planteado de forma muy
diferente. Lo triste del caso es que, con mucha solemnidad, todos han actuado
pensando en ellos mismos y, algo peor, intentando mostrar al otro como si
tuviera poca altura de miras.
Lo
sorprendente ha sido como, con su propia especificidad, ha ocurrido entre los
tres grupos de la llamada "derecha" y los dos de la llamada "izquierda".
Digo "llamadas" con cierta reticencia por ser ellos mismos los que
han vuelto a esta terminología tan cansina y esquemática con la que nos
clasificamos en España unos a otros con afán de desprestigiarnos. Quedan
sueltos por ahí los nacionalistas de todos los colores, que más que bisagras
son el chirrido imposible porque aquí coalición, ni grande ni pequeña. Lo que
es posible en Alemania, país dividido con fronteras, alambradas y muros, aquí
no es posible ni entre partido que varíen en una sigla en la misma Autonomía.
Somos ansí, distantes y distintos.
Las
pegas a la celebración de nuevas elecciones provienen del temor a sufrir un
castigo en las urnas. Toda aquella alegría movilizadora con la que se llevó a
la gente a las urnas a votar, unos por Cataluña y otros por la Plaza de Colón,
se ha quedado más bien en sainete de Arniches y de los Álvarez Quintero por no
salir de los Pirineos.
Ahora
viene el temor al estacazo electoral, ya que la variable "cabreo"
nunca ha estado más justificada en España que en esta ocasión. Más que
sorpresas electorales, muchos temen sustos o, peor, infartos electorales si se
repiten las elecciones a la vuelta de verano, que la gente viene ya colorada.
Atrás
quedó aquello tan bonito de "la fiesta de la democracia". Los temores
son varios, del abstencionismo al recorte sustancial por no mencionar el
descalabro. ¿Qué puede pensar Iglesias, que después del descalabro electoral
todavía pretendía ministerios para salvar la cara? ¿Qué se le pasa por la
cabeza a Casado, que tampoco salió muy bien? ¿Y Sánchez, especializado en
resultado ruinosos que solo la fragmentación del voto camufla? ¿Y Rivera, que
ha quedado en tierra de nadie, al que solo le queda la opción de suicidarse con
una mano o con la otra, pero con el mismo resultado? ¿Le interesan las
elecciones al partido de Abascal que puede ver que lo han sacado se esfuma por
el voto útil?
En fin,
es lógico que le teman a las elecciones. Pero eso es cosa suya. Los ciudadanos
no debemos dejarnos llevar por los temores de los políticos, que han demostrado
que son los suyos, no los del electorado.
Esto de
la política agresiva y a cara de perro tiene ese problema. Mañana te puedes
encontrar queriendo sentarte con los insultados, y aunque ellos quieran, sus
votantes se pueden sentir estafados. No puedes poner verde a alguien y después
hacerle vicepresidente.
Está
claro que hay que hacer la política de otra manera. No me preocupa que se
repitan las elecciones. Me preocupa que fruto de pactos demasiado calculados y
de poder tengamos gobiernos que se dedican a auto promocionarse, a lo suyo y no
a resolver problemas reales. Eso es más preocupante, los que llegan al ministerio, consejería o concejalía y se ponen ya preparar elecciones a sabiendas de que no tardarían mucho en romperse los pactos.
¿Que no hay pactos? Estupendo. Se repiten las elecciones hasta que el juicio corrector de las urnas den a alguien la posibilidad de gobernar. No hay que tenerle miedo a votar, que es como expresamos nuestra opinión, indignación o ambas en el mismo sobre. Ellos si deben, en cambio, temer a nuestra expresión. Quien vota, manda. Un respeto.
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